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DOS SEMANAS DE PREMIOS

Empieza hoy. Se llama en francés «La quinzaine des prix littéraires» (la quincena de los premios literarios). En este tiempo de maniobras y almuerzos de jurados parisienses se entregarán seis premios: Goncourt, Renaudot, Médicis, Femina, de l'Académie Française e Interallié. Hoy, jueves 26 de octubre, es el gran premio de l’Académie Française. Abre la temporada con una perspectiva más que extraña, casi inverosímil: un mismo libro figura en la preselección de los seis jurados. Se trata de Les Bienveillantes, de Jonathan Littell.

Hablé varias veces del libro cuyas ventas ya superan los doscientos mil ejemplares. Este número podría multiplicarse por tres con un premio Goncourt. Pero éste se entregará el 6 de noviembre y antes, jurados deseosos de demostrar su influencia sobre los lectores, podrían elegir el libro de Littell. La tradición, pero no el reglamento, prohíbe entregar dos premios al mismo libro. Así que la pregunta no es si Littell tendrá un premio. Es más bien: ¿cuál será el premio de Littell?

Repartir premios literarios es un deporte de otoño en Francia. Algo furioso, poco noble e imprescindible, que se puede seguir tanto en un sitio como en un blog. Al leer la lista de los candidatos, se ve que dentro de las traducciones solo queda un autor del universo hispanohablante: Javier Cercas, con La velocidad de la luz, pre-seleccionado para el premio Femina.

¿De qué se trata en los premios? De dinero, claro, y también de ego. A Littell nunca le faltó lo primero. Hace poco, de manera casual, encontré a un compañero suyo cuando estudiaba en la universidad de Yale. Me contó que nada más ingresar a la universidad, Littell había publicado en el diario del campus un artículo explicando la necesidad de cada uno de buscar el apellido que le corresponde en su vida en lugar de utilizar el que le entregaron sus padres. Pedía a sus compañeros llamarle «Château», tal cual, lo que significa Castillo. Pero sus compañeros, que no entendían aquel gringo afrancesado, optaron por otra palabra francesa, la única conocida por todos: «croissant». Así fue apodado durante sus estudios.

Ahora, a Littell, no le va a faltar la plata. Ya ganó mucho con las primeras ventas y el premio va a disparar sus ingresos. El asunto tiene su importancia. Un excelente artículo en The Observer del domingo pasado lo decía, al recordar los celos de David Lodge cuando Colm Tóibín, autor como él de una novela sobre James, se llevó un galardón de 68.000 libras inglesas. Sic Transit Gloria Mundi

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26 de octubre de 2006
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SUDAQUIA

Sudaquia es el nombre de un país inmenso. El país de los sudacas. Un latino fuera de su país se transforma en sudaca frente a la mirada de los extranjeros. Aun más si vive fuera de América Latina. En ambos casos, vive en Sudaquia. Y si tiene suerte, o nostalgia, o deseo de curar su destierro visita el blog Sudaquia en el sitio de Clarín, en Argentina. No puedo añadir una palabra más sin reconocer, por necesaria transparencia, que conozco a la autora del blog: Margarita García. Es una colombiana, una costeña. He trabajado unos días con ella en la Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano, creada por Gabriel García Márquez. Fue en Cartagena de Indias. Ahora, Margarita García vive en Argentina y allá, sí, hace nuevo periodismo de verdad.

Su blog es un encanto por varias razones. La principal es el orgullo que supone su título. Un tal Eduardo dijo en una de las primeras reacciones: «Me encanta la idea de apropiarse de la palabra sudaca para que no la usen de manera despectiva». Los sudacas tienen su pundonor, pero también mucho humor. Es impresionante leer la mezcla de orgullo y de cariño hacia sí-mismos que desvela este blog dedicado a «historias de América Latina». Las historias de sudacas hablan más de emociones que de dinero; ser sudaca, claro, procede de la esencia más que de la existencia. Sudaquia es un territorio del corazón.

Segunda razón para destacar este blog: la manera elegante de mantener la audiencia a una cierta distancia. «Envía tu historia» dice un anuncio arriba de la columna derecha. Margarita García lee las entregas de su audiencia, filtra, escoge, edita una serie de historias organizadas por tema. Esta semana es la semana del cine. La semana anterior era la semana de los chilenos. Es deslumbrante lo que se puede descubrir a propósito de cada tema. Por ejemplo, leo lo del pochoclo. ¿No entienden la palabra pochoclo? Es normal. El blog lo explica con un glosario:

Argentina: pochoclo (de pop y choclo), pororó (del guaraní), ancua (exclusivamente en el Norte)
Bolivia: pipoca
Brasil: pipoca
Chile: cabritas
Colombia: maíz pira, crispetas, totes
Cuba: rositas
Ecuador: canguil
España: palomitas
Islas Canarias: cotufas, roscas
México: palomitas
Paraguay: pororó (en guaraní)
Perú: canchitas, cancha
República Dominicana: cocaleca
Uruguay: pororó, po
Venezuela: cotufas, gallitos (en parte de la región Zuliana y Andina)

El Pochoclo es lo que se llama pop-corn en América del Norte. A cada país su pochoclo aunque hay una cultura común a toda América Latina con relación a lo que se come en la oscuridad del cine y las emociones vinculadas a la experiencia. Es este doble proceso –análisis de las diferencias, búsqueda de la esencia común- el que rige el contenido del blog. Y no falta el imprescindible auto-desprecio de los sudacas (hay que leer los posts sobre la «compulsión sudaca por hablar en inglés»: la sudaca que se hace rubia para decir «baby…» y sentirse otra).

Última razón para visitar Sudaquia: el tono y la fluidez de una escritura poco común en los blogs. Margarita García ya sabe mucho del negocio del escritor/periodista. Hasta tal punto que se podría decir: faltan unos meses y Sudaquia se va a convertir en un excelente libro. Pero sería injusto. Ya es mucho más, es un blog, una obra colectiva que vive para y por una audiencia.

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25 de octubre de 2006
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La renuncia a la verdad

En el último año me han preguntado muchas veces por mi “compromiso” político como escritor. En consecuencia, me lo he preguntado yo también. No suelen gustarme mucho los clichés de izquierda y tampoco los de derecha. Supongo que uno debería estar comprometido en cualquier caso con la verdad. Y ahí empiezan los problemas.

Tendemos a creer que las palabras tienen un solo y unívoco significado, algo que la observación práctica refuta constantemente: “igualdad” no tenía las mismas implicaciones antes que después de la Revolución Francesa. “Democracia” no significaba lo mismo a ambos lados del muro de Berlín. Y, por supuesto, “libertad” no tiene el mismo sentido para un funcionario norteamericano y para un suicida palestino. De hecho, la historia de la humanidad puede entenderse como la lucha por determinar el sentido último de esas palabras. Todos sabemos que queremos las cosas que designan, aunque nunca nos llega respuesta definitiva sobre la naturaleza de esas cosas. Su propia esencia es ser discutidas y reformuladas constantemente.

Los periodistas conocen bien la lucha por el significado que se desencadena ante cada conflicto. Un grupo armado que ataca un cuartel militar suele recibir el nombre de “terrorista”, “combatiente” o “guerrillero”, no según sus acciones concretas, sino según la línea editorial de cada medio. Los publicistas podrían añadir que cualquier cosa que se repita constantemente termina por convertirse en verdad. Pronunciar cualquier oración equivale a darle existencia a un estado de cosas. No necesariamente es verdad todo lo que decimos, pero al decirlo se convierte en algo posible, un hecho que otras personas pueden repetir, como “el detergente X lava mejor”, “el champú Y deja tu cabello sedoso” o “mi partido político es la única opción verdadera”. 

En esas condiciones, es difícil definir la verdad. De hecho, es difícil saber si dos personas que están de acuerdo en algo le atribuyen el mismo sentido. Todo el mundo está en contra de la pobreza, por ejemplo, pero cuando se habla de cómo combatirla, las cosas dejan de ser tan fáciles. A todos nos gusta la buena literatura, pero es increíble lo difícil que resulta hacer una lista de ella. Hay gente que está muy segura de encontrarse en posesión de la verdad, tanto que está dispuesta a morir por ella, y a esos solemos llamarles fundamentalistas. Más útiles –y más escasos- en los conflictos son los mediadores, que dan por sentado que la verdad es la parte de una historia que todos sus protagonistas estén dispuestos a dar por cierta, y tratan de ampliar sus márgenes. La verdad se ha vuelto negociable.

¿Tiene sentido defender rabiosamente a una de las partes en cada conflicto? Parece fácil y no muy productivo. Ha habido intelectuales defendiendo tanto a Franco como a Stalin. Pero creo que uno puede construir versiones del mundo que no nieguen sino, por el contrario, recojan las demás perspectivas. Nadie es tan idiota o tan siniestro como para defender el mal en estado puro. Por eso, por lo general, me incomodan los escritores que opinan demasiado. Prefiero a los que escuchan y analizan, sin darse demasiada importancia. Quizá, si algo podemos hacer los escritores es aportar a las discusiones un granito de sentido común.

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25 de octubre de 2006
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LA PASIÓN POR NO SER IGUAL

Todo el mundo anhela ser diferente a los demás. La petición de ser distinto ha llegado hoy al extremo de llegar a convertirse en el gran fenómeno de masas. Pero ¿cómo salir de este oxímoron? El mercado se calienta los sesos para ofrecer una convincente respuesta al problema porque frente a la época en que poseer un determinado producto o exhibir una determinada marca otorgaba satisfacción y distinción, hoy los consumidores, hijos del hiperindividualismo, no desean ser catalogados por nadie ni por nada.

Los partidos políticos y los sindicatos de la época industrial se correspondieron con el trabajo en cadena, con las huelgas generales y con los consumos o las hambres homologadas.

La crisis de los sindicatos y de los partidos, la drástica reducción del sector industrial y la angustia de las producciones en serie han transformado la vida y los proyectos. Frente a la comunidad de las utopías sociales la ilusión del desarrollo personal. Frente al prometido paraíso del proletariado el balneario, el spa o el wellness.

Hacerse un cuerpo mejor se corresponde con la demanda de conseguir un psiquismo más feliz. El bienestar se relaciona con el bien individual y si se trata de atender a lo colectivo (la pobreza, la guerra, la marginación) el calendario tiene sus días señalados para su correspondiente manifestación. No ha disminuido la solidaridad pero en lugar de practicarse en nombre de Dios o de la Revolución se hace en nombre de sí mismo. Las ONGs están pobladas de gentes con problemas que encuentran su mejor lenitivo contra la culpa o la pérdida de autoestima en la entrega a los nigerianos.

Ningún marketing podrá triunfar si no se orienta hacia la persona en particular. “Pensamos en ti”, dice televisión española “Is that you?” interroga el reloj de Montblanc. Frente a los viejos anuncios de Kas naranja o Kas limón que preguntaban “¿y tú de quién eres?” los de hoy se proponen no alistar a nadie en grupo sino acentuar el yo.

De hecho, el verdadero negocio de nuestros días y los que están por venir no se orienta a fabricar mucho para muchos iguales sino poco para muchísimos distintos. El libro de moda en el mundo es The Long Tail de Chris Anderson, actual director de la revista Wired, en donde se predice que muy pronto el mercado de las pequeñas ediciones será superior al de los grandes títulos y el mercado de las marcas marginales será incomparablemente mayor que el de las marcas supremas.

Hacerse diferente en otro tiempo aislaba; hacerse hoy diferente interesa. Las grandes ciudades del mundo como París, Londres o Tokio (no Madrid todavía) son una continua pasarela de personajes distintos, disfrazados, caracterizados, maquillados para expresar su univocidad. La moda en general tal y como se presentan los cortes y los tejidos, mal cosidos, destintados, raídos, convierte cada ropa en modelo único y de la misma forma podría hablarse de las zapatillas o los cereales para el desayuno que cualquiera puede diseñarse en la red en contacto con los productores. Definitivamente: la comunidad se gesta a partir de la diferencialidad y el común denominador es la diferencia máxima.

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25 de octubre de 2006
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Criaturas de costumbres (volubles)

Suele decirse que somos criaturas de costumbres. Creo que lo más apropiado sería decir que somos criaturas a las que cambiar de costumbres no les cuesta nada. Ayer mi hija más pequeña me mostró una foto vieja, que me retrataba delante de mi primer ordenador. Pensé: qué antigualla (me refiero al ordenador, ya que por entonces yo era bastante menos antigualla que hoy), y de inmediato recordé la máquina de escribir Remington Rand de mi abuelo, con la que tipeé mi primera novela, El muchacho peronista. En aquella época me levantaba casi de madrugada, robándole tiempo al sueño antes de que se hiciese la hora de ir a mi trabajo formal, y escribía a mano para no despertar a la familia con el rat-tat-tat de la Remington que sonaba a ametralladora dentro del apartamento; recién más tarde, cuando mi familia se levantaba, me animaba a pasar en limpio lo escrito en la vieja máquina que aun conservo como una posesión preciada. Hoy escribo sobre una iMac, cuya pantalla se parece más al widescreen de las salas de cine que a aquellos monitorotes de los ordenadores originales. Y a pesar de tantos cambios, no recuerdo haber sufrido trauma alguno al saltar de un medio a otro. Para tratarse de una criatura de costumbres, mis costumbres son bastante volubles.

Hubo una época en mi vida en que sólo usaba transportes públicos, seguida de otra más venturosa en la que sólo utilizaba transportes públicos selectos: vivía a bordo de un taxi. Me compré un automóvil tardíamente, y ahora las extrañas ocasiones que me obligan a subir a un subte me parecen exóticas y llenas de aventura. La frase somos criaturas de costumbres resulta bien corregida por otra del refranero popular: uno se acostumbra a todo, donde se sugiere que aunque nos inclinamos a formar hábitos, no tenemos problema alguno en modificar esos hábitos millones de veces.

En estos días estoy tratando de acostumbrarme a un nuevo cambio de costumbres. Aquí en Buenos Aires (en la Capital, para ser preciso) ha entrado en vigencia la ley que prohibe fumar dentro de espacios públicos. Yo no soy un gran fumador, de hecho soy el único fumador verdaderamente social que conozco: fumo cuando me reúno con gente, o cuando como afuera, pero nunca en mi casa (a no ser que estemos en una reunión o una comida, obvio) y menos aun cuando escribo. (Eso sí, las filmaciones son maratones de tabaquismo: uno recurre a lo que tiene a mano para distraerse en los tiempos muertos.) Esto significa que puedo sentarme en un restaurant o en un café sin sufrir por la prohibición. Pero reunirme a comer como acostumbro con el director de cine Marcelo Piñeyro, que sí es un fumador inveterado, se está convirtiendo en una producción compleja. Antes íbamos al restaurant que nos quedaba más cerca, ahora Piñeyro se toma el trabajo de investigar qué locales conservan una porción de superficie donde encerrar a los viciosos, y allí vamos. Este mediodía, por ejemplo, ignoro dónde iremos a parar, pero estoy seguro de que Piñeyro ya sabe dónde podremos refugiarnos.

El viernes pasado fui a cenar con mi familia a un restaurant que da al Río de la Plata, y entonces descubrí que basta con cruzar la frontera imaginaria entre la Capital y el Gran Buenos Aires (que está a tan sólo tres cuadras de mi casa), para que la prohibición de fumar en espacios cerrados se evapore. La legislación no cuenta del otro lado. No me extrañaría, pues, descubrir que restaurantes y bares del Gran Buenos Aires gozan hoy de un éxito impensado, por el simple hecho de acoger a los fumadores reconvertidos en parias. En lo que a mí respecta, comprendo y respeto el derecho de los no fumadores a protegerse del humo ajeno, pero no puedo evitar sentir que muchos lo esgrimen con la saña del que señala, condena y expulsa a un réprobo. Quiero decir que existe mucha gente a la que le da placer censurar a otro en público, señalar sus presuntas faltas, y que esta prohibición les da carta blanca para fruncir la jeta en una expresión horrible, alzar el dedo índice delante de nuestras narices y gritar: “¡Aquí no se fuma, fuera, fuera!”.

Lo que más me preocupa, en todo caso, es la proliferación de controles de alcoholemia que hay en las calles. A mí me gusta beber buen vino cuando como, que quieren que les diga. Y como basta una copa para ponernos en la zona roja del control, me he visto compelido a modificar mis costumbres (una vez más). El viernes pasado, al regresar a Capital, le cedí el volante a mi mujer. Menos mal que a ella no le gusta el vino tanto como a mí, porque en ese caso me vería obligado a cambiar (por enésima vez) de costumbres, beneficiando al servicio de taxis -o buscándome una mujer abstemia.

Cuán mansos somos, y por todos los motivos equivocados.

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25 de octubre de 2006
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LEER NOS DIFERENCIA

¿Verdad que parece el eslogan de una campaña oficial para impulsar la lectura? De cualquiera de esas campañas cargadas de buenas intenciones y de roñosos resultados. Pues, aunque no lo parezca, lo es. Ciertamente nos diferenciamos por lo que leemos. Si bien creo que la diferencia fundamental la marca lo que no leemos.

Yo, perdón por señalarme, más pronto que tarde me di cuenta de que nunca llegaría a nada. Sería un otoño en Alcalá hacia 1962. ¿Qué se podía esperar de un adolescente que prefería pasarse las horas en la biblioteca municipal leyendo desordenadamente a Tin-Tin, Stevenson, Scott, Tolstoi o Alejandro Dumas que estudiar Física? Las lecturas eran divertidas, no tanto como las chicas. Pero en una lista de asuntos de placer estaba muy bien colocada la lectura. Eso no era lo más normal. Aunque sin duda antes que la lectura estaba el cine. Han pasado los años y creo que ya no está el cine antes que las lecturas para medir nuestros momentos placenteros. Pero entonces, entrar en aquella biblioteca municipal, tan tranquila y acogedora, tan llena de posibilidades, era como una sensación de poder sumergirnos en placeres. No los mismos tan mágicos, inmediatos, oscuros y suavemente pecaminosos que proporcionaba el cine, pero no estaba tan lejos la lectura del cine. Sobre todo cuando nos fuimos dedicando a leer ciertas cosas que no eran aconsejables. Entonces las lecturas ganaron grados de placer, se convirtieron en placeres prohibidos. Había otros placeres, pero no mejores que los prohibidos. Y  si además en las tardes de biblioteca teníamos la suerte de que la hija del bibliotecario -la recuerdo perfectamente como una silenciosa adolescente, blanca de piel, de pelo castaño y buena lectora – que era tímida pero con fugaces miradas, se ponía en la mesa de enfrente, la tarde se rebajaba de lecturas pero se llenaba de miradas y ensoñaciones.

¿Leer me hizo diferente? Es posible. Uno es lo que lee, eso decía, en la presentación del Plan de Fomento a la Lectura de la Comunidad de Madrid, la propia presidenta de la Comunidad, Esperanza Aguirre. ¿Qué habrá leído la presidenta, que es más o menos de mi generación, para que yo la vea tan diferente a mí? ¿Qué lecturas nos hacen diferentes? ¿Cuándo? ¿Por qué? ¿Quién nos lleva por el camino de encontrarnos leyendo a Beckett o Camus en vez de a Martín Vigil o Alfonso Paso?

La campaña, presentada con mucha formalidad, se presenta como la mayor inversión para propiciar la lectura que nunca haya realizado una comunidad. Las cifras son altísimas en millones de euros. Se comprarán ocho millones de libros para ampliar y mejorar los fondos de bibliotecas. Se creará una red de 700 bibliotecas escolares. Se construirán nuevas bibliotecas de distrito. Se prestarán libros en el metro. Se ha contado con los gremios. Con los libreros, los editores, los bibliotecarios y con algunas fundaciones. Todo parece magnífico. Me marea un poco pensar en la inversión de 500 millones en doce años en el fomento de la lectura. ¿Y si pierden estos políticos las elecciones? Una propuesta cultural como ésta la continuará quien venga. No sé, todo muy bonito. Yo salgo razonablemente satisfecho pero con muchas dudas… ¿Qué libros se comprarán? ¿Quiénes los comprarán? ¿Cómo se distribuirán?... Porque si aceptamos que leer nos hace diferentes ¿cuál será la diferencia entre un libro de Pío Moa y otro de Santos Juliá para el gobierno que impulsa esta campaña? Me gustaría saberlo. Sobre todo porque quiero aplaudir impulsos lectores. Aunque vengan de un lugar tan raro como es el poder. Ya sé que somos muy liberales, sí, pero unos más que otros.

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25 de octubre de 2006
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Por qué le quiero tanto

La publicación de una nueva antología de George Orwell (Matar a un elefante y otros escritos, Turner/Fondo de Cultura), con un sagaz prólogo de Arcadi Espada, nos proporciona la ocasión de declararle nuestro amor. Amamos a Orwell porque es:

A. Un hombre honrado. Y eso quiere decir que uno puede fiarse de él. O lo que es igual: a la hora de ejercer un juicio no distingue entre poderosos y débiles. No se inclina ante el poderoso o ataca en exclusiva al enemigo de “los nuestros”, pero tampoco es zalamero con el débil. Por esta razón fue implacablemente perseguido por los comunistas, una ideología que fundó su poder en mentir   constantemente a los más débiles. Todavía hoy, buena parte de la izquierda paleolítica no lo soporta.

B. Un adulto. Todo lo que escribe da por supuesto que lo va a leer gente normal, preparada, razonablemente informada y autónoma. No hace concesiones paternalistas a la ignorancia, ni tampoco a los acuerdos mafiosos entre masas gregarias. Da por supuesto un alto grado de individualidad en su lector, el cual puede ser conservador, liberal, socialista o comunista, y sin embargo mantener un criterio propio e independiente del partido. En consecuencia, no aburre al lector con la exposición de grandes principios. Va directo al final. Es sobrio.

C. Un escritor que no desea tener “personalidad”. La importancia de lo que nos cuenta está fuera de su persona; está en la vida exterior y no en lo íntimo de su carácter. No quiere ser original, no desea distraer al lector con exhibiciones circenses de bella escritura. No se presenta como un virtuoso con boina de terciopelo rojo. No trata de vender la belleza de su alma. Sus artículos no son gabardinas abiertas que muestran el tamaño de su moralidad. Le importa un bledo lo que el lector piense sobre él. Su intención es que el lector se concentre sobre lo que está escribiendo. Sobre lo que viene al caso.

D. Un buen observador. Siente una profunda curiosidad por las personas que le rodean. No sólo le interesa saber cómo son, sino sobre todo por qué hacen lo que hacen, y cuáles son sus deseos, a veces tan difíciles de expresar. Esa curiosidad va dirigida al personaje singular, al caso individual, a las gentes de una en una. Sólo tras haber observado muchos casos aislados y singulares, puede proponer una generalización. En este punto se comporta al contrario de los actuales periodistas, los cuales primero clasifican al personaje por su generalidad más obvia (“es del PP”, “es conservador”, “es facha”, “es socialista”, “es neocon”, etc.) y sólo luego, si queda espacio, lo singularizan.

E. Una persona respetuosa. Cuando manifiesta sus desacuerdos, lo hace siempre de un modo razonado y buscando la comprensión del adversario. Si no basta con un intento, lo repetirá sin fatiga ni impaciencia. A menos de que constate que su adversario es un ideólogo malintencionado que antepone sus creencias (y seguramente su cartera) a la objetividad. Entonces no duda en usar palabras educadas como “idiota”, “sandio” o “majadero” para despachar al intruso. En el espacio de la discusión no caben los maleantes intelectuales. Curiosamente, los actuales periodistas nunca recurren a palabras como “idiota” etcétera, pero tampoco hacen el menor caso de la argumentación. No le tienen ningún respeto. Respetar el argumento supone, también, poner al adversario en su sitio cuando carece de respuestas. Sacarle los colores.

F. Un ciudadano recto. O lo que viene a ser lo mismo: sabe que entre dos posiciones antagónicas, antitéticas e incompatibles, sólo una de ellas es verdadera. En eso recuerda lo que tantas veces ha repetido Fernando Savater: no es cierto que en democracia deban aceptarse todas las ideas. Sólo hay que admitir las buenas. Aunque pertenezca a la más profunda fe religiosa, la creencia de que hay que humillar y pegar a las mujeres no puede ni siquiera discutirse. Orwell, sin duda, sacrificaba lo que hubiera que sacrificar con tal de dejar bien claro cuál era la postura buena y cuál era la mala. Y lo remarcaba y lo repetía para que no cupiera ninguna duda.

Eso le valió la enemistad absoluta de casi toda la intelectualidad europea el día en que puso a Hitler junto a Stalin como dos modos de lo mismo, y el día en que denunció los asesinatos cometidos por los comunistas catalanes durante la guerra civil. Todavía hoy un libro con el título de Homenaje a Cataluña no ha recibido el más mínimo homenaje por parte de la partitocracia catalana.

Sólo el Ayuntamiento, hace muchos años, le dedicó una plaza, pero es que no lo habían leído. Cuando alguno de ellos lo leyó se quedó horrorizado. Entonces le dieron una calle a Sabino Arana.

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25 de octubre de 2006
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EN EL BLANCO DEL BLOG

¿Adónde apunta el bloguero? Como persona que tiene la doble desgracia de escribir un blog y de teorizar sobre el ciberespacio, siempre he creído que solo existe una respuesta a esta pregunta: el blog no apunta a ningún blanco, es meramente una forma moderna y electrónica de organizar fragmentos. No estimula la construcción de una teoría coherente o la recopilación completa sobre un tema. En otras palabras: el blog es una nueva forma de escritura que no se puede comparar con el artículo del periódico o con el texto del libro.

Es la manera en que miraba en Valencia la semana pasada en el auditorio del «oceanografic», el trabajo de la pequeña tribu de blogueros sentados en un rincón: hacían la cobertura en directo del Primer Congreso Internacional de Nuevo Periodismo. Yo participaba como ponente en el evento, que tenía algo de surrealista pues un acuario gigantesco, que incluía a un par de pequeños tiburones, se encontraba detrás del escenario. El nuevo periodismo se parecía a un pez tropical.

Ahora bien, leí, a veces en tiempo real, casi todos los blogs escritos en el lugar, poblado por muchos estudiantes de periodismo. No eran malos ni tampoco buenos, eran, tal como lo esperaba, unos fragmentos de lo que se decía. Una aceleración de la cobertura para rozar la simultaneidad. Como participante, podía notar el peligro del proceso. Más o menos, cada uno de nosotros tenía veinte minutos para hablar. Después, unas preguntas permitían decir algo más en respuestas apresuradas. Al final, no había tantos errores en los blogs, pero los había. En mi caso, expliqué que la prensa vive la muerte del modelo «Top-down»; es decir, del modelo donde el editor decide desde arriba lo que la audiencia, abajo, tiene que recibir. Expliqué que en lugar de aquella oferta, es ahora la audiencia la que rige el juego al coger en línea lo que le interesa (la forma moderna de la demanda es coger por sí mismo). En unos casos, esto se transformó en una opción última: solo existe demanda de la audiencia para los contenidos producidos por la audiencia. Pero, al final, no hubo tantos errores.

No voy a decir quiénes fueron los buenos o los malos de la película digital pero, después de leer también los artículos de la prensa, voy a admitir quién ganó: el cable (en ciertos países se dice «despacho») de la agencia de prensa. Es donde, más o menos, se acercaban mejor a lo que he dicho. Puedo citar los cables de manera global, tanto de Europa Press como de EFE o de Panorama. Quedó demostrado para mí, que empecé a trabajar como periodista en una agencia de prensa, que lo contrario del blog es el cable de agencia, con su voluntad de recoger todo en un texto escrito según la técnica de la pirámide invertida (lo mas importante en el primer párrafo, y cada elemento menos importante ubicado de manera gradual en cada párrafo siguiente). Creo que en un mundo donde cualquier éxito es una oportunidad para lo contrario, hay un gran futuro para la síntesis como forma periodística. En este sentido, al contrario de lo que acabo de decir, voy a reconocer quién fue para mí el ganador: el cable de un portal que desconozco, que publicó en idioma valenciano una excelente síntesis: «Réquiem por el Ciudadano Kane». PS: para los que lean el inglés hay un reportaje fenomenal en The Guardian sobre talleres de literatura que reciben policías de la ciudad mexicana de Nezahualcoyotl. Se trata, a través de la lectura y de la escritura, de mejorar el nivel de las fuerzas de seguridad. El texto alude a la traducción en código radio del primer capítulo del Quijote: “En un 22 [lugar] de La Mancha de cuyo 62 [nombre] no quiero acordarme”.

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24 de octubre de 2006
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COMPRANDO LIBROS

Sigo en la librería pero antes he dado una vuelta por la red. No diré que he comido botillo, pero he tenido tentaciones. Sí que escuché el disco de Sabina, es más, me puse dos veces la canción de García Montero. Después me acordé de mi admirado Benet, de su capacidad para gozar sin dejar de beber. ¡Qué admirable, ni Ángel González es capaz de imitar tanta dedicación a esas aguas escocesas! De Benet eran notables hasta las frivolidades. Sabio Don Juan capaz de enamorar a poetas, casadas, pelirrojas o hermosas con sabor a manzana. También ahogó pueblos y escribió libros. Una vida breve que dio mucho juego. Repitió algunas cosas. Y repitió en asuntos de amistad. La amistad, ya se sabe, es como la morcilla, como la historia de España, se repite. No está mal que se repita pero sin sangre. No soy obediente ni con los inteligentes. Me gusta equivocarme solo. No quiero llegar a ningunas alturas. Prefiero seguir paseando con hermosas y bebiendo crianzas de camino a los reservas. Y no me importa repetirme. Ni me pienso suicidar porque los jueves se me repitan. Me gusta volver por lugares, paisajes y paisanajes que conozco. En este blog tan reciente en mi vida, creo, porque no me leo, que apenas había frecuentado a algunos amigos que hacen poemas y que cantan. Si además publican un libro importante, para mí y para Corín Tellado, diga lo que quiera Agamenón o su porquero, pues no pienso callarme mientras me dejen seguir haciéndolo. Y conste que me gusta mucho encontrarme rodeado de gente tan lista, tan culta y tan preocupada por mejorar mis desvíos de lo profundo, de lo elevado… pero eso no me quitará el placer de las músicas  de los bajos fondos según Sabina. Ni de descansar o inquietarme con las habitaciones poéticas de García Montero. Y termino con mis amigos. Aunque prometo que volveré con ellos. Y también dos huevos duros.

Vuelvo al principio. Sigo en la misma librería. He terminado mi compra. A punto de salir de la librería entra un cliente. No es muy alto, tiene curva cervecera o de comer botillos, lleva un traje bueno y un tanto descuidado. Es más o menos rubio aunque ya las entradas se señalan seriamente en un estilo que podría ser el de Tin-Tin si hubiera cumplido cincuenta años. Cuando entra pregunta muy decidido por el libro de Bioy Casares sobre Borges, le dicen que todavía no lo han recibido. Se lamenta en voz alta con los libreros. Y se pone a buscar por los estantes. Me interesa saber qué comprará ese cliente. Se llama Miquel Barceló. Una reproducción de uno de sus cuadros con librería cubre una pared de un querido refugio mío. Un  pintor que admiro. Seguro que es un buen lector. Además me gustó su libro de pensamientos y notas sobre el arte, África y otros pensamientos despeinados.

En diez minutos, sin muchas dudas, compró algunos libros que me confirmaron estar ante un tipo tan brillante y singular como parece el pintor. Ya sabíamos que estaba ilustrando el próximo libro de ese “disidente de los disidentes”, del poeta y ensayista polaco Adam Zagajewski. No nos pareció raro que el primer libro que comprara era el recién publicado ensayo, Dos ciudades. Después compró un libro de poemas, de un excelente poeta que mucho tiempo estuvo tapado por el gran narrador que también fue. Hablo del último libro de poemas de Raymond Carver publicado en español, Todos nosotros. Después siguió con un delicioso libro, un libro que indica que debe vivir con su familia y otros animales, Interpretar a los animales, de Temple Grandin y Catherine Jonson y que tanto gustó a Oliver Sacks y a mi amiga y famosa escritora blogera, Almudena Montero. ¡No se me corrige esa fea manía de hablar de mis amigos!

Y para terminar con las compras de Barceló, también se llevó a uno de esos autores que hacen que nuestras noches o nuestros días lluviosos transcurran de manera más interesante, la última entrega del ya clásico Henning Mankell, El cerebro de Kennedy.

No le podré comprar un cuadro, pero le puedo imitar en las lecturas. Le seguiré espiando.

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24 de octubre de 2006
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Sobre la paternidad de la obra artística

Un artículo de Terrence Rafferty en el New York Times me informó sobre la pelea entre dos artistas a los que admiro, y a los que conocí como socios: el director de cine Alejandro González Iñárritu y el guionista Guillermo Arriaga, responsables del tríptico compuesto por Amores perros, 21 gramos y la actual Babel. Según parece, su desacuerdo llegó a tales proporciones que Iñárritu le prohibió a Arriaga que asistiese a la premiere de Babel en el Festival de Cannes, lo cual equivale a que el padre de una criatura le prohiba a la madre que asista a la comunión del niño. Puesto a buscar razones que justifiquen semejante decisión, Rafferty anota que desde el éxito de Amores perros Arriaga se convirtió en “un promotor muy vocal y particularmente insistente” de la importancia de los guionistas –como si esto tornase razonable el veto de Iñárritu, cuando en realidad se trata de un reclamo que, como parte interesada del asunto, considero justo y necesario. “La gente va a ver películas por las historias, y recuerda películas por sus historias”, dice Rafferty que Arriaga ha dicho. En realidad se trata de una exageración, puesto que mucha gente va al cine a ver actores que le gustan, o detrás de géneros predilectos. Pero en lo que Arriaga no se equivoca es en su reivindicación de la importancia del guionista, en las  películas en general y particularmente en aquellas con pretensiones artísticas. “Cuando oigo hablar de cine de autor, yo digo siempre cine de autores,” dice Rafferty que Arriaga dijo: “El cine es un proceso colaborativo y merece varios autores. Sería saludable que existiese un debate al respecto”. No puedo estar más de acuerdo. A esta altura de la historia, la vieja teoría de que un film es hijo tan sólo de su director resulta tan absurda como pretender que una criatura es producto tan sólo de un único progenitor, cuando se necesitan dos personas para procrearla y bastantes más para criarla como se debe.

Rafferty sugiere que este tipo de disputas no le interesan a nadie, dado que a la gente le da igual quién hizo qué cosa en una película. Si bien esto es cierto, también lo es que la percepción pública acepta que el autor de un film es básicamente su director, lo cual supone para el mismo un cachet muy superior al del guionista y mayor crédito artístico. De todos modos estas reivindicaciones gremiales no ocultan el fondo de la cuestión, que tiene que ver con la elusiva paternidad de una obra de arte de naturaleza inequívocamente colectiva. Según parece, Iñárritu se habría ofuscado porque Arriaga reclamó repetidas veces su autoría sobre “el 95 por ciento de la estructura de 21 gramos” y también “el 99 por ciento, o casi, de la estructura de Amores perros”. A mí me llama la atención, en todo caso, que Iñárritu pueda haber entendido que eso equivalía, ¡aun en caso de ser cierto!, a reclamar autoría sobre la totalidad de la película. Yo creo que tanto Amores perros como 21 gramos son mucho más que su estructura, por brillante que esta sea; y además tiendo a creer que incluso en cuestión de su estructura, no sólo Iñárritu debe haber tenido algo que ver, sino también su editor –otro de los autores de un film.

Yo imagino que Iñárritu es tan autor de estas películas como Arriaga, lo cual supone su viceversa: que Arriaga es tan autor de estas películas como Iñárritu, y que los films tampoco serían lo que son si no hubiesen contado con semejantes actores, con su director de fotografía, con sus músicos, con su editor. En lo que sí coincido con Rafferty es en la paradoja del desacuerdo entre estos dos grandes artistas. Sus obras en conjunto hablan precisamente sobre la interdependencia, sobre la forma en que las vidas y los destinos individuales se entretejen, creando una noción de responsabilidad mutua y colectiva que habitualmente se nos escapa. “Hay mucho caos y violencia en sus películas,” dice Rafferty, “que son consecuencia de la agresión irracional, la estupidez, las frustraciones poco comprendidas y la persecución de metas egoístas. Y aun así, las brutalidades que los personajes se infligen entre sí en su aislamiento terminan dando lugar, de alguna manera, a una visión unificada, reconciliadora, que sugiere que todos-estamos-juntos-en-el-mismo-brete. Suena como hacer películas, para mí”.

Lo mismo digo. Estoy seguro de que a Arriaga le costaría encontrar un director que sea mejor que Iñárritu, así como me consta que a Iñárritu le costaría horrores encontrar un guionista con la visión y el talento de Arriaga. A menudo los grandes artistas producen sus mejores trabajos en colisión con otros artistas, porque se impulsan a superarse de una forma que nunca hacen cuando trabajan solos: se sacan chispas, se desafían y terminan produciendo una obra conjunta que es superior a sus obras individuales. Rafferty cierra su artículo citando Let It Be, una canción de Lennon-McCartney, como una forma de rematar el argumento. Lo que también resulta paradójico es que aunque esté firmada a dúo Let It Be es una creación de McCartney por entero. Pero de todas formas, lo que sabemos sobre las canciones que efectivamente Lennon y McCartney crearon en conjunto, o para impresionar al otro, y la comparación con el grueso de sus obras solistas, apuntala con creces el razonamiento de Rafferty. Hoy ya no podemos contar con que existan más obras Lennon-McCartney, pero al menos podemos esperar que existan más películas Iñárritu-Arriaga.

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24 de octubre de 2006
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El Boomeran(g)
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