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AZORIN Y ORTEGA

Frente a la ancianidad como estilo de vida que eligió Azorín, Ortega aspiró a ser un mozo hasta el fin de sus días. Ayer aludía al modo en que Azorín valoraba la degustación de los recuerdos, la memoria como un vivere que reemplaza a la vida. Ortega, por el contrario, escribía en su prólogo a la segunda edición de España invertebrada: "El deseo, secreción exquisita de todo espíritu sano, es lo primero que se agosta cuando la vida declina. Por eso faltan al anciano, y en su hueco vienen a alojarse las reminiscencias".

Las dos expresiones, de Azorín y Ortega, se encastran como dos estructuras personales dispares. El vacío del vaso donde se complace la fragancia azoriniana viene a ser plenitud deseosa en el pensamiento sensual de Ortega. El vacío se corresponde tanto a la enteca dicción del Azorín clásico como el plato a rebosar corresponde a la prosa suculenta del Ortega desbordante. La estética nacarada del ayuno en uno y la estética del apetito colorado en el otro.

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8 de agosto de 2006
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Cazar y cantar

Y ya que hablamos de madres, ¿cantan todas las madres la misma cantilena a sus criaturas? ¿Todas las criaturas se duermen, como las fieras, en cuanto suena la lira de Orfeo? Ciertamente, el ámbito europeo/americano tiene una apariencia homogénea en este punto, la misma aliteración presente en “nana” y en “lullaby”, con su ritmo de mecedora, así lo sugiere, pero ¿qué cantan a sus recién nacidos las madres pekinesas? ¿Se adormecen los niños chinos con nanas ultra agudas en plan lechuza?

Lo digo porque la vieja hipótesis de Rousseau ha regresado inesperadamente. Steven Mithen, de la Universidad de Reading, afirma que la música es anterior al lenguaje y lo defiende con argumentos arqueológicos y neurocientíficos en The Singing Neanderthals: The origins of Music, Language, Mind and Body (Harvard UP).

Jamás podría tomar en serio ningún trabajo con semejante título, pero un experto como William H. McNeill, emérito de la Universidad de Chicago, dice que es “una erudita e imaginativa panorámica de la más importante y elusiva dimensión del real pero indocumentado pasado remoto, a saber, cómo la comunicación entre nuestros antepasados cambió sus vidas, hizo más sólidas sus comunidades, y mejoró la supervivencia”.

La hipótesis no es muy distinta de la que sostuvo Rousseau hace casi tres siglos en uno de sus escritos menos conocidos y poquísimas veces editado, el Essai sur l’origine des langues, oú il est parlé de la mélodie et de l’imitation musicale. Todos los músicos deberían leerlo.

Según Rousseau los gritos pasionales fueron el ur-lenguaje que daría lugar más tarde a los convencionalismos lingüísticos. Quejas amorosas, súplicas hambrientas, susurros de intimidad, balbuceos de pánico, aullidos de dolor, forman un repertorio que luego se pondría en allegro, scherzo y adagio, y sólo más tarde en verbo, sujeto y predicado. Rousseau deseaba que la razón lingüística, el logos, se fundara en la pasión y no en la necesidad.

La hipótesis de Mithen tiene, como la de su antepasado ginebrino, un elemento novelesco. Según el prehistoriador, esa habría sido la causa eficiente de la misteriosa extinción de los Neandertales, los cuales fueron incapaces de pasar de la música al lenguaje.

Es una imagen fascinante y terrible. Un pueblo entero que ha sobrevivido doscientos mil años cantando y bailando, pero que se extingue aceleradamente cuando se enfrenta a competidores parlantes. Resulta estremecedor imaginar a aquellas pobres gentes cantando en coros desesperados su consunción y muerte, mientras los enemigos preparaban ataques cada vez más certeros, perfectamente articulados por sus rétores.

Me conmueve particularmente una frase de Mithen citada por McNeill:

they must have been highly emotional people

Desgarrador.

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8 de agosto de 2006
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Entonces, ahora y siempre

Rodrigo Fresán me recordó que ayer, domingo 6, se cumplieron cuarenta años del lanzamiento de Revolver, el disco de Los Beatles que simboliza la frontera entre la irresistible factoría pop-rock que habían sido hasta entonces y lo que comenzarían a ser de allí en más: una verdadera revolución cultural. Hasta el 6 de agosto de 1966, los carismáticos cuatro de Liverpool habían conocido una temporada de fama mundial que no se diferenciaba demasiado de las primaveras protagonizadas en su momento por gente como Sinatra y Elvis Presley: difundieron un estilo musical, vendieron millones de discos e impusieron modas. En aquel año encarnaban una suerte de non plus ultra del merchandising –no sólo vendían discos, sino además libros, figuritas, películas, pósteres, revistas, dibujos animados e infinidad de souvenirs-, y aunque habían empezado a insinuar preocupaciones que se apartaban de lo convencional en canciones como Help e In My Life, todavía se mantenían dentro de los cánones de la estrella pop. Cuando se habla del salto cualitativo de Los Beatles suele mentarse con razón a Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band, pero no hay que olvidar que Pepper da forma –una forma perfecta, habría que decir- a la ruptura que Revolver ya había planteado un año antes, hace precisamente cuatro décadas.

Hasta Revolver, los cantantes pop sólo expresaban amor, melancolía, requiebros del corazón o implícitos deseos sexuales. A partir de Revolver –no hay que olvidar que Dylan todavía no era considerado como un rockero, aunque Blonde On Blonde, también de 1966, terminaría de catapultarlo como tal-, los cantantes pop pudieron decir cosas como "yo sé cómo es estar muerto". (Frase que Lennon le oyó decir en una fiesta a Peter Fonda, un veterano de la experimentación con drogas lisérgicas.) Hasta Revolver, las bandas de rock respetaban un formato más o menos estándar de guitarras, bajo eléctrico, batería y algún teclado opcional. A partir de Revolver entendieron que les era lícito usar cualquier tipo de instrumento, incluyendo las potencialidades del estudio de grabación. Hasta Revolver, la imagen de los grupos –lo cual se extiende al arte de tapa de los discos- era uniforme: todos igualitos, misma ropa, mismo corte de pelo, una extensión de lo habitual entre las bandas de música popular de cualquier índole. A partir de Revolver las personalidades individuales se convierten en un statement en sí mismo: cada uno compone a su estilo, se viste como quiere y opina de manera individual. (Resulta difícil imaginarse al diplomático McCartney diciendo algo como somos más populares que Jesús, frase que Lennon pronunció por entonces para escándalo de muchos.) La elección de un collage como arte de tapa de Revolver se entiende, así, como algo más significativo que un capricho: era un signo de los tiempos y una propuesta de vida.

Revolver es el primer disco de Los Beatles que ya no opera tan sólo como una sumatoria de canciones, sino como una obra completa: un todo que es más que la suma de sus partes. (Intuyo que este resultado también fue una sorpresa para sus autores, que después buscarían repetirlo deliberadamente en Pepper.) Uno tiene la sensación de que ese microcosmos consigue sintetizar al entero universo que lo contiene: allí están lo clásico (Eleanor Rigby) y lo rupturista (Tomorrow Never Knows), allí están Oriente y Occidente, allí están la infancia (Yellow Submarine) y la muerte anticipada por la frase de Fonda, allí están el mundo material (en el dinero rapiñado por el Taxman) y lo inmaterial de los sentimientos amorosos, allí están el mundo natural y la tecnología de punta, allí están las formas “elevadas” de la cultura y también las formas populares…

Al rever los aprestos revolucionarios de Revolver, que concretarían tanto Pepper como el White Album y otras obras de artistas que recogieron oportunamente el guante, resulta difícil no sentir algo de nostalgia por aquel tiempo. El último gran salto de la música popular de difusión internacional tuvo lugar entonces, en la segunda mitad de los 60; a partir de entonces casi todo ha sido refrito, revisión, relectura. Supongo que sería ingenuo de mi parte esperar que ocurra algo similar en los próximos años, pero conservo la esperanza de que una explosión semejante se verifique en algún otro ámbito de la experiencia humana: en la literatura (a la que le vendría bien), en el uso de los medios electrónicos o, ¿por qué no?, en la práctica política entendida en su sentido más amplio. Porque aunque ya pasaron décadas desde que sonó por primera vez, hay gente en este mundo de hoy que todavía no oyó aquello de "Dénle una oportunidad a la paz".

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7 de agosto de 2006
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ENTRE AVIÓN Y REVOLUCIÓN

Es la última tienda del aeropuerto de Maiquetía, al lado de la última puerta para embarcar, la 25. No tiene nombre y propone una combinación tan extraña de libros que dos datos son obvios: esta tienda es una librería y es también un puesto de vanguardia de la revolución bolivariana.

¿Como lo sé? Muy sencillo: conocí a las librerías de Cuba antes del desplomo del campo socialista. Una mezcla de memorias de ingenieros soviéticos, de obras de poetas desconocidos, de manuales para sobrevivir a un ataque de los gringos y de novelas cuyos méritos dependían de la orientación política de sus autores. Claro que era imposible encontrar un libro de José Lezama Lima o de Virgilio Piñera, lo que no es el caso en esta tienda del aeropuerto de Caracas. Hay una compilación de poesías de Piñera, otra de Gastón Baquero, un magnífico volumen de Vicente Huidobro y, de manera inexplicable, decenas y decenas de traducciones de Emily Dickinson.

Todo viene mezclado con libros para hacer el balance de la conferencia de Porto Alegre, manifiestos sobre fórum sociales, denuncias de la Organización del Comercio Mundial y tesis sobre los efectos sociales de la globalización. La mutación política que implementa el presidente de Venezuela se parece hoy a esta librería: hay una voluntad de imponer un paquete a favor de la revolución bolivariana que no borra por completo las huellas del pasado; cosas resisten tal como un libro sobre el mejoramiento de la competitividad de las empresas centroamericanas, sobrevive olvidado en una ola de libros críticos del capitalismo.

“El pueblo es la cultura” se podía leer en la pantalla de la caja que utilizaba la simpática vendedora. Frente a este lema quería decirle algo como “valga la redundancia, sabes, la cultura también es el pueblo” pero vender era un acto burocratizado, complejo, y Debora Escobar lo hacía de manera seria. Sé su nombre tal como ella conoce el mío y mi número de pasaporte y a dónde iba, pues había que poner todo en la factura. Compré una cosa surrealista: la traducción al español de Vida del señor de Molière de Mijaíl Bulgakóv, una novela producida hace un cuarto de siglo por una imprenta argentina para una editorial de Barcelona y que se difunde en la Venezuela de Chávez.

Me pareció lógica, necesaria, la presencia del libro al lado de "La cuestión nacional" de Rosa Luxembourg, del panfleto J’accuse de Zola, de un ensayo sobre Petróleo, banano y flores en Ecuador, Azar de Conrad y un ejemplar muy cansado de Salambô de Flaubert. Fabulosa confusión. La factura de mi compra dice que la librería pertenece a la fundación Kuaimare del libro venezolano. Es del Gobierno Bolivariano de Venezuela que confirma lo que Cuba ya estableció: el desorden de una economía socialista empieza en los estantes de las librerías.

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7 de agosto de 2006
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Vacaciones forzosas

Queridos amigos: reventé.

Como he empalmado esta gira con la de mi novela anterior, llevo más de medio año sin dejar de viajar y contarles lo que veo en este blog. Pero hoy, mi cuerpo ha dicho basta.

El estómago fue lo primero en rebelarse. Comer todos los días en hoteles y restaurantes suena bien, hasta que lo haces durante dos meses. Entonces, llega un momento en que tu sistema digestivo se declara en huelga. Lo siguiente fue la garganta, como les conté la semana pasada. Pero ayer, mientras mi avión aterrizaba en Trujillo, algo dentro de mí estalló. Al principio, pensé que era el bloqueo de oídos normal. Pero duró todo el día. Y esta mañana, en el avión de regreso, se repitió.

El médico me explicó que la inflamación de garganta tuvo una especie de derivación traumática hacia el oído debido al cambio de presión del avión. Me recetó antiinflamatorios y analgésicos y me sugirió descanso.

-Imposible –le dije-. La semana que viene viajo a dos países más. Ya descansaré luego.

-¿Cuántos aviones va a tomar?

-Unos siete a lo largo de la semana.

-No va a llegar ni al tercero.

-¿Por qué? ¿Qué puede pasar?

-Sus oídos empezarán a sangrar y acabará perforándose el tímpano.

Ups.

-No entiendo. Nunca me había pasado esto. Fue sólo un avión. No duró ni una hora de vuelo.

-¿Fuma usted?

-Normalmente casi nada, pero en este viaje he tenido mucha presión.

-¿Tiene horarios de sueño regulares?

-Ni siquiera duermo en el mismo huso horario más de una semana.

-¿Trabaja mucho?

-¿Doce horas al día es mucho?

-¿Comidas? ¿Bebidas?

-No quiere usted saberlo.

-Ya. Entonces no es tan raro. Le informo que su organismo carece por entero de defensas. El problema no es que se va a quedar sordo, sino que se va a morir.

He tenido que cancelar mis viajes de las próximas semanas a Bolivia y Paraguay. Lo siento, amigos. Tengo una invitación a Santa Cruz en noviembre, y prometo que la aprovecharé para ponerme al día. Pero de momento, detendré todo el trabajo. También el blog. Ésta será mi última entrega del mes.

Prometo regresar el 1 de setiembre.

Si estoy vivo.

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7 de agosto de 2006
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EL VASO VACÍO

Escribe Azorín en su libro Castilla: "Del pasado dichoso sólo podemos conservar el recuerdo; es decir, la fragancia del vaso".

No puede calificarse a la cita de eminente pero da ocasión para pensar. Da a pensar la misma imperfección de su pretendida perfección literaria. El recuerdo, sugiere Azorín, es la fragancia del vaso pero ¿qué correspondería entonces al ser del vaso? ¿Dónde dibujar sus contornos? ¿Cómo no considerar -ya en el pasado-  la vanidad de la distinción entre memoria y realidad? El recuerdo parece a menudo comportarse como un residuo de lo vivido y de este modo su asimilación al aroma del perfume evaporado reitera la metáfora más inmediata. Puede, sin embargo, inducir a pensar que la fragancia resulta serlo únicamente después de efectuada la evaporación y no se gozará de ella sino en la completa ausencia de su sostén. El recuerdo se asienta así en el vacío. O bien: sólo el vacío puede ofrecer un consuelo de calidad tan fina.

Azorín fue una personalidad prematuramente anciana. Y no con el propósito de morirse a continuación sino para estacionarse en este andén de plata que, al cabo, le preservó de la muerte hasta después de cumplir los noventa años. 

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7 de agosto de 2006
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Estampa

Las imágenes de los bañistas canarios que se lanzan en auxilio de un grupo de subsaharianos recién llegados en un cayuco desfondado, el montón de cuerpos vencidos que se derrama sobre la playa de arenas oscuras, negro sobre negro, me parecen extraordinarias, inmensas.

No creo yo que nunca se haya visto nada semejante, bien al contrario, lo habitual es que los nativos reciban a los intrusos con la escopeta cargada y los perros tirando de la traílla. Basta pensar en la frontera sureña de los EE UU. ¿Cabe imaginar una acogida semejante a las familias mejicanas que cruzan el Río Grande y llegan agotadas, moribundas, desorientadas, a los pueblos del interior?

Tradicionalmente, el inmigrante siempre es mal recibido, despreciado, no pocas veces odiado. Los españoles en Alemania, los alemanes en Polonia (sí, cientos de miles), los polacos en Rusia, los rusos en París… Pero si además el inmigrante pertenece a otro mundo, chinos de San Francisco, rastas caribeños de Londres, senegaleses de París, el rechazo es más vivo y amenazador.

Sin embargo, a los bañistas de Canarias se les ve realmente conmovidos y acogen a los desdichados con lo que sólo puede calificarse de amor: los toman en sus brazos, les dan sombra y agua, los confortan. Me pareció advertir, incluso, que algunos les hablaban al oído para sosegarles, como dándoles a entender que “lo peor de la muerte ya ha pasado”, según afirma el profeta, aunque evidentemente aquellos pobres muchachos no podían entender ni una sola palabra y a duras penas comprenderían qué es lo que estaba sucediendo, pues no sabían ni siquiera a qué costa habían arribado.

Supongo que muchos nos vimos transportados en espíritu a Gritos y susurros, la maravillosa obra maestra de Bergman. Como en la película, es la Caridad la que mece en sus brazos al agonizante hasta dormirlo, mientras las hermanas mundanas abandonan a la madre moribunda porque tienen asuntos urgentes que resolver, comprar un abanico, verse con el amante. Escena tremenda, oscuramente ligada al más profundo temor de todo ser humano. Ese temblor con el que los condenados agarran la mano más próxima antes de hundirse en la nada.

¡Qué distinta escena, por cierto, la del encuentro entre Ulises y Nausicaa! También sucede en la playa, también el náufrago parece muerto y las muchachas acuden para auxiliarle, también acaba en brazos de su salvadora, también será el amor lo que una al desdichado y la princesa, pero este es el mundo joven y solar de los hijos de Helena. Nuestra escena, en cambio, es vieja, es bíblica, un mundo enteramente otro, mundo lunar a pesar del sol abrasador de las Canarias, más cercano a Samaria que a Ítaca.

He podido ver esas imágenes cuatro o cinco veces. A partir de la tercera, trataba yo de constatar a toda velocidad, en pocos segundos, algo que me intrigó al principio, pero no estoy seguro de haberlo comprobado. ¿No son sólo mujeres quienes cogen en sus brazos a los desesperados? Naturalmente hay hombres que se agitan arriba y abajo con el agua, las toallas, algo de ropa, un poco de comida, afanándose generosamente, pero ¿acaso no están todos los agonizantes en brazos de mujeres?

Los cuerpos blancos, carnosos, cuerpos de mujeres maduras, casi desnudas, sostienen en sus brazos a unos jóvenes negros de piel metálica, delgadísimos, de miembros filiformes, surreales. He aquí una renovación inesperada de la escena capital del cristianismo, la Pietá. Ahora María es una bañista en topless y Jesucristo un senegalés medio muerto de fatiga.

Se prestaría al kitsch, al chiste sórdido, a la vileza televisiva, si no fuera porque ambas estampas, la clásica y la moderna, simbolizan lo mismo, exactamente lo mismo: una madre, su hijo, y la muerte (esos trapos manchados de sangre que flotan en la orilla junto al cayuco) agarrándole al hombre por la nuca con sus dedos de hueso.

Para mi asombro, ésta es la única fotografía que he encontrado en la red, en donde una mujer auxilia a uno de los subsaharianos llegados a la playa canaria. Pertenece a El Periódico de Cataluña. Todas las demás son de hombres y autoridades.

Inmigrante

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7 de agosto de 2006
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Los crímenes de la virtud

L. M. R. tiene 19 años, pero la inteligencia de un niño de ocho. Hace alrededor de cuatro meses un tío la violó, a resultas de lo cual quedó embarazada. Quizás porque su familia es demasiado humilde para reunir los pocos pesos que requiere un aborto clandestino, o quizás porque su madre quiso hacer las cosas por las buenas –la ley amparaba a su hija en este predicamento, por lo menos en la teoría-, la mujer llevó a la muchacha a un hospital estatal. La intervención estaba a punto de practicarse, cuando una fiscal metió baza e impidió la terminación del embarazo. Entonces el caso tomó estado público. El trance al que L. M. R. estaba sometida, por el ataque original de una persona en quien confiaba y ahora por el revés que le propinaba la Justicia –un poder en el que también confiaba-, empezó a ocupar gran espacio en los noticieros y en las primeras planas. La Argentina es un país que todavía penaliza el aborto, pero que en casos como el de L. M. R. justifica y por ende permite su realización. A partir de ahora debería aclararse: no siempre –aun cuando la letra de la ley lo establezca con claridad.

El escándalo ayudó a que la Corte Suprema de la provincia de Buenos Aires se moviese con celeridad. Les llevó poco tiempo rebatir la iniciativa de la fiscal (que a esa altura se lavaba las manos diciendo que nunca se había enterado de que L. M. R. era discapacitada, lo cual, en todo caso, certificaba que había hecho muy mal su trabajo), aunque con dictamen dividido: seis jueces votaron a favor de permitir el aborto, en contra de otros tres –uno de los cuales se permitió sugerir en su dictamen que era necesario solicitar el permiso del violador, en su carácter de padre de la criatura nonata. ¿Escucharon alguna vez disparate semejante? ¿Desde cuándo apropiarme por la fuerza de algo que no me pertenece me concede automáticos derechos sobre el botín? (Me refiero a casos de derecho individual, dado que nos consta que en materia de naciones agresoras la violencia da derechos, como se nos informa a diario, tristemente.)

Pero las autoproclamadas “fuerzas defensoras de la vida” no se dieron por vencidas ni siquiera ante la Corte Suprema. Entre otras iniciativas, se encargaron de llegar hasta los médicos que debían realizar el aborto, amenazándolos con querellas criminales en caso de proceder. A pesar de que la ley establece claramente que este aborto no sería un crimen, la presión surtió efecto: el miércoles por la tarde los médicos anunciaron que la intervención no se realizaría, aduciendo que el embarazo ya estaba demasiado avanzado. A nadie le importa que no hubiese estado demasiado avanzado cuando la madre de L. M. R. reclamó su derecho en un hospital estatal. Nadie se hace cargo del mal que el Poder Judicial le está haciendo ahora, al violarla por segunda vez.

  Dentro de algunos años, los “defensores de la vida” seguirán brindando con champagne por su triunfo, mientras la criatura concebida por L. M. R. vive su vida de penurias, acompañada por una madre que más que madre será hermana menor y criada por quién sabe quienes, puesto que su abuela y su tía trabajan doble turno para conseguirles algo de comer. Es posible que esta criatura no sufra un retraso de origen genético como el de su madre carnal, pero nada indica que no vaya a sufrir daño neurológico como el que tantos niños sufren hoy en este país, por falta de alimentación adecuada. Y aún en el caso de que se les concedan cuidados excepcionales (el Ministro de Salud de la Nación calificó todo el asunto como “una tragedia institucional”), lo que nadie podrá impedir es que de aquí en más las mujeres violadas y embarazadas se nieguen a acudir a un hospital público: confiarán, más bien, en el aborto clandestino al que accederán si logran reunir 300 pesos –unos 70 euros- o bien en el viejo recurso de la aguja de tejer. Lo cual implica que es más que probable que estas víctimas vuelvan a victimizarse al sufrir infecciones, quedar estériles o simplemente morir, tan sólo para satisfacer la noción de virtud de algunos pocos –poderosos, pero pocos- que no quieren entender que la virtud impiadosa, tal como la definió Sandra Russo en una columna del diario Página 12, es un contrasentido. Aunque nadie vaya a buscarlos cuando esto ocurra (ningún medio informa nada cuando una pobrecita muere desangrada), estos “virtuosos” son para mí, sin duda alguna, los verdaderos criminales de esta historia.

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4 de agosto de 2006
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ENTRE MUJERES

El último penal que visito es la cárcel de mujeres de Chorrillos. Conforme me acerco al auditorio en que haré la presentación, mi audiencia va llegando. Supongo que es el sueño de todo hombre: un público de casi cien mujeres. Sólo que todas son presas por terrorismo. Eso impone.

Después de Castro Castro y Piedras Gordas, esperaba una recepción similar. Los presos de Sendero Luminoso, especialmente los dirigentes importantes, suelen actuar altivamente, desconfiar de mi lectura ideológica y dirigirme largos discursos sobre su posición política respecto a cada tema que mencione. Me sorprende constatar que, por el contrario, ellas me saludan con un beso y muestran genuino interés por escuchar. Imagino que el sólo hecho de ser el único hombre ahí ya crea un clima de simpatía automático, pero también me parece que las mujeres suelen ser así en todas partes: se toman a sí mismas menos en serio que nosotros.

Una de las internas me resulta familiar. Estoy seguro de haberla visto antes. Sólo cuando se acerca la reconozco: es Elena Iparraguirre, número 2 de Sendero Luminoso y novia de Abimael Guzmán.

-El doctor Guzmán ha leído su novela –me dice.

-¿En serio? –no sé qué decir-. ¿Y le gustó?

-Agradece que sea la primera vez que se habla de nosotros sin insultarnos. Pero le parece una novela demasiado neutral. Él considera que es necesario definirse, tomar posición.

-Fíjese. Lo mismo dicen los policías. Y hasta algún crítico.

Muchos policías me han hablado del miedo cerval que les inspiraba Elena Iparraguirre. En verdad, emana una intensa aura de poder entre sus compañeras. Y se hace notar. Cada cierto rato, participa en mi charla, haciendo apuntes sobre el sentido social en Balzac y otros autores. Es una persona culta y ahí entre las demás, de alguna manera tiene un aire de abeja reina. Al final, cuando me siento para tener una conversación informal, Iparraguirre no se mueve un milímetro, pero todas las demás se desplazan hasta formar un círculo a nuestro alrededor, dejándonos frente a frente.

Sin embargo, ni ella ni las demás son nada agresivas esta mañana. De hecho, la audiencia de Chorrillos resulta la más grata de las que he tenido en las prisiones. Cuando les explico que discrepo con ellas, no se empeñan en comenzar áridas discusiones ideológicas. Quieren saber de literatura, de cómo se escribe una novela, de si es fácil publicar. Quieren hablar de cine. Les pregunto si han visto la película que hizo John Malkovich basada en la historia de Maritza Garrido Lecca. Maritza no la ha visto. Las que sí, opinan que es una película horrible.

También hablan de sí mismas. Voy comprendiendo que hay un factor importante que las hace más flexibles: tienen hijos. Y esos hijos crecen allá afuera, en un mundo que las odia. Eso las obliga a tener una mayor conciencia del exterior. Otro elemento es que a menudo, el estado las ha tratado peor. Los presos varones, por ejemplo, tienen derecho a visitas íntimas de sus parejas. Ellas, no.

Mientras salimos, le cuento mis impresiones a mi amigo Carlos:

-Cuando llegaron a la cárcel no eran así –me comenta-. Eran como asexuadas, rígidas. No les importaba ser femeninas, lo consideraban burgués o algo así. Recuerdo el primer Año Nuevo en que se pintaron y empezaron a relajarse un poco. Parece una tontería pero fue un gran cambio en ellas. Aprendieron a sonreír.

-¿Y no se puede hacer eso con los hombres también?

-Eso estamos haciendo con todos, también con presos comunes. En noviembre, montaremos una exposición con sus trabajos de pintura y escultura, y hemos organizado un concurso de poesía entre cárceles. Las autoridades también han aceptado un ciclo de cine francés, y estamos haciendo cursos de ese idioma que reconoce la Alianza Francesa. Algunos de los liberados ya son profesores de ese idioma.

-Así se reintegran más fácilmente.

-A los presos, especialmente a los subversivos, hay que acercarles el mundo, porque ya no lo reconocen. Con frecuencia, no son conscientes de que su propio lenguaje ha dejado de ser inteligible allá afuera. Pero cuando leen y estudian más, comprenden que el universo es más grande que sus viejas consignas.

Antes de irme, vuelvo a cruzarme con Elena Iparraguirre. Al despedirse, me confiesa que está escribiendo una novela. El tema es político, me dice. Y no me sorprende.

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4 de agosto de 2006
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EL SOL COMO PROYECTO

A falta de proyectos colectivos tenemos, ahora, el tremendo calor. Cuesta trabajo explicar cómo los líderes no hacen más énfasis en el actual estado climatológico español, o súper español puesto que su escala nos acerca a otras muchas naciones que forman parte del mismo cocido ambiental.

Lo natural casi nunca tuvo mayor prestigio que lo cultural, pero estos últimos tiempos biodegradables han conferido eminencia a los asuntos de la Naturaleza. En consecuencia, ya que no logramos, por ejemplo, que Europa ilusionara a los europeos ni su Constitución consiguiera más que embarrancar ¿por qué no disfrutar la solidaridad y el tufo de la colectividad asediada por las furiosas temperaturas?

No hay mejor manera de conquistar la comunidad que el acoso externo y pocas oportunidades más rotundas para vernos fundidos que la plúmbea oleada de bochorno sin piedad.

Los medios de comunicación, los políticos, los arúspices, los sacerdotes pueden estar desaprovechando una redonda ocasión de oro para rescatar la idea de Humanidad, de nación, de época.

Gracias al terrible calor hallamos un enemigo de suficiente escala para retarnos a la batalla. Y más allá de la batalla contra el ominoso sofoco,  más allá de la victoria contra este cerco graso nos espera un espacio liso y fresco,  propicio para el beso, compatible con el abrazo cuerpo a cuerpo, pleno de una esperanza tan anhelada como una brisa infinita y transparente como el tiempo futuro que todavía, jornada tras jornada, no vemos amanecer.

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4 de agosto de 2006
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