Jean-François Fogel
Es la última tienda del aeropuerto de Maiquetía, al lado de la última puerta para embarcar, la 25. No tiene nombre y propone una combinación tan extraña de libros que dos datos son obvios: esta tienda es una librería y es también un puesto de vanguardia de la revolución bolivariana.
¿Como lo sé? Muy sencillo: conocí a las librerías de Cuba antes del desplomo del campo socialista. Una mezcla de memorias de ingenieros soviéticos, de obras de poetas desconocidos, de manuales para sobrevivir a un ataque de los gringos y de novelas cuyos méritos dependían de la orientación política de sus autores. Claro que era imposible encontrar un libro de José Lezama Lima o de Virgilio Piñera, lo que no es el caso en esta tienda del aeropuerto de Caracas. Hay una compilación de poesías de Piñera, otra de Gastón Baquero, un magnífico volumen de Vicente Huidobro y, de manera inexplicable, decenas y decenas de traducciones de Emily Dickinson.
Todo viene mezclado con libros para hacer el balance de la conferencia de Porto Alegre, manifiestos sobre fórum sociales, denuncias de la Organización del Comercio Mundial y tesis sobre los efectos sociales de la globalización. La mutación política que implementa el presidente de Venezuela se parece hoy a esta librería: hay una voluntad de imponer un paquete a favor de la revolución bolivariana que no borra por completo las huellas del pasado; cosas resisten tal como un libro sobre el mejoramiento de la competitividad de las empresas centroamericanas, sobrevive olvidado en una ola de libros críticos del capitalismo.
“El pueblo es la cultura” se podía leer en la pantalla de la caja que utilizaba la simpática vendedora. Frente a este lema quería decirle algo como “valga la redundancia, sabes, la cultura también es el pueblo” pero vender era un acto burocratizado, complejo, y Debora Escobar lo hacía de manera seria. Sé su nombre tal como ella conoce el mío y mi número de pasaporte y a dónde iba, pues había que poner todo en la factura. Compré una cosa surrealista: la traducción al español de Vida del señor de Molière de Mijaíl Bulgakóv, una novela producida hace un cuarto de siglo por una imprenta argentina para una editorial de Barcelona y que se difunde en la Venezuela de Chávez.
Me pareció lógica, necesaria, la presencia del libro al lado de "La cuestión nacional" de Rosa Luxembourg, del panfleto J’accuse de Zola, de un ensayo sobre Petróleo, banano y flores en Ecuador, Azar de Conrad y un ejemplar muy cansado de Salambô de Flaubert. Fabulosa confusión. La factura de mi compra dice que la librería pertenece a la fundación Kuaimare del libro venezolano. Es del Gobierno Bolivariano de Venezuela que confirma lo que Cuba ya estableció: el desorden de una economía socialista empieza en los estantes de las librerías.