Marcelo Figueras
Rodrigo Fresán me recordó que ayer, domingo 6, se cumplieron cuarenta años del lanzamiento de Revolver, el disco de Los Beatles que simboliza la frontera entre la irresistible factoría pop-rock que habían sido hasta entonces y lo que comenzarían a ser de allí en más: una verdadera revolución cultural. Hasta el 6 de agosto de 1966, los carismáticos cuatro de Liverpool habían conocido una temporada de fama mundial que no se diferenciaba demasiado de las primaveras protagonizadas en su momento por gente como Sinatra y Elvis Presley: difundieron un estilo musical, vendieron millones de discos e impusieron modas. En aquel año encarnaban una suerte de non plus ultra del merchandising –no sólo vendían discos, sino además libros, figuritas, películas, pósteres, revistas, dibujos animados e infinidad de souvenirs-, y aunque habían empezado a insinuar preocupaciones que se apartaban de lo convencional en canciones como Help e In My Life, todavía se mantenían dentro de los cánones de la estrella pop. Cuando se habla del salto cualitativo de Los Beatles suele mentarse con razón a Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band, pero no hay que olvidar que Pepper da forma –una forma perfecta, habría que decir- a la ruptura que Revolver ya había planteado un año antes, hace precisamente cuatro décadas.
Hasta Revolver, los cantantes pop sólo expresaban amor, melancolía, requiebros del corazón o implícitos deseos sexuales. A partir de Revolver –no hay que olvidar que Dylan todavía no era considerado como un rockero, aunque Blonde On Blonde, también de 1966, terminaría de catapultarlo como tal-, los cantantes pop pudieron decir cosas como "yo sé cómo es estar muerto". (Frase que Lennon le oyó decir en una fiesta a Peter Fonda, un veterano de la experimentación con drogas lisérgicas.) Hasta Revolver, las bandas de rock respetaban un formato más o menos estándar de guitarras, bajo eléctrico, batería y algún teclado opcional. A partir de Revolver entendieron que les era lícito usar cualquier tipo de instrumento, incluyendo las potencialidades del estudio de grabación. Hasta Revolver, la imagen de los grupos –lo cual se extiende al arte de tapa de los discos- era uniforme: todos igualitos, misma ropa, mismo corte de pelo, una extensión de lo habitual entre las bandas de música popular de cualquier índole. A partir de Revolver las personalidades individuales se convierten en un statement en sí mismo: cada uno compone a su estilo, se viste como quiere y opina de manera individual. (Resulta difícil imaginarse al diplomático McCartney diciendo algo como somos más populares que Jesús, frase que Lennon pronunció por entonces para escándalo de muchos.) La elección de un collage como arte de tapa de Revolver se entiende, así, como algo más significativo que un capricho: era un signo de los tiempos y una propuesta de vida.
Revolver es el primer disco de Los Beatles que ya no opera tan sólo como una sumatoria de canciones, sino como una obra completa: un todo que es más que la suma de sus partes. (Intuyo que este resultado también fue una sorpresa para sus autores, que después buscarían repetirlo deliberadamente en Pepper.) Uno tiene la sensación de que ese microcosmos consigue sintetizar al entero universo que lo contiene: allí están lo clásico (Eleanor Rigby) y lo rupturista (Tomorrow Never Knows), allí están Oriente y Occidente, allí están la infancia (Yellow Submarine) y la muerte anticipada por la frase de Fonda, allí están el mundo material (en el dinero rapiñado por el Taxman) y lo inmaterial de los sentimientos amorosos, allí están el mundo natural y la tecnología de punta, allí están las formas “elevadas” de la cultura y también las formas populares…
Al rever los aprestos revolucionarios de Revolver, que concretarían tanto Pepper como el White Album y otras obras de artistas que recogieron oportunamente el guante, resulta difícil no sentir algo de nostalgia por aquel tiempo. El último gran salto de la música popular de difusión internacional tuvo lugar entonces, en la segunda mitad de los 60; a partir de entonces casi todo ha sido refrito, revisión, relectura. Supongo que sería ingenuo de mi parte esperar que ocurra algo similar en los próximos años, pero conservo la esperanza de que una explosión semejante se verifique en algún otro ámbito de la experiencia humana: en la literatura (a la que le vendría bien), en el uso de los medios electrónicos o, ¿por qué no?, en la práctica política entendida en su sentido más amplio. Porque aunque ya pasaron décadas desde que sonó por primera vez, hay gente en este mundo de hoy que todavía no oyó aquello de "Dénle una oportunidad a la paz".