Ayer mi mujer me mostró un comentario en su Facebook y al mirar la pantalla, descubrí que su foto ya no estaba. En su lugar había una silueta sin rostro, que decía simplemente Nunca más. Hoy temprano leí un artículo de Victoria Ginzberg en Página 12 y entendí que muchísima gente había hecho lo mismo, sacar su foto y poner la silueta. Pero la gente que, como Victoria, perdió gente durante la dictadura, puso a prueba otra variante: sacar sus fotos y poner la de sus padres, tíos, amigos, hermanos desaparecidos.
El pasado no ha pasado. Sigue actuando en el presente. Cuando uno de los represores juzgados dijo días atrás que su único error había sido 'no haberlos matado a todos', no se puede menos que entender que cierta visión mesiánica y violenta persiste en nuestra sociedad. El Tigre Acosta no es el único en pensar así. Hay gente, por lo demás, que repite ese esquema de pensamiento con otros colectivos humanos. Le gustaría poder pasar la guadaña bien al ras allí donde crecen los -a su juicio- indeseables. Inmigrantes ilegales. Pobres. Piqueteros. Partidarios del aborto. Homosexuales. Jóvenes de piel oscura, por simple portación de rostro y de miseria. A esta gente tan blanca y tan proba se le hace agua la boca cuando piensa en la posibilidad de arrasar con todos ellos. Si les diesen tan sólo una mínima oportunidad...
Por suerte hay cosas que persisten a pesar de la violencia. La editorial Ventisieteletras acaba de editar aquí en España los Cuentos completos de Rodolfo Walsh. La simple idea de que el arte de Walsh siga difundiéndose y haciendo olas es reconfortante. Walsh es uno de mis escritores argentinos favoritos de todos los tiempos, al nivel de Borges, de Arlt, de Cortázar. El hecho de que su obra se conozca cada vez más es la respuesta más perfecta a la insaciable sed de matar del Tigre Acosta. Porque Walsh fue uno de los que mataron, y sin embargo habla en estos días más alto y claro que nunca.
Hoy se cumplen 24 años del inicio de la dictadura militar en Argentina. Yo no me olvido.