Marcelo Figueras
Antes que la receta dudosamente revolucionaria propuesta por Shields en su libro Reality Hunger: A Manifesto (según Shields, a la novela muerta de muerte natural hay que oponerle ‘la anti-novela, construida a partir de sobras, de la chatarra’: o sea, un refrito del ya clásico cut and paste, justificado ahora por las facilidades que las nuevas tecnologías regalan a los cultores del plagio), me interesa su diagnóstico.
Para que un manifiesto, tanto artístico como político, haga olas (y Shields las está haciendo, a juzgar por la reacción en la red y en medios como el New York Times y el New Yorker -gracias, Gonzalo B), lo importante es que traduzca una sensación de malaise que debe haber estado flotando en el aire hasta entonces sin que nadie la nombrase del todo, o al menos con agudeza. Y cuando gente como Michiko Kakutani y James Wood se hace cargo del asunto, es porque algo está sonando. No hace falta recurrir a generalizaciones como ‘el público’, o ‘los lectores’, para esconder la mano que tira la piedra: estoy convencido de que somos muchos los escritores (y Shields lo es, y hasta hace poco lo era además a la vieja usanza) que creemos también que el Estado Actual de la Novela es, por así decirlo, poco excitante. ¿Quién podría disentir con Shields cuando sostiene que la mayoría de lo que se edita es aburrido y produce, en consecuencia, deserciones en masa en el campo de los lectores de ficción?
Ya llevo mucho tiempo comparando en mi país las listas de ventas de Ficción y No Ficción. No tanto por las cifras, de las que paso olímpicamente, sino por la oferta que representan. Del lado de la Ficción suelen estar los best-sellers de siempre, internacionales en su mayoría; el título que haya ganado el premio del momento; alguna novela que haya logrado colarse por obra y gracia de las operaciones que los críticos hacen desde los suplementos literarios, y poco más. Del lado de la No Ficción suele haber siempre algún lamentable título de autoayuda, pero esencialmente hay ensayos y libros de historia y en especial de historia reciente, y también de crónicas e investigaciones. De manera indefectible la columna de No Ficción termina resultándome más interesante, no porque prefiera la prosa periodística o académica (aunque entiendo que muchos libros de crónicas, como por ejemplo los de Leila Guerriero y Cristian Alarcón, tienen un nivel artístico superior a la mayor parte de lo que pasa por ficción), sino porque me parece que refleja las características, complejidades y dilemas de mi tiempo mucho mejor que la otra columna.
No estoy tratando de decir aquí que la ficción debe hacerse cargo de la realidad, o reflejarla especularmente. (No debe hacerlo de manera realista, cuanto menos.) Lo que quiero decir -y aquí no puedo dejar de sentir cierta empatía con Shields- es que cuando el mundo en que vivo se ve tanto más excitante y potente y desafiante que la literatura que llega a las librerías, algo está funcionando mal.
(Continuará.)