Marcelo Figueras
Tan pronto leí su mail, le pregunté a Andrea Maturana (autora de novelas exquisitas como El daño) si me dejaba reproducirlo aquí. Estaba claro que había sido escrito en el espíritu de intimidad que une a dos amigos, pero me pareció que no había leido nada más claro y más profundo sobre el terremoto de Chile y sus consecuencias, y me pareció que tenía sentido compartirlo. Aquí va, pues:
“El asunto en Chile fue atroz. Sabrás quizás más que yo, porque yo no tuve electricidad hasta ayer y casi lo agradezco. La prensa está siendo sensacionalista hasta el asco y en mi opinión ha sembrado gran parte del caos que ahora se manifiesta en una casi guerra civil en el sur de Chile, en las ciudades más devastadas, donde a las pérdidas del terremoto se suman ahora saqueos oportunistas, incendios intencionales, robos a tiendas… En una situación como esta, esperaría que la gente se organizara en redes solidarias, no que trataran de cagarse a los demás aprovechándose de la situación. Me hace pensar en lo enferma que está nuestra sociedad y en cuánto (una vez más) los medios manipulan a la gente a través del miedo”.
“Yo afortunadamente aunque tenga electricidad no tengo televisión abierta ni cable. Solo un DVD para ver películas. Un amigo me jode, me dice que soy cuáquera. Hoy lo agradezco tanto y lo encuentro la mejor forma de estar retirada cuando ese es mi espíritu, de retiro y de duelo. Hasta ayer, cuando volvió la luz, todos estábamos acampando en el living de la casa, que es el lugar más liviano y menos riesgoso. El sol se ponía, comíamos con velas y luego nos dormíamos temprano porque no había nada más que hacer cuando ya estaba oscuro. todo en completo silencio. Ni leer podíamos en la noche. Ayer volvió la luz y el espíritu fue como de ‘volver a la normalidad’. Cada uno volvió a su pieza, menos Maia que está muy austada, y… y nada, nunca me pude dormir. Tenía un sensación totalmente esquizofrénica de ‘normalidad’ cuando en realidad nada era normal. Había visto las fotos de la isla Robinson Crusoe (que amo) arrasada por el mar, y mi amigo de allá me había dicho que perdió todo (menos la fe y la buena onda, dice), y que se salvaron nadando con sus hijos, ¿te imaginas el horror? Me quedé así despierta sintiendo que quizás necesitaba un par de semanas de dormir con mis dos hijas y el Miki en la misma pieza y temprano, solo a la luz de las velas y con la sensación de recogimiento que eso produce. Así me siento, de duelo profundo”.
“En particular para nosotros tuvimos mucho miedo porque nuestra casa es antigua y de barro, que no trabaja muy bien en los sismos. Para lo que es se portó muy dignamente, sólo con trizaduras y vidrios rotos. La dimensión del daño era atroz, eso sí, la biblioteca entera por el suelo, botellas de vino reventadas en la cocina, muebles rajados, y todo por el suelo, los juguetes de las chicas, los adornos rotos, todo. Mucha tierra, también. Cuando salió el sol fue impresionante verlo, pero es solo desorden. Hay gente que lo perdió todo, como mi amigo. Es una tramenda tragedia para muchos, desoladora. Entre mis amigos, hay chicos que no quieren volver a entrar a la casa, ni siquiera al baño, y hay una sensación de estrés post traumático tremenda. Todos estamos muy cansados, irritables, con el pecho apretado. Mientras la tierra se encabritaba como una yegua salvaje ese día y se veían relámpagos de luz en el cielo (supongo que habrán sido centrales eléctricas que colapsaban) y el ruido era estridente, yo pensaba: la impermanencia. Pensaba que tenemos esta casa, y otra que alquilamos en Reñaca, y que siempre los humanos volvemos a creer que tenemos cosas, cuando esas cosas pueden desaparecer así, tris, en cualquier momento. La tierra acá en Chile nos da lecciones periódicas de humildad. Cuando nos olvidamos, nos vuelve a recordar. O, como dice un amigo, hace un lavado de nuestra memoria quebrando siempre la loza de la abuela, para que quizás puedan entrar cosas nuevas, también”.