Vicente Verdú
Frente a la ancianidad como estilo de vida que eligió Azorín, Ortega aspiró a ser un mozo hasta el fin de sus días. Ayer aludía al modo en que Azorín valoraba la degustación de los recuerdos, la memoria como un vivere que reemplaza a la vida. Ortega, por el contrario, escribía en su prólogo a la segunda edición de España invertebrada: "El deseo, secreción exquisita de todo espíritu sano, es lo primero que se agosta cuando la vida declina. Por eso faltan al anciano, y en su hueco vienen a alojarse las reminiscencias".
Las dos expresiones, de Azorín y Ortega, se encastran como dos estructuras personales dispares. El vacío del vaso donde se complace la fragancia azoriniana viene a ser plenitud deseosa en el pensamiento sensual de Ortega. El vacío se corresponde tanto a la enteca dicción del Azorín clásico como el plato a rebosar corresponde a la prosa suculenta del Ortega desbordante. La estética nacarada del ayuno en uno y la estética del apetito colorado en el otro.