Vicente Verdú
Escribe Azorín en su libro Castilla: "Del pasado dichoso sólo podemos conservar el recuerdo; es decir, la fragancia del vaso".
No puede calificarse a la cita de eminente pero da ocasión para pensar. Da a pensar la misma imperfección de su pretendida perfección literaria. El recuerdo, sugiere Azorín, es la fragancia del vaso pero ¿qué correspondería entonces al ser del vaso? ¿Dónde dibujar sus contornos? ¿Cómo no considerar -ya en el pasado- la vanidad de la distinción entre memoria y realidad? El recuerdo parece a menudo comportarse como un residuo de lo vivido y de este modo su asimilación al aroma del perfume evaporado reitera la metáfora más inmediata. Puede, sin embargo, inducir a pensar que la fragancia resulta serlo únicamente después de efectuada la evaporación y no se gozará de ella sino en la completa ausencia de su sostén. El recuerdo se asienta así en el vacío. O bien: sólo el vacío puede ofrecer un consuelo de calidad tan fina.
Azorín fue una personalidad prematuramente anciana. Y no con el propósito de morirse a continuación sino para estacionarse en este andén de plata que, al cabo, le preservó de la muerte hasta después de cumplir los noventa años.