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Abundando que es gerundio

Estoy en verdad asombrado y ufano. Desde que empezamos a hablar de nazis y judíos, de robos y restituciones, de obras de arte y expolios, parece como si nos escucharan en los departamentos de estado. El último capítulo de esta novela iniciada por Héctor Feliciano es el anuncio que apareció en El País el sábado 29 de julio pasado. Un anuncio pagado por el gobierno holandés y supongo yo que publicado en todos los diarios del mundo y en todas las lenguas cultas. Una pasta.

Para quienes no lo leyeron, o estaban de vacaciones, o se les pasó, sepan que el Estado holandés notificó lo siguiente al mundo entero (resumo el texto):

“Después de la liberación en 1945, fueron muchas las obras de arte confiscadas o vendidas por los ocupantes alemanes en la Segunda Guerra Mundial que se recuperaron en los Países Bajos”.

En realidad habría sido más exacto: “que se devolvieron” (were brought back). El traductor jurado no afina mucho. En todo caso, nadie “recuperó” nada, no fue una operación holandesa, sino una restitución automática, seguramente llevada a cabo por algún organismo del ejército aliado.

“Estas obras de arte acabaron en poder del Estado holandés, en la Colección Holandesa de Patrimonio Artístico (…) Esta colección está formada por 4.217 obras de arte, en parte propiedad de familias judías”.

De nuevo se pierde un matiz. No acabaron “en poder del Estado holandés”, sino “bajo custodia” (into the custody). No era una posesión patrimonial sino un depósito. No pasaron a ser propiedad del Estado sino que fueron almacenadas por la administración. Ninguna bicoca, cuatro mil y pico piezas. Más que muchos museos.

“Desde 2001, los Países Bajos aplican una política de restitución más flexible de los bienes culturales de la Colección (…) que fueron arrebatados contra la voluntad de sus entonces propietarios (…) siempre que esos propietarios pertenezcan a un grupo de población perseguido”.

Admirable prudencia. Han esperado más de cincuenta años para “flexibilizar” la restitución. No hay que precipitarse. No vayamos tan deprisa, dijo Abelardo a Eloisa. ¿Quizá esperaban a que se murieran todos los herederos para que sus peticiones llegaran directamente del Más Allá? El papel de los holandeses durante la invasión alemana, es patético. Su antisemitismo, conspicuo. Para los nazis, Holanda fue el patio trasero de su casa. El escritor holandés Harry Mulisch lo cuenta en alguna de sus novelas con agradable neutralidad, sin añadir más sangre a la que ya se vertió. La mejor y más ambigua, a mi entender, es El atentado.

Curiosamente, en el párrafo que acabo de copiar, el traductor jurado sigue siendo infiel, pero esta vez a favor de los judíos. La frase “que fueron arrebatados contra la voluntad de sus propietarios” es, en el texto inglés, nada menos que: that were involuntarily lost. ¡Dios mío! ¡Perdidas de modo involuntario! Estaban los propietarios judíos la mar de distraídos esperando a ser gaseados cuando, vaya por Dios, se les perdió un Rembrandt. ¡Qué hipocresía la del ministerio de Educación, Cultura y Ciencias holandés, que es quien firma el texto! Casi alcanza las cotas de fariseísmo de la Memoria Histórica de Zapatero.

Viene luego una dirección postal y varias de Internet a las que pueden dirigirse los expoliados para reclamar sus propiedades. Son realmente muy interesantes si uno tiene la paciencia de leerlas, y están muy bien hechas.

Para los detectives:

www.minocw.nl
www.restitutiecommissie.nl
www.herkomstgezocht.nl
www.originsunknown.org

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2 de agosto de 2006
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SOBRE LIBANO E ISRAEL

Como todos los blogueros recibí entre mis comentarios una crítica contundente: ¿Cómo se puede escribir sobre literatura, deportes, economía, etc. (ponga aquí lo que quiera) cuando se sabe lo que ocurre en Oriente próximo? Mi respuesta no puede ser otra que mantener el silencio sobre el asunto. Con amigos reviso las opciones de alto el fuego, paz, soluciones políticas (ponga aquí lo que quiera) pero creo irresponsable una expresión más amplia.

Ya expliqué que los intelectuales franceses opinan sobre todo desde el caso Dreyfus, hace más de un siglo. No quiero pertenecer a la familia de los  habladores que creen tener el derecho de pronunciarse sobre cualquier asunto (lo que es normal) en público (lo que muchas veces no se justifica). Soy capaz, como todos, de decir que no se debe bombardear poblaciones civiles en Líbano, en Israel o en los territorios controlados por la Autoridad Palestina. Pero más allá de este discurso humanitario clásico, la mera honestidad me obliga a decir que sé muy poco de lo que ocurre más allá de las pérdidas de vidas humanas. Ignoro dos datos clave de la crisis: el papel real de Irán en lo que ocurre y los límites de la influencia de EE UU sobre Israel.

Lo de Irán me pareció obvio este fin de semana al analizar, por ejemplo, las declaraciones del ejecutivo venezolano. Por una parte, el presidente Hugo Chávez, de visita en Teherán, en su recorrido mundial para conseguir para Venezuela un asiento de miembro no-permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU, prometió que su país ''estará junto a Irán en cualquier momento y bajo cualquier condición''. Por otra parte, el vicepresidente José Vicente Rangel reaccionó a los últimos bombardeos israelíes declarando: "no es posible callar con lo que está haciendo el estado de Israel con los palestinos y libaneses. El silencio equivaldría al silencio que guardaron durante mucho tiempo personajes y estados frente a la irracionalidad del nazismo, al silencio cómplice que guardaron muchos en el pasado ante el genocidio cometido con el pueblo judío".

Ambas declaraciones, de apoyo a Irán por parte del presidente, y de denuncia de Israel por el vicepresidente, se producen en un contexto militar que conocemos: los cohetes disparados por los guerrilleros de Hezbolá sobre Israel son suministrados por Irán. El presidente de este país, Mahmoud Ahmadinejad,  promueve en sus discursos la desaparición de Israel, un país que no nombra prefiriendo la fórmula “entidad sionista”. ¿Se puede, tal como el ejecutivo venezolano hace, eludir cualquier referencia al papel de Irán en la crisis? ¿O es más cercano a la realidad una lectura de los hechos según la cual Irán entrega cohetes a los guerrilleros de Hezbolá para poner en marcha de manera militar la eliminación de Israel que propone Ahmadinejad?

A pesar de leer la prensa de manera frenética no hay manera de entender el grado de autonomía del Hezbolá frente a Irán, a Siria y al gobierno de Líbano. Y esto no tiene que ver con el hecho de que hablamos de poderes herméticos con escasa cobertura en la prensa occidental. Pasa lo mismo si queremos medir los límites de la influencia de EE UU sobre Israel. Ni se puede saber quién influye más en el momento de determinar la posición de Washington en Oriente próximo. Esta impotencia se comprueba al leer el informe principal de Foreign Policy dedicado a la influencia real del lobby israelí en EE UU.

Este informe es otro capítulo de un debate que empezó en marzo de este año cuando los profesores John Mearsheimer y Stephen Walt (el primero de la Universidad de Chicago y el segundo de la Universidad de Harvard) pusieron en línea el borrador de un artículo http://ksgnotes1.harvard.edu/Research/wpaper.nsf/rwp/RWP06-011 sobre la influencia del lobby del estado hebreo en Washington, y especialmente del American-Israel Public Affairs Committee. Aunque el texto provocó un tsunami de comentarios en el ciberespacio, no sé si cinco meses después, como se lee en muchos periódicos, la solución de las crisis está entre Washington y Tel Aviv. La lectura de Foreign Policy alimenta mis dudas sobre los comentaristas que dicen tener la solución de un problema planteado desde la Biblia.

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1 de agosto de 2006
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Viviendo en la burbuja

Les pido que me desmientan si me equivoco. Ocurre que aunque no soy lo que se dice un fan de las matemáticas, no puedo evitar la tentación de sumar dos más dos.

La semana pasada cayó sobre Buenos Aires una granizada histórica. Miles de parabrisas rotos. Carrocerías perforadas. Techos agujereados. Las historias todavía circulan. El padre del esposo de una amiga de mi mujer (pues sí, así son las cadenas) cuenta que el techo del estacionamiento en el que estaba su auto simplemente se desplomó. Mi padre me cuenta de alguien (los datos precisos de la cadena se me pierden, aquí) que le contó de otro estacionamiento en que ese mismo peso produjo la caída de un muro sobre los autos. Y todo esto, en el contexto de un invierno que ya no existe. Porque en lo que llevo de vida, créanme, los inviernos de Buenos Aires se han convertido tan sólo en un recuerdo.

Leo en la prensa sobre los muertos a causa del calor en Europa. Mi editora holandesa me cuenta de su desesperación, dado que en su país no es muy habitual la presencia de aparatos de aire acondicionado: ¿para qué, si no los necesitan… o habría decir “si no los necesitaban”?

Los otros datos son más vagos, dado que no los tengo a mano y por ende no puedo citarlos con precisión. Una ballena en el Támesis, otra en el puerto de Mar del Plata. La disminución del nivel de hielo en ambas capas polares. El bendito agujero en la capa de ozono. ¿Es tan sólo impresión mía (desmiéntanme en ese caso, por favor), o alguien debería avisarle a George W. Bush y los millonarios a quienes representa con tanto celo que el calentamiento global, en cuya existencia dicen no creer, goza de buena salud?

Una cosa es reunir figurones en Roma para emitir declaraciones que nadie piensa refrendar con hechos, permitiendo, de esa manera, que una guerra absurda prosiga acabando con vidas y arrasando un país entero. Decir “estos están locos, que sigan matándose, total están lejos” puede sonar sensato en algunos oídos. Pero si este planeta sigue el curso por el que parece encaminado, la sucesión de desastres convertirá a la palabra lejos en un arcaísmo, puesto que los males caerán encima de todos sin excepción. Nada quedará lejos, más allá de la idea de un planeta habitable. (¿Hace falta que subraye que la guerra de la que hablo, así como otras igualmente en curso, se libran por el dominio sobre una riqueza natural que contribuyó mucho al desequilibrio ecológico que padecemos?)

En algún sentido, somos iguales a gallinas que contemplan la competencia entre varios zorros. Mientras apostamos por uno o por otro, lo que está en juego es nuestro propio destino. Más allá de que abomino de las guerras en general y de esta guerra en particular, más allá de la preocupación que me produce este mundo que ya no es lo que era cuando nací, lo que me desvela es la sensación de que estamos comportándonos con la misma pasividad de las gallinas. Ya sé que hay gente que se manifiesta en contra de la guerra y que opera políticamente para ponerle fin. Ya sé que existen miles de organizaciones ecologistas, las vistosas y las no tanto. El problema somos los demás, la inmensa mayoría. Vivimos en sistemas representativos que no nos representan del todo. Nunca tuvimos más medios de comunicación, y menos medios de encuentro.

En fin. Quizás todo sea tan fácil como sabotear el sistema de aire acondicionado de la burbuja en que Bush vive.

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1 de agosto de 2006
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Fobia

Sabía que el Perú sería la parada más intensa de la gira de este año, pero no creí que pudiese serlo tanto. Desde mi llegada, he tenido por lo menos un acto público al día y agendas de prensa que han llegado a las diez horas. Pero además, por supuesto, está mi familia materna (unos 33 miembros), la paterna (18), los amigos de la universidad (24), y otros grupos nunca menores de veinte personas a los que tengo que ver, sin contar a amigos o simples conocidos que me llaman para encontrarnos.

A ese ritmo, realmente no veo a nadie. Mis amigos y parientes se suceden ante mis ojos como fogonazos de mi pasado. Todos están básicamente bien. Y frecuentemente, de todos modos, hay tanta gente alrededor que no me daría cuenta si no lo estuviesen. Todo el mundo –incluso gente que no conozco- me expresa cariño, más cariño del que puedo digerir.

El viernes empecé a comprender que ocurría algo raro. En cada reunión o acto público me escabullía al baño sólo para estar un rato en silencio. He hecho eso otras veces, en circunstancias similares, pero esta vez no era lo mismo, y podía sentir que algo estaba a punto de desencadenarse.

El sábado, después de un almuerzo familiar, caí medio muerto en la cama del hotel. Desperté a las doce de la noche entre temblores. No conseguí volver a dormirme. Al contrario, pasé todo el domingo temblando, con ese frío dolor de cuerpo que trae la fiebre. No podía pensar, ni soñar, los pensamientos se me revolvían en la cabeza. Ni siquiera eran pensamientos: eran como mariposas asustadas en mi cerebro.

Pero lo más grave no fue la fiebre sino la inesperada fobia social. Bajé a escribir el blog y un hombre se me presentó y me dijo que quería dejarme un ejemplar de su revista literaria. En cuanto se distrajo, salí corriendo. Una chica que sí conozco se acercó a saludarme, pero balbuceé un par de bobadas y desaparecí en los ascensores. Mi padre vino a almorzar conmigo pero yo me negué a bajar. Mi madre llamó a preocuparse por mí, pero casi le colgué el teléfono. Súbitamente, no era capaz de ver a nadie, ni siquiera de hablar.

No contesté el teléfono durante todo el día. Tampoco abrí la puerta a los empleados del hotel. Por la noche, los de la editorial hicieron un último esfuerzo por convencerme de asistir a un programa dominical, y el teléfono estuvo timbrando horas. Poco después, un empleado del hotel subió a ver si todo estaba bien. No respondí. Y en cuanto abrió la puerta, lo eché a gritos.

Esta noche tampoco pude dormir entre el sudor y los temblores, pero estoy tomando antibióticos y creo que la fiebre remite. De hecho, ya no me duele el cuerpo, y creo que he dormido un poco aunque fuese irregularmente. Lo que no se va es la fobia social. Como ya no hay más remedio que dejar que limpien el cuarto, he bajado a desayunar asegurándome de no cruzarme con nadie conocido. Quizá debería llamar a papá o a mamá, creo que los he tratado mal. Pero no creo que lo haga, ni que vaya a contestar el teléfono en todo el resto del día.

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1 de agosto de 2006
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27 MUERTOS: LAS CARRETERAS NO SE INMUTAN

Los muertos en accidentes de tráfico en el último fin de semana de julio son los mismos en 2006 que en 2005. Estos 27 fallecidos no se han beneficiado del carné de puntos pero mucho menos de los arrogantes consejos de la Dirección General de Tráfico cuya petulancia haría predecir una reacción adversa. "No podemos conducir por ti", "No podemos ponernos el casco por ti" dice la DGT. ¿Cree la DGT que si pudiera le dejaríamos hacerlo? ¿Cree que si pudiera encarnarse nadie podría detener su voluntad o su tiranía?

Son tan soberbios los de la DGT, sean quienes sean estos tipos, que incluso su jefe repite una y otra vez "hubieron"  cuando trata de decir "hubo" más o menos víctimas. Esta mala educación en el habla es el signo de su mala educación radical y la razón, a la vez, de que vea en la educación de los españoles el eje de la culpa.

Obviamente, numerosos accidentes son atribuibles a la temeridad o al alcohol pero muchos más, según muestran los resultados, proceden del mal estado de las carreteras, especialmente las vías secundarias.

Un reciente informe sobre el estado del firme en la red denunciaba los muchos miles de kilómetros -más de la tercera parte del total- en mal estado. Y  no se diga ya de los trazados, de la señalización equívoca o inexistente, de los pavorosos  pasos a nivel, de los quitamiedos que seccionan los cuerpos de los motoristas.

La DGT, esta odiosa DGT actual, ha elegido el odioso procedimiento de hacernos sentir malvados. Matamos o nos suicidamos en la carretera y no será la mala carretera que nos mata. En consecuencia no somos sólo conductores, sino asesinos en marcha. A través de esta estrategia las dictaduras políticas o religiosas, han buscado reprimir y menoscabar la moral de sus súbditos. Gracias a crear culpables a granel, la autoridad se erige en una elite redentora; gracias a reducir la autoestima de los gobernados se hace más fácil gobernarles.

Los hechos han vuelto a mostrarse, sin embargo, tozudos y delatores. Así ha sido el funesto saldo de este último fin de semana. Los conductores han reducido la velocidad y han vigilado sus tragos de alcohol atemorizados por el carné de puntos. Se han contenido temerosos de la multa directa o por radar, han sido indudablemente más cautos ante las imposiciones de la ley y la patética publicidad de la DGT pero las carreteras, por el contrario, no se han inmutado. Conclusión: los 27 nuevos muertos y las varias decenas de heridos importantes deben caer en su justo peso sobre la responsabilidad del Gobierno y los departamentos directamente culpables.

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1 de agosto de 2006
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Memorial del convento

La cárcel de Castro Castro está en una esquina de la ciudad de Lima, en el preciso punto donde terminan las casas y surgen los cerros secos y polvorientos. Desde el interior del penal, lo único que percibe del mundo exterior son esos cerros confundiéndose con el gris del cielo, a través de las vallas de púas.

Los doce pabellones están dispuestos en círculo alrededor de un gigantesco poliedro de concreto inservible. Estaba planeado que en esa construcción hubiese cámaras que controlando todo el penal, pero el dinero para tecnología desapareció en un oscuro caso de corrupción durante el gobierno de Belaúnde. Desde entonces, el frustrado panóptico es sólo un himno más a todas esas cosas que el Perú aún no construye.

Los presos por terrorismo –que se autodenominan “presos políticos”– se agrupan en el pabellón 4A. Descubro que hay cierta expectativa por mi llegada, porque aquí nadie viene nunca, y menos a presentar un libro. En el patio se aglomeran uno sesenta internos, suma nada despreciable. Se puede distinguir con cierta claridad que los emerretistas parecen más urbanos y los senderistas tienen un origen un poco más rural. Pero los únicos plenamente andinos son los humalistas, que aunque considerados presos comunes, sienten afinidad por los presos por terrorismo.

La charla es breve, pero la ronda de preguntas es interminable. Incluso los internos que no “aprueban” ideológicamente la novela tratan de ser respetuosos con sus preguntas. Uno me dice:

-Le agradezco su visita, pero me gustaría señalar con todo respeto que esta novela está escrita desde una perspectiva burguesa.

-Es que yo soy un burgués ¿No lo había notado?

Ellos dejan escapar una risa nerviosa. Me doy cuenta de que es como si les hubiese dicho que soy gay. Otro dice:

-Me parece que su novela no toca las causas profundas del conflicto.

-Probablemente. El tema que me interesaba era la ambigüedad moral.

-¿Qué quiere decir “ambigüedad moral”?

-Que gente con ideales aparentemente muy nobles está dispuesta a hacer cosas terribles por ellos.

Me mira a los ojos un rato y me dice:

-Ah.

Pronto se amplía el espectro de preguntas. Los internos quieren saber de política, del mundo, de cómo son vistos, de Al Qaeda. Descubro que viven en un planeta muy reducido, tocado en la parte superior por alambres de púas, y que no consiguen ver demasiado más afuera. 

Tras la charla, almuerzo con dos de ellos en una de las bibliotecas. La cárcel tiene tiendas y comedores, pero en los últimos años, se han estado abriendo bibliotecas en los diversos pabellones, por las que circulan unos mil libros al día. 

-Ahora queremos poner televisión –me dice uno.

-Pongan canal porno ¿No? -trato de bromear un poco-. Tantos hombres solos tiene que ser difícil de sobrellevar.

El interno se apresura a negarlo.

-Nada de porno aquí, ni bebida, ni drogas. Eso es para los comunes.

-O sea que ahora va a resultar que ustedes son unas monjitas cuidadosas de la regla moral.

-No es moral. Es disciplina.

En efecto, cada pabellón tiene talleres artesanales que producen cerámica y flores especialmente. Hasta hace un tiempo, los presos por terrorismo prohibían a los demás el ingreso a los talleres. Pero últimamente, los comunes dispuestos a evitar problemas han empezado a inscribirse para llenar su tiempo y su vida. La cárcel puede ser un lugar escandalosamente  corrupto, especialmente en los pabellones de narcotraficantes. Pero, como me dice un policía al salir, “los terroristas han montado un convento ahí dentro”.       

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31 de julio de 2006
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ESPAÑA DESCOLORIDA

Por azar he venido a leer, al compás de este verano, algunos libros de Azorín referidos a España y los españoles y caigo en la cuenta de lo poco que los españoles -no los políticos españoles, no los ciclistas, los toreros o los especuladores españoles-  y España -no las comunidades autónomas, no el Estado español-  han contado en la literatura o el periodismo de estos últimos veinte años.

De una parte ha interesado tanto la reconstitución del Estado español que proporcionalmente ha interesado apenas la cambiante fisonomía española. De otra parte, se ha celebrado tanto la integración de España en Europa y el panorama internacional que seguramente ha parecido cateto y pasado de época dirigir la vista a lo interior.

El caso es que desde hace demasiado no se habla de la real realidad española, cuya rápida y tumultuosa evolución constituye un fenómeno superlativo.

En los años 60 el trasvase de población del campo a la ciudad, del interior al extranjero supuso un movimiento migratorio como no se había conocido en la historia de Europa. Ese transtorno no cesaba de ser tratado en los libros y en los periódicos. Ahora la transfiguración de la cultura y las costumbres españolas en este último cuarto de siglo comporta una convulsión igual o superior y, sin embargo, no ha convocado ni la mitad del interés.

La política, los políticos, la política institucional, han ofuscado de tal modo la visión de todo lo demás que los medios parecen tuertos o ciegos  en el momento de reflejar la situación rural o urbana, la vida actual de los pueblos y las capitales, los nuevos hábitos de compra, de entretenimiento o de reunión. Incluso el espacio inaugural de Internet que afecta decisivamente la vida cotidiana de los adolescentes, los trabajadores y los matrimonios recientes aparece tan sólo a “fogononazos” y sin trabarse para dar cuenta de su inédita naturaleza. Con todo, la consecuencia viene a ser que habitamos este país como si residiéramos en una plataforma flotante y sobre cuya identidad nadie habla tanto por vergonzosa corrección como por suma ignorancia. De hecho, es muy probable que no haya país europeo con tan desvaída  pronunciación sobre sí. Ninguna nación que vindique menos su entidad, ninguna organización que, al cabo, posea un proyecto más tenue sobre su porvenir. Poblamos España como náufragos de procedencias locales o regionales y agregados en un mapa que, a fuerza de los desgarrones secesionistas, siente pudor de su cuerpo y, sorprendido, no sabe, no contesta, no conoce, ni se atreve a proponerse algo en común. ¿Bueno? ¿Malo? ¿Indiferente? Sin duda muy extraño y anómalo, demasiado anémico o anómico, tendente a la desgana colectiva y a la muy fácil desmoralización.   
 

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31 de julio de 2006
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‘Tour’ absurdo por Lima

El fascinante centro de Lima es un lugar donde todo puede ocurrir. Y todo, de hecho, ha ocurrido ya. Sus casonas derruidas y luego reconstruidas son una gráfica de los cambios que ha vivido el Perú a lo largo de su historia. Y ahora, para conocer sus rincones más oscuros y prohibidos, el periodista Rafo León ha publicado Lima bizarra, una antiguía del barrio nuclear de la capital.

Algunas de las entradas de esta guía son en sí mismas obras literarias, como la dedicada al Palais Concert. En las primeras décadas del siglo XX, el afrancesado Palais Concert cobijaba entre mamparas y espejos modernistas a una floreciente aristocracia cultural. El aroma del café, el gin y la vainilla flotaba en las conversaciones de intelectuales como César Vallejo, José Carlos Mariátegui y Abraham Valdelomar, el Wilde peruano. Hoy, ahí funciona la discoteca Cerebro: sótano, luces rojas, olor o meados y humedad. Desde las cinco de la tarde, los estudiantes de inglés y computación se reúnen a emborracharse y ligar sobre las cenizas del glamour cultural.      

Siguiendo por el jirón de la Unión puede uno cortarse el pelo en la peluquería de Vladimiro Montesinos. El peluquero, Donativo Palacios, está siempre dispuesto a contar cómo conseguía disimular la prominente calvicie de Montesinos: le dejaba crecer los pelos de un lado de la cabeza y los atravesaba hacia el otro, como quien extiende una sábana negra y casposa para ocultar las vergüenzas. Encantador.

Como todo gran centro, el de Lima ostenta también una suculenta oferta de sexo: por supuesto, hay calles de prostitutas –y de prostitutos, e incluso de algunos entes indeterminados- y muchos pornoshops, como Tiendamor, de la galería Vía Véneto, que ofrece desarrollo del pene por 10 dólares, cápsulas, cremas, juegos de alcoba excitantes, bombas para hacer crecer el miembro y otros juguetes.

Ahora bien, en un país en que la mitad de la economía es informal, también lo es la mitad del mercado sexual: por las esquinas del jirón Lampa encuentras volantes que ofrecen brebajes selváticos y ungüentos mágicos de “eficacia garantizada”. Al leer la función de la mayoría de los productos, uno descubre que la gran obsesión de los peruanos –quizá de todos los hombres- no es atraer a las mujeres, ni aumentar su rendimiento sexual, sino simplemente alargarse el pene. Los hombres somos seres bastante básicos, está claro.

Sin embargo, no todo es pecado en el corazón del monstruo. El centro de Lima también alberga una amplia gama de manifestaciones religiosas populares, la mayoría de ellas, igualmente informales. Como el culto a Sarita Colonia, patrona de los pobres, las putas y los delincuentes, cuya imagen cuelga de todos los espejos retrovisores. El mayor milagro de Sarita es el milagro que espera toda mujer de barrio peligroso: cuando trataron de violarla, no había por dónde. Su entrepierna sólo lucía un codito.

Y por supuesto, una santa como Sarita convive con la santa oficial: Rosa de Lima, cuyo templo se eleva en la cuadra 1 de Tacna. Ahí podrán ustedes apreciar el muro del que colgaba sus cabellos para no poder dormir, porque le dedicaba su vigilia al señor. También está el pozo en que arrojó la llave de su cinturón de castidad metálico con púas por dentro, el último grito de la moda sadomaso en el siglo XVI. En el pozo uno puede pedir deseos, pero me parece que no se cumplen si involucran sexo. 

Todo eso y mucho más en la guía de Lima bizarra, un libro para turistas que quieran dar un paso más allá de la postal típica e internarse en la vida real de un país, una vida a veces enloquecida, a menudo surrealista, pero jamás carente del atractivo de lo imprevisto.   

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28 de julio de 2006
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'Tour' absurdo por Lima

El fascinante centro de Lima es un lugar donde todo puede ocurrir. Y todo, de hecho, ha ocurrido ya. Sus casonas derruidas y luego reconstruidas son una gráfica de los cambios que ha vivido el Perú a lo largo de su historia. Y ahora, para conocer sus rincones más oscuros y prohibidos, el periodista Rafo León ha publicado Lima bizarra, una antiguía del barrio nuclear de la capital.

Algunas de las entradas de esta guía son en sí mismas obras literarias, como la dedicada al Palais Concert. En las primeras décadas del siglo XX, el afrancesado Palais Concert cobijaba entre mamparas y espejos modernistas a una floreciente aristocracia cultural. El aroma del café, el gin y la vainilla flotaba en las conversaciones de intelectuales como César Vallejo, José Carlos Mariátegui y Abraham Valdelomar, el Wilde peruano. Hoy, ahí funciona la discoteca Cerebro: sótano, luces rojas, olor o meados y humedad. Desde las cinco de la tarde, los estudiantes de inglés y computación se reúnen a emborracharse y ligar sobre las cenizas del glamour cultural.      

Siguiendo por el jirón de la Unión puede uno cortarse el pelo en la peluquería de Vladimiro Montesinos. El peluquero, Donativo Palacios, está siempre dispuesto a contar cómo conseguía disimular la prominente calvicie de Montesinos: le dejaba crecer los pelos de un lado de la cabeza y los atravesaba hacia el otro, como quien extiende una sábana negra y casposa para ocultar las vergüenzas. Encantador.

Como todo gran centro, el de Lima ostenta también una suculenta oferta de sexo: por supuesto, hay calles de prostitutas –y de prostitutos, e incluso de algunos entes indeterminados- y muchos pornoshops, como Tiendamor, de la galería Vía Véneto, que ofrece desarrollo del pene por 10 dólares, cápsulas, cremas, juegos de alcoba excitantes, bombas para hacer crecer el miembro y otros juguetes.

Ahora bien, en un país en que la mitad de la economía es informal, también lo es la mitad del mercado sexual: por las esquinas del jirón Lampa encuentras volantes que ofrecen brebajes selváticos y ungüentos mágicos de “eficacia garantizada”. Al leer la función de la mayoría de los productos, uno descubre que la gran obsesión de los peruanos –quizá de todos los hombres- no es atraer a las mujeres, ni aumentar su rendimiento sexual, sino simplemente alargarse el pene. Los hombres somos seres bastante básicos, está claro.

Sin embargo, no todo es pecado en el corazón del monstruo. El centro de Lima también alberga una amplia gama de manifestaciones religiosas populares, la mayoría de ellas, igualmente informales. Como el culto a Sarita Colonia, patrona de los pobres, las putas y los delincuentes, cuya imagen cuelga de todos los espejos retrovisores. El mayor milagro de Sarita es el milagro que espera toda mujer de barrio peligroso: cuando trataron de violarla, no había por dónde. Su entrepierna sólo lucía un codito.

Y por supuesto, una santa como Sarita convive con la santa oficial: Rosa de Lima, cuyo templo se eleva en la cuadra 1 de Tacna. Ahí podrán ustedes apreciar el muro del que colgaba sus cabellos para no poder dormir, porque le dedicaba su vigilia al señor. También está el pozo en que arrojó la llave de su cinturón de castidad metálico con púas por dentro, el último grito de la moda sadomaso en el siglo XVI. En el pozo uno puede pedir deseos, pero me parece que no se cumplen si involucran sexo. 

Todo eso y mucho más en la guía de Lima bizarra, un libro para turistas que quieran dar un paso más allá de la postal típica e internarse en la vida real de un país, una vida a veces enloquecida, a menudo surrealista, pero jamás carente del atractivo de lo imprevisto.   

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28 de julio de 2006
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¿VIAJAR? ¿VOTAR?

Han llegado a ser tan baratos los viajes en avión que una de dos: o antes estaban practicando una desaforada estafa o actualmente sólo nos dan basura. ¿Basura el trayecto? ¿Basura el país? ¿Basura el monumento?

Una impresión general de que la totalidad de las cosas, desde el pan a la justicia, desde las ropas a la democracia han ido de más a menos, define el amplio sentir de nuestro tiempo. Los objetos, los vuelos, las chanclas, valen cada vez menos y duran poco. Sólo la vivienda se erige en la suma excepción en señal de no haber aumentado su calidad sino el delirio.

El vasto surtido de la producción contemporánea, contemplada globalmente, tiende a costar menos pero, muy a menudo, trayendo consigo un menoscabo del artículo. De este modo, en cuanto al viaje, ¿no estaremos asistiendo a la degradación del destino de la misma manera que padecemos la degradación de la seguridad y el confort?

El prestigio de Egipto, de Atenas, de Babilonia o de Samarkanda ha quedado más o menos devastado en proporción a la ya desbordante suma de turistas que han pasado por allí. No hay ya cena de amigos donde sea posible hablar de San Petersburgo sin que la práctica totalidad de los presentes no hable del Ermitage. Imposible seguir adelante con la referencia a una ciudad notable porque de haber sido un lugar mítico se ha transformado en lugar común.

Imposible apoyarse en algún aspecto de Londres o de Nueva York. Todo el mundo ha estado en Londres o en Nueva York y hasta en Alaska si es que se trata de Estados Unidos. El mundo occidental entero va coleccionando estampas en un popular álbum vacacional cuajado de fotos y vídeos, apuntes de viaje y anécdotas graciosas que se intercambian en la reunión. El extranjero hace tiempo que perdió su extrañeza. Ahora, además, han dejado de ser exóticos los lugares remotos y apenas queda un rincón del mundo sin formar parte gráfica del ajuar doméstico.

No hace falta, desde luego, saber demasiado sobre una localidad o sus tesoros, no es preciso degustar personalmente su tradición o su arquitectura; en lugar de esta intervención personal operan las postales y en el sitio de la experiencia particular actúa el tour operator. ¿Bueno? ¿Malo? ¿Regular? Sencillamente: democrático. Hasta la misma democracia a fuerza de divulgarse y extenderse formalmente por los países menos democráticos, se ha convertido en lo más barato o denigrado que se pueda imaginar. ¿Viajar? ¿Votar? He aquí una parte de los imprevisibles dilemas de nuestro tiempo.

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28 de julio de 2006
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