Estoy en verdad asombrado y ufano. Desde que empezamos a hablar de nazis y judíos, de robos y restituciones, de obras de arte y expolios, parece como si nos escucharan en los departamentos de estado. El último capítulo de esta novela iniciada por Héctor Feliciano es el anuncio que apareció en El País el sábado 29 de julio pasado. Un anuncio pagado por el gobierno holandés y supongo yo que publicado en todos los diarios del mundo y en todas las lenguas cultas. Una pasta.
Para quienes no lo leyeron, o estaban de vacaciones, o se les pasó, sepan que el Estado holandés notificó lo siguiente al mundo entero (resumo el texto):
“Después de la liberación en 1945, fueron muchas las obras de arte confiscadas o vendidas por los ocupantes alemanes en la Segunda Guerra Mundial que se recuperaron en los Países Bajos”.
En realidad habría sido más exacto: “que se devolvieron” (were brought back). El traductor jurado no afina mucho. En todo caso, nadie “recuperó” nada, no fue una operación holandesa, sino una restitución automática, seguramente llevada a cabo por algún organismo del ejército aliado.
“Estas obras de arte acabaron en poder del Estado holandés, en la Colección Holandesa de Patrimonio Artístico (…) Esta colección está formada por 4.217 obras de arte, en parte propiedad de familias judías”.
De nuevo se pierde un matiz. No acabaron “en poder del Estado holandés”, sino “bajo custodia” (into the custody). No era una posesión patrimonial sino un depósito. No pasaron a ser propiedad del Estado sino que fueron almacenadas por la administración. Ninguna bicoca, cuatro mil y pico piezas. Más que muchos museos.
“Desde 2001, los Países Bajos aplican una política de restitución más flexible de los bienes culturales de la Colección (…) que fueron arrebatados contra la voluntad de sus entonces propietarios (…) siempre que esos propietarios pertenezcan a un grupo de población perseguido”.
Admirable prudencia. Han esperado más de cincuenta años para “flexibilizar” la restitución. No hay que precipitarse. No vayamos tan deprisa, dijo Abelardo a Eloisa. ¿Quizá esperaban a que se murieran todos los herederos para que sus peticiones llegaran directamente del Más Allá? El papel de los holandeses durante la invasión alemana, es patético. Su antisemitismo, conspicuo. Para los nazis, Holanda fue el patio trasero de su casa. El escritor holandés Harry Mulisch lo cuenta en alguna de sus novelas con agradable neutralidad, sin añadir más sangre a la que ya se vertió. La mejor y más ambigua, a mi entender, es El atentado.
Curiosamente, en el párrafo que acabo de copiar, el traductor jurado sigue siendo infiel, pero esta vez a favor de los judíos. La frase “que fueron arrebatados contra la voluntad de sus propietarios” es, en el texto inglés, nada menos que: that were involuntarily lost. ¡Dios mío! ¡Perdidas de modo involuntario! Estaban los propietarios judíos la mar de distraídos esperando a ser gaseados cuando, vaya por Dios, se les perdió un Rembrandt. ¡Qué hipocresía la del ministerio de Educación, Cultura y Ciencias holandés, que es quien firma el texto! Casi alcanza las cotas de fariseísmo de la Memoria Histórica de Zapatero.
Viene luego una dirección postal y varias de Internet a las que pueden dirigirse los expoliados para reclamar sus propiedades. Son realmente muy interesantes si uno tiene la paciencia de leerlas, y están muy bien hechas.
Para los detectives:
www.minocw.nl
www.restitutiecommissie.nl
www.herkomstgezocht.nl
www.originsunknown.org