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Blogs de autor

Fobia

Por 1 de agosto de 2006 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Sabía que el Perú sería la parada más intensa de la gira de este año, pero no creí que pudiese serlo tanto. Desde mi llegada, he tenido por lo menos un acto público al día y agendas de prensa que han llegado a las diez horas. Pero además, por supuesto, está mi familia materna (unos 33 miembros), la paterna (18), los amigos de la universidad (24), y otros grupos nunca menores de veinte personas a los que tengo que ver, sin contar a amigos o simples conocidos que me llaman para encontrarnos.

A ese ritmo, realmente no veo a nadie. Mis amigos y parientes se suceden ante mis ojos como fogonazos de mi pasado. Todos están básicamente bien. Y frecuentemente, de todos modos, hay tanta gente alrededor que no me daría cuenta si no lo estuviesen. Todo el mundo –incluso gente que no conozco- me expresa cariño, más cariño del que puedo digerir.

El viernes empecé a comprender que ocurría algo raro. En cada reunión o acto público me escabullía al baño sólo para estar un rato en silencio. He hecho eso otras veces, en circunstancias similares, pero esta vez no era lo mismo, y podía sentir que algo estaba a punto de desencadenarse.

El sábado, después de un almuerzo familiar, caí medio muerto en la cama del hotel. Desperté a las doce de la noche entre temblores. No conseguí volver a dormirme. Al contrario, pasé todo el domingo temblando, con ese frío dolor de cuerpo que trae la fiebre. No podía pensar, ni soñar, los pensamientos se me revolvían en la cabeza. Ni siquiera eran pensamientos: eran como mariposas asustadas en mi cerebro.

Pero lo más grave no fue la fiebre sino la inesperada fobia social. Bajé a escribir el blog y un hombre se me presentó y me dijo que quería dejarme un ejemplar de su revista literaria. En cuanto se distrajo, salí corriendo. Una chica que sí conozco se acercó a saludarme, pero balbuceé un par de bobadas y desaparecí en los ascensores. Mi padre vino a almorzar conmigo pero yo me negué a bajar. Mi madre llamó a preocuparse por mí, pero casi le colgué el teléfono. Súbitamente, no era capaz de ver a nadie, ni siquiera de hablar.

No contesté el teléfono durante todo el día. Tampoco abrí la puerta a los empleados del hotel. Por la noche, los de la editorial hicieron un último esfuerzo por convencerme de asistir a un programa dominical, y el teléfono estuvo timbrando horas. Poco después, un empleado del hotel subió a ver si todo estaba bien. No respondí. Y en cuanto abrió la puerta, lo eché a gritos.

Esta noche tampoco pude dormir entre el sudor y los temblores, pero estoy tomando antibióticos y creo que la fiebre remite. De hecho, ya no me duele el cuerpo, y creo que he dormido un poco aunque fuese irregularmente. Lo que no se va es la fobia social. Como ya no hay más remedio que dejar que limpien el cuarto, he bajado a desayunar asegurándome de no cruzarme con nadie conocido. Quizá debería llamar a papá o a mamá, creo que los he tratado mal. Pero no creo que lo haga, ni que vaya a contestar el teléfono en todo el resto del día.

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