Vicente Verdú
Los muertos en accidentes de tráfico en el último fin de semana de julio son los mismos en 2006 que en 2005. Estos 27 fallecidos no se han beneficiado del carné de puntos pero mucho menos de los arrogantes consejos de la Dirección General de Tráfico cuya petulancia haría predecir una reacción adversa. "No podemos conducir por ti", "No podemos ponernos el casco por ti" dice la DGT. ¿Cree la DGT que si pudiera le dejaríamos hacerlo? ¿Cree que si pudiera encarnarse nadie podría detener su voluntad o su tiranía?
Son tan soberbios los de la DGT, sean quienes sean estos tipos, que incluso su jefe repite una y otra vez "hubieron" cuando trata de decir "hubo" más o menos víctimas. Esta mala educación en el habla es el signo de su mala educación radical y la razón, a la vez, de que vea en la educación de los españoles el eje de la culpa.
Obviamente, numerosos accidentes son atribuibles a la temeridad o al alcohol pero muchos más, según muestran los resultados, proceden del mal estado de las carreteras, especialmente las vías secundarias.
Un reciente informe sobre el estado del firme en la red denunciaba los muchos miles de kilómetros -más de la tercera parte del total- en mal estado. Y no se diga ya de los trazados, de la señalización equívoca o inexistente, de los pavorosos pasos a nivel, de los quitamiedos que seccionan los cuerpos de los motoristas.
La DGT, esta odiosa DGT actual, ha elegido el odioso procedimiento de hacernos sentir malvados. Matamos o nos suicidamos en la carretera y no será la mala carretera que nos mata. En consecuencia no somos sólo conductores, sino asesinos en marcha. A través de esta estrategia las dictaduras políticas o religiosas, han buscado reprimir y menoscabar la moral de sus súbditos. Gracias a crear culpables a granel, la autoridad se erige en una elite redentora; gracias a reducir la autoestima de los gobernados se hace más fácil gobernarles.
Los hechos han vuelto a mostrarse, sin embargo, tozudos y delatores. Así ha sido el funesto saldo de este último fin de semana. Los conductores han reducido la velocidad y han vigilado sus tragos de alcohol atemorizados por el carné de puntos. Se han contenido temerosos de la multa directa o por radar, han sido indudablemente más cautos ante las imposiciones de la ley y la patética publicidad de la DGT pero las carreteras, por el contrario, no se han inmutado. Conclusión: los 27 nuevos muertos y las varias decenas de heridos importantes deben caer en su justo peso sobre la responsabilidad del Gobierno y los departamentos directamente culpables.