Vicente Verdú
Han llegado a ser tan baratos los viajes en avión que una de dos: o antes estaban practicando una desaforada estafa o actualmente sólo nos dan basura. ¿Basura el trayecto? ¿Basura el país? ¿Basura el monumento?
Una impresión general de que la totalidad de las cosas, desde el pan a la justicia, desde las ropas a la democracia han ido de más a menos, define el amplio sentir de nuestro tiempo. Los objetos, los vuelos, las chanclas, valen cada vez menos y duran poco. Sólo la vivienda se erige en la suma excepción en señal de no haber aumentado su calidad sino el delirio.
El vasto surtido de la producción contemporánea, contemplada globalmente, tiende a costar menos pero, muy a menudo, trayendo consigo un menoscabo del artículo. De este modo, en cuanto al viaje, ¿no estaremos asistiendo a la degradación del destino de la misma manera que padecemos la degradación de la seguridad y el confort?
El prestigio de Egipto, de Atenas, de Babilonia o de Samarkanda ha quedado más o menos devastado en proporción a la ya desbordante suma de turistas que han pasado por allí. No hay ya cena de amigos donde sea posible hablar de San Petersburgo sin que la práctica totalidad de los presentes no hable del Ermitage. Imposible seguir adelante con la referencia a una ciudad notable porque de haber sido un lugar mítico se ha transformado en lugar común.
Imposible apoyarse en algún aspecto de Londres o de Nueva York. Todo el mundo ha estado en Londres o en Nueva York y hasta en Alaska si es que se trata de Estados Unidos. El mundo occidental entero va coleccionando estampas en un popular álbum vacacional cuajado de fotos y vídeos, apuntes de viaje y anécdotas graciosas que se intercambian en la reunión. El extranjero hace tiempo que perdió su extrañeza. Ahora, además, han dejado de ser exóticos los lugares remotos y apenas queda un rincón del mundo sin formar parte gráfica del ajuar doméstico.
No hace falta, desde luego, saber demasiado sobre una localidad o sus tesoros, no es preciso degustar personalmente su tradición o su arquitectura; en lugar de esta intervención personal operan las postales y en el sitio de la experiencia particular actúa el tour operator. ¿Bueno? ¿Malo? ¿Regular? Sencillamente: democrático. Hasta la misma democracia a fuerza de divulgarse y extenderse formalmente por los países menos democráticos, se ha convertido en lo más barato o denigrado que se pueda imaginar. ¿Viajar? ¿Votar? He aquí una parte de los imprevisibles dilemas de nuestro tiempo.