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CIUDADES VOLANTES

He leído en Fast Company, una revista recomendable para estar al día, que el 40% del valor de todas las mercancías producidas en el mundo apenas se corresponde con un 1% del peso total. De este modo el transporte aéreo se ha vuelto rentable y cada vez más. Como también las ciudades que más crecen no son aquellas que se encuentran junto a los mares o los ríos sino aquellas que brotan y se reproducen en torno a los aeropuertos. El nombre de estas nuevas ciudades localizadas en los lugares menos previsibles es "aerotrópolis".

Frente a la regla de que las tres principales condiciones de una localidad próspera eran "localización, localización y localización", hoy el trío de oro es "accesibilidad, accesibilidad y accesibilidad". Las materias primas, los automóviles, las maquinarias correspondientes a la era industrial se sirven de la lentitud de los barcos y los trenes. Los productos de la era postindustrial, desde los componentes microelectrónicos hasta las medicinas, de los aparatos de precisión a los artículos de lujo con gran valor añadido vuelan. El 50% del valor de las exportaciones norteamericanas se realiza en avión. Su peso es tan liviano que el flete es barato y aún más en relación a lo formidablemente cara que llega a ser la carga. De un lado se ensancha la economía del conocimiento, la compraventa de intangibles y, de otra, surgen los macroaeropuertos que fomentan las nuevas y distintas metrópolis de los últimos años. En ocasiones incluso el mismo aeropuerto llega a ser en sí mismo una ciudad de decenas de miles de habitantes como es el caso del Check Lap Kok de Hong Kong donde trabajan 45.000 empleados. El modelo se repite en China con Shangai o Pekín, en Estados Unidos con Memphis o Dallas, en Europa con Frankfurt o Madrid. Y el laberinto se enreda cada vez más.

La terminal 4 de Barajas permitirá ampliar el transporte hasta unos 75 milones de pasajeros anuales y paralelamente a un descomunal valor de mercancías sin peso. La consecuencia, ya visible, es que en torno a Barajas se acumula una monstruosa proporción de oficinas y viviendas, de autopistas y atascos que se resuelven un día para renacer meses después. Este mundo que tiende de un lado a la ocupación extensiva del territorio y las organizaciones en red, posee a su vez la tara de los nódulos de esa red. Enormes tumores que perjudican gravemente la vida. Ciudades corazón de la prosperidad que son, de otra parte, metáforas de unos  bultos cancerígenos que atascan la vida. Ningún signo en el horizonte que permita confiar en un giro de esta dinámica casi suicida. Cuando una ciudad observe que su aeropuerto será ampliado y el presupuesto, como en el caso de la T4, rebasa el billón de pesetas está autorizada a evocar los conocidos versos de Dámaso Alonso refiriéndose a Madrid como ciudad de un millón de cadáveres. No se ha llegado a esta escala poética del cementerio. Se ha logrado una fase literariamente peor: Madrid -o París, Dubai, Chicago, Guangzhou-, espacio para una multitud de insatisfechos.

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21 de julio de 2006
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Invasión

En la convulsa Caracas, donde unas 25 personas mueren cada semana en episodios violentos, la plaza de Altamira parece un remanso de paz. A pesar de la congestión de tráfico, luce verde y limpia, y su obelisco proyecta cierta ilusión de prosperidad. Y sin embargo, la apacible Altamira también ha tenido sus sacudidas. Es aquí donde se reunían los manifestantes opositores a Hugo Chávez, entre ellos, la periodista Cynthia Rodríguez: 

-El 11 de abril del 2002 nos concentramos en esta plaza para protestar contra la politización de Petróleos de Venezuela. Éramos quizá millón y medio de personas marchando. En un momento, un actor de telenovelas que lideraba la manifestación arengó a la gente para llegar al palacio de Miraflores. ¿Por qué el líder era un actor de telenovelas? Así es este país. Él había llegado a animador. Y eso en Venezuela es como ser Dios.

Bajamos a la estación. Las instalaciones del metro de Altamira no tienen nada que envidiarle a ningún transporte público europeo, y la frecuencia de trenes es incluso mayor que en Madrid o Barcelona. Pero cuatro estaciones más adelante, al abandonar el subterráneo, volvemos al mundo real. Entre la Plaza Venezuela y el barrio de Chacaíto se extiende el bulevar de Sabana Grande, una extensa calle peatonal infestada de vendedores ambulantes. Cynthia asegura su bolso y me advierte contra los ladrones. Luego continúa su historia de abril:

-Mientras nos dirigíamos al palacio, empecé a ver a gente que corría en dirección contraria a la nuestra. Algunos de ellos estaban ensangrentados. Llamé al periódico en que trabajaba, y me advirtieron que no continuase, que la cosa se estaba poniendo muy violenta, que regresase a la oficina inmediatamente. Ahí supe que había francotiradores esperando la marcha. Ese día hubo 20 muertos.

Ahora deambulamos por los puestos de venta callejeros, que los venezolanos llaman “buhoneros”. Hasta hace unos años, en el bulevar de Sabana Grande se concentraban las tiendas de ropa cara y joyas de diseño, y los inmigrantes españoles se reunían en las terrazas a tomar café. Los primeros vendedores ambulantes eran vendedores furtivos que corrían con sus bolsas de mercancía al ver a la policía. Hoy, las autoridades les permiten quedarse.

La mayor parte del comercio se realiza en la calle. Aquí puedes conseguir ropa interior, bisutería de Miss Universo, discos y películas de estreno, manicura, trajes de novia, artículos esotéricos o pequeños trabajos de costura. Las tiendas de lujo han ido despareciendo o transformándose, y las sobrevivientes sacan la mercancía a la calle para poder competir con los buhoneros. En Sabana Grande, donde los pobres estaban prohibidos, ahora hay que confundirse con ellos para sobrevivir.

-Ese mismo día, tras la violencia callejera, un grupo de altos oficiales exigió la renuncia de Chávez. Según dijeron, Chávez firmó la renuncia, pero nadie vio ese papel. El caso es que entonces, todo se empezó a volver muy confuso. Los medios no informaban con claridad. Nadie sabía qué ocurría. Repentinamente, gobernaba Carmona, un empresario que representaba a los grandes capitales, y anuló por decreto las decisiones que se habían tomado en referéndum. Todo de porrazo. Amanecimos con un prepotente y, horas más tarde, teníamos a otro haciendo exactamente lo contrario. Y luego, para colmo, volvió Chávez. Todo en 24 horas.

No sólo las calles de Sabana Grande han sido ocupadas. En los alrededores del bulevar hay edificios vacíos que fueron tomados por familias bajo protección oficial. En los edificios se alquilan espacios para que los buhoneros guarden su mercancía. De ellos salen constantemente cajas y maniquíes de mujeres sin brazos pero con culos perfectos y respingones. Sabana Grande es una red, una ciudadela del microcomercio, una especie de zona liberada. Y al final, cuando llegamos a Chacaíto, termina también la historia de Cynthia:
   
-Nunca se supo quién disparó contra los manifestantes. Los chavistas dicen que fueron los opositores y viceversa. Yo, que participé en la manifestación, aún no sé para quién estaba trabajando, ni a quién apoyé realmente. En cuanto al actor de telenovelas que nos llevó hacia Miraflores, ahora vive en Miami.

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21 de julio de 2006
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El año que vivimos en peligro

De vez en cuando esta ansiedad me ataca como un perro negro: ¿puedo permanecer de brazos cruzados, o limitándome a hacer lo de todos los días, mientras en algún lugar del planeta –a veces distante como el Líbano, o el África; otras, tan próximo como la esquina de mi casa- alguien está sufriendo un sufrimiento innecesario, a menudo hasta la muerte? Por lo general mantengo la calma, me digo que soy un escritor, que mi función es la de escribir los mejores libros que pueda y las mejores películas que estén a mi alcance, a lo sumo aportando mi testimonio como trabajador de la cultura; cuando estoy así de criterioso, imagino que lo mío es inspirar a otros quienes, desde sus propios lugares, harán lo que puedan para que todo mejore, para que nuestra especie termine metiendo en caja su agresividad autodestructiva y potencie, en cambio, su talento para la compasión. Pero cuando el perro negro enseña los dientes me digo que estos no son tiempos para darnos el lujo de perseguir una carrera liberal, como si viviésemos en una era iluminada: vivimos, más bien, en tiempos peligrosísimos, porque el hombre ha desarrollado exponencialmente su talento para lo tecnológico –lo cual incluye a la tecnología armamentística- sin haberse diferenciado mucho, ¡casi nada!, de aquellos salvajes originarios que arrasaban aldeas por pura sed de sangre y para quedarse con el producto del pillaje. Una bestia primitiva en posesión de una bomba atómica: eso somos, en eso nos hemos convertido.

La cuestión esencial está planteada en Lucas 3, 10: “¿Qué debemos hacer?”, le pregunta la gente a Jesús. El fotógrafo Billy Kwan (inolvidable Linda Hunt) convierte esa pregunta en una obsesión durante una de mis películas favoritas, El año que vivimos en peligro. (Nunca más apropiado el título.) Qué debemos hacer. Al filo de la desesperación, la repite una y otra vez, tipeando a los golpes sobre su máquina de escribir. Qué. Debemos. Hacer. Qué…

Me gustaría hacer algo para ayudar a que detengan la actual masacre del Líbano. Ya sé que vuelvo sobre el tema todos los días, pero está claro que las declaraciones no alcanzan. Declaraciones son lo que produce la ONU y nada cambia. Los diarios dicen que Condoleezza Rice esperará unos días más, aún, antes de presentarse en la zona para presionar efectivamente en pos de un alto el fuego; esto equivale a decir que esperará que mueran unos miles más, que miles más pierdan sus casas y sus fuentes de trabajo, que miles más se queden sin futuro, que miles más se conviertan en refugiados y empiecen a depender de programas de asistencia pública que a menudo constituyen una nueva y perversa forma de esclavitud. Por eso no basta con lo que estamos haciendo, por eso hace falta más, ahora, ya. ¿Pero qué?

En algún momento escribí aquí sobre los niños famélicos que existen en este país abundante: una paradoja criminal. Argentina produce alimentos para saciar a medio continente, sin embargo son cientos de miles los niños, adolescentes y jóvenes que no comen aquí lo suficiente para garantizar su desarrollo neurológico; después del genocidio militar permitimos que ocurriese el genocidio económico, sacrificamos a otra generación más. No pasa un día sin que al salir de casa dé dinero o compre algún alimento para los niños que se me aproximan en las esquinas, pero por supuesto esto no basta. Recuerdo que cuando expresé en este blog mi sueño de lograr que ningún niño se vaya a la cama con hambre en este país, alguien me envió sus simpatías y pidió que le hiciese saber si tomaba alguna iniciativa al respecto. No supe qué contestarle. Todavía siento vergüenza. Soy un escritor, un hombre con escasas o nulas capacidades organizativas, con escaso o nulo talento gerencial. Y al mismo tiempo sé que no puedo escudarme detrás de mis propias limitaciones. Porque no es tiempo de excusas. Porque no hay tiempo.

Algo se me va a ocurrir, algo tiene que ocurrírseme. O se le ocurrirá a alguien más, que me permita sumarme a su iniciativa. Por el momento no tengo otra cosa que mi voluntad inquebrantable y mi esperanza en el género humano.

¿Qué debemos hacer?

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21 de julio de 2006
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A favor y en contra

El conductor del programa ostenta el grado académico de “bachiller”, aunque todos dicen que era policía. Usa barba de guerrillero maduro y una gorrita con la imagen del Che Guevara. En su mesa se acumulan imágenes de Martí, fotos de Fidel, un gran retrato de Bolívar y una foto de Hugo Chávez abrazando a una anciana. A pesar de tanta solemnidad revolucionaria, el bachiller es un hombre irónico, más bien sarcástico. Su espacio televisivo lleva por nombre La hojilla, y su símbolo es una navaja de afeitar con los colores de la bandera venezolana. 

-La mitad de este país ve La hojilla –me dice Alberto Barrera-. Y la otra mitad, Aló ciudadano. Ambos se presentan como espacios de reflexión crítica sobre las noticias del día. Pero son sólo espacios de burla a favor del gobierno y la oposición respectivamente. A mí me cuesta decidir cuál es peor.

Alberto es el biógrafo de Chávez, y me ha costado convencerlo de pasar su lunes por la noche viendo el programa del bachiller. En realidad, a nadie que conozca le parece un plan especialmente agradable. Y sin embargo, el programa no deja de ser llamativo. Filman a los furibundos líderes de una marcha opositora, y luego la cámara muestra que están solos en la calle. Entrevistan a una exaltada manifestante que grita a la cámara “¡son ustedes unos mentirosos!”, y le ponen de subtítulo: “qué linda ¿no?”. La hojilla no hace el más mínimo esfuerzo por fingir cierta objetividad. Es un baño de ácido, un escarnio constante y  panfletario contra los opositores de Chávez.

Según Alberto:

-Aunque algún programa periodístico fuese objetivo en Venezuela, nadie se daría cuenta. En este país, la noción de verdad está sesgada para un lado u otro. Una vez, Chávez anunció a todo el país que habían tratado de matarlo. Mostró en televisión el fusil que los supuestos asesinos tenían preparado, y hasta sus teléfonos celulares. Advirtió en cadena nacional que los capturaría. Prometió revelar sus números y sus nombres próximamente. Nos dejó con ese suspenso hasta el próximo capítulo, pero el capítulo nunca llegó. No volvió a tocar el tema. Poco después, los organizadores de una marcha de oposición anunciaron que setecientos francotiradores cubanos estaban apostados en los edificios para montar una masacre. Nadie lo probó. Nadie demuestra nunca que esas acusaciones sean ciertas, pero todos actúan como si lo fueran.

Cualquier repaso por la televisión venezolana confirma las palabras de Alberto. Para bien o para mal, Hugo Chávez parece acaparar cada minuto de transmisión. Durante la promoción de mi novela en Caracas, muchos entrevistadores tratan de que me manifieste a favor o en contra. Yo procuro ofrecer análisis, hablar de la dimensión regional de Chávez, contar cómo es percibido fuera de su país. Pero en cuanto los periodistas comprenden que no obtendrán ni una condena ni un elogio, pierden el interés y cambian de tema. No son tiempos de reflexión, sino de confrontación. No se requieren teóricos sino soldados. Lo mismo ocurre en la calle. Las conversaciones invariablemente resbalan en el “comandante”. No es que la gente hable de política. Habla de Chávez.

-Y entonces ¿Es un dictador o no? –le pregunto a Alberto.
-Chávez ha hecho cosas muy interesantes. Eso sí, todas con doble filo: ahora en este país se pagan impuestos al fin, pero ese sistema sirve también para presionar políticamente. El gobierno ha montado un gran aparato cultural, pero también lo usa para hacer propaganda. Se ha politizado como era necesario el tema de la pobreza, pero también se manipula.
-¿Y qué recepción ha tenido tu biografía sobre Chávez?
-Los chavistas más radicales la detestan. Los opositores más radicales, también. Supongo que eso significa que el libro está bien hecho.

Volvemos a ver la televisión, en silencio. En la pantalla aparece un candidato opositor, pero la imagen ha sido manipulada para que hable en cámara rápida, como si fuese un muñequito de cuerda.

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20 de julio de 2006
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Anochecer de un día agitado

Ayer por la tarde, buscando material para un seminario sobre adaptación de textos literarios al cine, volví al leer el cuento Emperor of the Air, de Ethan Canin. Es la historia de un viejo profesor de biología, cuyo corazón ya ha sufrido un infarto, que descubre que el olmo centenario de su jardín está incurablemente infectado por insectos. “Llevo puesto el reloj de mi padre, que me dice que son las cuatro y media de la mañana”, dice sobre el fin del primer párrafo, “y aunque he pensado distinto, ahora creo que la esperanza es la esencia de todos los hombres buenos”.

Por la noche fui al estreno de Días contados, la nueva obra teatral de Óscar Martínez, protagonizada por Cecilia Roth. Es la historia de Ana, una autora teatral que revisa el momento de su vida en que debió lidiar con la condición terminal de su madre, el hijo que su ex marido esperaba de su nueva pareja y el deseo de independencia de su propia hija. Sobre el final, Ana (magnífica Roth, como siempre) recuerda que cuando estudiaba teatro un maestro le dijo que la esencia de todo era practicar la compasión. Uno tiende a identificar la compasión con la piedad, como si fuesen lo mismo, cuando en todo caso la piedad es una consecuencia de la compasión, una consecuencia del haber sentido pasión junto con otros, de haber compartido una pasión. Eso era lo que habíamos hecho durante casi dos horas, el autor y director, los actores y el público que abarrotaba la sala: compartir la pasión de Ana por la vida.

A medianoche, cuando llegué a casa, vi por televisión la pequeña charla informal entre Tony Blair y George Bush durante la cual el presidente de los Estados Unidos había manifestado que había que “terminar con esta mierda”, siendo esta mierda la agresión homicida que Israel desató sobre Gaza y el Líbano. Ya había leído el texto de la conversación por la mañana, indignándome ante la hipocresía del tipo que manifiesta que “habría que terminar” con esta mierda como si no le cupiese responsabilidad alguna sobre el asunto; como si no le bastase levantar un teléfono para lograr el cese del fuego. Pero al ver las imágenes por la noche me impactó que Bush dijese semejante cosa mientras se llenaba la boca de galletas. El presidente del país más poderoso de la Tierra aludía al conflicto por el que están muriendo centenares de inocentes a diario, mientras comía galletas con velocidad compulsiva.

Se me fue haciendo tarde, casi tan tarde como al profesor del cuento de Canin. Mi mujer se había dormido a mi lado sobre el sillón, mientras yo seguía haciendo zapping: respiraba profundamente, como quien confía en el poder reparador del sueño. Siempre me pareció que dormir era la más extraña de las actividades: nuestro organismo reclama que al menos una vez al día nos desconectemos, del mismo modo en que se desenchufa un refrigerador. Nos apagamos casi por completo; queda en pie, por así decirlo, nuestro sistema de emergencia, mientras el resto del organismo recarga sus baterías. En algún sentido dormir es un acto de esperanza: aceptamos desvanecernos, aceptamos dejar de ser, porque confiamos en que mañana resurgiremos mejor que nunca, otra vez nuevos. Y aun cuando mi corazón seguía sufriendo la golpiza que a diario le propinan los asesinos, los intolerantes y los comedores compulsivos de galletas, decidí que podía dar el salto, que podía cerrar los ojos y confiar en mi resurgimiento de mañana, porque gente como Canin, como el profesor del cuento, gente como Ana y como Cecilia Roth, me habían recordado que no estaba solo, que compartía una pasión y que la esperanza seguía siendo la esencia de todos los hombres buenos.

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20 de julio de 2006
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EL ENCANTO DE LA NADA

La inanidad arrasa. En YouTube ( el espacio en la red donde cualquiera cuelga su vídeo libremente para que libremente lo vean y lo descuelguen miles de otros cibernautas) la pieza más apreciada la semana pasada -colectada por 360.000 personas- fue la de un muchacho británico de 18 años que él mismo calificaba como "el vídeo más aburrido de todos los tiempos". Todos los tiempos han sentido una rara atracción por lo aburrido siendo lo aburrido el refugio seguro ante el suceso.

El tedio, tan rechazado en esta cultura del entretenimiento continuo, ha venido a convertirse reactivamente en un producto de altísima calidad. Un bien semejante a los productos naturales, la fibra de cáñamo o la slowfood. Lo lento frente a la velocidad interminable, el espesor del tedio frente a la pregonada transparencia en cualquier actividad, política, económica, moral. El tedio da ocasión para sentir el peso del tiempo y recobrar con ello la dimensión de la historia. Hasta hace poco, cuando todavía existía la historia y no sólo el accidente, los objetos pesaban mucho. Pesaban los teléfonos, las radios, las máquinas de escribir.

El reino de la levedad y la transparencia que también acabó con las raíces y los gruesos límites a la libertad ha desembocado en un ámbito abierto en el que brotan los centros comerciales y los parques temáticos, los grandes conciertos rave y las manifestaciones efímeras. La profundidad de los proyectos, la profundidad de las convicciones ha sido sustituida por la superficie de las mil pantallas y, en esas condiciones, lo correspondiente es patinar, resbalar, cambiar. El tedio ralentiza, enrarece el movimiento, vuelve despacioso el pensamiento.

Frente al modelo, en fin, de los filmes de acción y la trepidación de los efectos especiales, renace la tendencia de la visión plana, horizontal, sin variaciones, la cinta continua de una contemplación donde la falta de hechos se convierte en la deseable forma de vida. La vida de la inanidad. O más interesante: la inanidad como alternativa de distracción o el aburrimento como forma de diversión extrema.

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20 de julio de 2006
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CENDRARS EN BRASIL

Blaise Cendrars (1887-1961) es el manco más famoso de la literatura francesa. Perdió un brazo en un combate durante la Primera Guerra Mundial. Tampoco es un Cervantes. Habría conseguido establecerse en el primer rango de la fama con un poco de continuidad en sus acciones pero nunca fue capaz de quedarse en una situación. Era suizo y obtuvo la nacionalidad francesa. Era poeta y se transformó en novelista. De ser reconocido como novelista pasó a ser periodista. Al final, su vida fue una mezcla de destinos de aventurero y de artista. Se movía a lo largo de nuestra tierra. Fue testigo de los prolegómenos de la revolución bolchevique en Rusia y del auge del capitalismo americano en Nueva York.

Fue al lado del Hudson que se inventó el seudónimo Blaise Cendrars. Se llamaba Frédéric Sauser. El éxito del poeta fue para Blaise Cendrars. Trayectoria cortita: entre 1912 y 1924 escribe unos poemas que son opciones posibles para una vida entera de creación: largas narraciones en versos, relatos de viajes en versos, montajes de tipo “collage” en versos. La colección “Poésie/Gallimard” acaba de recopilar todo en un volumen titulado Du monde entier au cœur du monde, que se puede traducir tanto por Desde el mundo entero hacia el corazón del mundo como por A propósito del mundo entero en el corazón del mundo.

Este título ambiguo fue escogido por el propio Cendrars y me parece que define bien su uso de nuestro planeta: todo se puede hacer pero nada puede permanecer; tampoco el propio Cendrars se ha mantenido en un lugar. Su libro más famoso, medio ficción, medio memoria, se titula Bourlinguer en francés, lo que obligó, para la publicación de su edición española, a extraer un verbo, trotamundear, del sustantivo trotamundos. Trotamundear no aparece en los dos volúmenes del Diccionario Aguilar del Español Actual. Me parece lógico. Cendrars no aparece donde lo buscamos.

Leer y releer sus poemas es encontrar a alguien que se escapa. Habría podido ser Reverdy, Apollinaire o Morand y solo deja unas pocas maravillas. Claro que ya había leído y releído su famosa Prosa del transiberiano y de la pequeña Juana de Francia. Es el relato de cómo se fue a los dieciséis años de su casa subiendo al primer tren. Sigue siendo un canto de amor al viaje detrás de un fingido cansancio. En este poema se encuentra la cita que abre el libro de Bruce Chatwin sobre Patagonia: "Sólo queda la Patagonia, la Patagonia, que convenga a mi inmensa tristeza".

Como poeta, Cendrars es insospechadamente latino: la tercera parte de su poesía completa está dedicada a sus viajes por América Latina y, sobre todo, por Brasil. Barco, tren, ciudades y campos, amanecer y cielo del trópico: todo cabe dentro de pequeños poemas que son una especie de borrachera de visiones hasta llegar a un poema que pertenece a los últimos de su obra, que es también su último poema sobre Brasil. Una especie de llegada insuperable para un escritor que no quería repetirse y nunca lo hizo. El título: ¿Pourquoi j’écris? (¿Por qué escribo?); el texto completo: Parce que… (Porque…). Después fue el silencio poético.

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19 de julio de 2006
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CORPORACIÓN DERMOESTÉTICA

Hay un antes y un después de “Corporación Dermoestética”. Su salida a bolsa, le vaya bien o le vaya mal actualmente –que le va mal-, significa la abierta integración del valor en la cotización de los valores. Los precios de la cirugía estética, de la liposucción, de las inyecciones de botox, han sido introducidos en la economía con la misma condición de los demás artículos del mercado.

Nadie ignora que la belleza física favorece el éxito. Pero, llevado al extremo, ¿será responsable quien se conforme con su fealdad o no se imponga mejorar su aspecto? Si el bienestar económico de la familia, la facilidad de los contactos, la posibilidad de nuestro ascenso laboral, el impulso de nuestra elección en los mil castings se relaciona con nuestro porte ¿cómo no tomar en serio las atenciones estéticas e incluir el acceso a sus beneficios entre los derechos de la Constitución?

Conocer mucho o muchísimo de una materia no se estima ya  decisivo para lograr un empleo en el mundo de la creciente flexibilidad laboral y empresarial, pero ser grato a la vista, aparecer atractivo ante los proveedores y clientes, resulta cada vez más importante en la economía personalizada y de servicios.

¿Formarse? Hasta hace poco no había dudas sobre el alcance profesional del verbo. Pero ahora el verbo se hace carne. La instrucción será, en parte, importante pero ¿qué decir de la estética de la corporación?

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19 de julio de 2006
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¿Qué fue primero: el huevo o la publicidad?

Les juro que no me lo inventé. Un artículo publicado el lunes por el New York Times informaba que la emisora televisiva CBS decidió publicitar los programas de su nueva temporada en… la superficie de los huevos. Entre septiembre y octubre, 35 millones de huevos llegarán a los hogares de Estados Unidos con la publicidad de shows como The Amazing Race y CSI escrita en sus cáscaras. Sin poder creerlo del todo, los mismos redactores publicitarios de la CBS se refieren al proceso como egg-vertising.

Todo comenzó con una compañía llamada EggFusion, oriunda de Deerfield, Illinois. La tecnología para imprimir sobre la cáscara de los huevos fue desarrollada con la intención de asegurar a cada cliente que la mercadería que tiene entre manos es fresca: la fecha de expiración de cada huevo se graba durante el proceso de lavado, empleando un tiempo que va entre los 30 y los 70 milisegundos. Pero el verdadero genio debe ser aquel a quien se le ocurrió que la cáscara de un huevo era un espacio vacío, esperando a ser llenado con contenido a razón de seis, doce o veinticuatro veces por caja. Un genio que debe haber contado, por cierto, con la inestimable colaboración del caradura que salió a enfrentarse con las grandes compañías explicándoles que cada huevo era un pequeño cartel publicitario en potencia. Es verdad que los medios están tan saturados de publicidad que para cada empresa distinguirse de las otras se torna tarea imposible. Y en una cultura tan huevo-dependiente (¿o debería decir huevocéntrica?) como la de los Estados Unidos, tarde o temprano en el día uno acabará topándose con el mensajito en cuestión. Según dijo al Times George Schweitzer, presidente de marketing de CBS, lo mejor del concepto-huevo es su carácter intrusivo.

  Pero claro, para algunos de nosotros ese será su rasgo peor. Ya bastante difícil resulta mirar en dirección alguna sin que el panorama resulte contaminado por alguna publicidad. Ahora ni siquiera podremos hacernos un maldito huevo frito sin recibir alguna sugerencia sobre tal o cual producto. Y cuando mi hija mayor dé el examen final en su universidad, al tirarle huevos no estaré tan sólo festejando, como era mi intención, sino vendiendo algo a la vez, ¡sin siquiera cobrar una comisión! Lo único bueno del asunto es que, al menos en lo que a mí respecta, esta nueva tecnología colaborará con los perfectos niveles de mi colesterol.

(Y conste que hasta el momento me he refrenado de hacer las bromas más fáciles, que sin duda aparecerán en los Estados Unidos entre septiembre y octubre, cuando los medios empiecen a decir que la programación de CBS es mala para el hígado, o que simplemente te rompe los huevos.)
Me he quedado colgado de esta noticia, en un mundo inundado por las imágenes de una guerra genocida, porque me pareció que hablaba del otro extremo de la experiencia humana: su costado más liviano, más tonto. Pero todavía no sé muy bien si confiar en que este otro costado nos salvará al fin de nuestra propia ceguera autodestructiva, o si simplemente subraya el hecho de que estamos fritos.

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19 de julio de 2006
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Alemanes tropicales

Con su techo a dos aguas, su puerta de arco gótico y su campanario, la iglesia de este pueblo es un ejemplo de arquitectura bávara. Lo mismo ocurre con las torres de la entrada, típicamente alpinas, y con las pintorescas casitas que se alinean en las calles, como si fueran de juguete. Entre tanto espíritu germano, cuesta recordar que estamos a sesenta kilómetros de Caracas, casi en plena selva negra, rodeados de espeso follaje tropical.

Y es que, más allá del busto de Bolívar infaltable en cualquier plaza pública venezolana, pocas cosas de este pueblo recuerdan al hemisferio sur. La gente es rubia y alta, los niños hacen danzas con faldas rojas y chalequitos tiroleses y la Oktoberfest se celebra todos los años: bienvenidos a la Colonia Tovar, un rinconcito de Alemania en el corazón del trópico.

El origen de este lugar surrealista se halla en 1840, cuando el presidente venezolano José Antonio Páez decidió promover la importación de europeos. La versión oficial dice que fue para activar las tierras de cultivo, pero considerando que eso podría perfectamente haberse hecho con gente de países más cercanos, quizá haya que dar por cierta la explicación más delirante: que el gobierno pretendía mejorar la raza.

Como sea, Páez concedió préstamos a sus empresarios para llevar al país inmigrantes europeos. No es que sobrasen candidatos, la verdad. Pero coincidió que  la zona de Baden, región de Alemania ubicada entre el río Rin y las montañas de la Selva Negra, tenía problemas de productividad agrícola. Dentro de esta zona existía una región llamada Kaiserstuhl (en español “Silla del Emperador”), en la cual se hizo circular un folleto que comenzaba con las siguientes palabras:

"Cuando los nuevos Estados libres de América se encuentran en la necesidad de llamar colonos extranjeros para promover por medio de esta población y el cultivo de las tierras baldías el progreso de la civilización, en los viejos Estados europeos hay un exceso de población que los obliga a tratar de deshacerse de parte de ella ya que hacen peligrar la economía de los Gobiernos".

El folleto era algo así como los avisos para el sorteo de visas a EE. UU. Describía las bondades del clima, las cualidades de la tierra, su ubicación privilegiada y la abundancia de agua. Ofrecía a los emigrantes terreno listo para sembrar, casas nuevas, ganado y herramientas. Además recibirían dinero para los gastos de viaje y financiamiento para la subsistencia hasta que fueran capaces de mantenerse por sí mismos. Todos estos adelantos podrían pagarse en cinco años y sin intereses.

Tres años después de la aprobación de la ley venezolana de migraciones, 239 varones y 150 mujeres provenientes de la parte alta del río Rin se embarcaron rumbo a una nueva vida. Y ahí se quedaron. Solos. No hubo otros grupos como ellos, y nadie colonizó las tierras adyacentes. Durante casi un siglo, estuvieron comunicados con el mundo sólo por vía fluvial. Sólo en los años 30 se construyó una carretera. 

Hoy en día, los habitantes de la Colonia Tovar se dedican a la venta de frutas, la elaboración de cervezas y salchichas y la atención al turismo. La mayoría de ellos hablan español de frutero venezolano y alemán del siglo XIX. El alto índice de endogamia los ha convertido en una de las poblaciones con el mayor índice de síndrome de Down en el mundo. Y es un lugar agradable. La Colonia Tovar, siglo y medio después de su surgimiento, se ha convertido en una travesura de la política migratoria, un raro capricho, un ejemplo de los insospechados recovecos que brotan en el curso de la Historia.

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19 de julio de 2006
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