Javier Rioyo
Estaban mis candidatos preferidos al Premio Nobel de Literatura en Nueva York. Cada año, como cuando de adolescente jugaba a intentar adivinar quién ganaría el Festival de Eurovisión, juego a la adivinanza de quién será el Nobel. Admito apuestas, aunque generalmente juego conmigo mismo y pierdo. Soy un experto en perder premios Nobel. En los últimos 15 años solo he ganado tres o cuatro. Aunque solamente con la victoria de Coetzee merecieron la pena las derrotas de Darío Fo, Elfriede Jelinek, entre otras. También he perdido este año, aunque por muy poco. El escritor turco Orhan Pamuk -¡un Nobel de mi generación, de mi año!- era mi segunda opción. El primero, mi particular gran perdedor desde hace ya una década, es mi admirado, querido y cercano Mario Vargas Llosa. Al menos diez años llevo diciendo de este año no pasa. Y pasa. Se olvidan de Vargas Llosa. Menos mal que él no se olvida de nosotros, no se olvida de la literatura y cada año que pasa sin el Premio Nobel nos hace disfrutarlo con algunas de sus obras. Con algunas de las mejores de su ya larga historia que han sido escritas en estos diez años de mis derrotas, La fiesta del chivo, por ejemplo; o con otras que siempre es un placer poder leer. Es como Woody Allen, cada año una película. Unas serán mejores que otras, pero casi todas están por encima de la media de sus contemporáneos. Apuesto una cena que el próximo año será el año de Vargas Llosa. Por las mismas razones que han concedido el Nobel a Pamuk -que casi podría ser su hijo biológico- se lo podrían haber concedido a Vargas Llosa. Ya sabemos que el Nobel también tiene un componente de oportunidad, política, corrección o incorrección que hace que los vientos nos traigan sorpresas.
Demasiados años sin premiar al idioma español. Ya nos toca. Que tomen nota. Y dicho esto, mostrar mi alegría por el premiado. Desde que leí El libro negro, es Orhan Pamuk uno de mis escritores preferidos. Es el novelista que uno hubiera querido para que se escribiera Madrid. Mi ciudad, como todas las grandes ciudades también está construida sobre las ruinas de otras ciudades que estaban en su subsuelo, sobre otras culturas, sobre otros mitos y otros ritos. No hemos tenido la suerte de tener un escritor, un novelista, que sepa penetrar en las contradicciones, la belleza y la fealdad, de este caos que llamamos Madrid. Cuando me acerco por las obras de Pamuk a ese personaje que es la ciudad de Estambul, siento que no sea madrileño. Me encantaría que un escritor, con su fuerza, su vigor, su pasión por la ciudad que quiere -y a veces odia- se pusiera a escribir de la misma manera sobre ese contenedor de nuestras pasiones, de nuestro pasado y nuestro presente que llamamos Madrid. Estoy contento, casi gano el Premio Nobel. Del año que viene no pasa.