Jean-François Fogel
Lectura en línea de La tercera, el diario chileno, en su edición del domingo. Hay un dispositivo un poco complejo que ofrece el diario de papel con una extraña herramienta: una lupa que uno desplaza en la página. Es incómodo pero, bueno, algo es algo, y leo el recorrido de la presidenta chilena Michelle Bachelet por Villa Grimaldi. Era un centro de detención y de torturas del régimen militar. 229 personas a quienes se vio con vida en el lugar figuran hoy en la lista de los desaparecidos. El gobierno intenta transformar el lugar y su nombre en «Parque de la paz Villa Grimaldi». Toda una hazaña pues Bachelet confirmó en su visita que quiere modificar la ley de amnistía. Es decir: abrir la caja de Pandora del pasado, que no siempre está lleno de paz.
El debate sobre si se debe o no se debe «olvidar» es propio de cada fin de dictadura. ¿Mirar hacia el pasado, para conseguir la paz interna, o mirar hacia el futuro, para ubicarse en lo fundamental? Bachelet tiene tres veces el derecho de opinar sobre el tema: fue torturada, como su madre, en Villa Grimaldi; es presidenta de un país que hoy suscribe la filosofía del derecho internacional desde el proceso de Nuremberg; y, además, cita un fallo de la Corte Interamericana de Derechos Humanos que afirma la no-validez de la ley chilena de amnistía: en otras palabras, todo queda por hacer para su gobierno, empezando por la ley.
No es esa mi opinión. Creo que lo que queda por hacer a largo plazo no corresponde a la presidenta chilena. Lo que cambiaría Chile de verdad sería tener una derecha democrática y moderna que se sienta cómoda con su pasado. Joaquin Lavin, candidato fracasado a la presidencia chilena por la derecha, y que tiene como futuro jubilarse siendo todavía una gran promesa política, publicó la semana pasada un texto llamando a la renovación de la derecha. Se trata, escribía, de tener una derecha «de vocación mayoritaria». Falta mucho en su texto; falta ambición y falta despojarse de una culpabilidad/contrición muy católica. Pero otra vez, algo es algo. Es un primer paso en la buena dirección y lo nota, en una tribuna incluida en la misma edición de La Tercera, José Miguel Insulza.
El secretario general de la OEA que fue, como ministro del Interior, una bestia de adversario para Lavin, tiene toda la razón al decir que la derecha chilena se reorganizó después del régimen militar «en torno al pinochetismo». La justicia (y en esto tiene también razón Bachelet) ayudó mucho a cambiar las conciencias, al demostrar que el dictador, más allá de sus violaciones de los derechos humanos, era un miserable traficante de influencias en busca de dinero para sus cuentas secretas en bancos extranjeros. Está bien, con la figura ya destrozada de Pinochet, la derecha chilena tiene que renovarse, hasta llegar a producir figuras como Angela Merkel o Nicolás Sarkozy en Europa. !Qué lenta es la historia!