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Amor y Dolor – Edvard Munch

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Terapia y amor

 

Buscamos secretos, aunque sepamos que en cualquier historia habita un silencio. Lo que se calla puede ser la pieza suelta que necesitábamos para comprender o, todo lo contrario, nos decepciona porque, lejos de esclarecer algo, lo oscurece. Por ello hay escritores que incluyen largos silencios en sus novelas como forma de activar nuestra propia voz y excitarnos la curiosidad. Nos llevan a fantasear que somos pequeños Robinson Crusoe de la condición humana, ansiosos de entender la razón por la que unos se corrompen y extravían, pierden las ganas de amar, y otros se hacen millonarios.

Hoy somos terapeutas amateur que hurgan entre los restos de los sueños para explicarnos por qué perdemos el sentido de la vida. Atribuimos a la pandemia la nube mental que ralentiza nuestro pensamiento. La misma que nos ha desgajado del grupo por su condición tóxica. Ha desaparecido incluso el espacio público para hablar de la nada, y se han llenado las consultas –muchas virtuales– de psicólogos y psiquiatras. “¿Qué me está pasando?”, “¿qué he hecho mal en la vida?”, “¿por qué soy una mierda?”. La pandemia se ha erigido también en contaminadora de mentes al romper la ilusión del control, ese mandato que ha regido siempre nuestras vidas.

Se agranda la brecha del afecto: deseamos imperiosamente que nos quieran, que sepan de verdad quiénes somos. Personajes famosos que durante años insistieron en no hablar –Nevenka, Rocío Carrasco…– se han sentado frente a una cámara y han ofrecido un relato interiorizado que deja entrever largas sesiones de terapia o autoanálisis. Se lo han contado a sí mismos –o al médico– en infinitas ocasiones, de ahí que lo articulen sin dudar: expresarlo es empezar a curarse.

“Se debería entonces pensar la pandemia como criatura mítica”, afirma en Lo que estábamos buscando (Cuadernos Anagrama) Alessandro Baricco, para quien el virus, antes de tocar los cuerpos de los individuos, ha contagiado el imaginario colectivo. Y, una vez pase, ya vacunados, resistirá como un mito que tan solo podrá ser conjurado por otro, un descarrilamiento del cuerpo con mejor química que el diazepam: el amor.

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28 de abril de 2021
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Maneras de la inmortalidad

Jorge Luis Borges, siendo maestro de tantas cosas, lo fue de los textos falsos presentados como verdaderos, y hoy en día su posteridad parece ser perseguida por lo apócrifo, si tomamos en cuenta los numerosos escritos, en poesía y en prosa, y aún los textos de autoayuda, que le son atribuidos en las redes sociales. El que le endilguen constantemente lo que no es suyo, es una forma de popularidad, aunque un tanto espuria, y por qué no, una manifestación muy palpable de su inmortalidad literaria.

En 1963, el escritor salvadoreño Álvaro Menen Desleal ganó un segundo lugar en el Certamen Nacional de Cultura con su libro Cuentos Breves y Maravillosos, título que recordaba demasiado el de Cuentos Breves y extraordinarios de Borges, aparecido diez años atrás. Pero eso no fue todo. Cuando el libro se publicó, traía a manera de prólogo una carta con la firma de Borges, que comenzaba:

“Mi querido amigo:

Al conocer sus Cuentos breves y maravillosos, pienso que no fue meramente accidental que Kafka escribiera La Muralla China: se repite en usted la nota de lo que con Bioy Casares llamamos las antiguas y generosas fuentes orientales. Se repite y se prueba mi idea de que el número de fábulas o de metáforas de que es capaz la imaginación de los hombres es limitado…limitado o no, lo cierto es que usted prueba a su vez que ese número no está en manera alguna agotado…más usted le da nuevo engaste y logra con intensidad lo que otros, en más de veintitrés siglos, no lograron con extensión. Por eso yo no acepto el homenaje que me rinde al declararse mi seguidor. Si de algo es usted seguidor es de sus propios sueños...”

Las dudas envidiosas no tardaron en estallar en el mundillo literario centroamericano, y sobraron las acusaciones de plagio borgiano de los propios textos del libro, y las de falsificación de la carta de presentación. Pero nadie reparó en la nota con que, en la última página, el autor completaba su ardid:

“Querido maestro Borges:

Mi vanidad y mi nostalgia –me digo con sus palabras– han armado una escena imposible. De pronto despierto de un sueño y tengo su carta en las manos, como la flor de Coleridge…”. En septiembre de 1999, cuando se celebró el centenario del nacimiento de Borges, se organizó en Buenos Aires un seminario al que concurrimos escritores, investigadores y académicos. Allí me encontré, después de décadas sin vernos, a Álvaro, quien llegaba invitado desde El Salvador. Cuando tomó la palabra, hizo una detallada confesión acerca del prólogo apócrifo, a manera de un renovado homenaje a Borges y a sus formas de inventar, donde la distancia entre los documentos reales y los ficticios no existe. Una justificación muy borgiana. En uno de los descansos de las sesiones, a la hora del café, me dijo que algo iba siempre a inquietarlo hasta la muerte, y es que ya nunca alcanzaría a saber si Borges se habría enterado del affaire centroamericano alrededor del prólogo, y si alguna vez habría llegado a tener entre sus manos sus Cuentos Breves y Maravillosos. Lo más probable, me dijo, abatido, es que no. Murió menos de un año después en San Salvador. Y ya no pudo enterarse que Borges sí supo del affaire, y que leyó sus cuentos. Así consta en Borges, el libro publicado en 2006, que reúne las entradas de los diarios de Adolfo Bioy Casares donde este reseña las conversaciones con su amigo por cerca de sesenta años. Es un impresionante volumen de 1663 páginas, preparado por Daniel Martino, y que, aunque parezca mentira, uno puedo leerse de una sola sentada, sin dormir ni comer, si se es lo suficientemente vicioso.

En la entrada correspondiente al miércoles 11 de septiembre de 1963, cuenta Bioy que Borges le dice: “tengo que consultarte sobre algo” …; y “trae un libro Cuentos Breves y Maravillosos, de un tal Menen Desleal, y una carta, de otra persona, guatemalteca, según creo, que le ha enviado el libro...”. Luego ambos hablan de la carta elogiosa que sirve de prólogo, y Borges expresa el temor de que su madre, doña Leonor Acevedo, su constante y terrible ángel tutelar, sin consultárselo, la hubiera escrito y enviado; pero descartan la posibilidad, porque la señora nunca escribe tan largo, ni hubiera imitado el estilo de Borges. Leen algunos de los cuentos, y uno de ellos, Los Cerdos, les parece muy gracioso.

Borges, cuenta Bioy, no sabe qué hacer. Considera que el autor del libro es más inteligente que quien lo denuncia, pero que alguna razón tiene el denunciante…los generosos elogios que prodiga a sus propios cuentos, invalidan su carácter de obra desinteresada. Bioy lo contradice: “no podés ponerte en contra de un pobre individuo bastante inteligente, que no tiene libertad ni posibilidad de escribir sino como imagina que vos escribís...”. Y entonces, Borges, sin dar más importancia al asunto, termina elogiando el libro, y aún la carta apócrifa. Por fin Borges contesta ese mismo mes al denunciante, que es el escritor guatemalteco Alfonso Orantes, y le dice: “Ya que el volumen consta de una serie de juegos sobre la vigilia y los sueños, queda la posibilidad de que mi carta sea uno de tales juegos y travesuras…”

Dice “mi carta”. Y con eso pasa a ser auténtica. Y aparece incluida en El círculo secreto, el libro que contiene los prólogos y notas escritos por Borges, (Emecé, Buenos Aires, 2003). Más auténtica aún. Borges nunca escribió esa carta, pero ahora la ha escrito. Es su carta.

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27 de abril de 2021
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‘Sostenella’

Quienes ocupamos espacios públicos en los diarios deberíamos tener la humildad de confesar nuestras preferencias. Y a eso voy

Mi próxima columna coincidirá con las elecciones a la comunidad de Madrid. Aunque usted viva en Polvazares o en un arrabal de Bogotá, seguro que ya se ha enterado de que la así llamada izquierda española se ha lanzado en tromba, como los bárbaros sobre Roma, para tomar la capital de España. Aterrados de obtener unos resultados infames y bien merecidos, están tratando de destruir a la actual presidenta, Isabel Díaz Ayuso, porque lo ha hecho sobradamente bien como para abochornar al Gobierno de socialistas, nacionalistas, separatistas y peronistas. Quienes ocupamos espacios públicos en los diarios deberíamos tener la humildad de confesar nuestras preferencias. Y a eso voy.

En el bloque de ideología extrema o fanática dominan dos grupos, Podemos (Pablo Iglesias) y Más Madrid (Mónica García). Del primero no hay nada que decir, él mismo se ha desacreditado de tal manera que nada puede salvarlo. Pero la señora de Más Madrid es un personaje curioso. Ha dicho una y otra vez que ella es médico y médica, pero ha prometido que lo primero que hará es desmantelar el Hospital Isabel Zendal porque lo construyó Ayuso. Allí me vacunaron y me pareció una institución ejemplar. Un médico o médica que quiere destruir hospitales no inspira confianza. Junto a estos dos grupos está también Vox, la derecha tradicional. La verdad es que hasta el momento sólo han recibido pedradas de grupos fascistas antifascistas, pero aún no tienen un programa claro. No me fío.

Hay tanto obispo en el PP que sólo me queda Ciudadanos, partido que ha cometido un sinnúmero de errores y los está pagando al borde de la extinción. Pero no quiero que desaparezca, sino que se restablezca y apoye a Ayuso. De modo que ya saben lo que estaré votando cuando me lean: la resurrección.

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27 de abril de 2021
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Gran parecido

Espárragos recién cogidos, migas con huevos fritos y, de segundo, costillitas de lechal a la brasa. Este era el menú, casi el plan, pero una circunstancia inesperada lo ha cambiado todo. Una mujer rubia de unos cincuenta años, a la sazón cliente habitual del establecimiento, se ha dirigido a mí para señalar el gran parecido que yo tenía con Francisco León, de Alcañiz, aunque quizá me veía algo más joven que León, sujeto que, por lo que hemos ido conociendo, era un notable carcamal. Aparentemente resuelta la confusión, hemos pasado a los postres, helado Comtessa regado con un chorrito de whisky, pero los comentarios que venían de la mesa en la que comía la mujer rubia no han permitido que disfrutáramos; frases que abundaban en la idea de la duda acerca de si yo no habría mentido para ocultar mi verdadera identidad, que no sería otra, según la mujer rubia y sus secuaces, que la de Francisco León, de Alcañiz. Me acompañaban Ernesto López López y Carlos Cronopial Balbino, comisionistas de Épila que, molestos por no haber podido disfrutar del ágape, se hicieron con una horcas de almez y empujaron al fondo de un barranco cubierto de ortigas, a medida que iban saliendo del restaurante, a cada uno de los miembros de la familia de la mujer rubia, gente horrible de esa que ya en marzo se provee de unas chanclas, una camiseta sin mangas y unos pantalones cortos de chándal como para ir a bañarse a la playa de La Barceloneta; quedaron buenos.

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26 de abril de 2021
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Caminantes y caminos

Dos movimientos fundamentales caracterizan la historia general de España: la explosión y la implosión. También podríamos llamarlos inflación y contracción. Apenas España ha sido configurada como “nación” gracias a la alianza matrimonial entre Isabel y Fernando cuando se lleva a cabo la gran explosión, verdadero big bang representado por las conquistas americanas y el acceso a un mundo nuevo y sorprendente, capaz de provocar el asombro más desmedido y la más desmedida avaricia. Como la potencia que financia del proyecto expansivo, tanto en América como en el Pacífico, es Castilla, la inflación y la contracción van a determinar su historia más que en otras comunidades españolas. Perdido el imperio, acaba la expansión y se inicia la contracción. Todas las fuerzas positivas y negativas empiezan de pronto a proyectarse en su territorio, generando un efecto de explosión hacia adentro. España se queda reducida a sus propios límites, y especialmente Castilla. La nación se ve obligada a modificar su relato pues se ha derrumbado el imaginario colectivo fundamentado en los sueños imperiales, cada vez más difusos y fantasmales. Hay que construir un nuevo relato  y los escritores que presencian el derrumbe definitivo del imperio dirigen la mirada hacia Castilla, si bien no solo hacia ella, como nos refiere Ana Rodríguez Fischer en su libro Trajinantes de caminos: Reportajes, crónicas, impresiones y recuerdos de viaje en los escritores españoles de Fin de Siglo. Tanto Azorín como Baroja, Unamuno y Machado van a incidir en Castilla, por supuesto, pero no van a olvidar las otras comunidades, y tampoco van a ignorar a Francia: espejo deformante que les ayuda a profundizar más en las limitaciones de España, pues desde la época napoleónica Francia es un estado sólido, resistente y centralizado, sin los problemas de disgregación que tiene España, que ha tenido siempre. En muchos aspectos, los autores del 98 fueron representantes genuinos de los escritores-viajeros que poblaron las postrimerías del siglo XIX: verdadera edad del oro del reportaje cultural, que también podría considerarse ya reportaje turístico, en el más elevado y menos degradado sentido de la palabra. Los viajeros que se jugaban la vida, descubrían nuevos mundos y los alteraban, a menudo para mal, son sustituidos por los viajeros cultos y reflexivos, que sacan conclusiones filosóficas y morales de sus viajes. Del viajero agitado y en continuo movimiento, pasamos al “viajero inmóvil”, como lo llama Rodríguez Fischer, refiriéndose al escritor que se sienta ante su mesa tras el viaje y comienza a describir sus peripecias, configurando una narración en torno a algunas ideas, a través de las cuales “se ordenan vitalmente ciertos elementos” que van  a definir tanto una reflexión como una estética referidas a un lugar concreto.

El libro de Rodríguez Fischer muestra el proceso dialéctico que se va llevando a cabo en estos viajeros finiseculares con el correr de los años y los acontecimientos. Todo nos indica que van pasando del viaje concebido como una evasión lírica y tópica, bastante próxima a lo pintoresco (que era lo que pedían muchos periódicos de la época) a una visión más profunda e interiorizada de sus travesías. Del viaje como “bagatela”, al viaje como experiencia interior.

Pienso en Unamuno. Cuando ubica la historia de San Manuel Bueno Mártir en un pueblo junto a un lago (el de Sanabria), está interiorizando el paisaje para convertirlo en el marco de una aventura metafísica y desgarradora. Lo que parecía meramente pintoresco se trasforma en el escenario de una tragedia íntima vinculada a la existencia o no existencia de Dios. A través del sacerdote Manuel, Unamuno reformula la nietzscheana muerte de Dios en un pueblo de la España agreste y profunda. Un planteamiento bastante insólito y al mismo tiempo todo un símbolo del derrumbe espiritual y moral: para el personaje de Unamuno, la religión se convierte en una máscara trágica.

Creo que Unamuno fue el más original a la hora de utilizar el territorio castellano para sus fines literarios. Novelas ambientadas en Salamanca que se adelantan al existencialismo francés (La tía Tula, Niebla), la muerte de Dios en Sanabria... Algo parecido viene a decir Rodríguez Fischer al final de su excelente libro: “¿Qué queda de tanto viaje?” “Quedan lecciones estéticas y éticas, queda el amor al campo libre, que nos ama sin fiebre, sin frenesí, ni violencia”. Y queda también “una honda tristeza” que no benefició a la mitología de Castilla. Pero eso es otra historia. En este momento he querido privilegiar otros aspectos de los viajeros decimonónicos, así como indicar que tras la expansión imperial, le llegó a España el momento de explorarse a sí misma. Del viaje exterior al viaje interior, con todas sus consecuencias.

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24 de abril de 2021
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El hombre cuenta (XII): “La oveja que come centellas”

“Un tempero adecuado para las siembras otoñales, hielo en diciembre para que la planta afirme, aguarradillas en abril para que el sembrado esponje, y sol fuerte en junio para que la caña espigue…”.

Así presenta Miguel Delibes (“Castilla, lo castellano y los castellanos”, Austral 2012. P.44) el orden metereológico que aseguraría las cosechas, y cuya ausencia sumerge a los vecinos de una aldea castellana en una tensión que se arrastra el año entero. A ello se suma el brotar incontrolable de plantas malignas y el deterioro provocado por topos o ratas, en referencia a los cuales Delibes narra la disposición de un niño, designado por los aldeanos como “El Nini”, precoz en el conocimiento de los signos anunciadores del tiempo: “si con el alba vuelve el norte arrastrará la friura y la espiga salvará”, exclama ante los hombres que en la taberna se consuelan con vino ante la inminencia de que la escarcha destruya la cosecha.

Pero el niño es también ducho en el comportamiento de animales: sabe de la falta de instinto de las ovejas ante el incentivo que supone cierto pasto, y conoce las técnicas del topo para preservar la seguridad en sus galerías: “Por nuestra Señora de la Luz brotaron las centellas en el Prado y el Nini se apresuró a enviar razón al Rabino Grande para que alejaras las ovejas, pues según sabía por el Centenario, la oveja que come centellas cría galápago en el hígado y se inutiliza, Aquella misma tarde, el Pruden informó al niño que los topos le minaban al huerto e impedían medrar las acelgas y las patatas. Al atardecer el Nini descendió al cauce y durante una hora se afanó en abrir en el suelo pequeñas calicatas para comunicar las galerías. El Nini sabía, por el abuelo Román, que formando corriente en las galerías el topo se constipa y con el alba abandona su guarida para cubrirlas. El Nini trabajaba con parsimonia, como recreándose, y, en su quehacer, se guiaba por los pequeños montones de tierra esponjosa que se alzaban en rededor (…) Al día siguiente, San Erasmo y Santa Bladina, antes de salir el sol, el niño bajó de nuevo al huerto. La calina difuminaba la forma de los tesos que parecían más distantes, y en las plantas se condensaba el rocío. Junto al ribazo voló ruidosamente una codorniz, en tanto los grillos y las ranas que anunciaban alborozadamente la llegada del nuevo día, iban enmudeciendo a medida que el niño se aproximaba. Ya en el huerto, el Nini se apostó en un esquinazo junto arroyo, y, apenas transcurridos diez minutos, un rumor sordo, parecido al de los conejos embardados, le anunció la salida del topo. El animal se movía torpemente, haciendo frecuentes altos, y tras una última vacilación, se dirigió a una de las calicatas abiertas por el niño y comenzó a acumular tierra sobre el agujero arrastrándola por el hocico. El Loy, el cachorro, al divisarle, se agachó sobre las manos le ladró furiosamente, brincando en extrañas fintas, pero el niño le apartó, regañándole, tomó el topo con cuidado y lo guardó en la cesta. En menos de una hora capturó tres topos más y apenas el resplandor rojo del sol se anunció sobre los cuetos y tendió las primeras sombras, el Nini se incorporó, extendió perezosamente los bracitos, y dijo a los perros: ‘Andando’. Al pie del Cerro Colorado, el José Luis, el Alguacil, abonaba los barbechos y poco más abajo, en la otra ribera del arroyo, el Antolino ataba pacientemente las escarolas y las lechugas para que blanqueasen. Desde el pueblo llegaba el campanillo del rebaño y las voces malhumoradas, soñolientas de los extremeños en el patio del Poderoso”(pgs.45-46. El autor recopila un capítulo de su novela “Las ratas”).

Hubiera podido elegir entre multiplicidad de textos. Me he limitado simplemente a considerar el que por razones de otro orden tenía a mano. El lenguaje tiene potencial capacidad de expresar cada cosa que se dé en el mundo, señalaba el lingüista Emile Benveniste, ya se trate del mundo exterior o interior cabe precisar. Esta potencia infinita no puede, por definición misma de infinitud, actualizarse plenamente, pero sí es cierto que no tiene límite en su capacidad de exponer, de poner sobre el tapete, de arrancar a lo insatisfactorio de lo potencial. Siempre habrá algo que aun no está actualizado, algo no cabalmente dicho y en consecuencia algo aun por decir.

Delibes en pone sobre el tapete el lazo entre cosas designadas por palabras y sólo por esta designación plenas de sentido. Confiere efectiva presencia a ese mundo de un pueblo de casas de adobe, a la naturaleza a la que los campesinos, pastores y cazadores se confrontan; vida asimismo a la atmósfera social que empapa el mismo entorno natural mediante la actividad de los campesinos; y da vida (en una sola frase, “estiró perezosamente los bracitos y dijo a los perros”) a la esencial disposición interior, al núcleo del alma del niño protagonista.

Propio del lenguaje humano es que con sólo un pequeño número de morfemas (elementos ya significativos del lenguaje) cabe realizar una enorme cantidad de combinaciones, de ello resulta esa capacidad que tiene el lenguaje humano de decir todo. Los morfemas se descomponen en fonemas (elementos desprovistos de significación), cuya imposición selectiva es, sin embargo, la matriz de toda carga semántica. Nada análogo en el somero mensaje de la abeja, que de hecho, no es la expresión de un lenguaje. Al respecto escribe el evocado Benveniste:

"El conjunto de estas observaciones muestra la diferencia esencial entre los procedimientos de comunicación descubiertos en las abejas y nuestro lenguaje. Esta diferencia se resume en el término que nos parece más apropiado a definirlo: el modo de comunicación utilizado por las abejas no constituye un lenguaje, se trata de un código de señales".

Quizás el nihilismo esencial consista en renunciar a esta posibilidad de seguir actualizando el mundo a través de las palabras, en sentir que decididamente todo está dicho, o incluso que el decir desde el origen poco importa que la confianza en la capacidad humana de otorgar sentido fue simplemente una suerte de espejismo, casi una muestra más de una superada ingenuidad.

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23 de abril de 2021
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Gaita y sofá

La música colmó el espacio vacío del más bello gótico inglés, la capilla de San Jorge en el castillo de Windsor, y además de Bach y del Jubilate de Britten (una coral encargada en su día por el difunto duque al compositor), fue emocionante, en la impecable filmación de la BBC servida por el Canal 24h, ver al gaitero mayor perdiéndose en la galería después de un lamento de gaita que decía más de la muerte que el luto riguroso de la familia real. En los grandes eventos se cuela a veces lo que parece nimio, y no sé por qué asociación de ideas rebobiné el recuerdo de lo ocurrido unos días antes en Ankara. De esa escena hemos visto el gesto despagado de los brazos de Ursula von der Leyen, el aplomo arrogante de Erdogan, el aire bobo de George Michel, como si la afrenta no le afectara a él. Acabada la larga reunión vinieron las armas cortas: la puñalada certera de Draghi al dictador, la rabieta del turco y sus amenazas comerciales, la tardía excusa del misógino Michel. ¿Y el sofá qué?

Alguien sugirió que dejarle a la Presidenta europea una otomana para ella sola era un honor. Yo expongo aquí a la consideración de todas ustedes mi lectura a lo Don Juan Tenorio. Esta obra inmortal de Zorrilla tiene un momento cumbre que se suele situar en un sofá; el libertino, que ama a la novicia Doña Inés pero la ha raptado y llevado a la “apartada orilla” donde “se respira mejor”, la seduce con sus palabras, y ella, ya predispuesta, se enajena, alucina, literalmente, y cede.

Darle a una mujer el sitio del sofá es, o así lo ve mi mente calenturienta, una insinuación propia del más odioso machismo. Los hombres parlamentan de tú a tú en sus butacas individuales, mientras la dama se queda quietecita en su apartada orilla del tresillo: la cama-turca.

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22 de abril de 2021
Pintura de Maise Corral.
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Las figuras incompletas de Maise Corral

La primera vez que alguien le dijo que su pintura era muy hopperiana, ella no sabía quién era Edward Hopper. Esta confesión de la pintora Maise Corral (Barcelona, 1960) sorprende, efectivamente, por lo mucho que tiene en común con el popular artista norteamericano, pero también porque ha estudiado e interiorizado la Historia del Arte y sus diferentes movimientos, hasta convertirlos en fundamentales para la configuración de sus imágenes. Tiene su propia versión de La joven de la perla de Vermeer, y en la exposición que protagoniza en el Espai Casinet del Masnou hasta el 9 de mayo pueden verse dos torsos cuya técnica podría llevarnos, en búsqueda de referentes, hacia muchos siglos atrás, incluso hasta el Renacimiento; y una joven se sienta despreocupada en trampolín sobre un fondo que bien podría evocar a Rothko o Paul Klee.

Maise Corral es mucho más que una habilidosa creadora de atmósferas nostálgicas. Su obra se puede contextualizar en un destacado grupo de artistas que han optado por un realismo contemporáneo que –en palabras del periodista y escritor Sergio Vila-Sanjuán, comisario de relevantes muestras que llamaron la atención sobre esta generación– cautiva por la celebración de la realidad que propugnan. Corral posee capacidad para apaciguar a la persona que observa sus obras representando jóvenes aparentemente serenas en rutilantes días de verano, pero también para inquietarnos con figuras incompletas, a las que no se les alcanza a ver todo el rostro, o que, sencillamente, sólo muestran las pantorrillas y sus zapatos. Tal vez el verbo ‘inquietar’ resulte exagerado, y sólo se trata de mirar allí hacia donde la artista nos está señalando que algo sucede. Los pies nos sostienen, nos hacen propio el espacio que ocupamos, pero también apuntan hacia todas las posibilidades que esperan en otros lugares a los que podríamos dirigirnos. Y si aparece una maleta, la interrogación se pronuncia.

Tal vez eso sí llegue a inquietar de verdad. Porque nos mueve, aunque solo sea mental o emocionalmente. Me pregunto si este movimiento o desplazamiento propiciado por la pintura, la lectura o cualquier otra forma de expresión artística puede ser sustituido por algún otro aprendizaje menos sensorial. Quiero decir, si se aprende de la misma manera lo que nos muestran empíricamente a través de un razonamiento lógico que lo que nos conmueve. A veces el aprendizaje consiste únicamente en dar un nuevo significado a una imagen o una experiencia, con lo que éstas pueden relacionarse con otras y encajar con frases más largas, y así hacer más rica y más llena de matices la historia que nos da sentido a nosotros mismos.

Las mujeres de algunos cuadros de Maise Corral recuerdan a bailarinas de las películas del Hollywood de los años cincuenta. Pienso que en esto comparte también algún rasgo con el trabajo de Sonia Pulido, pero las mujeres de la ilustradora son más vitales, más enérgicas y están más decididas a agitarnos. A Maise Corral le incomoda un poco que le pregunten por qué le interesa esa época. No le gusta hablar sobre sus cuadros, en los que ya ha dejado dicho todo lo que pretendía comunicar. Pero consigo oírle contar que a su padre le encantaba hacer fotografías y que su madre era su modelo constante. Así sé que nos lleva a ese momento en que sus padres eran jóvenes y felices, un tiempo que quizás ella no conoció –como muchos de los hijos no conocimos en nuestros progenitores– y que siempre supone un misterio. La nostalgia, etimológicamente, es el dolor por la imposibilidad de regresar al lugar al que pertenecemos. Maise Corral detiene un momento exacto y fugaz al que es imposible regresar en realidad, de ahí esa pátina melancólica que tan habitualmente se señala en su obra. Aunque abundan las posiciones contemplativas, en la mayoría de los casos, las figuras humanas –o la parte que nos permite ver– están realizando algún movimiento: imposible, engañoso, lo sabemos, aunque para nosotros se convierta en un símbolo que nos traslada a una situación que efectivamente vivimos.

La pintora subraya, además, la exactitud del movimiento o del momento con otro detalle que me parece trascendente en sus pinturas: las sombras. No le importa que se conviertan en protagonistas, como si volviera a sentarnos en la caverna platónica y nos dijera que lo que vemos es tan solo un efecto óptico, la traslación a través de la luz de lo que realmente está sucediendo fuera. Por eso no importa si sólo se nos presentan los pies o no acabamos de ver los rostros, al fin y al cabo, únicamente son las sombras de algo más verdadero que está en otro lugar y tal vez en otro tiempo. Un tiempo que nos engaña, como nos engaña la luz que recibimos y que procede de un sol que ya no existe, que ya no puede ser el mismo que era en el momento en que la luz que nos llega ahora se desprendió de él, hace tantos años-luz.

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22 de abril de 2021
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C’est pas moi!

Existe una literatura tan etérea que resulta imposible recordar pasajes escritos en ella. Paseo por Madrid con una amiga y, de repente, aparece en mis manos Cada día es un árbol que cae de Gabrielle Wittkop. «Lo que mayor regocijo le procura es el análisis del análisis, superado sólo en ocasiones por la refutación y la reconstrucción de sus propios análisis». Diario de viajes y recuerdos de infancia. ¿Cómo se puede narrar con tanta ostentación sobre la India? Termino su lectura en un avión que vuela a Madrid y deja atrás a las Baleares. Están a punto de fundirse en el mar.

Gabrielle Wittkop escribió de manera perturbada. Es así. A sus 20 años, Francia y los nazis eran un mismo lugar, se casó con un desertor alemán, homosexual como ella, y se fue a vivir a Alemania. Un enlace erudito. Cuando llegada a cierta edad lo único que una puede querer es un final tranquilo, a Wittkop le diagnosticaron un cáncer en fase avanzada y se dio muerte para no presenciar ni un atisbo de enfermedad en su cuerpo. Poco tiempo después, su secretaria encontró el manuscrito. Nunca se lo había dejado leer.

La de Wittkop siempre será una escritura fatal, en el buen sentido del adjetivo, el retrato de un rostro desconcertado, la pureza de una huida hacia delante. La maldición de quedarse dormido y encima tener que soñar. Hippolyte c´est pas moi. Una trenza y un paisaje verde. Pronunciación germana y algunos pocos buenos amigos. «No hay confesión que se escape con más ligereza que la del amor que no se siente».

Aquí va una lección para toda una vida: los miopes sabemos verlo todo.

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20 de abril de 2021
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Insensatos

El linchamiento de Javier Cercas lo hemos hecho posible los españoles. Somos nosotros, además de los fanáticos de TV-3, quienes lo hemos calumniado y buscado su destrucción

Por fortuna, todo el periodismo, incluso el más mercenario o sumiso, ha defendido a Javier Cercas. Tengo para mí que no le hacía falta. Sabe defenderse solo. Sin embargo, la unanimidad ha venido al pelo para poner de manifiesto algunos detalles.

El más abyecto es que el lugar donde se perpetró la calumnia contra el escritor fue la televisión pública catalana, un organismo que pagamos todos los españoles por medio de las transferencias a la Generalitat. El linchamiento de Cercas lo hemos hecho posible los españoles. Somos nosotros, además de los fanáticos de TV-3, quienes lo hemos calumniado y buscado su destrucción.

El segundo detalle es que esta vileza ha puesto de manifiesto el fondo oculto de los nacionalistas catalanes. Sabemos que son los continuadores del carlismo ochocentista, pero en su puesta al día han asimilado los procedimientos mendaces y criminógenos del franquismo. El fondo fascistoide de buena parte del supremacismo catalán ha destacado de tal manera que ya ningún equidistante o alma bella puede seguir equiparando el separatismo totalitario catalán con la democracia española.

Y el tercero y no menos esclarecedor es que los escuadrones del veneno, el odio y la calumnia son socios de los partidos que se llaman a sí mismos “de izquierdas” o “progresistas”. El profesor Félix Ovejero ha escrito un libro luminoso sobre lo que él bautizó como “la izquierda reaccionaria”. En este oxímoron está contenido todo el fracaso de la izquierda española, la que colabora con una derecha (la de siempre en Cataluña y País Vasco) cada vez más proclive al totalitarismo. Puede que algún separatista de los que apoyan a Sánchez vaya de buena fe, pero la mayoría sólo sigue sus instintos más arcaicos. Y se los financiamos.

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20 de abril de 2021
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El Boomeran(g)
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