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Marsé, la diatriba de los furiosos

Por 29 de mayo de 2021 noviembre 25th, 2021 Sin comentarios

Juan Marsé, fotografiado en su despacho en 2016 KIM MANRESA

Basilio Baltasar

 

No estábamos lejos de Xalapa cuando coincidimos en una fastuosa cena, a la luz de la luna, en unos jardines de frondosa y descuidada vegetación. ¿Cuánto hace que no nos veíamos? Sergio Pitol lo recordó al instante: “Desde el día que nos jodiste a todos”. No tenía yo conciencia de haber llevado a cabo una proeza semejante y preferí creer que Pitol se divertía con otra de sus fabulosas humoradas.

Años antes nos había reunido Luis ­Goytisolo en la sede de su fundación ­gaditana para hablar de la literatura memorialística. Los invitados compartimos reflexiones y juicios sobre la narración que hilvana el recuerdo y el olvido, el remordimiento y la jactancia, lo vivido y lo inventado. De ahí que propusiera yo una amarga revisión de los llamados diarios personales. Solo merecerán este nombre, dije entonces, los textos que han sido escritos para no ser publicados. Y a ser posible, los que se incineren con los restos mortales del propio autor.

Un diario es un lugar íntimo de confrontación y su valor procede de la radical privacidad de su escritura. Reproduce el diálogo oculto de la más extraña interioridad y transcribe lo que nunca será dicho. Si un diario auténtico llega a nuestras ­manos podemos considerarlo el reverso anímico del autor. La réplica solipsista de su voluntad estética y el reflejo veraz de un abismo desconocido. Solo en estos casos podrá un diario insinuar la existencia de un yo inédito y escondido. Todo lo demás se puede ir contando en las novelas o con la placentera egolatría de las autobiografías.

No creo que acudiera al encuentro organizado por Luis Goytisolo, pero en el diario que acaba de publicarse Juan Marsé deja constancia de su lucidez: “Esto es una pérdida de tiempo, no me pasa nada digno de mención, esto no tiene el menor interés, tengo serias dudas de que sirva para algo, es un empeño loco y banal”. El asunto acaba cuando Marsé confiesa su absoluta desgana por “bucear dentro de mí mismo”.

El autor reitera tantas veces su tedio que el lector de este falso diario personal no puede dejar de preguntarse ¿quién ­demonios está detrás de la publicación del libro? Temiendo por un momento que Marsé hubiera sido incitado a entregar en contra de su voluntad un manuscrito cuya pobre sustancia lamenta una y otra vez. A pesar de las apariencias, sin embargo, ­resulta que sí. El autor corrigió las galeradas con el celo que exige la prosa de sus novelas.

Leyendo las páginas de estas Notas para unas memorias que nunca escribiré se contagia el lector con la desidia de Marsé y concluye que el único interés de este libro perezoso y aburrido son los insultos, vituperios y agravios lanzados contra su conocido repertorio de bestias negras. Como si el autor fallecido quisiera ser recordado gracias al desprecio que sentía por todas ellas. Este es un charlatán, aquel un ­chorizo, el otro es un plasta, aquella tiene el culo de pera, la de más allá es feúcha, la otra está chiflada, aquel escritor es un ­camelo, el de acá es un personaje siniestro, o un tipo repugnante, o un trepa aberrante, o un ­risible zángano. Habría sido este el diario de un hombre arruinado si no fuera por el placer que en su enojada vejez destila Juan Marsé contra sus aborrecidos colegas.

Desde luego que no son estas las ­últimas voluntades que redacta en la hora postrera un escritor estimable. Como ­testamento uno habría esperado leer una de sus memorables piezas de orfebrería narrativa y ver flotar su figura en el limbo de sus entretenidas ficciones. Marsé nos ha legado en cambio un deslavazado libelo de improperios que nada añade a lo que fue saliendo de su boca y de su pluma en artículos, entrevistas y declaraciones hechas durante su larga trayectoria de cáustico polemista. No obstante, hay motivos para esperar que el libro póstumo reciba alguna distinción y sea reconocida su contribución a la formación del espíritu nacional. Al fin y al cabo, el diario servirá de manual a los que necesitan pulir la corrosiva inquina de sus manías y el verbo ardiente de sus fobias.

El diario de Juan Marsé será un libro de referencia para el tumultuoso club de los furiosos y en sus páginas aprenderán a afilar conceptos, alternar adjetivos, rebuscar en el diccionario de sinónimos y dar así a sus diatribas la frescura de quien desea liquidar a sus estúpidos congéneres. Dado que la presencia de los demás ha llegado a ser un estorbo insoportable, libros como este ayudarán a precipitar la anhelada ­extinción del prójimo. Aunque el lector deberá aportar su propio arsenal de convicciones, su fervor justiciero y un pendenciero afán de sinceridad, pues sin vocación no es posible sacar provecho a la enseñanza de este inesperado libro.

Han quedado atrás los tiempos en que la educación sentimental reprimía el instinto caníbal de nuestra especie y los manuales de urbanidad promovían entre los seres humanos la impostada gentileza de la hipocresía caballeresca. Finalmente se ha producido la gran liberación y se han derribado los ídolos que nos han oprimido durante siglos. Gracias al ejemplo moral del diario de Marsé sabremos des­hacernos de la agobiante contención del carácter y de la irritante paciencia de la templanza. Los que padecen con disgusto la oprimente restricción de su tendencia natural a la discordia agradecerán que al fin uno de los suyos se haya atrevido a ­publicar un libro como este.

Publicado en CULTURA/S de LA VANGUARDIA

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Basilio Baltasar

Basilio Baltasar (Palma de Mallorca, 1955) es escritor y editor. Autor de Todos los días del mundo (Bitzoc, 1994), Críticas ejemplares (BB ed; Bitzoc), Pastoral iraquí (Alfaguara), El intelectual rampante (KRK), El Apocalipsis según San Goliat (KRK) y Crítica de la razón maquinal (KRK). Ha sido director editorial de Bitzoc y de Seix Barral. Fue director del periódico El día del Mundo, de la Fundación Bartolomé March y de la Fundación Santillana. Dirigió el programa de exposiciones de arte y antropología Culturas del mundo (1989-1996). Colabora con La Vanguardia y con Jot Down. Preside el jurado del Prix Formentor y es director de la Fundación Formentor.

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