Félix de Azúa
Estamos tratando de sobrevivir sin ningún sentido, orientación, proyecto o finalidad. También la historia humana ha perdido todo horizonte y se ha convertido en periodismo
Dado que ha concluido la Liga de fútbol ahora ya puede volver a empezar. Las diversiones tienen mucho predicamento gracias a que se terminan. Es esencial que haya un final para que algo cobre sentido. Si no hay un fin, un término, no hay modo de saber qué sentido tiene el asunto o la experiencia. Tal es la función del orgasmo. En tiempos clásicos la historia de los humanos era cíclica y cuando un círculo se cerraba, otro empezaba y por eso podían adivinar el futuro. El cristianismo cambió la figura: la historia progresaba hasta la vida eterna, pero después del juicio final. Cuando el cristianismo fue perdiendo clientela apareció la historia moderna, es decir, el fluir de una duración sin final y por lo tanto sin sentido, el puro acontecer.
Una historia sin final genera tanta aflicción como la vida humana, la cual, precisamente por no esperar sino la muerte, es imposible que tenga sentido. Morir no es un final, es la aniquilación de todo final, de modo que, para remediar el agobio, los modernos empezaron a suponer finales de la historia. El más famoso es el de los marxistas: un progreso continuo hasta la extinción del Estado y de la lucha de clases. Una vez constatado que el resultado del marxismo era el opuesto, es decir, que sólo subsistía un Estado cada vez más opresor y violento, este truco dejó de tener encanto.
Podríamos seguir mirando hacia atrás, como hizo Karl Löwith, en busca de las historias antiguas y sus ensalmos salvíficos, pero no hay tiempo. Estamos ahora tratando de sobrevivir sin ningún sentido, orientación, proyecto o finalidad. También la historia humana ha perdido todo horizonte y se ha convertido en periodismo, en una niebla de noticias. No es fácil tenerse en pie azotados por el torbellino de las novedades.