Víctor Gómez Pin
En esta reflexión sobre el hacer del hombre (puesto en paralelo comparativo con el comportamiento de animales y máquinas con estructura de redes neuronales) he venido sugiriendo que si el hombre hace cuentas y en ocasiones da cuenta o razón de las cosas, quizás la modalidad primordial de contar es la emblemáticamente representada por nombres como Homero, Tolstoy o Melville. Me he referido ya aquí en más de una ocasión a la trama de Moby Dick y al destino de Ismael, el narrador, que ahora creo útil recoger de nuevo:
Ismael vincula su deseo de escapar de tierra firme al hecho de que la vida se ha convertido para él en un gris y desolador día de noviembre. En lugar, nos dice, de arrojarse como Catón sobre su espada, Ismael busca en los puertos de mar un modo de redención y un nuevo destino. Destino que, para todos los tripulantes de la nave, quedará sellado por la obsesión trágica del capitán del ballenero, Ahab: Starbuck, segundo de a bordo, que tras oponerse a los designios de Ahab es el primero en acudir a la llamada de éste cuando resurge de las aguas, ligado por los arpones al lomo del cetáceo; Bulkington, presentado como embarcación azotada por el temporal, para la que la costa rocosa (promesa de reencuentro con «todo lo que es caro a nuestra existencia mortal») constituye el peligro mayor; el arponero Queequeg, que al tener premonición de su propia muerte encarga al carpintero el ataúd… y así todos los tripulantes de la nave, el Pequod.
Sin embargo, algo distingue a Ismael de los demás, a saber, el hecho de que Ismael sobrevive. Sobrevive gracias al ataúd que había construido para sí Queequeg y que, en la calma de las aguas que sigue al apocalipsis, la suerte ofrece le como balsa flotante. No obstante, Ismael no se equivoca sobre cómo interpretar esta condición de único superviviente; sabe ahora cuál era realmente el contenido del nuevo destino que buscaba, destino que se confunde con una misión: Ismael ha sido preservado «tan sólo para contarlo».
Contar no es, en efecto, una actividad contingente, que el hombre vendría o no a realizar según se lo permitieran o no las vicisitudes serias de la vida. Pues contadas o narradas vienen a ser para el hombre, en un momento esencial de su desarrollo, todas las cosas que configuran el mundo. Si un día el mundo apareció bañado en palabras, es decir, si fue contemplado por ese animal singular que es el hombre, justo es que Ismael sienta que sobrevivir al destino del Pequod supone asumir la tarea de redimir por la palabra la pulsión que atormenta a Ahab y que, imponiéndose sobre toda exigencia movida por el interés social o la exigencia animal de conservación, le había llevado a sacrificar, junto a la suya propia, la vida de sus hombres.