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Como fantasmas

/upload/fotos/blogs_entradas/el_aleph_med.jpg"Fácilmente aceptamos la realidad, acaso porque intuimos que nada es real", dice Borges en El Aleph. Pero ¿qué nos convendría mal? ¿Tomar a la realidad por real o asumir que su irrealidad es la característica?

Sin duda nos libraríamos de un número incalculable de cargas si apostamos por la segunda opción. Gracias a tomar la realidad por irreal o, simplemente, como dice Borges, intuir en silencio que cuanto sucede pertenece a la ficción, obtenemos un impulso de inmortalidad. Un impulso de salvación que nos exime gloriosamente de un sinfín de preocupaciones, desdichas y padecimientos. No debe de ser, por tanto, una casualidad que esta frase borgiana sobre lo real se encuentre en el texto de su cuento titulado "El inmortal" porque aún no mostrándose allí relacionada directamente la irrealidad con la idea de la infinitud completa a la perfección el bucle del argumento esotérico.

Siendo ficticios nosotros, la muerte también lo será  y ¿quién renunciaría a convertirse en  fantasma si con ello la muerte no le venciera nunca? De la vida y la muerte se deduce siempre una dialéctica en la que los seres humanos acabamos  trasquilados sin remedio. Acabamos como perdedores trasquilados porque para nosotros no hay vida y muerte en proporciones iguales sino una cruel asimetría que nos abate en dirección a la tumba, "Seres para la muerte".

¿La irrealidad? El posible milagro de lo irreal consigue el extremo prodigio de hacernos acaso iguales a la nada o también a la perpetuidad, a cualquier condición, en suma, que no conoce su defunción, ni su fin, ni su finalidad ni su finiquito. 

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28 de marzo de 2008
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Entre piscinas y glaciares

Pocas cosas hay en este mundo más finas que mojarse las posaderas en las termas del sublime arquitecto Peter Zumthor. Llegar, no es fácil. Compensa, como se verá, la torta de nueces que venden en la panadería contigua a la estación de autobuses. El baño, sobre todo el nocturno, tampoco es moco de pavo. Vayamos por partes.

La historia del Hotel Therme de Vals, en los Grisones, comienza en 1953 cuando se construye la presa de Zerfreila en este valle misérrimo, a la sombra del Fruthorn y del Dachberg. Los ingenieros iban a traer la energía eléctrica a un lugar que había vivido a oscuras desde el Neolítico. Sin duda, allí nadie se había percatado porque Vals es zona habitada por una de las más bizarras inmigraciones de las que compusieron la Helvecia, la de los Walser, gigantes hirsutos venidos quizás de las cimas austriacas, los cuales plantaron allí el garrote en el siglo XIII y ya no hubo quien los moviera. La luz era una afición de canijos.

Si se desea llegar a este lugar entre infausto y glorioso hay que hacer muchos kilómetros alpinos por rutas de borrico, junto a despeñaderos, al pie de neveros y torrentes que en marzo dejan vivir una florecilla rosácea, única mancha de color en el telón opalino, lechoso, verdegrís de las laderas secas, y por cuyo valle corre el Rin anterior, uno de los dos brazos donde se origina el más tarde majestuoso alto y bajo Rin, el civilizado. En su nacimiento, la corriente tiene tonos verde nata y es severa, traidora, hija de los glaciares próximos a San Bernardino y Disentis. Sus aguas muerden sin descanso las laderas calcáreas en las que el hielo ha dejado zarpazos gigantes. Entre Chur (pronúnciese Kjur, o dígase en retorromanche Cuoira, Cuera o Cuira, según) y la próspera villa de Ilanz, este es un trayecto que no puede hacerse a pie, tan salvaje es el corte mineral. Desde el ferrocarril se divisan cuevas colosales que habrían hecho feliz a un Cromagnon.

/upload/fotos/blogs_entradas/chur_med.jpg

El cantón de los Grisones es el más extenso de Suiza y el menos habitado, con razón. Son ciento cincuenta valles, decenas de subcantones y doscientas diecinueve comunidades, tan autónomas que legislan sobre materias constitucionales. Por ejemplo, los vehículos a motor, máquinas sucias y ruidosas sin ninguna utilidad, como todo el mundo sabe, estuvieron prohibidos hasta 1925. Es gente cauta, al parecer. La alta montaña da un paisanaje noble, tenaz, escéptico, altanero y algo rudo. La dispersión social del cantón tiene una maravillosa cristalización en ocho lenguas y casi setenta sublenguas y dialectos, algunos hablados tan sólo por diez o doce lugareños. Aparte del alemán y el italiano, la lengua más extendida es el retorromanche. En el tren que lleva de Chur a Ilanz anuncian que las paradas sólo se ejecutan a petición del cliente: "Fermada sur demonda", dicen. Y si no hay demonda, no para. El retorromanche se divide por zonas donde se habla el surselvano, el sutselvano, el surmirano, el putèr y el valader (según Edwin Graber), aunque seguro que hay más. En Vals, los anuncios municipales dicen cosas como: "Rauda blocconta da pintga dimension sto essenda, etc." Lo canté arrobado repetidamente hasta que los niños me miraron raro.

Como es lógico en este sindiós de país el patriota debe defender su identidad como una termita incesante. La sociedad nacional más antigua es la "Societá retorrumanscha" (1863), la más moderna la "Lia Rumantscha- Ligia Romontscha" (1919), pero para defender el sursilvano está la asociación "Romania" y para los pequeñines la "Union dals Grischs". Es que es precioso. Todavía en los años setenta, los manuales de primera enseñanza venían en alemán, italiano, walser, sutsilvano, surmirano y valader, aunque no tengo noticia de que también vinieran en putèr. Nadie es perfecto.

Para mejor digerir este inmenso tesoro cultural sin incidencia alguna en el mundo, lo mejor es mojarse las posaderas en las termas de Zumthor, una construcción de cuarcita fuliginosa (parece que hasta sesenta mil toneladas, usó el artista) que alberga un laberinto de piscinas, unas ardientes (42º), otras gélidas (14º), otras con flores de jazmín bailando bajo las aguas, todo ello entre altísimos muros negros con cintas de agua que resaltan los colores: óxido, cinabrio, azafrán, malaquita, oligisto. Uno se siente como Caracalla, con el Ferrari a la puerta.

El baño nocturno, el más recomendable, se lleva a cabo en riguroso silencio, con el cielo abierto sobre la piscina exterior y cuando yo me sumergí en ella, una nieve leve, alada, angélica, caía sobre nuestras cabezas, casi todas de arquitecto y arquitecta, con delicadeza sin par. Los presentes nos mirábamos los unos a los otros sin decir ni pío, metidos en una pieza dramática con texto de Beckett, personajes de Bergman y escenografía de Greenaway, un oxímoron, cavilando todos cómo escapar de aquella alucinación.

Por eso, nada mejor, al despertar, que la torta de nueces del panadero, junto a la estación de los autobuses que suelen devolvernos al mundo humano. Uno regresa a la realidad comiendo torta y constatando desde el autobús cómo el Rin anterior se empecina en comerse viva la montaña titánica. Oye los aullidos del coloso y le pide al conductor que vaya más deprisa.

Artículo publicado en: El Periódico, 28 de marzo de 2008.

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28 de marzo de 2008
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No al modelo Venecia

 

"Aprehéndeme, ahora que paso ante ti, si tienes fuerza para ello y

 lucha por resolver el enigma de felicidad que te propongo...

 e inmediatamente la reconocí, era Venecia" (Marcel Proust)

 

En Venecia, en la contigüidad del célebre Ca D` Oro, se encuentra el palacio denominado Sagrado, con entrada por el Campo Santa Sofía y amplia balconada al Gran Canal, a la altura del mercado de Rialto, núcleo de la vida veneciana.

Al ver el nombre de Sagredo en una casa del Gran Canal, algún viajero experimentará quizás una viva emoción. Pues un lector de Galileo evocará necesariamente el Diálogo que cambió algunas de nuestras coordenadas de pensamiento. En realidad la actual casa Sagredo nada tiene que ver con la que sirve de marco imaginario al diálogo. Los Sagredo a los que debe su nombre proceden al parecer del barrio veneciano de San Francesco della Vigna, y sólo en el siglo diecinueve se habrían mudado al Gran Canal.

De hecho, hasta hace unos años la nobleza de la casa, y hasta el carácter de Palazzo resaltaba más bien poco, en parte por cierto descuido en el mantenimiento, pero sobre todo por el uso funcional que de ella se hacía. Las dependencias de la planta baja servían de sede a instituciones públicas como Cantina Sociale o Ente Nazionale de Protezione Animale. Había también negocios como el del agente comercial Doctor Baroncini o el del especialista en obstetricia Doctor Refuffi.... Eran años en que la belleza conmovedora de la ciudad y su enorme peso histórico no eran óbice para que Venecia fuera un lugar para ser habitado por sus ciudadanos y visitado por respetuosos viajeros, lejos del parque temático para turistas, ociosos y explotadores de ambos en que amenaza convertirse.

En Ca Sagredo ya no hay ahora dependencias municipales, ni se ejerce allí profesión alguna que pueda interesar al habitante de la ciudad, pues el inmueble ha sido objeto de una costosísima remodelación, destinada a convertirlo en albergo: uno más de esos hoteles considerados de lujo que, desde Santa Maria Formosa a la Giudecca , son el inevitable destino de todo edificio con visos palaciegos, cuya inevitable restauración no es abordable por los inquilinos o propietarios, que en ocasiones los habitan desde generaciones atrás.

De tal forma la esplendorosa Venecia se vacía. Se vacía de venecianos, ya menos de sesenta mil, y se puebla de centenares de miles de turistas que, del alba al anochecer, deambulan guía en mano, en busca de algún rescoldo de alma ciudadana, sin la cual sienten que la belleza que contemplan carece de aliento. Búsqueda infructuosa, pues el veneciano se protege...

En Venecia, como en tantos lugares diezmados por el fenómeno del turismo de masas y la parodia de mirada etnológica que genera, un velo cubre la cotidianeidad de quien habita aun la ciudad, y los sentidos del visitante han de conformarse con una adulterada caricatura. Suerte de apartheid del espíritu, inevitable cuando la situación se hace insostenible, cuando el abandono de Venecia a la ley del mercado es ya para la ciudad amenaza letal; amenaza que no pueden dejar de experimentar incluso aquellos ciudadanos en principio favorecidos por la situación. Y así, ese mismo veneciano que se nutre literalmente del turista, puede llegar a aborrecer la presencia de éste en el baccaro, taberna, o en la ostería en los que se reúne con los suyos. Para servir (y explotar) al omnipresente turista, lugares emblemáticos de la vida veneciana, como la misma plazoleta del mercado de Rialto, son convertidos en tristes comederos, dónde jamás un veneciano toma asiento.

Hablando con personas que siguen la evolución sociológica de la ciudad, percibí la alarma sobre lo que significa (como consecuencia del aluvión turístico) la presencia en el transporte lagunar de motores cada vez más potentes, con efectos sísmicos y percusivos que dañarían los fundamentos de las casas y palacios, nunca en su historia expuestos a turbulencias de este tipo. Más inesperada es la preocupación por la multiplicidad de desagües que conlleva la multiplicación exponencial de aseos y cuartos de baño, como consecuencia de la conversión de las casas en hoteles. Pues, en una estructura urbana tan compleja como Venecia, resulta al parecer muy difícil adaptar los sistemas de canalización a este incremento de los vertidos. Esto, obviamente, nada tiene que ver con l'acqua alta (dependiente mayormente de vicisitudes debidas al viento sirocco), pero sí quizás con la acqua bassa, en la medida en que contribuye a romper el equilibrio entre la estructura lagunar y la estructura urbana:

Pues Venecia no es un milagro, sino el fruto de un tremendo esfuerzo y de un mimo que sólo persistiendo puede hacer que la ciudad, en su irreductible singularidad, perdure. Venecia habla con cierta distancia de la terraferma, de ese lugar dónde las casas tienen natural cimiento, calificando a los que allí habitan con el término campagnoli y reservando para sus hijos la condición de cittadini. Pero Venecia no olvida que de terraferma llegó la piedra y el hierro que hicieron posible que una naturaleza inhóspita fuera arrancada a su evolución espontánea para ser prodigiosamente convertida en marco para el hombre. De hecho la propia laguna hubiera muy probablemente desaparecido, convertida en mísera tierra de aluvión, sin este esfuerzo por humanizarla, de tal modo que, cabe decir, Venecia protege por su misma erección la laguna sobre la que se funda.

Mas por eso es tan importante que Venecia no escape a la relación esencial con el agua, lo cual supone mantener viva la herencia marinera, resistirse a la conversión de su singularidad en mero espectáculo. Venecia está perdida si se resigna a vivir de la mera representación de lo que fue, si instrumentaliza el prodigioso binomio laguna-ciudad, en lugar de mantenerla como causa final de su actividad.

En múltiples lugares de su Recherche Marcel Proust se complace en describir la explosión de ensoñaciones que provocaba en su espíritu el nombre mismo de Venise, eco de ciudad intrínsicamente expuesta, erigida como desafío, irreductible a toda tentativa de explicación en razones de necesidad o peligro.. Ciudad en la que todo viajero cree reconocer una suerte de origen, la propia matriz, tan propia como perdida./upload/fotos/blogs_entradas/san_marcos._venecia_med.jpg

En esta potencia de provocar un sentimiento de reencuentro reside la universalidad de Venecia. Mas esta potencia es indisociable de la persistencia de una vida veneciana. Cuando el equilibrio entre habitantes de la ciudad (los únicos que pueden preservar su carácter) y visitantes se rompe, entonces Venecia configura un modelo al que desgraciadamente se pliegan otras ciudades susceptibles de publicitar sus encantos. Pues al igual que, de hecho, la plaza San Marco está vedada a los que en Venecia residen, darse una cita en una terraza de la Rambla es algo que entre barceloneses constituye hoy algo insólito.

Mas San Marco y La Rambla eran precisamente emblemáticos lugares de encuentro o paseo para los habitantes de estas ciudades, con lo cual cabe decir que los ciudadanos han sido desposeídos de una parcela de si mismos. Desahucio espiritual correlativo a menudo de desahucios empíricos. Pues los nacidos en Venecia (y que trabajan en ella) se ven hoy obligados a vivir en Mestre, como muchos de los que vivían en centros históricos de Barcelona, Sevilla o Dijon constataban que su degradado barrio se remodelaba...a la par que sus posibilidades de seguir habitándolo menguaban.

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28 de marzo de 2008
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Clase X. En busca del lenguaje perdido (II)

Tengo la impresión de que -en rigor- para poder escribir una buena ficción no es necesario aprender muchas más palabras de las que habitualmente manejamos en nuestra vida diaria. Obviamente, parece indudable que si tenemos un vocabulario rico y extenso, resultará más fácil abocarnos a la redacción de un texto cualquiera y conferirle todos los matices que lo enriquezcan. Sin lugar a dudas, pero  ello por sí sólo no garantiza la calidad de ese texto. Como lectores, muchas veces advertimos en un cuento o en una novela, la impostura del lenguaje empleado por el narrador,  cierta rigidez en las frases que no sabemos bien a qué atribuir. Detrás de esos textos casi siempre acecha un escritor que no reflexiona con sus palabras sino que apela a otras nuevas, recién estrenadas, por así decirlo, y de las que piensa -sin lugar a dudas de forma equivocada- que resultan más atractivas que las otras, las habituales.  Decía Ernesto Sábato que la diferencia entre un buen escritor y un mal escritor radica en que el primero dice grandes cosas con pequeñas palabras y el segundo dice pequeñas cosas con grandes palabras. Grandes, pomposas palabras, he ahí uno los peligros que debe sortear el escritor. Las palabras pequeñas, sencillas, normalitas, suelen ofrecernos la ductilidad de su uso común -como unos viejos zapatos cómodos- pero sacan todo su poder cuando se combinan de forma novedosa con otras palabras igual de sencillas. Así, de la combinación de unas cuantas palabras sencillas puede surgir una agudísima descripción. Fíjense en esta descripción de Manuel Vicent  y observen que ninguna de las palabras que ha utilizado es extraña, solemne o acartonada. Todas las que maneja son viejas conocidas nuestras, ¿verdad? palabras oídas, leídas y utilizadas por nosotros una y otra vez.  Naturalmente, el uso reflexivo de las mismas es la que obra el milagro, el cuidado, la audacia y la novedad de su combinación nos sugiere la idea de un trabajo reflexivo. Pero para ello debemos intentar que los campos semánticos que manejamos no sean excesivamente rigurosos, al menos en este caso. En otros casos -como ya veremos más adelante- puede resultar una virtud. Pero pro ahora más bien tenemos que abrir el redil de nuestras palabras para poder combinarlas de manera sugerente y aguda, evitando pensar en ellas como unidades cuyo roce resulta restringido por asociaciones inmediatas de ideas. ¿Por qué una sonrisa tiene que ser siempre cálida? ¿Por qué la noche es siempre (y sólo) oscura y el silencio sepulcral? Es necesario pues combinar nuestras viejas palabras de forma novedosa e inesperada.

La propuesta de la semana:

Cuando decimos que tenemos que liberar nuestros campos semánticos, esto es (grosso modo) un conjunto de palabras o elementos significantes con significados relacionados, decimos también que vamos a liberar todo nuestro sistema de escribir: no vamos a buscar más palabras, sino que usaremos de forma novedosa las que ya conocemos. De manera que en esta ocasión haremos un listado de palabras relacionadas con la iglesia como por ejemplo: sacerdote, piedad, monacal, monaguillo, pecado, querubín, angélico, litúrgico, pastoral, obispo, pío y en fin, todas las que puedan añadir a estas. Y cuando tengamos una buena cantidad de ellas vamos a utilizarlas en elaborar un cuento. Pero un cuento que ocurra... en una discoteca. Nada de meter a los curas y a las monjitas en la discoteca, no. Nada de llamar a la discoteca El convento, no. Lo que queremos es que estas palabras tan alejadas de nuestro uso cotidiano encuentren otro uso completamente distinto al habitual al sacarlas de su ambiente. Por ejemplo: «Aquel camarero de ademanes sacerdotales» o «entraba una suave luz como de sacristía...» o «su baile era una liturgia apocalíptica...» La idea, insistimos en ello, es que esas palabras sean rescatadas de su uso inmediato, rutinario y convencional.  Esperamos devotamente vuestras homilías... 

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28 de marzo de 2008
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Volver a Gracq

Antes de la muerte del amigo estaba acompañado por un delicioso, suave, tranquilo e inteligente libro de Julien Gracq. Bastante más que un libro de viajes, que también, son las notas de caminos y paisajes recorridos. Y otras maneras de viajar por la memoria, la vida, la historia y las lecturas. Se llama A lo largo del camino. Julien Gracq se acercaba con su coche por España con bastante frecuencia. Reivindica las desnudeces del paisaje castellano o los caminos secundarios por Aragón, por el delta del Ebro o por La Rioja. Invitación a circular perezosamente por carreteras secundarias. Entre los homenajes al paisaje, muy hermoso es el que hace de una tierra, unas carreteras y un espacio que queremos y conocemos muy bien. Gracq habla de Segovia:

"El recuerdo que guardo de Segovia -con una nitidez de fotografía- es el de su alcázar triangular, fortaleza curiosamente grácil al final de la cual la ciudad terminaba en punta afilada, hendiendo los trigales como el estrave de un crucero hundido. Ni un árbol. Desde allí, mi mirada tomaba al bajar una pequeña carretera de polvo más blanca que la harina; subía abruptamente hacia un pueblo castellano muerto de sed, encaramado sobre la cresta de la colina y que la carretera seccionaba justo en el medio como una almena. No había ni un alma en el paisaje, todo color de pan tostado, sólo un campesino que subía de espaldas al pueblo en su asno, cuyos flancos aparecían  cómicamente abultados por dos grandes sacos de trigo. El sol caía a plomo; era mediodía -excesivamente pronto en España para acudir al restaurante típico-, yo miraba, fascinado, ese paisaje sin edad, en el que nada, visiblemente, ni siquiera el menor detalle, había cambiado desde os tiempos de Don Quijote."

Así es. Yo lo he visto. Lo veo. Solamente hay que cambiar el burro por un tractor, ¿cuánto tiempo le quedará a ese paisaje que está parado en el tiempo? No mucho, mañana, estos desnudos paisajes de Castilla serán desierto o campos de golf, difícilmente habrá trigo que transportar. No hay burros. Ni hombres que los monten. No importa, mañana estaremos recordándolo desde el hoyo 17. O desde el 19.

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28 de marzo de 2008
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Galería de espectros: Lawrence de Arabia

Peter O'Toole, "Lawrence de Arabia"Rafael Argullol: Hoy en mi galería de espectros he visto el de Lawrence de Arabia.
Delfín Agudelo: ¿Has visto el cinematográfico o el literario?

R.A.: Lawrence de Arabia siempre me hace remontar a uno de mis primeros héroes y lo ví en primer lugar en su versión cinematográfica. Recuerdo que tenía unos quince años cuando vi la película de David Lean, y quedé impresionado tanto por la película como por el personaje que encarnaba Peter O’Toole. Me parecía una mezcla extraordinaria de desamparo y de heroicidad, de fuerza de la voluntad y al mismo tiempo cierto destino trágico que si, evidentemente a los quince años no comprendía ni mucho menos en toda su complejidad, me abría a toda una serie de otros héroes y personajes que he ido conociendo a lo largo de mi vida, en los cuales Lawrence de Arabia es un prototipo muy destacado. Por el otro lado representaba esa figura del aventurero que prácticamente ha desaparecido de nuestro paisaje, alguien que a través de su esfuerzo solitario es capaz de forzar la realidad que le envuelve para bien y para mal. Tiene, adicionalmente, algo en su carácter de aquello que Goethe en las conversaciones con Eckermann llama demónico, o si se quiere demoníaco —pero prefiero la primera—, que es aquello que a veces pide un hombre que no puede ser comprendido directamente desde le punto de vista de la razón, una fuerza extraordinaria que Goethe atribuye a Byron. Lawrence de Arabia emitía estas señales, tenía ese carisma excepcional para un adolescente y creo que luego también lo tiene, aunque viendo mucho más todos los matices del espectro, para una persona adulta.
 
En aquella época recuerdo que tras ver esa película me lanceé sobre una versión abreviada que estaba en la biblioteca de mi abuelo de Los siete pilares de la sabiduría, y años después leí la edición entera del que considero uno de los libros más importantes del siglo XX. No solo porque es una versión moderna de los grandes procesos iniciáticos de la literatura clásica, sino porque nos introduce a toda la tragicidad contemporánea desde el punto de vista de la condición humana y desde el punto de vista de la situación política y colectiva de nuestra época. Lawrence de Arabia era un hombre que daba la impresión de haber edificado toda su personalidad para luchar contra una sombra original en su vida, para luchar contra su incertidumbre respecto a la propia identidad, y especialmente hacía que el personaje de carne y hueso se convirtiera muy fácilmente en personaje literario, un poco al modo de un Lord Jim de Conrad, e incluso mucho más atrás, un poco al modo del Edipo de Sófocles: alguien que, obsesionado por su identidad, avanza y avanza, aunque esto le pueda llevar hacia la destrucción.

 

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28 de marzo de 2008
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V. La Diosa de la guerra

/upload/fotos/blogs_entradas/silda_wall_spitzer_med.jpgSilda Wall representa en el escenario el papel de la esposa  que pone la cabeza entre las fauces del monstruo que se prepara con gusto a devorarla. Si pudiera fingir que no se siente humillada, si pudiera borrar de su rostro los trazos del desvelo, y las huellas del llanto, sería mejor. No puede decir nada, nadie le pregunta nada. Su papel es estar allí, y aguantar, en nombre de la institución de la familia.

He averiguado como se llama, y también quién es, qué hace. Una abogada corporativa graduada en la escuela de leyes de Harvard, que se vanagloria de que su nombre es una derivación de Serilda, la diosa teutónica de la guerra. Pero no está aquí, bajo las luces, para pelear ninguna guerra. Ya la perdió de antemano.

Y el novelista se pregunta: ¿qué pasará con ella lejos del resplandor de los focos, lejos del cadalso? ¿Cómo vivirá esta mujer tras las bambalinas el episodio que de acuerdo a las leyes de la moral pública le toca cumplir en el escenario, como una actriz disciplinada? Si se hubiera negado a comparecer, y hubiera exigido en cambio quedarse en su casa, la vindicta pública se volvería contra ella, por atentar contra el edificio de la institución familiar, siendo ella, la esposa, el pilar maestro.

E imagínenla anunciado que se divorcia; entonces pasaría ella a ser la pecadora que merece lapidación.

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28 de marzo de 2008
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Desprecio asiático a Occidente

El nuevo hemisferio asiático (The New Asian Hemisphere, Nueva York 2008), que lleva el significativo subtítulo de "el irresistible desplazamiento del poder global hacia el Este"  es un libro del diplomático de Singapur Kishore Mahbubani que está teniendo un gran éxito pues pone dedos sobre algunas llagas del mundo actual. Empieza con una afirmación retadora: "El ascenso de Occidente transformó el mundo. El ascenso de Asia traerá consigo una transformación igual de significativa". Y es una transformación que se está dando en un plazo de tiempo muy inferior al de una vida media.

Mahbubani publicó un buen resumen de su libro en una tribuna en El País. La tesis general no es nueva, y tiene mucho de verdad. Incluso la consideración añadida de que Occidente "tendrá  grandes dificultades para ajustarse a este cambio". Puede optar por cerrarse, o por abrirse. Pero hay algunos avisos de los que conviene tomar nota y que van en la dirección apuntada en otra ocasión sobre cómo un chino no se cortaba a la hora de considerar que Occidente estaba en un cierto declive.  

La visión asiática de Mahbubani va mucho más allá. En teoría, pretende decirnos que Asia aspira a ser como Occidente. En la práctica es muy crítico con la incompetencia occidental, habla de la "deslegitimación del poder occidental" y viene a defender, en la segunda y más interesante -por más reveladora- parte del libro los famosos valores asiáticos del autoritarismo. Así, "la mayoría de los occidentales no puede distinguir entre libertad de pensamiento y libertad de expresión". Y aunque "el actual liderazgo chino es plenamente consciente de que China tendrá eventualmente que avanzar hacia la democracia", esa no la agenda de hoy, aunque los chinos hayan cambiado mucho. El caso es que "Occidente no se ve ya como el guardián de los valores más elevados de la civilización humana". En muchos aspectos políticos, desde Oriente Medio al fracaso de la no proliferación de armas nucleares, Occidente ha demostrado su incompetencia (por no hablar de la impotencia que mencioné el otro día), y Asia, su competencia.

Está por ver cómo termina la actual crisis financiera y económica cuyo epicentro está en EE UU y en qué términos afectará a los emergentes, pues los afectará. Pero, en general, se puede apreciar un cierto desprecio de los asiáticos hacia Europa y Estados Unidos porque, entre otras cosas, no sabemos crecer tanto como ellos. Y el crecimiento económico es casi la única vara de medir en estos países que han conseguido despegar, y cambiar el mundo con ello.

 

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28 de marzo de 2008
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Pensando en voz alta sobre el policial (1)

/upload/fotos/blogs_entradas/holmes1_med.jpgEn términos de la más pura especulación: ¿cómo debería proceder hoy un policial latino, cuáles serían sus coordenadas esenciales? La narrativa policíaca es en su mayoría de tradición anglosajona. Con el Auguste Dupin de Edgar Allan Poe, arranca centrada en la figura del investigador, que puede ser privado (como Dupin, como Holmes, como Marlowe) u oficial como los inspectores Dalgliesh y Wallander, y también la Jane Tennison de la miniserie Prime Suspect. Aquí surge ya un primer problema. Sé que Andrea Camilleri se las ingenió para darle carnadura al inspector Montalbano a pesar de que Italia está a la orden del día en mafias y corrupciones (no leí nada suyo aún, me propongo hacerlo ahora, después de la experiencia Wallander: ojalá me vaya mejor), pero en el mundo hispanoparlante, o para ser más específico en América del Sur, la figura del investigador oficial nos resulta infumable.

Seguramente existen policías ‘buenos', pero no conocemos ninguno. Y como nos consta que la corrupción no es sólo personal sino ante todo institucional, resultaría difícil que nos tragásemos una historia protagonizada por el único policía bueno en el seno de una asociación podrida. Ese policía no duraría ni cinco minutos en su puesto. No podría contar con sus superiores ni con sus subordinados, y ni siquiera con jueces o fiscales, que forman parte de otra institución con problemas estructurales no muy disímiles. Tratar de volver verosímil su historia demandaría un esfuerzo tal al escritor, que el enigma que debe estar en el centro del relato terminaría desluciéndose.

¿Deberíamos apostar, pues, a la figura de un investigador privado? Aquí surgen otras complicaciones. Los investigadores de la habitualmente llamada ‘escuela británica' (Dupin, Holmes) son hijos de un mundo al que se consideraba recto en su esencia: el crimen funcionaba como una desviación de esa rectitud, la mancha en un mundo de luz que el detective limpiaba para que todo siguiese como antes -como debe ser. Los investigadores de la narrativa negra corrigieron esa percepción desde una perspectiva que es esencialmente política: en este sistema que nos toca vivir, el crimen no es la excepción sino la norma. Tal como dice la cita de Brecht que a Ricardo Piglia le gusta repetir: es más criminal fundar un banco que asaltarlo. La raiz misma del asunto está jodida. El nuestro es un mundo en que el hombre es el lobo del hombre, un sálvese quien pueda, una sociedad que no reconoce otra ley que la del más fuerte -y el más fuerte suele ser aquel que tiene más dinero, o quien sirve a los señores del dinero, como nuestros ocasionales dictadores, como nuestras fuerzas de "seguridad", como nuestras instituciones de "justicia".

/upload/fotos/blogs_entradas/humphrey_bogart_en_la_piel_del_detective_philip_marlowe._med.jpgEl sistema está podrido. No habla otro lenguaje que el del dinero, que contamina del mismo modo que el poder: arruinando todo lo que toca. Claro, siempre existe la posibilidad de ponerse al margen del dinero. Piglia destaca que a pesar de las tentaciones que se le cruzan por delante, el Philip Marlowe de Raymond Chandler insiste en cobrar tan sólo la tarifa diaria que ha puesto a sus servicios: ni un dólar menos, pero tampoco un dólar más. Esa tozudez funciona como principio moral. Marlowe cobra lo suficiente, se determina a no necesitar más para vivir. Al dar la espalda a las tentaciones con que la sociedad de consumo nos bombardea a toda hora, no se coloca fuera del sistema pero sí en su límite: nadie puede corromper a aquel que nada (más) necesita.

Pero la del investigador privado no deja de ser una institución en sí misma, una pequeña empresa que en el mundo anglosajón puede dar módicas utilidades. En América del Sur, una empresa similar sólo funcionaría a pérdida. No le llevarían más casos que los de maridos o esposas infieles, o pequeñas disputas vecinales. ¿Se imaginan a Marlowe trabajando en trueque por una gallina o un cajón de bananas? Crear una oficina de investigaciones privadas que sobreviva aunque más no sea al día también reclamaría del escritor un esfuerzo para representar un verosímil que quizás no valga la pena. Sin mencionar que en los últimos años las empresas de investigación privada que sí funcionan se han visto obligadas a dedicarse a actividades non sanctas -espionaje industrial y político, wiretapping- además de haber absorbido los servicios de tanto ex policía y ex militar perseguido por las asociaciones de derechos humanos. No, las compañías de investigación (aquí prefieren llamarlas "de seguridad") son otro reducto de los malos. Habría que buscar en otra parte...

Esto va para largo. La sigo la próxima.

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28 de marzo de 2008
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Rafael Azcona

Rafael Azcona ha sido un genio, ha sido bueno y ha sido siempre joven. Desde la primera vez que lo vi hace unos nueve años hasta la última, estas tres cualidades lo han iluminado de una forma que lo hacían brillar por encima de los demás. Si hubiese sido sólo un genio nos habría bastado con sus guiones, porque hay muchas veces que los genios no tienen ningún interés como personas, sin embargo Azcona tenía una cualidad rara y escasa: meterse en la piel del otro de forma natural, sin forzarlo, sin intentarlo siquiera. /upload/fotos/blogs_entradas/el_cochecito_med.bmpLas veces que lo traté, que no fueron muchas, tuve la intensa impresión de que me comprendía, de que se ponía en mi lugar. Miraba a los ojos buscando algo que seguramente ni yo misma era consciente de tener, y como a mí debía de ocurrirle a todo el mundo. El drama de la humanidad es que hay gente incapacitada para meterse en la piel de otro, gente intransigente, severa, que rechaza lo que es muy distinto a sí mismo. Azcona pudo escribir los maravillosos guiones de El verdugo, El pisito, El cochecito o Plácido, aparte de por poseer un talentazo descomunal, porque tenía el don de comprender. Prefería comprender a juzgar y sabía rescatar esa pequeña inocencia que nos hace salvables.

Y siempre gozó de ese aspecto joven, que le quitaba quince o veinte años de encima. Se dice que la cara es el espejo del alma. En su caso todo él era espejo de alguien con permanente interés por los demás, de alguien que miraba de verdad.  

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28 de marzo de 2008
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