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Escrito por

Clara Sánchez

Clara Sánchez es escritora española. En la actualidad reside en Madrid, donde estudió la carrera de Filología Hispánica y donde durante varios años enseñó en la universidad. Hasta la fecha ha publicado ocho novelas: Piedras preciosas (Debate, 1989), No es distinta la noche (Debate, 1990), El palacio varado (1993, Punto de Lectura 2006), Desde el mirador (Alfaguara, 1996), El misterio de todos los días (Alfaguara, 1999), Últimas noticias del Paraíso (Alfaguara, 2000), Desde el mirador (Alfaguara, 2004) y Presentimientos (2008).  Su obra ha sido traducida al francés, alemán, ruso, portugués, griego...Ha recibido el premio Alfaguara de novela en 2000 por Últimas noticias del paraíso. Y el premio Germán Sánchez Ruipérez al mejor artículo sobre Lectura publicado en 2006 por la columna titulada "Pasión Lectora" (El País, 6 de agosto). Colabora habitualmente en El País. Y durante unos cinco años lo hizo en el programa de cine de TVE "Qué grande es el cine".

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Cocido madrileño

A la Casa de la Panadería no se va a comprar pan, se va a otros menesteres municipales. Pero parece que el nombre del edificio nos lo acerca, lo pone a nuestro nivel, consigue la sensación de que entramos en uno de aquellos hornos antiguos en que todo el mundo iba a hacer sus magdalenas y rosquillas. Ahora vamos a resolver trámites, pero con el olor lejano de lo casero, lo cotidiano, lo artesano. Una palabra como panadería nos llena la cabeza de sensaciones buenas, sobre todo a los que conocimos tahonas de verdad con panaderos de verdad que amasaban y espolvoreaban la harina manchándose hasta las cejas. Ahora sólo vemos el producto. Muchas pastelerías son pura fachada. Venden pasteles que no sabemos de dónde vienen, bollería industrial, baguetes de goma blanca que se limitan a dorar en el microondas. Quedan pocos hornos de barrio donde puedas ver las manos que han hecho la milhojas que te llevas a la boca. Yo afortunadamente conozco uno, veo al panadero y le doy las gracias por hacerme pasar tan buenos ratos con sus bizcochos y empanadas. Y a él le gusta oír que el esmero y la fantasía que pone en lo que hace son apreciados. Los oficios desaparecen, todo se hace en lugares lejanos como China, en fábricas que nunca veremos. O en cocinas industriales. Ya no me fío de ese cocido madrileño que sirven en algunos sitios (ni siquiera voy a llamarlos restaurantes) con el tocino perfectamente cortado en un cuadrado, el chorizo que parece medido con una regla y algo que declara que no acaba de salir de los fogones. ¿Alguien sabe que ocurre con este asunto del cocido? ¿Circula un cocido industrial que nos sirven como casero? Puesto que no somos capaces de exportar y universalizar nuestros platos de fondo por lo menos no nos los carguemos en casa.

En los mismos mercadillos de artesanía, que tanto menudean por nuestro Madrid, hay muy poca auténtica artesanía. ¿Dónde se confeccionan las prendas de mercadillo? ¿Quién las distribuye? ¿De qué nave y de qué polígono sale todo lo que tiene toque mercadillo? La ropa colgada de las paredes de los puestos, los collares, las pulseras son tan falsamente artesanales como las tartas de la mayoría de las pastelerías. Este año han aparecido los ponchos de lana y continúan los pantalones hippies a rayas de toda la vida y las faldas rizadas que son marca de la franquicia de mercadillo. En Madrid se han creado más plazas y espacios para que se instalen. Pero la oferta nos decepciona a los amantes del mercadillo, a los que nos gusta tirarnos un buen rato de puesto en puesto esperando encontrar lo que nunca veríamos en una tienda normal. A veces me encuentro con alguna caseta donde está el que ha trabajado la plata, el cuero, la cerámica que tengo ante los ojos. Y que no quiere sólo vender, quiere conquistar con sus piezas. Este tipo de venta ha perdido atractivo porque se ha convertido en eso, en simple venta aburrida y repetitiva.

            No sólo una dependencia del Ayuntamiento como la Casa de la Panadería tiene el nombre de un oficio, otros como La Tabacalera, El Matadero o la Fábrica de Cervezas El Águila se han convertido en espacios dedicados a la cultura, los espectáculos, las exposiciones. Cada vez que entramos en El Matadero para ver una obra de teatro, entramos también en algo fundamental que preferimos olvidar: comemos seres vivos a los que tenemos el detalle de matar antes. Los mataderos también han caído en un mundo paralelo de donde salen las chuletas de riñonada envasadas. Esta sociedad violenta y cínica no soporta que se le retuerza el pescuezo a un pollo y mucho menos despellejar un conejo, pero qué bueno está con tomate ¿verdad? Preferimos no saber de dónde vienen las chuletas, la ropa barata y el dinero. Preferimos ser ñoños y sensibleros. Nos hemos despegado tanto de la realidad que mientras amamos al pollo somos capaces de patearle el hígado al compañero de trabajo y no digamos al que pretende un puesto de trabajo. El Matadero nos recuerda que somos carnívoros y La Tabacalera que los que fumamos no tenemos por que ser una pesadilla para los que tenemos al lado, y estoy totalmente de acuerdo con la ley antitabaco. Pero también me gustaría que se eliminara la enorme humareda que, en invierno con la calefacción y en verano con el aire acondicionado, expulsa al aire el centro comercial que hay frente a mi casa y que casi me impide abrir las ventanas y que me hace toser. Sería un detalle antihumos.

 

 

 

 

 

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5 de febrero de 2011
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Madrid sin tilde

 

Felicidades a todos, ya estamos en el 2011. Este año la conjunción de Júpiter y Urano augura nuevos tiempos y más cambios. Una anticipación algo vaga, pero después de todo lo que nos ha pasado, después de todo lo que hemos visto, después de tantas decepciones, es más de fiar la astrología que los visionarios de la economía y que los que manejan el dinero, porque a estas alturas de la crisis nadie me ha dicho con claridad si tengo que consumir o ahorrar. No sé qué hacer. Por un lado en cualquier comercio en que entremos se nos quejarán de que no se vende nada, como consecuencia reducción de plantillas, bajada de sueldos, un auténtico drama. Por otro se nos pide moderación en el gasto (¿o eso fue antes?), me hago un lío. La verdad es que el gasto se modera solo, porque se puede o no se puede cambiar de coche, se llega o no se llega a fin de mes. Los nuevos recibos de la luz y del gas se encargarán de que no derrochemos, de que nos metamos pronto en la cama y disfrutemos del calor del edredón. Mientras tanto, el mundo paralelo del lujo sigue su curso, a ellos no les afectan las subidas de los precios y no tendrán que estar pendientes de apagar la luz. Por poco que tengan tendrán mucho.

No tengo nada contra los ricos ni contra los pobres mientras no sean como los controladores aéreos. Esta gente ha logrado atraer las mayores antipatías de un país que ha demostrado un grado de civismo exagerado. Creo francamente que si a mí me hubiese tocado estar en Barajas esos días terribles del parón aéreo habrían tenido que detenerme y sacarme a rastras como a ese chico con rastas al que se llevó la policía o los guardias de seguridad de mala manera. Perdería los nervios, ¿cómo no? Lo que no es natural es tanta resignación. Lo que no es natural es que al chico de las rastas lo arrastraran por el suelo y que el representante ese de los controladores se pasee (parece que tiene mucho tiempo libre) por los platós de las televisiones vomitando tonterías que sacan de quicio y encima aumentan sus arcas. Por dios, siempre están con eso de las vidas que tienen en sus manos. También el que conduce un autobús tiene las vidas de los pasajeros en sus manos y el taxista y el que lleva un barco y el cirujano que trasplanta un hígado.  No será para tanto cuando para ser controlador ni siquiera se exige carrera superior. Con la de jóvenes licenciados sin trabajo, seguramente con más idiomas que ellos, que están esperando una oportunidad. Bien por el Ministro de Fomento, alguna vez había que romper ese círculo vicioso.

            Ha habido otras lindezas este año que es preferible no remover para que no nos amarguemos. Es preferible centrarse en un asunto que ha levantado polémica y mucha conversación de sobremesa: los acentos. La reforma ortográfica del español de la RAE ha saltado a la calle, y personas que han sido capaces de dormir en un saco en el aeropuerto sin protestar no han soportado que guion ya no se acentúe y que a la “y” se la llame ye. Es como si les hubiesen hurgado en las entrañas. Puedo perder los billetes de avión, el dinero del hotel, las vacaciones, pero que no me toquen mi acentuación de toda la vida. Ha sido muy bonito ver cómo la preocupación ha llegado a un punto en que los académicos se han visto obligados a explicar públicamente sus decisiones. ¿Se recuerda algo parecido? De pronto en este país todo el mundo es lingüista, todo el mundo se conoce la gramática al dedillo. Precisamente en este país en que la preocupación por las tildes es nula, donde es muy raro encontrarse con un escrito (que no sea literario o académico) decentemente acentuado, ha levantado una gran polvareda el que el adverbio “solo” pueda ir sin tilde. Estas encantadoras reacciones ocurren en la era de la agramaticalidad más absoluta, marcada por Internet y los móviles. De hecho, es regla que las direcciones de correo electrónico no se acentúen. En los email todo vale y no se espera que nadie se entretenga en usar acentos y mayúsculas. Por supuesto los sms están tecleados, no redactados. La rapidez ha dejado atrás la norma gramatical más básica sin que nadie se despeine. Pero hay esperanza, el que en medio de la crisis y de un año tan revuelto al ciudadano le hayan preocupado los pronombres, acentos y mayúsculas quiere decir que no está todo perdido. Por eso en mi ciudad, Madrid, que no lleva tilde se entrecruzan todos los acentos.

 

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5 de enero de 2011
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Enrique Morente

En este día tan triste porque debemos despedirnos de un gran Maestro, os dejo una de las últimas entrevistas con él, publicada en la revista Mercurio en septiembre de 2010.

ENTREVISTA CON ENRIQUE MORENTE

"Me interesa insistir en la fuerza del silencio...el silencio de los intervalos; pan... pan... pan..."

FRANCISCO GUTIÉRREZ CARBAJO

Enrique Morente es un artista completo, un representante ejemplar de la cultura contemporánea. Nacido en la cuesta granadina de la Calderería, por donde se asciende a lo más alto del barrio del Albaicín, Morente es la voz más alta y profunda del flamenco, la voz que ha sabido combinar lo más genuino de esta tierra con los ritmos y los sones más universales. 
Le comento al comienzo de esta charla la afirmación de Nietzsche en El caminante y su sombra sobre los grandes creadores, que se imponen los modelos de los creadores anteriores e intentan vencerlos con gracia, de modo que se note al mismo tiempo la sujeción y la victoria.

Me dice que está de acuerdo con la afirmación de ese filósofo y que lo que usted intenta es interpretar bien todos los cantes, los que se consideran básicos y todos los demás:
Claro, a mí lo que me interesa es cantar bien la caña, por ejemplo, lo que no puedo dejar de hacer es introducir cosas mías, elementos personales, y para algunos “ahí está lo malo”. Antes de llegar tú al ensayo, estábamos haciendo la caña con cuatro guitarras, interpretándola a nuestro modo, sin olvidar a los grandes maestros. Uno de los que cuadraba la caña muy bien era El Gallina pero no podemos limitarnos a reproducir lo que él hacía. Tenemos que intentar incorporar creaciones nuevas.

Estamos por tanto en la polémica sobre lo clásico y lo innovador, que ya comentábamos hace unos treinta años.
Estamos exactamente en ese lugar, y se puede entender muy bien esa polémica recordando una frase que se decía en Granada y que repetía mi madre: “Al revés de la gente es mi marío”. En esa diferencia está muchas veces la raíz del cante. En mi caso concreto algunas veces sigo los estilos clásicos y en otras ocasiones marco más esa diferencia. Todo depende del momento y de las circunstancias.

En este año en el que celebramos, entre otros homenajes, el de Miguel Hernández, usted logró ser el primero en incorporar su lírica al repertorio del flamenco.
Vosotros fuisteis un poco los responsables de eso: Andrés Raya, Ortiz Nuevo y tú precisamente. Me acuerdo que en la cervecería Alemana de Madrid me enseñasteis un libro de poesía de Miguel Hernández y en seguida me di cuenta de que esos textos podían cantarse por flamenco.

En aquellos momentos constituía un acto de compromiso político cantar textos como los de las Nanas de la cebolla.
Ahora he retomado las Nanas de la cebolla. Hace ya tres o cuatro meses que las grabé. Todavía no ha salido el disco, pero me parece que de todo aquello que entonces elegí de Miguel Hernández era lo que más me apetecía volver a grabar. Con algunas variaciones, son las mismas que grabé entonces. En aquella ocasión me acompañaba a la guitarra Perico del Lunar y ahora Rafael Riqueni. Con éste y con otros grandes guitarristas, cantaores, bailaores, magníficos artistas todos, estamos realizando varios conciertos, como los de Madrid, los de Buitrago de Lozoya…

Yo creo que no existe una separación tajante entre la copla flamenca y la lírica popular. Por ejemplo, entre las muchas coplas que tú interpretas aparecen ya algunas populares recogidas por Demófilo o por Rodríguez Marín, como ésta: “Deseada una cosa / parece un mundo / luego que se consigue / tan sólo es humo”.
Entre la lírica popular y la copla flamenca suele haber pequeñas diferencias y matices. Existen letras populares que han interpretado siempre todos los cantaores, los de antes y los de ahora. A mí siempre me emocionan las letras populares. No las distingo yo mucho de las flamencas. Tienen el mismo sabor y la misma construcción. Pero bueno, cada una tiene sus matices aunque están muy mezcladas. 
En cuanto a la letrilla de “Deseando una cosa / parece un mundo…” es tan preciosa, tan pequeña, y dice una verdad tan inmediata que es curioso que a alguien se le ocurriera escribir una cosa así, ¿no? Una letra que no está en la SGAE. ¡Es algo tan sencillo, tan poco pretencioso y que dice tanta verdad! Es lo que sucede cuando te cansas de ser lo que ya eres.

Me parece muy acertado lo que dice. Es lo que comentaba Platón del amor como “la expresión del deseo de aquello que nos falta”. En cuanto a la intensidad de esas letras breves, en la célebre conferencia de García Lorca en el Concurso de Granada de 1922 afirmaba que “hay coplas en que el temblor lírico llega a un punto donde no pueden llegar sino contadísimos poetas” y pone como ejemplo la de “Cerco tiene la luna / mi amor ha muerto…”, que había recogido ya Rodríguez Marin.
Es una letra de una gran belleza. Es una imagen que presenta unos sentimientos extraordinarios. Esa letra ya la cantaba Pepe Marchena. Seguramente en esa época sería un crío. Pero esas letras que cantaban Marchena y otros artistas alguien las ha escrito, no han venido del cielo. Ese es el enigma, el milagro… y la estima que hay que tenerles a los recolectores de letras… a Rodríguez Marín y a los demás.

Esta es una cuestión en la que parecía no estar muy acertado Demófilo, que creía que la anonimia era el fundamento de lo popular cuando existen otros factores, como la difusión oral, la propagación colectiva, la introducción de variantes…
Claro, la cuestión de que sean conocidos o nos los autores de esas letras no quiere decir que no sean populares. A mí me habría encantado que cantaran letras que yo hubiera compuesto.

Es lo que opinaban también Manuel Machado y otros autores.
A mí el matiz ese de hacer diferenciación, de intentar averiguar si estas letras son o no de ciertos autores, de si estas son anónimas, de si estas son populares, de si estas son flamencas… es una discusión que no me parece importante. Yo pienso más bien que cuando se habla del cante de Curro Dulce o de cualquier otro cantaor, que cuando se hace ese cante de Curro Dulce o de quien se sea, cada cantaor lo canta con su estilo peculiar. Siempre se cambian los cantes; incluso a veces se cambian por una necesidad fisiológica: por estar en ese momento ronco o estar acatarrado. Por ejemplo, después de una noche de fiesta, probablemente le dices al guitarrista que ya no lo puedes cantar como el día anterior, que lo vas a cantar en un tono más bajo, de otra forma, con otra entonación…

Si hay un diálogo entre la copla flamenca y la popular, también lo hay entre ésta y la literatura culta. Ambas utilizan a veces las mismas estrofas. 
Yo en este tema cada vez hago menos distinción. Y por otra parte, tanto si el verso tiene ocho sílabas como si tiene dieciséis, si se puede cantar, se canta. Las letras no tienen por qué tener una métrica fija para poderlas interpretar. Ahora bien, hay que ser aficionado y conocer la métrica antigua y la moderna; eso es lo primero.

Siguiendo con la interpretación de autores cultos, usted les ha prestado especial atención a los poetas del 27, que cultivaban también poesía popular, como Alberti, García Lorca…
Toda la generación del 27, Lorca, Alberti, Jorge Guillén, Pedro Salinas, Luis Cernuda constituyeron un grupo que es especial en la literatura y en el arte…tuvo que existir algo singular que llevase a juntar a toda esa gente en esa época, porque entre ellos hubo sus más y sus menos, digo yo. Pero es una especie de milagro el que se reuniera en la Residencia de Estudiantes ese grupo con esa idea del arte. A mí me ha gustado mucho interpretar sus textos.

En la Residencia de Estudiantes se produce un diálogo no sólo entre distintas voces poéticas sino también entre diversas manifestaciones artísticas, porque los escritores citados coinciden con otros artistas como Buñuel, Dalí, Falla… se relacionan con Picasso.
A mí me interesan los del 27, escriben con gracia; yo no soy un experto en estos escritores… y siempre estoy guiado por la intuición, por la emoción, por el instinto. Yo voy a las letras y ellas vienen a mí. Hay muchos modos de establecer ese contacto. En los últimos tiempos me ha sucedido algo muy curioso. Leí un trabajo sobre Picasso. En él había textos de ciertos escritores, que eran glosas sobre el pintor y algunos folios amarillos escritos por el propio Picasso y alguien me dijo: “Eso no, eso no se puede cantar”. Y yo le dije: “No, yo quiero cantar lo que dice el propio Picasso. Porque si él escribe unos textos y dice que son poesía, se pueden cantar”. La verdad es que era más fácil cantar las letras del propio Picasso que las glosas.

Lo que contiene el disco sobre Picasso entonces no son glosas sino obras originales del propio pintor.
Sí, pero no todas las composiciones son de Picasso. Se incluyen también las de algún poeta preferido por él, que se lo leía el barbero del pintor malagueño, que era de Buitrago de Lozoya.

¿Cómo se llama ese poeta?
Era Luis de Góngora. Canto un poema al que el propio Picasso le hizo un dibujo, el soneto X, que dice: “Mientras por competir por tu cabello / oro bruñido el sol relumbra en vano…”
Ese soneto no lo he interpretado en los últimos conciertos pero está grabado en el disco.

Hablando de sonetos, hay uno clásico que también ha grabado: “¿Qué tengo yo que mi amistad procuras…?” y otros muchos poemas muy hermosos.
Estamos en lo que hemos dicho antes, en que esos poemas se pueden cantar perfectamente por flamenco, que diferenciar demasiado no es bueno…el flamenco bebe de muchos sitios… ahora algunos están empeñados en que el flamenco viene de Rusia… pero no, de Rusia no viene el flamenco.

Volviendo a los del 27, el texto que interpretas de Pedro Garfias: “él iba solo tambaleándose…”
Es un poema precioso, que cuenta cosas que parece que están viéndose y que están viviéndose. El poeta refleja además que bebía un poco menos que algunos que yo conozco.

¿Es la propia lectura de los poemas la que le inspira el tipo de cante?
Cuando me pongo a hacer un disco basándome en un texto literario lo primero que hago es leerlo, luego cojo la guitarra y me pongo a cantarlo. Si es una letra complicada no pienso en principio si la voy a cantar por siguiriya o por otro palo… Por ejemplo en las letras que he cantado de Picasso puede haber algún palo clásico intercalado pero el resto tiene una construcción y una musicalidad más libre. Hay alguna malagueña, que cuadra bien con lo que escribe Picasso.

Usted ha alternado a lo largo de tu trayectoria literaria la interpretación de cantes canónicos con otros que ha creado. Viene practicando desde hace mucho tiempo lo que hoy se llama mestizaje, hibridación. Quizá por eso su arte es tan abierto, tan comunicativo.
Hoy, con la comunicación tan grande que existe, que con un aparato de radio puedes escuchar una canción de la India, que con internet puedes hablar con uno de China… no tiene sentido encerrarse. Por eso los encuentros con otras músicas, con otras artes siempre son buenos. Depende de lo que quieras hacer, claro. El flamenco clásico porsiguiriyas, por soleás, por tientos… no se debe perder pero eso es otra cosa.

Usted ha interpretado y sigue interpretando todos los estilos clásicos con una maestría indudable y luego ha ido incorporando las nuevas tecnologías, nuevos instrumentos, nuevas voces…
El flamenco está abierto, como la pintura y otras artes. El flamenco no debe estar encorsetado ni empeñarse en que hay que mantener el cante con una forma rígida porque así lo hacía fulanito o menganito, con dos tercios más…
Para hacer innovaciones hay que conocer bien los cantes. Hacer una taranta nueva es muy difícil porque hay que conocer la taranta antigua, la taranta de siempre. Y eso sirve para el guitarrista y para el cantaor.

No debemos incurrir, por tanto, en aquello que criticaba Pepe de la Matrona, de los que querían empezar a correr antes de saber andar.
Sí, y también decía Pepe que “quieren hacer la trampa antes de aprender a jugar”.

Ha cantado con Pepe de la Matrona, con Bernardo de los Lobitos, Pericón, El Gallina, Antonio Mairena. Combina el clasicismo con las formas más libres y oye a todos.
A mí me gusta todo el mundo que tiene arte. A todo el que canta lo escucho, no tengo problemas en ese aspecto. Todo el mundo que canta me interesa y pongo toda la atención. Hay sin embargo gente que se levanta cuando está tocando un guitarrista o está cantando un cantaor, y haciendo eso está perdiendo la posibilidad de aprender una lección.

Y la pregunta esa de ¿hacia dónde va el flamenco, hacia dónde vamos? 
Son cuestiones muy difíciles de contestar, pero una letra nos da la clave: “Lo de ayer ya se pasó / lo de hoy ya va pasando / mañana nadie lo ha visto / mundillo, vamos andando”.

Los grandes temas del flamenco, como los de la literatura, son los que llamaba Antonio Machado, “los universales del sentimiento”, es decir, la vida, la muerte, el amor…
Claro, son temas eternos, la muerte, la vida, el amor… pero también está lo que hoy pasa en el mundo, las injusticias, las guerras, el hambre en África…

Y junto a los temas trágicos, está también “la cara amable del cante”
Sí, pero esa chispa, esa cara amable y graciosa están muchas veces cimentadas en una tragedia, en una desgracia. En el mismo cante por alegrías la encontramos: “Nadie se arrime a mi cama / que estoy ético de pena, / que el que padece mi mal / hasta las ropas le queman”. Parece a veces que estamos muy contentos y por dentro hay una hecatombe. Yo creo que la poesía y la literatura del flamenco, la que llaman culta y la popular, siempre tienen esa parte trágica.

Todas estas letras han de someterse, como dice Caballero Bonald, a las insoslayables leyes del ritmo.
Del ritmo hay muchos conceptos. Hoy por ejemplo, cuando hemos empezado el ensayo del concierto quería que el percusionista encontrase un tempo lento, como que algo que fluye…pan, pan, pan…, en el aire… estábamos haciendo la soleá, y quería que también se marcasen los compases del silencio.

¿También en los conciertos sobre Picasso?
En los conciertos sobre Picasso canto letras del propio pintor, como alguna malagueña pero interpreto también otros palos, a los que contribuyen todos los músicos que me acompañan y los bailaores. Me interesa insistir en la fuerza del silencio… el silencio que se marca en los intervalos… pan, pan, pan… Mediante esa fuerza del silencio, vemos por ejemplo, que no estamos haciendo una soleá normal, que manejamos otro ritmo, sin olvidarnos de la soleá clásica… pan, pan, pan… y aquí estás llevando el ritmo interiormente, y cuando cantas, lo sientes luego especialmente. Yo llevo luchando mucho tiempo con este tema porque profesionalmente soy cantaor. Realizo un trabajo que recorre todos los palos, sustentado siempre en el compás. Mi trabajo es cantar pero este asunto es un reto que llevo persiguiendo desde hace mucho tiempo: el lograr que en el cante también se escuche el silencio.

Enrique Morente, como los grandes filósofos y poetas, quiere que junto a las palabras y las voces, suene la fuerza del silencio. El silencio no es un eco, es una forma más de voz. Pero para oír el silencio y las voces hay que estar bien despiertos, como decía Antonio Machado: “Despertad, cantores: / acaben los ecos / empiecen las voces”. 

(Link original de la entrevista:http://www.revistamercurio.es/index.php/revistas-mercurio-2010/mercurio-123/525-08entrevista-con-enrique-morente9

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14 de diciembre de 2010
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Cerebro, vagina

No hay nada como una grosería fuerte para captar la atención y grabarse en la mente palabra por palabra, no hay nada como un olor asqueroso para que no lo puedas olvidar en toda tu vida y no hay nada como una escena que habrías pagado por no ver para que te revuelva el estómago. Esta semana han escandalizado a todo el país las lindezas varias que ha soltado un tertuliano de Telemadrid, cuyo nombre no recuerdo y cuyo programa no he visto nunca, pero de las que no he podido evitar enterarme. Todos nos hemos puesto al corriente de lo podridas que tiene las entendederas este sujeto, que se ha cubierto de mierda. Pero por otro lado su gran ejemplo está siendo muy didáctico porque es el espejo donde podrán mirarse y acaso reconocerse y acaso sentir repugnancia propia aquellos que han hecho de su misoginia una fuente inagotable de chistes, gracietas e insultos que vistos y oídos en  dicho espejo no tienen tanta gracia ¿verdad?, suenan más bien patéticos, sórdidos, dan vergüenza ajena. Quizá los que quieran curarse de su enfermizo desprecio por las mujeres deberían clavar en la pared con una chincheta la cara de este tío con sus grandiosas frases y antes de salir de casa mirarle bien y pensar si quiere ser tan rabiosamente ingenioso como él.

También están a tiempo de mirarse en tan espectacular espejo todos los que en los últimos tiempos han vertido su furor machista contra nuestras políticas, y no son torpezas inocentes ni frases malinterpretadas por un exacerbado feminismo, son sangrantes y vejatorias y directamente dirigidas al corazón de la mujer, no de la política. Ellos son igualmente espejo de esta asombrosa rabia hacia nosotras en unos tiempos en que este sentimiento tan atrasado tendría que estar superado. Avanzamos poco, por mucho iphone que llevemos en el bolsillo. Y además su tendencia a ofendernos es tan fuerte que se olvidan de que tienen madre y que también ellas pueden estar en el punto de mira de un tipo de su calaña. A veces también tienen esposa e hijas. ¿No les da miedo de que en el camino de sus hijas se cruce alguien como ellos?

Y en cualquiera de estos espejos pueden reconocerse los que ante los medios cierran la bocaza pero que la abren entre amigotes o como cosa normal. A veces ni siquiera se dan cuenta. He oído comentarios de lo más variado salidos de un odio ancestral y visceral que no logran controlar. Para algunos, en público, las mujeres somos superiores (¡ay!, esa trampa condescendiente y paternalista), somos el futuro, pero en cuanto bajan la guardia y se relajan se les escapa el diablillo entre los dientes. Se sienten superiores porque no tienen vagina parece ser. Porque esta parte de nuestra anatomía es atacada sin piedad. El imaginario va desde las vaginas con dientes, pasando por las que, debido a la edad, ya deben de tener callo, las que necesitarían un soplete por el poco uso, llegando a las que huelen a ácido úrico según el genio de las tertulias de Telemadrid. El contrapunto lo ponen los comentarios libidinosos que la dejan a una sin ganas de aparearse por el resto de su vida.

Pobres vaginas que han de soportar que por ellas salgan semejantes mastuerzos. ¿Merece la pena el parto, tanto sufrimiento para que luego una madre oiga a su hijo decir estas cosas? La otra parte del cuerpo que hace las delicias de esta clase de individuos es la cabeza, el cerebro, el intelecto. Esa es tonta. La verdad es que cuántas veces hay que hacerse la tonta para no enzarzarse. Sólo una vez oí a uno de estos caricaturescos neurólogos-ginecólogos escaparse del eje cerebro-vagina. Fue en televisión hace unos años. Se trataba de un músico, un rockero de una banda ya algo pasada que refiriéndose a una cantante madura dijo que tenía “caspa en las piernas”. Qué original. La entrevistadora se quedó de piedra, yo en mi casa también. No he podido olvidarlo. La entrevistadora reaccionó diciendo que esa señora seguro que tendría cremas buenísimas para hidratarse, pero el rockero la miró incrédulo. Despreciaba la madurez, la caspa, las piernas y probablemente a sí mismo.  La misoginia no entiende de nivel social ni intelectual, sino de poder. Y con ese poder se nos ha elevado a las absurdas alturas de los cabellos de oro y las frentes de nieve de la lírica cortés, para bajarnos a los infiernos de la humillación en sutiles variables cuando no al maltrato. Por suerte hay otros muchos hombres con quienes compartir la vida.

 

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23 de noviembre de 2010
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La máquina del oro

En medio de noticias más o menos serias, ha habido dos ocurrencias que resumen  nuestro extraño mundo: la instalación en Madrid de una máquina callejera que, en lugar de coca-colas, vende oro en distintos tamaños, y la elección por parte de la ONU de la astrofísica malaya Mazlan Othman como embajadora ante posibles visitantes extraterrestres. ¿A quién se le ocurrió esta genial idea? Encaja de maravilla con los tiempos incompresibles que vivimos porque lo único que nos faltaría es tener que hacer frente a una avalancha de alienígenas. O quizá sería la solución, algo tan impresionante como conocer seres de otros mundos debería hacernos sentar la cabeza, pensar un poco, ser más considerados y menos arrogantes. Así que el hecho de contemplar tal posibilidad ya es una manera de aceptar que no somos los reyes del mambo del universo. Y que si hay intercesores entre los hombres y Dios con todo un protocolo, rituales, ceremonias y mucho poderío económico y moral, ¿por qué no organizar una modesta representación ante unos seres más probables que los dioses?, sobre todo si como sospecha el mismísimo Stephen Hawking son criaturas difíciles de tratar. Una extraordinaria responsabilidad para la doctora Othman que no tendrá que cumplir porque lamentablemente este poético nombramiento ha sido desmentido. Un relevante personaje de Naciones Unidas lo ha tachado de absurdo. Como si no existieran nombramientos absurdos a puñados, puestos fantasmales que no sirven para nada, mientras que, cargos que nos hagan soñar y pensar más allá de nosotros mismos no hay ninguno.

            Ni que este planeta se rigiera por la suma racionalidad, y ni que nuestros actos estuviesen regulados por la ciencia. No hace falta hablar de atolondramiento y visceralidad, ya sabemos de qué pie cojeamos. Seguramente a Hawking le preocupa que los aliens sean como nosotros.

            Cuando esta hermosa noticia se desvaneció apareció otra, también sorprendente aunque real y más terrenal y que podría ser registrada por Google Earth: Madrid, Hotel Palace, recepción del hotel, máquina dorada.

            Frente a la metáfora de nosotros y el espacio exterior, ésta otra de nosotros y el espacio interior: la máquina expendedora de oro que se ha instalado en el Hotel Palace y que se ha convertido en una atracción. Por 40 euros puedes hacerte con un gramo de oro. Hasta ahora estas máquinas básicamente servían botellas de agua, refrescos, tentempiés envasados, condones y cajetillas de tabaco, en general nada serio, nada perdurable. Estaban asociadas a la calderilla y no a pulseras de brillantes o pendientes de esmeraldas. Pero entonces llega alguien que mira lo de todos los días de otra manera y se le ocurre meter en lugar de tabletas de chocolate lingotes de oro en un momento en que este metal está por las nubes. No sabemos si prosperará, pero de momento la gente se hace fotos junto a la máquina y decide regalarle a su novia o novio una pepita, que no sale despedida a la brava sino empaquetada y con su recibo correspondiente. Y, además, así el adicto no tiene que esperar a que abran las joyerías, hay mucho enganchado al metal amarillo, desde el que tiene que ahorrar para comprarse unas cuantas cadenas al destinatario de anuncios que ofrecen ordenadores portátiles hechos de oro con diamantes, acompañado de su correspondiente ratón “forjado en oro con 59 brillantes”. Por supuesto el pendrive va haciendo juego en oro con pavés de diamantes. Y no puede faltar el móvil del mismo sesgo. ¿Y si tenemos un móvil así y nos lo olvidamos en un bar? No es extraño que los carteles de la Puerta del Sol de “Compro oro” cada vez sean más grandes.

Y aunque ahora el oro haya perdido su carácter divino, para algunos sigue significando suerte, y desde luego con él siguen apuntalándose las economías del mundo. La nuestra está en lingotes en el Banco de España. Puede que su magia consista en que se puede comparar con el sol. Ha sido el delirio de los alquimistas, y la humanidad siempre ha corrido tras su brillo. Jasón se embarcó en una aventura increíble para encontrar el vellocino de oro y Zeus se convirtió en lluvia de oro para fecundar a Dánae, que estaba recluida en una habitación. Y en realidad el oro no tiene demasiada utilidad. Toda su grandeza se la damos nosotros al desearlo tanto. Y lo deseamos por ser raro y escaso y porque nos sirve para parecer poderosos.      

Como advertencia, siempre tendremos el relato del rey Midas, ese hombre tan ambicioso que le pidió a un dios que todo lo que tocara se convirtiese en oro. El dios le preguntó si estaba seguro de lo que pedía y él contestó que sí. No contaba con que una manzana y un trozo de pan de oro brillan mucho, pero están algo duros.

 

           

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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20 de octubre de 2010
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Con un par… de zapatos

Hace poco terminó la feria de Modacalzado en Madrid, que anticipa las colecciones de primavera y verano. Agradezco profundamente esta avalancha de zapatos para calmar la angustia que me produce tanta crisis, tantas desgracias, tanta inseguridad sobre nuestros hijos, esos que ya llaman “la generación perdida” para acabar de pisotear cualquier posible esperanza de avance.

            Me gustaría, aunque fuese por cinco minutos, volver a sentirme como un niño con zapatos nuevos, volver a la ilusión de aquellos zapatos azul claro que estrené a los trece años, el día que me enamoré por primera vez, recuperar un poco de inocencia y confianza en el ser humano. Y es verdad que estrenar zapatos debe de tocar algún resorte escondido en nuestro bosque de neuronas porque produce una alegría infantil, un placer simple y extraño como si hubiésemos estado andando descalzos toda la vida y de pronto metiésemos los pies en unos armazones que nos hacen más altos, más esbeltos, más ricos, más importantes, más molones. Para algunos, entre quienes me incluyo, el calzado es lo más importante de todo el equipo, es como si desprendiese un resplandor que ilumina la falda, los pantalones, la chaqueta, la cara. Los zapatos son los que te convierten en clásico, moderno, ultramoderno, vanguardista. Por eso llevar los zapatos limpios y relucientes ha sido una exigencia de nuestra sociedad, la mejor carta de presentación para cualquiera, y el cánfor en las casas y los limpiabotas en las calles, piezas imprescindibles hasta que se empezó a jugar con lo medio desarreglado y lo medio viejo. Pero no por eso ha decaído el fetichismo zapateril. ¿Por qué para muchos el sexo empieza por los pies? Unas botas por encima de los pantalones pueden resultar más eróticas que enseñar el ombligo, por no hablar de esos fetichistas que sueñan con un tacón de aguja clavándoseles en el pezón.

 Y es curioso, hay un tipo de calzado para cada personalidad, la del taconeo con ruido y la de pisada silenciosa, la deportiva y la sofisticada. Dime qué zapatos llevas y te diré quién eres, dime cómo pisas y te diré cómo eres, aunque para los especialistas la mejor forma de andar y correr sea descalzos y con la planta encallecida, lo que supondría el desastre de la industria del calzado. Pero no hay que preocuparse porque como se demuestra en la exposición “El mundo a tus pies”, organizado por el Museo del Calzado de Elda en Ifema, el calzado ha marcado el estilo de todas las civilizaciones, desde los mocasines y las babuchas a las actuales y enormes plataformas, ese mundo imposible en que a veces tenemos que encaramarnos las mujeres para volvernos un poco irreales y deseables.

Y la verdad es que en la mayoría de los casos en lugar de proteger los pies los torturamos, hasta el extremo de haberlos reducido a muñones en la China imperial y ahora deformarlos con taconazos de vértigo, en ambos casos para delicia de algunos, que en tiempos se ponían locos si le veían el botín a una señora debajo de las enaguas. Pobres pies, sufridores pies, que tienen que sostener todo el cuerpo, llenos de terminaciones nerviosas, con cosquillas, multitud de huesecillos y que encima han de lucir sin una dureza, sin un callo y con uñas de porcelana, lo que ha impulsado el negocio de la pedicura, locales dedicados a pies y manos exclusivamente, que va del limado de talones al tallado de uñas.

            Pero también en esta feria del calzado se exponen las zapatillas deportivas que han marcado a nuestra  “generación perdida”. La generación de niños Nike con cámara de aire en la suela, que les ayudaba a saltar de una a otra actividad extraescolar para dar lo mejor de sí en un futuro que ahora les vuelve la espalda. Pero como una imagen vale más que mil palabras, ahí tenemos a las chinches que recorren Manhattan, como si el corazón del capitalismo, del dinero, de la modernidad, de la cultura, como si el corazón del no va más, fuera un gran colchón de posguerra. Hasta ahora las chinches, las pulgas y garrapatas habían quedado aisladas en la España pobre y atrasada, en las penurias de la guerra, en las ropas del hambre. Y mientras nosotros teníamos chinches y piojos, en el paraíso americano usaban pañales desechables, tampax, vasos de papel y sales de baño. Ahora una plaga de chinches se extiende a todo Estados Unidos desde la mejor tienda de Nike en Manhattan, entre la Quinta Avenida y Madison Avenue, como señal de que algo no va bien.

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5 de octubre de 2010
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La noche en vela

En esta semana a punto de acabar, la noche ha sido la gran protagonista. Primero tuvimos la Madrid Fashion Night Out y después la Noche en Blanco y varias movidas nocherniegas más, que he dejado escapar porque alguna vez hay que dormir. La verdad es que no he participado en ninguna, me fastidia que la noche me arruine el día, la luz, el sol, el piar de los pájaros, ver el verde de los árboles que hay frente a mi casa, mojar los churros en el café con leche mientras leo el periódico en el bar Las Cubas sin pedirle nada especial a la mañana. En cambio a la noche le pedimos todo, intensidad, diversión, aventura, gente guapa, ser guapos nosotros mismos, ser deseados, ser distinguidos entre montones de cuerpos y caras por una mirada que nos descubre a través de las sombras. Lo malo es que a veces esa mirada tarda en llegar y por eso alargamos la noche, la alargamos como si nos diese miedo salir de ella, total para volver a casa con los pies fríos y la cabeza caliente. Una noche más, una diversión más, una espera más, una decepción más, unas ojeras más. Y además la noche envejece al caduco ser humano, no sólo porque lo digan las bellas modelos y actrices, expertas en beber mucha agua y dormir mucho más, sino porque lo dicen los que trabajan bajo las bombillas. Sanitarios, policías, currantes de Mercamadrid.

 

            Precisamente cuando iba a salir a vivir la noche, mientras hacía tiempo para que la oscuridad se pudiese mascar, empecé a ver un reportaje en televisión sobre los que trabajan de noche. Algunos llevan veintitantos años durmiendo de día y decían eso, que se envejece mucho más y que cuando, al llegar a casa, echan las persianas para que no entre la luz en la habitación, esa luz sigue entrando en el cuerpo porque el cuerpo no es tonto y sabe que detrás de las persianas está el sol, y que el cansancio por la noche es infinitamente mayor y el descanso por la mañana, menor. Total, que al ver su agotamiento y las ganas que tenían de meterse en la cama, me desvestí y me metí en la mía con un libro. Bueno, pues hay hordas de jóvenes que esto lo hacen por la cara y por gusto. Echan sus peonadas como jabatos, llenando la oscuridad de ojos brillantes y futuros inciertos. ¿Les corresponde la noche con la misma devoción?

            Misterios, secretos, encuentros fugaces, luces y sombras, medias verdades, aturdimiento y mil cosas más hacen que la noche sea tan atractiva en ciertas etapas de la vida, pero en especial para los madrileños. Nos gusta tanto que incluso la hemos exportado como bien cultural. Para Madrid la noche es como la Torre Eiffel para París o la Estatua de la Libertad para Nueva York. Es nuestra imagen y por eso la cultivamos a muerte. Y no viene de ahora, ya la reina Isabel II reunía a sus ministros por la noche, que era cuando se encontraba en su salsa. Así que la Noche en Blanco puede ser una novedad en otras latitudes en que el personal se recoge temprano, pero no en un Madrid, cuya Gran Vía está más llena de gente a las dos de la madrugada que a las dos de la tarde.

La mayor aportación de este gran espectáculo consiste en proclamar que entre tinieblas se puede consumir algo más que copas, por ejemplo, museos, librerías, teatro…. Claro que nos podríamos ahorrar el dinero que cuesta este tinglado si no se hiciera en una sola noche y todo a la vez, sino por iniciativa propia de los distintos negocios e instituciones y como algo normal. Sería una pena desperdiciar tanta energía y tantas ganas. El mundo de la moda se ha dado cuenta, y en el Fashion Night Out algunas grandes firmas han decidido recibir con cava y canapés al pueblo. No es mala idea ahora que han reabierto sus puertas los locales de arreglo de ropa, donde lo mismo ponen una cremallera, que le dan la vuelta a un abrigo. Regresan los tiempos del reciclaje antiguo, el marcado por la necesidad pura y dura, porque hemos decidido tirar menos, reutilizar y tunear prendas arrinconadas en el armario. ¿Y si dejásemos de ser consumistas? ¿sería bueno o malo para esa economía que no entiende ni dios? Pero si la alta costura ha decidido asomarse a la noche para hacerse más deseable, hace ya bastante que demasiadas franquicias de ropa joven han metido la noche dentro y han convertido la tienda en una discoteca, donde los empleados tienen que trabajar horas y horas con una música atronadora y, a veces, además en penumbra. Un auténtico infierno en el que tendría que meter mano alguien.

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15 de septiembre de 2010
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Los pies de Antonio López

  

            Quizá sea mejor así, quizá sea mejor no poder coincidir con ese momento en que Antonio López instala su caballete en la Puerta del Sol, saca la paleta de pinturas y comienza a atrapar la luz del atardecer. Me entusiasma la idea de verle manos a la obra, de estar en el corrillo de curiosos que apuestan por un espectáculo lento, de ensimismamiento de quien está mirando de una manera especial lo que todos los demás también estamos viendo. Porque como decía Edgar Allan Poe "hay que aprender a ver lo evidente", y por eso contemplando la Gran Vía de Antonio López uno aprende a ver su propia Gran Vía. Gracias a la película El sol del membrillo, de Víctor Erice, dedicada al pintor, sabemos que no debe de ser nada fácil detener la vida que pasa por unas hojas, unos edificios, un asfalto, unos coches, el paso de una tarde que ya no volverá. Por eso, verle en directo como en El sol del membrillo, pero en medio de la plaza más popular de Madrid, demostrando que el arte no sólo sale de la calle sino que se crea en la misma calle, me ilusiona. No estaría de más que esta ciudad valorase más a sus artistas y el arte de vivir, de hacer algo con la vida. Y espero que no se moleste, si acaso lee estas líneas, un señor que en una charla mía me afeó que utilizase la palabra "artistas",  para referirme a los artistas. Por el tono, me pareció que él también se sentía artista aunque no lo fuese públicamente y que le repateaba la gente que se atribuía algún tipo de arte. Desde luego, los límites de la palabreja son borrosos porque no existe la profesión de artista ni un título de artista, pero nos ayuda a saber de qué estamos hablando. En cualquier caso, el hecho de que la palabra "artista" incomode más que la de banquero es como para ponernos a pensar. ¿Qué es ser artista? Ni lo sé, ni me importa, no me quita el sueño que haya por ahí falsos artistas, me basta con saber quién es Antonio López, ese ser que espera pacientemente a que unos débiles rayos de luz se metan por entre las hojas para cazarlos con el pincel, y saber dónde  lo encontraré. Así que por la tarde me encamino hacia la Puerta del Sol con un calor impresionante. Bajo por Gran Vía, me meto por Callao, me abro paso como puedo por Preciados.

Echo un visual por la plaza y los únicos corros que veo están alrededor de un mimo. Con todos mis respetos al mimo yo busco un caballete, un cuadro y un pintor. En esos momentos la plaza me parece más grande de lo que es. Unos turistas se hacen fotos junto al oso y el madroño. La luz va bajando. ¿Qué exacto momento será el que a él le interesa? Puede que haya llegado tarde, y me fastidia volverme con las manos vacías.

Le pregunto a un kioskero, que no le da importancia al tema, por lo que me dirijo al edificio de la Comunidad de Madrid. Un guardia civil me explica que le parece que esta tarde no ha venido y me aclara que suele guardar aquí el material.  Y añade que otras personas también han preguntado por él. Bueno, ya somos unos cuantos en busca de Antonio López o por lo menos de sus huellas. Ahora que ya sé que no le veré, quizá vea las huellas de sus zapatos o zapatillas, las señales hechas con tiza en el suelo para saber exactamente dónde colocarse en la plaza para recibir la misma luz cada tarde. Miro alrededor a ver si hay alguien buscando en el suelo como yo. ¿Habrá terminado el proyecto y habrá borrado las huellas? Francamente creo que habría que hacer algo con ellas, fijarlas de alguna manera y poner algo así como que aquí pintó Antonio López el sol de esta Puerta. Presumamos de lo que tenemos, creemos señales de vida, señales emocionantes.

¿Dónde están las huellas? Echo otro visual por la plaza y desecho la heladería, los bares, las tiendas de ropa, hasta que mi mirada de aguilucho se tropieza con un local de lotería. ¿Por qué pienso que en ese despacho encajonado dentro de un portal me darán información? No tengo ni idea, pero no me equivoco. La lotera, tras comprarle un décimo, me explica que Antonio López se instala frente al reloj mirando hacia la calle Mayor, que se queda poco tiempo y que allí podré ver las huellas.

Y ¡por fin!, no está él, pero hay unos semicírculos hechos con tiza. Pongo los pies dentro. Estoy en su Puerta del Sol.

 

 

 

 

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4 de septiembre de 2010
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Gómez, Jiménez y Lissavetzky

  

        

            Gracias a Tomás Gómez el verano está siendo muy animado en el terreno de la literatura de intriga política. Gracias a él, Madrid ha saltado a las playas, a las montañas, a las casas rurales, ha empequeñecido la presencia de los controladores aéreos (un sector, siempre con la espada en alto de sus privilegios, del que estamos todos hartos) y está compitiendo con las catástrofes naturales que año tras año componen la cara amarga de las vacaciones. Porque el verano siempre es inocente, infantil y bello hasta que comienza a ser trágico. El cielo y el infierno en una misma moneda. Empieza con las imágenes del verde esmeralda o azul turquesa del mar, con la cerveza helada que nos espera en el chiringuito después de una travesía cansina por la arena, con el dejarse llevar sin pensar en las preocupaciones de todos los días. Rayos dorados que se nos cuelan dentro y se van repartiendo por todo el cuerpo amansándonos como si estuviéramos en otro mundo mejor. El verano empieza con un viaje que nos entusiasma a algún lugar lejano, con las ganas de acabar con la rutina y las obligaciones. Pero la cara amable se acaba cuando llenan las pantallas de los telediarios las imágenes apocalípticas de los incendios, las inundaciones y tragedias que no encajan en unas semanas que tendrían que ser un paréntesis de silencio y de libertad, de pereza, una larga siesta como las de antes,  una tregua cósmica para descansar de nosotros mismos.

            En cambio este año gracias a Tomás Gómez, a su osadía, rebeldía, ambición o lo que sea, se ha comenzado a tejer una historia bastante entretenida en que Trinidad Jiménez nos resulta más rubia y atractiva que nunca y Jaime Lissavetzky sale de las eternas gradas de los eternos partidos en que estamos acostumbrados a entreverle para materializarse ante nosotros como un ser humano que lleva gafas, barba, trajes. Es como si hubiera dejado de ser sólo un apellido sonoro mezclado con los nombres de los deportistas para soltarle a Gómez en su cara que votará a Trinidad Jiménez porque le parece mejor candidata para vencer a Esperanza Aguirre. Gómez no tiene un apellidazo, ni el apoyo del "jefe", pero por arte de magia cada gesto en su contra le favorece. No sé si será porque en verano estamos más sueltos y nos dejamos llevar pero la escena en que la Ministra de Sanidad y Lissavetzky hacen tándem y se confiesan su apoyo sin fisuras dejando a Gómez arrinconado ante los ojos de los votantes, nos resulta antipática. ¿Quién no se ha sentido alguna vez en la vida como Tomás Gómez? ¿Quién no se ha sentido no querido, expulsado del grupo? ¿Quién no ha sido alguna vez el niño que jugaba solo mientras los otros hacían grupo y se reían juntos? ¿Quién alguna vez no se ha armado de valor, se ha puesto sus mejores galas y ha ido a una fiesta sin ser invitado? ¿Quién no ha dicho hasta aquí hemos llegado, yo también quiero estar? ¿Quién no se ha hartado de que le marquen el camino que ha de seguir y que le digan que tiene que conocer sus limitaciones? ¡Qué limitaciones ni qué narices! ¿Y las tuyas?

Seguramente ni Trinidad Jiménez ni Lissavetzky han calculado cómo podría calar en el espectador este momento de patio de colegio por mucho que en algunos medios se hable de Gómez como un hombre de desmedida ambición política. Ambición, lo normal en un político. La cuestión es si al mismo tiempo es un buen servidor público. El caso es que la figura de Tomás Gómez ha pasado de ser indiferente a intrigar, a interesarnos. Me gustaría saber más. Percibimos que hace deporte y que se cuida ¿de cara quizá a un futuro más glorioso? Y nos lo imaginamos móvil en mano controlando el PSM. La palabra "control" se le aplica continuamente y como "la ambición" tampoco le hace daño porque se supone que Gómez hace lo que hace porque controla, lo que no sería bonito es que abusara. Gracias al arrojo de su Secretario General, el PSM ha dejado de ser unas siglas mortecinas y por eso algunos aventuran que todo este juego de poder no será más que una operación de marketing para hacer visible a Gómez. Ni en sueños, el mejor marketing es el que surge de una forma natural, el que se desprende de hechos reales. De todos modos, no es un gran mensaje para los ciudadanos que el PSOE busque el mejor candidato para ganar a Esperanza Aguirre; sería mejor hablar de un buen Presidente para la Comunidad de Madrid. Esperanza Aguirre se alimenta del miedo que se le tiene, bastante injustificado porque si está donde está fue por el famoso tamayazo. Sería mejor dejar de pensar tanto en ella y concentrarse en pensar en Madrid.

 

           

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

           

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21 de agosto de 2010
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Estrella Morente

 

                  

 Esta noche, 1 de agosto a las ocho y media, estamos de suerte, Estrella Morente actúa en el teatro Auditorio de El Escorial con su espectáculo El amor brujo, de Manuel de Falla, acompañada por la prestigiosa orquesta de Cadaqués. Una conjunción de flamenco y música clásica a la medida de una de las grandes, porque es el talento y el fuerte entorno cultural en el que se ha criado Estrella los que la convierten  en una artista muy completa y poderosa. La conocí de niña de la mano de su padre, Enrique Morente, y cuando volví a verla ya era una mujer hecha y derecha y estaba en un escenario dejando a todo el mundo boquiabierto. Con mucho empaque, mucha personalidad y una elegancia, que pone a las cantaoras en la vanguardia del siglo XXI. Incluso alguien completamente ajeno al flamenco y a su estética no podría resistirse al estilismo con el que Estrella llena el escenario. Siempre me ha encantado el gusto que tiene para vestirse y crear una marca propia en un mundo tan clásico como el flamenco. La combinación de colores de los vestidos, que a veces parecen arrancados de alguna hermosa lámina antigua, buena mata de pelo ondulado, las peinetas, ¿de dónde saca esas peinetas tan especiales? Seguro que ha aprendido mucho de su madre, la bailaora Aurora Carbonell, de quien por cierto también ha heredado su guapura. Piel clara, ojos verdes, cuerpo de bailaora. Estrella hace joven lo antiguo y a lo muy moderno lo pone en su sitio. Todo lo que entra en contacto con ella se convierta inmediatamente en Estrella Morente, por dentro y por fuera porque el estilismo es sólo la puerta de entrada al estilo, a la voz, al arte que lleva dentro. Como cuando se revuelve en la silla porque se llena de energía para alcanzar y electrizar al que está al otro lado del escenario entre las sombras.

            Hasta ahora yo siempre había sido uno de los alcanzados por el rayo láser de Estrella. Hasta la noche en que compartí escenario con ella. Como lo oyen. Ni en mis más locas fantasías (esas en que te ves corriendo los mil metros lisos y ganando o doblando cucharillas con la mirada y dejando al personal maravillado) me atreví a imaginarme algo así. Pero la vida a veces es la repera. ¿Qué te parecería estar en el escenario con Estrella Morente? Por supuesto yo no iba a cantar ni a bailar, se trataba de que escritora y cantaora nos mirásemos la una en el espejo de la otra y que nuestros mundos se cruzaran. Íbamos a actuar en el espectáculo "Música de los espejos", dentro del ciclo Suma Flamenca, que se celebraría en la antigua fábrica de cervezas El Águila.

            Me quedé muerta. ¿Qué me pondría? Seguro que Estrella estaría pensando en sus alegrías, tangos, en cosas importantes... Los flamencos son la gente más seria que he conocido en mi vida, entregados en cuerpo y alma al arte. Y he de decir que tuve la suerte de conocer su mundo cuando tenía veinte años y que de él he aprendido el respeto por lo que uno hace, aprendí que vivir en la creatividad es vivir más y mejor. En aquel tiempo Estrella estaría naciendo, pero conocía a su padre, cuyo ejemplo de confianza en sí mismo, de renovación, de no bajar la guardia para dar lo mejor de sí mismo me ha servido de ejemplo en algún momento de bajón. Quién me iba a decir entonces que ahora estaría sacando lo mejorcito de mi armario para sentarme junto a la cantaora.

Y llegó la noche. Quedamos un rato antes para cambiar impresiones y ajustar un poco nuestras actuaciones. Si no la conocen, tendrían que conocerla. Es una de las personas más cálidas, simpáticas y con sentido del humor que he conocido. Y es tan joven. Cuántas cosas ha hecho ya en la vida esta chica, diva, madre, esposa del torero Javier Conde (guapo donde los haya). Servidora estaba nerviosa.

            Subí al escenario, dije lo que tenía que decir, y a los pocos minutos llegó Estrella removiendo el aire, levantando las emociones con un mantón fucsia como si hiciese viento cuando no hacía ni una brizna de aire. Me puse en pie  para recibirla, Estrella recogía toda la luz de la noche. Me miró con su amplia sonrisa, generosa. Aquello empezaba a convertirse en algo mágico. El público entre las sombras esperaba ser electrizado y entonces Estrella se arrancó por alegrías. Luego una taranta dedicada a La niña de los peines. Cerró el puño llenándose de fuerza y se levantó a bailar, después una soleá y esos tangos a petición mía que dicen: "A la hora de mi muerte/ no ponérmela delante,/ que como la quiero tanto/ el corazón se me parte". ¡Qué voz la que aquella noche!

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2 de agosto de 2010
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