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Escrito por

Clara Sánchez

Clara Sánchez es escritora española. En la actualidad reside en Madrid, donde estudió la carrera de Filología Hispánica y donde durante varios años enseñó en la universidad. Hasta la fecha ha publicado ocho novelas: Piedras preciosas (Debate, 1989), No es distinta la noche (Debate, 1990), El palacio varado (1993, Punto de Lectura 2006), Desde el mirador (Alfaguara, 1996), El misterio de todos los días (Alfaguara, 1999), Últimas noticias del Paraíso (Alfaguara, 2000), Desde el mirador (Alfaguara, 2004) y Presentimientos (2008).  Su obra ha sido traducida al francés, alemán, ruso, portugués, griego...Ha recibido el premio Alfaguara de novela en 2000 por Últimas noticias del paraíso. Y el premio Germán Sánchez Ruipérez al mejor artículo sobre Lectura publicado en 2006 por la columna titulada "Pasión Lectora" (El País, 6 de agosto). Colabora habitualmente en El País. Y durante unos cinco años lo hizo en el programa de cine de TVE "Qué grande es el cine".

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Vuelve la tartera

 

 

            El mundo cambia y las costumbres cambian. En las últimas fiestas navideñas por ejemplo nos enteramos de que el regalo ha dejado de ser necesariamente un objeto  para convertirse en una sensación. Se regalan sensaciones: un bono de masaje, un viaje, una experiencia, entradas para el cine, libros, un corte de pelo... Hemos pasado de la caja dorada con un lazo rojo, de lo vistoso, a lo que se queda en nosotros como un recuerdo. Un reloj de oro o un bolso no son recuerdos, los llamamos así, pero, cuando entornamos los ojos y nos dejamos llevar, en lo que pensamos es en aquel día en la playa o cuando te conocí y me miraste o en la historia que me contaron el otro día o en ese partido de fútbol con tus hijos. Es raro que el protagonista de un momento de ensoñación sea el anillo de brillantes que llevas en el dedo, a no ser que seas Gina Lollobrigida, Liz Taylor, alguna de esas damas que tanto bien ha hecho por el gremio de joyeros. ¿Quién quiere hipotecar su vida para tener una mansión cuando durante todo ese tiempo puede hacerse el Camino de Santiago? Estamos recuperando algo de la filosofía hippy de dejarse llevar bajo el bendito sol. A poca gente le impresiona ya lo fastuoso. Ahora además desconfiamos del dinero, así que más vale una buena aventura o tener tiempo para hacer lo que a uno le dé la gana que una suculenta cuenta en el banco.

            Aunque tampoco hay que frivolizar con esto de la economía, hay gente que lo está pasando muy mal. La otra tarde vi a un hombre, parecía un chico joven, con un pasamontañas  puesto (sólo se le veían los ojos y la boca) rebuscando en los contenedores de basura que hay frente a mi casa. No quería que le reconocieran. Ni siquiera he tenido que cruzar la calle para toparme con alguien que no tiene para comer. Mira que vemos imágenes fuertes a lo largo del día, pero ésta no puedo quitármela de la cabeza, es la pobreza oculta, la pobreza vergonzante de las grandes ciudades como la nuestra. Puede que bajo ese pasamontañas haya un estudiante, alguien que conozco, no sé.

            Entre los extremos de ricos y muy pobres estamos los que hemos tenido que apretarnos el cinturón y en cierto modo nos hemos dado cuenta de que tampoco hace falta tirar el dinero. Uno de los cambios beneficiosos que ha traído consigo la crisis es la vuelta a la tartera. Antaño sólo la usaban los obreros, hasta que se apuntaron al menú de ocho o nueve euros. Ahora nos traemos la comida a la oficina y nos la tomamos sentados en un banco por los alrededores de Azca entre el piar de los pájaros y el ruido de los coches. Nos ahorramos dinero, comemos mejor y nos oxigenamos. Los linces, los que cogen al vuelo las oportunidades, enseguida han diseñado una bolsa molona para llevar las tarteras, que combina con el estilismo ejecutivo. Yo quiero una.

            Y pese a nuestros intentos por educarnos y separar bien los plásticos, el cartón y las mondas de las naranjas, el verdadero reciclaje ha venido solo. Hemos empezado a sacar prendas antiguas del armario y a tunearlas. Ya no tiramos nada, y como se nos ha olvidado coser han prosperado los locales de arreglo de ropa. Seguramente alguno de estos arreglos cuesta más que comprar la prenda nueva en Zara o H&M, por lo que sugiere un cambio de mentalidad. Una vuelta a unos tiempos, no tan lejanos, en que se cambiaban los cascos de las botellas vacías por las llenas, en que los hermanos pequeños aprovechaban lo que dejaban los mayores, desde la ropa hasta los libros del colegio. Unos tiempos en que un abrigo se convertía en un chaquetón y un vestido en una falda, y cuando ya no se podía más, se hacían unas bayetas para el suelo. ¿Y los muebles?  Duraban varias vidas. Cuando nos hartábamos de verlos de un color se lijaban y pintaban de otro, y cuando en un rapto de locura se tiraban unas estanterías o una mesa siempre pasaba alguien junto al contenedor que les veía posibilidades. Y, de pronto, todo cambió: se inventaron los envases de cristal no retornables, nos inundaron de pañales desechables, servilletas de papel, vasos de plástico y la ropa se abarató tanto que ya no merecía la pena que tu madre te hiciera un jersey, porque en un abrir y cerrar de ojos habíamos aterrizado en el planeta de usar y tirar a lo loco. La basura comenzó a ser un problema y también un negocio. Había que organizarse, no para consumir, que ahí se tiene barra libre, sino para tirar. Pero nos estamos cansando.

 

 

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8 de febrero de 2010
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Los pequeños detalles

Jude Law, el actor que me conquistó definitivamente en Enemigo a las puertas,  ha declarado que su vida algunos días le entusiasma y que otros le deprime. Por fin una estrella de talento y bellos ojos verdes dice la verdad y no le importa que se sepa que no vive encaramado en la euforia, en lo positivo, en el optimismo. Y que alguien de éxito no tiene por qué sentirse exitoso todo el tiempo. Y que alguien con la autoestima por las nubes de vez en cuando tendrá que bajar a tierra para aprender desde abajo. Quizá por eso se ha empezado a reivindicar el pesimismo y a equilibrar los equipos directivos con personajes, hasta ahora arrinconados en el sótano de la sociedad, que ven y comprenden el lado negativo de la realidad.

Aunque por mucho que nos equilibremos, ya sabemos que la vida nos propina una de cal y otra de arena y es imposible mantenerse inalterable. Nos entristece el terremoto de Haiti y no sabemos cómo encajar las terribles imágenes que nos llegan con las de nuestra vida real, y la muerte y la pobreza con la vida y la comodidad. Aquello lo sentimos pero no lo padecemos,  y nos culpabilizamos por tener sensaciones agradables, impensables para quienes están en aquel país rodeados de tragedia y dolor. Paradojas de la vida.

Hoy me siento mal y bien, creo que encajo en el esquema de Jude Law. Me siento mal porque está pasando algo terrible agrandado por el caos y la desorganización, como si jamás aprendiésemos de las sucesivas catástrofes en países pobres como Haití para saber hacerles frente. Y no puedo evitar sentirme bien mientras callejeo por Madrid en esta tarde fría y gris. Me encanta andar por esta ciudad, donde todavía hay sensaciones a las que agarrarse, cápsulas del tiempo que están ahí para quienes quieran volver atrás un rato, porque volver atrás siempre serena. Frente a los acontecimientos y al revoltijo en serie de todo a un euro, aún nos quedan en el viejo Madrid tiendas dedicadas, por ejemplo, sólo a mantelerías. Me quedo embobada escuchando a la dependienta, que lo sabe todo sobre mantelerías. O tiendas donde sólo se encuentran tejidos. Me paseo entre rollos enormes de telas pensando qué podría hacer con ellas. Unos cojines, una colcha, cortinas. Ya no se cose, todo se vende cosido muy lejos, en China. Pero es muy agradable la idea de hacer algo con las manos y apartarlas un rato del teclado del ordenador. Coger aguja, hilo y concentrarse en hacer un dobladillo. No quiero decir con esto que las mujeres nos volvamos a encerrar a bordar, pero el costurero a rebosar de hilos de colores, dedales, alfileres, imperdibles formaron parte de mi infancia y siempre procuro tener uno en mi casa bien a la vista, aunque no lo toque. Me da sensación de paz y de paciencia.

Así que un impulso me lleva a Pontejos. Este comercio es un clásico, una catedral de las pequeñas cosas. La hogareña madera de la fachada anuncia que se entra en lo íntimo, en un mundo saturado de millones de detalles, que tapizan las paredes, con los que hacer algo con las manos, con los que armar cualquier cosa. El problema es que hay tanto de todo que, como no se vaya con una idea clara de lo que se quiere, te vuelves loco. Los dependientes están especializados en todo tipo de abalorios y te envuelven tres botones y medio metro de cinta como si hubieses comprado una pulsera de brillantes.

De Pontejos, pasando por las joyerías de la calle Zaragoza, con sus escaparates llenos de plata, me topo con el gran hallazgo de esta tarde en la calle Toledo, un establecimiento sin adornos, a la antigua, llamado Casa Hernanz. Se anuncia como alpargatería y cordelería, y no puede ser ya más cápsula del tiempo. Es un sueño para el que necesite cualquier material con el que hacer cualquier cosa. Desde rafia, a mallas de todo tipo a yo qué sé qué, todo, pero sin salirse de su especialidad. Quizá esta crisis podría ser una oportunidad para volver a los oficios y al trabajo cercano. Pego el oído: también este dependiente envuelto en un guardapolvo azul sabe de lo que habla. Le dice a una señora que el tapizado que se lleva debe tenerlo en remojo toda la noche. Sabe tanto que me quedaría oyéndole toda la tarde. De pronto me pregunto cómo he podido sobrevivir sin conocer esta tienda, sin hacer algo con las mallas y la rafia. Siento la tentación de llevarme unos metros de cada, pero la resisto, comprendo que están mejor aquí, que en mi casa metidas en algún armario, y me marcho contenta y deprimida.

 

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19 de enero de 2010
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¡Gracias!

 

Gracias y gracias por vuestras felicitaciones y comentarios. Me alegra mucho que me acompañéis en este momento bonito de mi vida. Al fin y al cabo todos los que compartimos este espacio vamos conociendo nuestros estados de ánimo ante el día a día. Yo no los oculto porque sólo tenemos esta vida para expresarnos tal como somos y también leo vuestros comentarios y adivino, intuyo quién se esconde detrás de un nombre.

Espero que leais la novela fruto de este premio, una historia donde casi nadie es lo que aparenta ser, LO QUE ESCONDE TU NOMBRE, y que podamos hablar de ella en este foro.

Estará en las librerías el día 4 de febrero.

 

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12 de enero de 2010

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La vida continúa siendo una mierda

 

Queridos amigos, odiados enemigos, aunque nunca se sabe bien quiénes son unos y otros. La vida. La vida te da sorpresas porque nuestros cerebros son muy complicados. En nuestros cerebros hay mucha mierda camuflada de bien y honradez, de justicia y lealtad, de dignidad y bla, bla, bla. Pero por debajo asoman las manías, los celos, el desprecio arbitrario y un mal rollo que te cagas. Por eso uno de los textos más visto y comentado de este blog es "La vida es una mierda", frase que no es mía pero que resume bastante bien, sin palabrería, lo que hay. Amigos, esto es lo que hay.

A todos os deseo que tengáis un maravilloso 2010.



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2 de enero de 2010

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La Casa de Campo

 

 

            La Movida de los años 80 y la noche madrileña son dos tópicos sobre Madrid que me producen bastante melancolía. La Movida me la perdí porque precisamente en esos años huí a Dénia, junto al mar, en plan solitario, a oír las olas en lugar del roce de los pantalones pitillo y la dolida voz de Antonio Vega. Mientras empujaba el carrito de mi hija recién nacida me perdía aquel ambiente del que todo el mundo habla y sobre el que se hacen tesis doctorales o películas como la de Rafael Gordon sobre Ouka Leele. Me perdí la Movida porque estaba viviendo otras cosas distintas, pero siento como que he faltado a una manifestación en la que todo el mundo estaba. Todo el mundo, menos yo. Digamos que te deja una mella histórica en el corazón. Cuando lo del mayo del 68 aún no tenía la edad, cuando la Movida estaba fuera de Madrid, cuando... ¿Qué pasa con la gente que no está donde está todo el mundo? Y la famosa "noche madrileña" me ha pillado sin ganas, me resulta trabajosa, sobre todo si pienso que tengo que divertirme. En el fondo, los mejores secretos de Madrid se juegan al mediodía en las comidas de trabajo y de no trabajo, a la luz del día. Lo que hacemos los madrileños en ese rato en que uno se escapa del trabajo merecería una novela, una película, un documental, algo. Hubo un tiempo, a los diecisiete más o menos, en que lo que más me atraía del mundo era la noche, tenía un magnetismo extraño, como si en la oscuridad se guardaran todas las alegrías escasas y buenas, por eso entiendo a los chicos de ahora. Dejadles que vivan la noche para que más tarde no sientan ninguna mella en el corazón. Pero además habría que darles las gracias a todos los que con gran esfuerzo, dejándose el tiempo y la salud, han creado un reclamo tan invisible como poderoso. Crear "la noche" y poder venderla fuera de nuestras fronteras me parece lo más ingenioso que ha hecho este pueblo al que le gusta la calle a muerte. Un pueblo creativo que inventó la Movida, la Ruta del Bacalao, el Botellón, que por cierto se está quedando muy viejo, habrá que idear algo rápido.

 Lo que más triunfa siempre tiene que ver con el entretenimiento o perder el tiempo. Luego podrá tener todas las aplicaciones interesantes que se quiera, pero de entrada lo que prospera entre las gentes es lo que llama a jugar y pasar el rato, de ahí que no exista nada, pero absolutamente nada, más interesante en este país (y en otros) que el fútbol. Y de ahí, Internet, una herramienta educativa de primer orden, una red de comunicación brutal, pero ¿qué nos comunicamos?, ¿de qué hablamos cuando chateamos? Ves a alguien con la cabeza metida en el ordenador horas y horas y lo más probable es que esté deleitándose con alguna tontería de YouTube o consultando el facebook. Se supone que este invento es para hacer amigos y seguirse la pista unos a otros mediante notas. Muchas celebridades se dirigen al mundo y hacen sus declaraciones mediante el facebook. Esto está muy bien si no fuera porque se te puede esfumar toda la mañana cotilleando en el facebook de las narices cuáles serán los amigos de fulano o mengano, mirando fotos, leyendo frases a medio hacer. Aunque ya sabes lo que se dice: "vales menos que un amigo de facebook". Si escribes un blog, te metes en facebook, le das al twitter (leo en el de Ricky Martin: "Piensa en el éxito, enfócate, quédate ahí". Vaya, Ricky, que positivo eres.), te bajas música o películas (mal hecho), te embelesas en el correo, te pones con los vídeo juego, la play station, etc., si haces todo eso, no pisas la calle. Y entonces, ¿quién ve las hermosas hojas del otoño cayendo sobre la acera?

El Otoño está por encima de todo. Las mañanas neblinosas, el color enrojecido y amarillento de los árboles, las setas para quien se atreva a cogerlas, los rayos de sol colándose entre las encinas de la Casa de Campo. La Casa de Campo es una de las maravillas de Madrid, te saca de la ciudad, te hace sentir que estás en otro lugar. Caminas por estrechos senderos salvajes, cruzas el puente de la Culebra, te metes unas bellotas en el bolsillo (la mejor encina está al pie de la caseta del teleférico),  ves una ardilla, pasas bajo castaños, álamos y robles y te sientas un rato a contemplar las piraguas que cruzan el lago. Al fondo hay una ciudad, has viajado. Respiras hondo. Existen parques maravillosos en Madrid empezando por El Retiro, pero la Casa de Campo te pone en el campo, te adentra en la tierra y logra que te olvides de todo.

 



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15 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Juan Cobos Wilkins

 

 

            Juan es un gran poeta. Lo conocí primero como poeta y luego lo he conocido como amigo. Es un buen amigo. Es una persona excepcional, como si recogiera de su propia escritura cualidades para su espíritu, mientras que otros tienen que rebuscar en su alma algo que llevar a lo que escriben. Si tenéis ocasión de asistir a alguna lectura o conferencia suya, os alegraréis de escucharle. Es divertido, inteligente, claro y profundo. Y se entrega completamente, tanto para explicar algo importante como para dar la dirección de una calle, da la impresión de que Ha sido una gran alegría tropezarme en la vida con él en una edad en que uno cree que ya tiene más o menos hechos los amigos, bueno, pues entonces coincides con Juan y te das cuenta de que te faltaba y no lo sabías. Nos tropezamos por casualidad hace unos veranos, impartiendo unos talleres de literatura a jóvenes andaluces. Dábamos cuatro horas diarias cada uno. Él, poesía por la tarde, y yo narrativa por la mañana. Los chicos le adoraban. Y yo también, hicimos una maravillosa amistad. Las comidas, las cenas, los paseos, la calidez de Juan. No os lo perdáis, leed sus novelas y sus poemas, merece la pena.

            Nos hemos visto por última vez en Huelva, con motivo del Festival de Cine Iberoamericano, donde se proyectó fuera de concurso El corazón de la tierra, una estupenda película, del director Antonio Cuadri, protagonizada, entre otros, por Joaquim de Almeida, y basada en una novela de Juan, donde encontraréis una hermosa historia de amor a las Minas de Riotinto cuando eran explotadas por los ingleses y las clases sociales estaban desgarradas.

            Y acaba de salir y de ser aplaudido por la crítica su último libro, tras once años sin publicar poesía, Biografía impura  (Fundación José Manuel Lara). Hermosos versos que giran en torno al niño, el adolescente, el joven y el poeta que Juan es y en que nos convertimos todos en cuanto leemos:

            Un poeta no debe en primavera

            cruzar solo la tarde de los parques.

 

            Bajo las ramas se abrazan las parejas

            y la yerba humedece.

 

            No debe pasear

            en primavera solo por los parques.

 

            Hay nubes lanceoladas, vuelos, restos

            de amor usado ya en la tierra, y las lilas,

            tan suaves las lilas, cómo hieren.

 

            En primavera es peligroso el mundo.



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4 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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De Madrid al cine

 

 

            Sin un poco de inocencia es imposible disfrutar de nada en la vida. Es lo bueno que tiene el enamoramiento, que te devuelve unos gramos de inocencia y la sensación de que eres el protagonista del mundo. Tiene mucho de película como ya sabemos. En el fondo el cine siempre está intentando crearnos la ilusión de que somos el centro de la historia y que sin nuestras sonrisas y nudos en la garganta nada de lo que ocurre en la pantalla tendría sentido. Por eso, para ver cine, es necesario entregar desde la butaca la poca inocencia que nos quede, rebuscar en los bolsillos toda la calderilla emocional posible. Sería casi malsano estar todo el rato pensando en el esfuerzo y sinsabores que habrá costado encajar las piezas de esa realidad paralela que alguien se ha empeñado en crear, y en lugar de dejarse llevar, estar pensando cómo habrá conseguido el productor ese helicóptero, de dónde le habrá venido el dinero... El espectador sólo tiene que comerse el pastel y no mancharse las manos de harina, porque si se enamora de lo que ve, si traspasa el espejo es que no falta ni sobra nada, aunque falte y sobre con la naturalidad con que hay montañas exageradamente altas y desiertos sin un simple matojo. Pero las montañas desproporcionadas y los desiertos imposibles son cosa de los críticos y de los jurados de los festivales.

            Precisamente escribo estas líneas mientras formo parte del jurado del Festival de Cine Iberoamericano de Huelva en medio de un festín de películas y de inocencias recuperadas, de risas, sonrisas y algún que otro nudo en la garganta gracias a algunas obras que en mi opinión han logrado que este festival merezca la pena. Sin conocer la trastienda de los festivales, al menos en esta ocasión ha sido una manera de ver mucho en poco tiempo y de disfrutar de cintas que de otra manera habrían pasado desapercibidas. Hoy por hoy los festivales de cine tienen mucho más que ofrecer que, por ejemplo, los festivales de literatura, organizados una y otra vez con las mesas redondas y conferencias de toda la vida, esperando que los escritores saquen al actor que llevan dentro mientras las novelas se empinan sobre la mesa como pueden.

            Qué fácil es ver cine. Incluso la película más cansina la ves repantigado en la butaca, incluso la más larga se tarda en verla menos que en leer un libro, y hasta en la menos lograda, con algo de buena fe, puede uno encontrarse un rayo de esperanza. Cuesta mucho menos opinar sobre una película que hacerla por muy bueno que sea el comentario y muy mala la película. Por supuesto digo todo esto desde la inocencia  que me queda, sin pensar en el desagradable asunto del dinero, las ayudas, subvenciones y las crispaciones que rodean al cine español, porque los espectadores cuando pensamos en el cine pensamos en emociones y en nuestros queridos actores como los homenajeados en Huelva, Joaquim de Almedia y José Luis Gómez, sin olvidar a uno de los más grandes: José Luis López Vázquez, desaparecido hace poco, un cómico que logró devolvernos el dolor y frustraciones del pobre hombre medio español de la posguerra y la transición envueltos en la más tierna ironía.

            Con sus pro y sus contra, es indudable que las ciudades con festival de cine están sacudidas por un cierto encanto. Cannes, Venecia, San Sebastián, Valladolid, Málaga, Huelva... En Madrid tenemos los Goya, pero además el cine ha cubierto esta ciudad de señales y guiños, rastros invisibles que nos vamos encontrando aquí y allá. Le sacamos poco partido a ese mapa que se ha ido dibujando desde La Torre de los siete jorobados, de Edgar Neville, pasando por El pisito, de Marco Ferreri, las añoradas comedias de Fernando Colomo, Abre los ojos, de Alejandro Amenábar o el Día de la Bestia, de Álex de la Iglesia. La cámara tiene el poder de fijar y convertir hasta lo más vulgar en simbólico y ciertas calles y edificios que nos rodean han entrado en el reino de la magia. Por lo tanto, le propongo al Ayuntamiento o a quien corresponda la idea de señalar esos sitios en que se hayan rodado escenas emblemáticas de nuestro cine con placas o mosaicos donde se reproduzcan dichas escenas, monumentos invisibles de nuestra cultura urbana y huellas de nuestra forma de vida, del paso del tiempo, de la inspiración del día a día. El proyecto se podría llamar "Aquí se rodó", acompañado de una guía turística: "De Madrid al cine". Por supuesto no regalo la idea.



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23 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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José Luis López Vázquez

Tenía un nombre tan corriente como los personajes que interpretaba. Corrientes por fuera, complejos, contradictorios y desasosegados por dentro. Hizo películas de ocasión y películas maravillosas, pero él siempre fue genial. A través de su tierna y desolada mirada muchos aprendimos a ver el mundo. No sé por qué en los últimos tiempos me acordaba bastante de él y me llamaba la atención el poco caso que se le hacía, el poco reconocimiento que se le daba desde las instituciones y los medios culturales. Pero no importa porque lo que ha hecho, hecho está. Parece que Chaplin dijo que era uno de los grandes. A la vista estaba. Era capaz de conmovernos mientras nos hacía reír. Le doy las gracias desde aquí por todo lo que me ha dado sin saberlo. En mi mente lo pongo junto a Pepe Isbert y Jack Lemmon. Pertenece a ese lugar de seres excepcionales donde le espera Rafael Azcona.



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4 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El ángel del barrio

 

 

                

 

            Escribo estas líneas rodeada de escombros en mi piso de Madrid. El fontanero ha abierto ya cinco enormes boquetes en techo y paredes buscando la fuga de agua. Mete la cabeza por los agujeros y luego la saca y se la rasca. Esto es un misterio, dice, es lo más raro que he visto en mi vida. Yo trago saliva. Otro que no tiene ni idea de lo que está haciendo. Uno de sus ayudantes evita mirarme, no quiere que lea en sus ojos que piensa lo mismo que yo. Me dan ganas de preguntarle al fontanero jefe dónde ha aprendido el oficio, si tiene alguna preparación que lo autorice a  meterse en mi casa y empezar a hablar de lo raro que es todo mientras no arregla nada. ¿No tendrían que tener los fontaneros un carné de fontanero que los avale, y los panaderos, los electricistas, los albañiles...? ¿No tendría que exigírsele al que monta una empresa de fontanería que garantice que tiene la FP u estudios parecidos?, del mismo modo que se le exige al que monta una academia de idiomas o una clínica o una peluquería. Yo, mañana mismo, puedo ponerme un mono blanco, comprarme unos rodillos, unos cubos de pintura y tratar de pintarte tu casa y cuando me encontrase con algún problema decir que qué cosa tan rara. Desde luego como la experiencia y la habilidad innata no hay nada, todos desearíamos tener algún manitas en nuestra vida, aquel ángel del barrio que podía arreglarte desde el horno hasta el parquet, que se ganaba la vida dejando satisfecha a la gente, pero lamentablemente ese ángel se ha ido al cielo. Ahora hay mucho especializado en la nada, en marearte y sacarte el dinero. Sobre el asunto de la experiencia me viene a la mente la contradicción que siente un amigo mío hacia su cardiólogo que por un lado le salvó la vida y por otro le dejó de piedra al enterarse por los periódicos de que había sido detenido por ejercer sin titulación. Mi amigo dice que es justo que el cardiólogo vaya a la cárcel, pero que le llevará bocadillos.

            En este país a la titulación se la llama titulitis, el prestigio de la universidad está por los suelos y todos hemos estudiado la carrera renegando de los apuntes y de un sistema caduco, pero por poco que garanticen unos estudios universitarios o de cualquier otro tipo, el no hacerlos garantiza aún menos. Desde luego es más cómodo no pasar por ello, emplear esos cinco años en vivir la vida y luego falsear el currículo. Qué más da, como decía Jorge Manrique "si juzgamos sabiamente/ daremos lo no venido por pasado". No vamos a perder tan precioso tiempo en hincar codos para luego llenar una línea en la biografía y encima no encontrar trabajo. Roldán cuánto nos enseñaste con tu falso título y tu vida de fantasma. Nos enseñaste que este no es sólo el país de la titulitis sino de los pillos, los espontáneos y los delincuentes de guante blanco. De hecho no salimos de un caso Malaya y nos metemos en un caso Gürtel, con otros más en medio trincando de aquí y de allá en una maraña de avaricia y falta de la más mínima ética que revuelve las tripas. En este país se roba y se despilfarra sin que nadie se despeine, como si fuera lo más normal del mundo, mientras tanto ¿cuántas son las familias que no llegan a final de mes?  La figura de Correa cuadra perfectamente con una sociedad en que gusta mucho el espabilado, el que se mete con el coche en la distancia de seguridad que deja otro y a ser posible en el coche del otro, el que sabe atajar. Correa sabía lo que le gustaba a los señoritos, y los señoritos se creen que tienen derecho a todo. Y con todo ese panorama ¿nos atreveremos a darles un sermón a nuestros hijos sobre el esfuerzo y el trabajo?

Y pensar que tendría que estar viendo la exposición erótica del Thyssen para poder hablar de algo realmente importante, pero tengo que vigilar al fontanero. Le pregunto si está seguro de lo que está haciendo y vuelve la cabeza hacia mí dolido. Bajo la mía hacia el teclado intentado escribir, no puedo. Los martillazos, los ladrillos rotos por el suelo. Le grito "¿Ya?". "Aún no", dice. Me acerco prudentemente sin querer pasarme de lista y ante el destrozo le pregunto si no sería mejor pensar con calma dónde está el origen del problema antes de seguir destruyendo mi hogar. ¿Se cree que a mí me gusta hacer esto?, dice, tenga en cuenta que estoy haciendo lo imposible por no pedirle que quite todos los libros de esa pared. Ya sabía yo que era mejor callarse.

 

 

                       

 



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28 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Chaquetas olímpicas

La tarde en que supe, sentada ante el televisor con una bolsa de patatas fritas, que los Juegos Olímpicos de 2016 no se celebrarían en Madrid lo primero que se me pasó por la cabeza fue qué destino se le daría a todas las chaquetas verdosas que llevaba la delegación española. ¿Tendrán que devolverlas a algún sitio oficial? ¿Podrán quedárselas como recuerdo de una decepción? Tenemos la mala costumbre de guardar y recordar sólo lo bueno, lo positivo, el éxito, y nos olvidamos de que el ochenta por ciento de la vida es pelea y decepción. No estaría mal que, junto con las copas y los triunfos de la vitrina, también les enseñáramos a nuestros hijos y nietos la chaqueta verdosa del "no" y el fracaso, para que no se hundan y se depriman cuando el mundo no se ajuste a sus expectativas. Si en lugar de enseñarles sólo los logros y de arrinconar al que no ha llegado a ser premio Nóbel, se le diese visibilidad (como se dice ahora) al que simplemente se dedica a hacer algo con intensidad e ilusión, contribuiríamos a que los que nos siguen fuesen menos infelices.

No es tan fácil que todo cuadre, pero no por eso te pongas triste, ni te desesperes, la vida te reserva muchas sorpresas. Quizá el mundo esté tratando de enseñarnos algo, pero somos tan cabezotas que nos cuesta cambiar de registro. Los duros chicos de Lehman Brothers parecían la realidad, lo sólido, lo práctico, la ley de la gravedad, y mira por dónde todo era un espejismo. Ya no creo en la gravedad, ni en la seriedad. La seriedad y gran gravedad del presidente del COI me dejaban muy intrigada mientras rasgaba el sobre con el resultado de las votaciones y yo me metía otra patata frita en la boca. Ya no creo en la gente que impone una exagerada seriedad como si llevara su superioridad moral esculpida en la cara. Hechizada por esos rasgos pétreos casi no me enteré del resultado. Conque Río de Janeiro... Vaya chasco para los que estaban en la Plaza de Oriente. Por mi parte no sabía muy bien qué sentir. Ya no me entusiasmo a lo loco porque, lo digo en serio, no he llegado a enterarme de en qué nos favorecerían a los madrileños unas olimpiadas, ¿nos darían dinero para sufragar las infraestructuras?, no me ha llegado la información de cómo nos beneficiaría en términos económicos. Por supuesto el nombre de Madrid se haría más internacional, hay que reconocer que Barcelona saltó al escenario mundial, pero también se podría pensar en otras maneras de conseguirlo. En el fondo cuando veo las olimpiadas por televisión, veo estadios, piscinas, podios, atletas atándose las zapatillas y muy poco del país, imágenes sueltas como de postal. De Pekín sólo se me quedaron algunos trozos de muralla. ¿De verdad merece tanto la pena?

            En la impecable presentación que España hizo en Copenhague se dijo, si no recuerdo mal, que Madrid era una ciudad que ama el deporte. Y es verdad. Jugamos al fútbol, al tenis, corremos por los parques, vamos en bicicleta, acudimos masivamente a las piscinas. Desde hace unos diez años para acá el ejercicio físico forma parte del día a día y del paisaje, y da gusto ver a la gente cuidarse, correr y saltar o moverse como buenamente pueda. El deporte se ha metido dentro de los ambulatorios y nuestros mayores se han lanzado a andar y a nadar para bajar el azúcar y el colesterol. De pronto el deporte dejó de ser sólo un espectáculo, que contemplábamos desde el sofá tomándonos una cerveza, para mejorar nuestra calidad de vida. Ya ningún intelectual se vanagloria como antaño de usar sólo la cabeza, no hay excusas para estar hecho un asco. Lo que quiero decir es que puesto que no tenemos olimpiadas podríamos aprovechar para mejorar las instalaciones que usa la gente. Por ejemplo hay piscinas municipales (no sé si todas) que no abren los fines de semana en la temporada de invierno, algo incomprensible porque precisamente es cuando se tiene tiempo para hacer ejercicio. ¿No es un desperdicio que permanezcan cerradas? Es completamente absurdo. ¿Por qué alguna de estas piscinas está reservada a partir de las seis de la tarde solo a grupos y no puede asistir el que acaba de salir de la oficina a hacerse unos largos? ¿Por qué son tan caras cuando deberían ser gratis, cuando a la larga serviría para bajar el gasto sanitario?

Pensar a lo grande está bien, pero pensar en el ciudadano de a pie está aún mejor. Francamente creo que en esta ciudad se puede hacer más para incentivar y facilitar el deporte en todas las edades. Parte del dinero que nos íbamos a gastar en esos fastos se podría dedicar a algo más real y práctico.



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19 de octubre de 2009
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