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Cocido madrileño

Por 5 de febrero de 2011 Sin comentarios

Clara Sánchez

A la Casa de la Panadería no se va a comprar pan, se va a otros menesteres municipales. Pero parece que el nombre del edificio nos lo acerca, lo pone a nuestro nivel, consigue la sensación de que entramos en uno de aquellos hornos antiguos en que todo el mundo iba a hacer sus magdalenas y rosquillas. Ahora vamos a resolver trámites, pero con el olor lejano de lo casero, lo cotidiano, lo artesano. Una palabra como panadería nos llena la cabeza de sensaciones buenas, sobre todo a los que conocimos tahonas de verdad con panaderos de verdad que amasaban y espolvoreaban la harina manchándose hasta las cejas. Ahora sólo vemos el producto. Muchas pastelerías son pura fachada. Venden pasteles que no sabemos de dónde vienen, bollería industrial, baguetes de goma blanca que se limitan a dorar en el microondas. Quedan pocos hornos de barrio donde puedas ver las manos que han hecho la milhojas que te llevas a la boca. Yo afortunadamente conozco uno, veo al panadero y le doy las gracias por hacerme pasar tan buenos ratos con sus bizcochos y empanadas. Y a él le gusta oír que el esmero y la fantasía que pone en lo que hace son apreciados. Los oficios desaparecen, todo se hace en lugares lejanos como China, en fábricas que nunca veremos. O en cocinas industriales. Ya no me fío de ese cocido madrileño que sirven en algunos sitios (ni siquiera voy a llamarlos restaurantes) con el tocino perfectamente cortado en un cuadrado, el chorizo que parece medido con una regla y algo que declara que no acaba de salir de los fogones. ¿Alguien sabe que ocurre con este asunto del cocido? ¿Circula un cocido industrial que nos sirven como casero? Puesto que no somos capaces de exportar y universalizar nuestros platos de fondo por lo menos no nos los carguemos en casa.

En los mismos mercadillos de artesanía, que tanto menudean por nuestro Madrid, hay muy poca auténtica artesanía. ¿Dónde se confeccionan las prendas de mercadillo? ¿Quién las distribuye? ¿De qué nave y de qué polígono sale todo lo que tiene toque mercadillo? La ropa colgada de las paredes de los puestos, los collares, las pulseras son tan falsamente artesanales como las tartas de la mayoría de las pastelerías. Este año han aparecido los ponchos de lana y continúan los pantalones hippies a rayas de toda la vida y las faldas rizadas que son marca de la franquicia de mercadillo. En Madrid se han creado más plazas y espacios para que se instalen. Pero la oferta nos decepciona a los amantes del mercadillo, a los que nos gusta tirarnos un buen rato de puesto en puesto esperando encontrar lo que nunca veríamos en una tienda normal. A veces me encuentro con alguna caseta donde está el que ha trabajado la plata, el cuero, la cerámica que tengo ante los ojos. Y que no quiere sólo vender, quiere conquistar con sus piezas. Este tipo de venta ha perdido atractivo porque se ha convertido en eso, en simple venta aburrida y repetitiva.

            No sólo una dependencia del Ayuntamiento como la Casa de la Panadería tiene el nombre de un oficio, otros como La Tabacalera, El Matadero o la Fábrica de Cervezas El Águila se han convertido en espacios dedicados a la cultura, los espectáculos, las exposiciones. Cada vez que entramos en El Matadero para ver una obra de teatro, entramos también en algo fundamental que preferimos olvidar: comemos seres vivos a los que tenemos el detalle de matar antes. Los mataderos también han caído en un mundo paralelo de donde salen las chuletas de riñonada envasadas. Esta sociedad violenta y cínica no soporta que se le retuerza el pescuezo a un pollo y mucho menos despellejar un conejo, pero qué bueno está con tomate ¿verdad? Preferimos no saber de dónde vienen las chuletas, la ropa barata y el dinero. Preferimos ser ñoños y sensibleros. Nos hemos despegado tanto de la realidad que mientras amamos al pollo somos capaces de patearle el hígado al compañero de trabajo y no digamos al que pretende un puesto de trabajo. El Matadero nos recuerda que somos carnívoros y La Tabacalera que los que fumamos no tenemos por que ser una pesadilla para los que tenemos al lado, y estoy totalmente de acuerdo con la ley antitabaco. Pero también me gustaría que se eliminara la enorme humareda que, en invierno con la calefacción y en verano con el aire acondicionado, expulsa al aire el centro comercial que hay frente a mi casa y que casi me impide abrir las ventanas y que me hace toser. Sería un detalle antihumos.

 

 

 

 

 

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Clara Sánchez

Clara Sánchez es escritora española. En la actualidad reside en Madrid, donde estudió la carrera de Filología Hispánica y donde durante varios años enseñó en la universidad. Hasta la fecha ha publicado ocho novelas: Piedras preciosas (Debate, 1989), No es distinta la noche (Debate, 1990), El palacio varado (1993, Punto de Lectura 2006), Desde el mirador (Alfaguara, 1996), El misterio de todos los días (Alfaguara, 1999), Últimas noticias del Paraíso (Alfaguara, 2000), Desde el mirador (Alfaguara, 2004) y Presentimientos (2008).  Su obra ha sido traducida al francés, alemán, ruso, portugués, griego...Ha recibido el premio Alfaguara de novela en 2000 por Últimas noticias del paraíso. Y el premio Germán Sánchez Ruipérez al mejor artículo sobre Lectura publicado en 2006 por la columna titulada "Pasión Lectora" (El País, 6 de agosto). Colabora habitualmente en El País. Y durante unos cinco años lo hizo en el programa de cine de TVE "Qué grande es el cine".

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