Clara Sánchez
Una de las curiosidades que hace unos días ponía el broche final a las noticias serias en los telediarios era que había que divertirse en la oficina. Si no entendí mal, incluso era obligatorio divertirse un rato al día y para ello convenía gastar bromas. Siempre hay gente por ahí ideando cosas y ésta francamente no me parece de las mejores porque si hay algo que puede agriar el ambiente es precisamente el asunto de las bromas. Se necesita tener una gracia especial para que una broma no resulte pesada e incluso amarga. La broma es la sustituta del sentido del humor, es la situación cómica forzada y como todo lo forzado puede llegar a ser desagradable, por lo que no parece la práctica más aconsejable entre jefes y empleados que no tienen más remedio que convivir, sobre todo si las instalaciones no son muy grandes y el bromista no puede perderse por el foro. Personalmente antes que a un bromista preferiría a un chistoso porque al menos el chiste tiene una eficacia contrastada por el uso y no implica apenas al que escucha, mientras que la broma exige participación.
También se recomienda que los compañeros profundicen en su conocimiento mutuo. ¿Para qué? cuanto más se conozcan, más roces, más implicaciones personales y más sangrante será el momento en que a uno le asciendan y al otro no, en que a uno le despidan y al otro no. Además, si uno llega a estar demasiado a gusto en el trabajo no le apetecerá regresar a casa y entonces la frontera trabajo-vida privada se borrará y se reducirán los espacios en que movernos.