Marcelo Figueras
Nunca tuve problemas en aceptar que, en buena medida, formatos televisivos como el de la serie y la miniserie ocupan hoy el sitial que otrora se reservaba a la novela. Narrativas largas -llevo catorce años viendo E.R.-, complejas, corales, con la ambición del fresco de época. Ayer Balzac, hoy Los Soprano. Más aun, el esquema de la miniserie es prácticamente el único adecuado para la adaptación de ciertas novelas, como las de Dickens, como las de John Irving, cuyo encanto pasa en parte por la posibilidad de desarrollar empatía con una gran serie de personajes -y eso requiere tiempo.
Bleak House, que suele traducirse al español como Casa desolada, es una de mis novelas favoritas de Dickens. Además de contar como protagonista a uno de sus mejores personajes, la sufrida Esther Summerson, Bleak House es particularmente contemporánea en algunos de sus temas -la asfixiante burocracia de la maquinaria legal, la corrección política que Mrs. Jellyby dedica al Africa al tiempo que descuida a su familia- y modernísima en su escritura, que alterna las voces de Esther y de un narrador omnisciente. Ya había leido por ahí que la BBC había hecho una adaptación para la TV a la que se le prodigaban elogios, y durante mi viaje a Londres me ocupé de buscar su edición en DVD.
Con Gillian Anderson (Scully en The X Files) como Lady Dedlock y Charles Dance como el malévolo Tulkinghorn, la miniserie Bleak House está en efecto muy bien. Pero aunque sortea la zancadilla en la que suelen caer las adaptaciones de Dickens al cine -a saber, la necesidad de comprimir tanta gente y tantas peripecias en hora y media-, comete un error que termina desmereciendo el resultado final. Es fácil entender por qué tuvo tanto éxito en Inglaterra, donde compitió de igual a igual con otras series en horario central: bien llevadas, las historias de Bleak House conforman sin problemas un melodrama con todas las de la ley -lo que nosotros llamamos teleteatro, o culebrón, con su mezcla de romances, secretos, conflictos sociales e injusticias varias por resolver. Donde Bleak House la miniserie traiciona a Bleak House la novela es en su imposibilidad de narrar en un estilo tan rico, tan inagotablemente creativo -o como lo pondría Borges: tan interminablemente heroico- como el de la prosa de Dickens.
Tan sólo en el primer capítulo, llamado In Chancery, Dickens nos hace descender lentamente sobre una Londres que es a la vez modernísima y antediluviana -hay un megalosauro que hace una aparición especial-, donde el barro original y la niebla de los tiempos se van fundiendo con el humo de la industria hasta disiparse en el umbral de Chancery, la corte de Justicia en la que nunca se imparte justicia. Leyéndolo hoy, da la sensación de que Dickens estaba dando instrucciones para el uso de un steadycam y el adecuado empleo de los efectos digitales: le llevó al cine más de un siglo de desarrollo tecnológico para ponerse en condiciones de narrar Bleak House tal como Dickens la cuenta.
Ahora sería necesario un director que fuese mezcla de David Lean y de Tim Burton para filmar Bleak House con un estilo tan maravilloso como el que Dickens crea. Hace falta más que tecnología para hacerle honor a ciertos relatos; en el caso de Bleak House, no se necesitaría nada por debajo del genio.