Andrés Ortega
Cuando en el curso de los debates en la reunión sobre "Gobernanza Progresista"(qué nombre más feo), el pasado fin de semana en Waltford, cerca de Londres, el sociólogo de la Tercera Vía Anthony Giddens preguntó a la presidente de Chile, Michelle Bachelet, si en América Latina había lo que ahora los politólogos llaman una "recesión democrática global", ésta recordó que por primera vez en América Latina todos los gobiernos han sido elegidos en las urnas. Reconoció que la democracia no consiste sólo en ganar elecciones, sino también en equilibrios de poderes y otros aspectos, y que un grave problema actual puede ser en "la falta de capacidad de los gobiernos para suministrar los bienes públicos que la gente demanda". Pues la democracia no debe consistir sólo en recibir el poder del demos sino también en generar estos bienes públicos desde el poder (nacional e internacional), y, cabría añadir, luchar contra los males públicos, entre los que se incluyen, por ejemplo, la pobreza y el terrorismo.
Las urnas pesan. Hemos visto cómo, aunque falten aún muchos países por pasar por ellas (como China), las elecciones se han generalizado. Y la disputa por la contabilidad de los resultados ha llevado en algunas ocasiones a impulsar la democratización del país. Ocurrió, por ejemplo, en su día en Ucrania. Puede estar ocurriendo, en Zimbabue. Pero la democratización en el mundo, tras la década de los 90, ha sufrido no sólo un parón, sino un retroceso. El crecimiento económico, cuando no va acompañado de políticas de equidad -que proporcionan esos bienes públicos de los que habla Bachelet y que van desde la educación a la sanidad pasando por la infraestructuras o cuestiones más básicas en muchos casos como el acceso al agua potable y a alimentos, o lo que la presidenta chilena llama un "ágora" (lugar de debate público)- no genera necesariamente democracia. Lo vemos por ejemplo en Guinea Ecuatorial donde la riqueza del petróleo reciente no se ha repartido entre la población.
Según el último estudio de Freedom House, ha habido efectivamente un retroceso en las libertades en el mundo. Y cabría añadir que la crisis financiera, económica y alimentaria en la que estamos entrando, aunque tenga efectos desiguales según las regiones, también ahondará esta recesión democrática.