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La ciudad antisexy

Con el estropicio de la crisis, cierran algunos emblemas identitarios de consumo que han cincelado la personalidad de las grandes ciudades europeas. Igual que París se quedaría coja sin Le Bon Marché o Maxim’s, y Londres sería otra sin Harrod’s -aunque pertenezca a los qataríes, como ahora el hotel Renaissance de la Ciudad Condal-, el cierre del Colmado Quílez y la amenaza que se cierne sobre otros establecimientos históricos acelera esa sensación tan fin de siècle que aún intentamos digerir los ciudadanos de los años diez. Acabamos de entrar en el 14, un año en el cual conseguiremos crecer un 1% según cálculos de Isidre Fainé. Ganar un punto en los ratings económicos provee de una sensación similar a la de perder un kilo cuando se inicia una dieta. Es el principio de algo. Una primera descarga de euforia, con resultado, marginal, más simbólico que factual. Mientras aguardamos la belle époque de los años veinte, deseosos de que la rueda del eterno retorno nos haga retomar el ciclo creciente, no podemos quedarnos de brazos cruzados. Por ello las ciudades deben hallar un nuevo modelo si quieren acallar la música de réquiem. Frente a la smart city de Xavier Trias, el proyecto de una ciudad cada vez más aireada, audaz y tecnológica, California trasplantada a Europa, bicis, patines, reposteros de nueva generación, hip-hoperos y artistas urbanos incluidos, ¿cuál es el proyecto de Madrid? Cierto es que entre el liberal Trias -un convergente con corazón socialdemócrata y empatía independentista- y la ultraconservadora Ana Botella hay un bache sociológico, ideológico y formal. Madrid se esforzó durante años por sentarse en la mesa de los mayores. Hoy, la principal diferencia entre Botella y alcaldes como António Costa (Lisboa), Klaus Wowereit (Berlín), el saliente Betrand Delanöe (París) o Boris Johnson (Londres) es su bajo perfil. Además de una política frugal en lugar de expansiva. Una ciudad creativa debe ser forzosamente comandada desde la flexibilidad y no desde el dogmatismo y la fe ciega. Lo aseguran Richard Florida y otros popes de la redefinición del espacio público. Madrid siempre ha sido muy de El Corte inglés y del Vips -a diferencia de Barcelona, donde puja la singularidad por encima de la uniformidad- y, así, no sorprende que ahora se doblegue ante las franquicias low cost, como los montaditos a un euro o los cubos de botellines de las cervecerías estruendosas. Atrás quedaron aquellas tiendas de pijerías llamadas Musgo, donde generaciones de madrileñas de postín encargaron su lista de bodas. En un momento en el que proyectos estrella, como la Ciudad de la Justicia o Valdebebas, se paralizaron -pese a los Florentinos, Arangos y aquellos que quieren ser paladines de la capital de España-, acaso bastaría con prender la mecha que tantos réditos ha aportado a Klaus Wowereit: “Berlín es pobre pero sexy”. Sólo que, hoy por hoy, es imposible que hablemos de Madrid.

(La Vanguardia)

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3 de febrero de 2014
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Filosofía hoy

La revista Filosofía Hoy es una empresa altamente singular. Sale cada mes y llega al kiosco envuelta en una bolsa porque incluye un libro. No cualquier cosa sino Hegel, Nietzsche, Stuart Mill, Platón... Tienen la gentileza de enviármela todos los meses, de manera que la vengo siguiendo desde el principio.

Debo confesar que en sus inicios la tomé con cierto escepticismo. Un intento de vulgarización de asuntos que de hecho son enormemente complejos y no admiten su democratización me parecía un tanto inútil. Poco a poco he ido variando de opinión. No es vulgarización, es divulgación y soy cada día más respetuoso con aquella "industria cultural" que ponía de los nervios a Th.W. Adorno. Debemos tomar cada vez más en serio este tipo de publicaciones dirigidas al público más joven o a los aficionados sin especialización porque cubren el vacío que dejan instituciones centenarias como los institutos de enseñanza media en los que han arrasado la asignatura de filosofía y son una excelente ayuda para los universitarios cada día menos capaces de hundirse de codos en textos difíciles.

A buen seguro muchos de mis colegas (no filósofos, que de eso apenas quedan dos o tres, sino profesores de filosofía) deben de tomarla por una publicación amarillista y próxima a las revistas del corazón. Quizás, pero en lugar de interesarse por quién se acuesta con quién, se interesan por lo que piensa éste o aquél antes de acostarse. Hay una diferencia y viva la diferencia. El último número que llegó a mis manos, por ejemplo, trae una entrevista con Jürgen Habermas, un largo artículo sobre la polémica teológica entre Dawkins y Flew, un retrato intelectual de Diderot, el feroz ataque de Günther Anders contra Heidegger, un dossier central sobre identidades políticas y tribales, y muchos otros artículos que resultan ideales para leer en el autobús. No es el Philosophical Quarterly, pero menos da una piedra (filosofal).

Como buena revista popular, incluye secciones de honesto entretenimiento y al poderse consultar por Internet la respuesta del público es espontánea, abundante y divertida. En este número, por seguir en el mismo, preguntan: ¿Con qué filósofo te gustaría pasar una tarde? El resultado me ha provocado una sonrisa. El ganador, con diferencia, es Nietzsche. Mayúscula sorpresa. ¿Qué tendrá él que no tengan los otros? ¿Entusiasmo, sentido del humor, la belleza del maldito? ¿Y es realmente una guía de la actual juventud, tan gregaria ella, aquel solitario empedernido que practicaba la "filosofía a martillazos"? ¡Ojalá!

Vienen luego los esperables, Aristóteles y Platón, pero por este orden, lo que me parece novedoso. Y vean ustedes los siguientes: Heidegger, Foucault, Kant, Hegel, ¡Kierkegaard! Llegados a este punto renació mi escepticismo. ¿Pero alguien lee al temible y tembloroso Kierkegaard, poeta supremo de la angustia, en estos días? Sería sumamente interesante conocer las opiniones de los votantes.

Hay opiniones, claro, no en vano la encuesta vino colgada en Facebook y, aunque breves, algunas son muy graciosas: siendo así que la encuesta estaba encabezada por la frase de Steve Jobs que decía "Si pudiera, cambiaría toda mi tecnología por una tarde con Sócrates", José Manuel Aleixandre comenta: "Es curioso que Jobs quiera pasar una tarde con el filósofo que menos ha escrito en la historia de la filosofía. Convendría concertar una cita con Sócrates y Platón a la vez". Tiene toda la razón y derriba al pretencioso Jobs de su altarcillo.

Al terminar de leer la página me pregunté yo mismo con qué filósofo querría pasar una tarde y como estamos en plena heterodoxia me contesté: con Erik Satie.

 

Artículo publicado el la revista Jot Down

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3 de febrero de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Espejos para 2014

Cada tiempo busca y a veces encuentra sus propios espejos históricos con el auxilio de la magia irracional de las cifras redondas. Hace 1.200 años murió Carlomagno. Hace 300 el duque de Berwick cercó y venció a la Barcelona que se resistía militarmente al nuevo rey Felipe de Borbón. Doscientos han pasado desde que el biznieto del anterior, Fernando VII, revocara la Constitución de Cádiz, la primera en adoptar el principio de la soberanía nacional en España. Solo cien, desde que empezó la Gran Guerra Europea, bautizada posteriormente como Primera Guerra Mundial. El mismo período de tiempo, un siglo, ha transcurrido también desde que Cataluña obtuvo el reconocimiento de su personalidad y de su unidad territorial, justo dos siglos después de perderlas, mediante una institución como la Mancomunidad, que agrupó a las cuatro diputaciones provinciales y sentó las bases de la Cataluña autogobernada en distintos períodos del siglo XX y XXI. La fecha de 1914 es también la que marca el inicio del siglo XX corto, tal como lo caracterizó Eric Hobsbawn, que abarca hasta 1991, cuando colapsa la Unión Soviética, e incluye tres guerras mundiales, dos terribles y calientes y una tercera fría y heladora para la mitad de Europa, paralizada y sometida entre los brazos del oso soviético. Tras un siglo XIX plenamente europeo, el XX es todavía una época de dominio occidental, en la que Europa cede el testigo a Estados Unidos y el eje geopolítico y económico del planeta se traslada desde el centro del continente europeo hacia el mundo atlántico. No sabemos cómo serán las hegemonías del siglo XXI, pero ya somos testigos de una desoccidentalización acelerada y del desplazamiento del pivote mundial del Atlántico al Pacífico. Los europeos echamos la vista atrás en busca de espejos del pasado, entre otras la fecha trágica que marca el inicio en propiedad de nuestro siglo XX, sin tener en cuenta algunas reflexiones tan elementales como claras de muchos intelectuales asiáticos de nuestros días. Asia no existe, es un invento occidental. Europa, una pequeña península en el extremo occidental del enorme continente euroasiático. China, finalmente, representa la tercera parte de la humanidad que recupera la fuerza de su tamaño y de su peso tras casi dos siglos de eclipse. Estas frases las escuché hace apenas dos semanas en Barcelona en el seminario anual sobre paz y seguridad en el siglo XXI, que desde hace doce años organiza en Barcelona el CIDOB, nuestro brillante y primer think tank, y que estuvo dedicado en esta ocasión a Asia oriental. Los espejos europeos, y en concreto el de 1914, tan eficaces para explicar las cosas de occidente, no lo son tanto para las de oriente. Para esos asiáticos que solo existen a ojos occidentales, vale el siglo XX largo. Empezó en 1905, en la batalla naval del estrecho de Tsushima entre rusos y japoneses, cuando "por primera vez desde la Edad Media, un país no europeo venció a un poder europeo en una guerra mayor", según asegura el ensayista indio Pankaj Mishra en su libro 'From the Ruins of Empire. The Revolt againts the West and the remaking of Asia'. La culminación del siglo XX asiático también deberíamos situarla bastante más acá, tras la disolución de la URSS, quizás en el 11-S en que cayeron las torres gemelas, de nuevo en un ataque antioccidental de enorme trascendencia y envergadura; la guerra global contra el terror de Bush; la llegada de Barack Obama a la Casa Blanca, el primer presidente negro, más acorde con el perfil mestizo de los países emergentes y del mundo global; o incluso la crisis del euro. En todo caso, entre 2001 y 2010. La fecha de 1914 está inspirando a los europeos de cara a revisar el estado moral de sus sociedades y sus gobiernos respecto a los males que nos aquejaron entonces. Pero a la vista del actual paisaje geopolítico, no le falta razón al primer ministro japonés, Shinzo Abe, cuando la evoca para pensar en Asia, donde crece el gasto militar, hay una zona de creciente fricción bien definida en el Mar de la China, no hay instituciones multilaterales y también proliferan los políticos sonámbulos que tuvimos los europeos hace 100 años y que Cristopher Clark ha convertido en el motivo de su libro del mismo nombre ('The Sleepwalkers. How Europe went to War in 1914'). Shinzo Abe no ve el peligro del sonambulismo en Europa sino en su vecindario. No quiere que Asia empiece su siglo como Europa terminó el suyo, el XIX, hace cien años. Respecto a la fecha catalana, ese 1714 tan inspirador, basta con recordar que hace tres siglos entre China e India concentraban más de la mitad del PIB mundial, prueba de que no son países que emergen sino que recuperan el peso que corresponde a su tamaño. Las celebraciones suelen ser engañosas. Puede darse el caso de que creamos que estamos conmemorando nuestra grandeza y nos encontremos en cambio que solo estamos subrayando nuestra insignificancia.



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3 de febrero de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El rebelde tranquilo

Con su voz entrecortada y dulce, su cabello entrecano, sus gruesos anteojos que escondían unos ojillos siempre ávidos, sus ademanes densos y apacibles semejantes a los de un morador de la sabana, la apariencia de José Emilio Pacheco en las últimas décadas -y quizás no sólo en las últimas- era la de un buda frágil y nervioso, una esfinge o un oráculo capaz de glosar en un poema o un artículo la historia de milenios. Él mismo cultivó esta imagen de manera quizás poco inocente: el tímido sabio de la tribu que, para sobrevivir en medio de infinitas pugnas y reyertas, ha de ocultar su astucia -y su desencanto, y a veces su furia- tras una máscara de anciano venerable.

Cualquiera podría certificar la sinceridad de su modestia o esa discreción que enarboló hasta el final de sus días pero, más allá de estas naturales estrategias de defensa, JEP -las icónicas siglas bajo las cuales también se camuflaba- era un inconforme y un rebelde, tal vez incluso más que Carlos Monsiváis o Elena Poniatowska, sus extrovertidos compañeros de batallas, sólo que su rabia hacia la pobreza o la injusticia nunca se transmutó en gritos en la plaza pública, sino en textos y poemas tan minuciosos como transparentes, tan implacables como eruditos. No, JEP no era un polígrafo entrañable o un erudito apacible, como su admirado Alfonso Reyes, o no sólo eso: era un sereno revolucionario que, inclinado sobre su mesa de trabajo, nunca se rendía y muy a su pesar se enfrentaba, irredento, contra los males de este mundo.

En febrero de 1968, JEP no había cumplido treinta años pero ya era el mismo JEP de hace unos días. Desde el suplemento La Cultura en México de Siempre!, donde al lado de Monsiváis oficiaba como factótum de Fernando Benítez, escribía, por ejemplo, sobre Vietnam: "Los acontecimientos de 1968 muestran hasta qué punto el país más poderoso del mundo resulta débil ante las naciones pobres. Aunque pudieran triunfar militarmente y exhibir como prueba el número de muertes, moral y políticamente han perdido desde hace mucho." Ahí está, esbozada, la crítica moral que nunca abandonará al escribir sobre la vida pública: esa mirada incorruptible ("Yo nunca ceno con políticos", me dijo en una ocasión, "porque temo que lleguen a caerme bien"), a la vez mesurada e implacable, con la cual desmenuzaba su entorno. 

Poco después, en abril de 1968, JEP volvía a criticar el autoritarismo, en este caso a la URSS que desbarataba las ambiciones libertarias de los jóvenes de Checoslovaquia y Polonia: "El gusto por el poder es un veneno que no conoce antídotos", escribió, para concluir, admonitoriamente: "Para oprobio de nuestro conformismo, y ante la apatía y despolitización mayoritarias, los estudiantes piden que se les dé mayor responsabilidad y comienzan a ejercerla pronunciando en voz alta los diversos nombres del malestar que otros callan."

En mayo, al calor de las revueltas en París, fue uno de los primeros en advertir de la posibilidad de un contagio en México. A partir de entonces, su columna "Calendario" se convirtió en uno de los más exhaustivos recuentos de los movimientos estudiantiles en el mundo. Y, una vez que su predicción se confirmase y los jóvenes comenzasen a manifestarse en México, JEP no dejaría de ser uno de sus observadores -y difusores- más agudos. Tras el 2 de octubre firmaría, al lado de Benítez y Monsiváis, una defensa de Octavio Paz tras la renuncia de éste a la embajada en la India. Y muy pronto seguiría sus pasos al publicar, el 30 de octubre, al lado de José Carlos Becerra, uno de los poemas que, junto con "México: Olimpiada de 1968", más claramente condenaron la masacre: "Lectura de los Cantares Mexicanos":

 

El llanto se extiende

                       gotean las lágrimas

allí en Tlatelolco.

(Porque ese día hicieron

una de las mayores crueldades

que sobre los desventurados mexicanos

se han hecho en esta tierra.)

 

El JEP que se atrevió a escribir esas líneas cuando la censura era atroz y las acusaciones contra los intelectuales como inspiradores del movimiento los convertían en blanco de serios ataques, es el mismo JEP que siguió escribiendo su columna -ahora titulada "Inventario"- semana tras semana;  el JEP que no dudó en secundar cada una de las causas de la izquierda democrática; y el JEP que, detrás de su inquieta bonhomía y su nostalgia de poeta, nunca dejó de ser ese joven rebelde, ese tranquilo guía cívico cuya voz, en estos tiempos en que a diario se silencian la inequidad y la injusticia, nos hará tanta falta.

 

Twitter: @jvolpi



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2 de febrero de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La casa de la nostalgia

La casa que habita Fernando Vallejo en la ciudad de México desde hace cuatro décadas en nada recuerda a la idílica y endemoniada Casablanca en torno a la cual gira su novela más reciente. Ubicado en plena colonia Condesa, un apacible barrio de clase media hoy transformado en una atestada y ruidosa sucesión de restaurantes, bares y boutiques, el luminoso apartamento se abre a la arboleda de Ámsterdam, la excéntrica calle circular que aún guarda el antiguo trazo del hipódromo que alguna vez estuvo aquí. Presidido por un espléndido piano de cola, y con la presencia imperturbable de una hermosa perra de pelambre dorado, es una especie de remanso venido de otro tiempo, como si Vallejo hubiese sido capaz de conservar la paz que debió prevalecer en la zona cuando se instaló aquí a su llegada a México. Y, sin embargo, parece haber un nexo claro entre esta lugar y la Casablanca de Medellín: en ambos casos es la nostalgia, y la burda inutilidad de la nostalgia, el rasgo que predomina en una y otra. Porque, más allá de las rabiosas peroratas que el narrador despliega en sus páginas -marca de la casa-, Casablanca la Bella no sólo es una despiadada crónica de la banalidad que enfrenta cualquier proyecto humano, se trate de la inagotable remodelación de una finca o la escritura de una novela, sino una emotiva oda a la infancia y el tiempo perdidos. 

            "Sólo somos nuestros recuerdos", me dice Vallejo.

            "¿Y acaso el novelista tiene más herramientas para entender el pasado?", le pregunto.

"Los novelistas no tienen por qué entender", me rebate, "los novelistas tienen que hacer sentir".

"Toda novela es esencialmente una construcción mental", le digo, "pero en tu caso es más claro: parece que todo ocurre en la mente del narrador."

"Hace años resolví escribir siempre en primera persona. Siempre hay alguien que dice yo, y que no es un narrador omnisciente, que no está metido en la mente de otros personajes, que no sabe las historias o las biografías de los otros personajes. La novela en tercera persona no va para ningún lado, ya dio lo que tenía que dar. Balzac, Dickens, Dostoievski o Zolá no me dicen nada, no me llegan al corazón; me llega el que me habla desde el yo."

Y, de pronto, Vallejo ofrece un atisbo de su poética: "¿Cómo meter en un libro de 180 páginas toda la realidad? Meter toda la realidad es una locura, una empresa desmesurada, disparatada. Pero es que de eso es de lo que se trata: de hacer lo que no ha hecho la literatura hasta ahora, desde La Ilíada o La Odisea, desde el Ramayana y el Majábharata, meter la complejidad de la vida, la complejidad del hombre, la complejidad de la realidad, en una novela. Porque nunca el hombre tuvo un mundo tan complejo como el nuestro. ¿Cómo hacerlo? Yo no sé, yo tanteo en la oscuridad, doy palos de ciego; no sé, pero lo intento..."

"En esta novela parece que la voz unívoca del yo no te basta, y ese yo se desdobla en estas otras voces con las que dialogas."

"Primero escribí cinco libros autobiográficos, reunidos luego en El río del tiempo, pero después me di cuenta de que debía ir por otro lado. Por ejemplo, en La rambla paralela, que pasa en Barcelona durante una feria del libro en la que Colombia es el país invitado, aparece un personaje que habla de mí en tercera persona, y después otro que habla de él, como en una cajita china, metidos uno dentro de otro. Y luego de eso empecé a decir algo que desde hace muchos libros quiero decir: que yo ya me morí."

"En Casablanca la bella, el narrador incorpora nuevos nombres a su lista de fallecidos, como en un Libro de los Muertos."

"Es cierto, yo tengo una libreta en donde los anoto a todos. Hoy anoté a uno que me dijeron que acaba de morir anoche. Voy acercándome a los ochocientos."

"Y, además de los muertos, las voces de los animales."

"Yo quiero mucho a los animales, es el sentimiento más claro yo tengo en la vida, mi amor por ellos. Son nuestros prójimos; los defiendo y siento que, si la humanidad no los ve así, no tiene moral. Las ratas, en este libro mío, empezaron como una maldición en una casa que se derrumba, pero al final traían la luz desde las alcantarillas."

            "Y le otorgan a tu novela un carácter de fábula, como en Fedro."

"Pero los animales hablan desde siempre, ¡igual que los muertos!"    

"Y son los animales más despreciados por el ser humano quienes te permiten ver la inutilidad del proyecto."

"La casa es el proyecto de todo ser humano", reflexiona. "Tú puedes querer que el proyecto de tu vida sea hacer una casa muy bonita, ¿no es cierto?, o ser el presidente de México o el presidente de Colombia o el Papa del catolicismo. Tú armas el proyecto que sea, y todos los proyectos están condenados al mismo fracaso, a desaparecer con la muerte, a que se los lleve el viento, a ser borrados; son todos tan inútiles como la casa de Casablanca, la bella, que va hacia el derrumbe, a que se la lleve el viento y el olvido."

"Y, para destruir toda esperanza, te vales de recursos retóricos como la oratoria sagrada", apunto.

"Es que la mejor forma de destruir la religión es con un sermón", dice Vallejo con una sonrisa, sabiendo que se acerca a uno de los temas que más lo apasionan: la crítica de la Iglesia. "La religión la destruimos con un sermón, pero conociéndola desde dentro. Hay enemigos que, si uno no los conoce desde dentro, no los puede destruir. Y yo a la Iglesia la conozco desde dentro, y digo que es mi enemigo porque quiero a los animales y ella es la principal causante en Occidente de que sean vilipendiados y despreciados y atormentados y asesinados. Mis dos grandes temas son mi amor por los animales y mi odio por la Iglesia. La Iglesia es infame; los animales son inocentes; la Iglesia es malvada y perversa, como los políticos."

 "En la novela predomina la nostalgia hacia un Medellín que ya no existe."

"Es el Medellín de la infancia ligado a la Iglesia, y a la entronización del Corazón de Jesús en la casa, que es hacia dónde va el libro. El personaje detesta a la Iglesia, pero entroniza el Corazón de Jesús en su casa."

"Y, ¿existe esa casa en Medellín?"

"Sí, la hice y fue un éxito: quedó perfecta porque me la hizo mi hermano Carlos, que es un hombre muy práctico que está en el mundo de la realidad mientras yo estoy en el mundo de la ficción y del ensueño y de las ilusiones y de lo vaporoso. A mí no me importaba la casa, pero me dio un libro que no había podido escribir."

"Me parece que la novela conserva cierto optimismo", insisto.

"Optimismo no, porque al optimismo lo destruye la razón. Todos vemos que vamos hacia una guerra nuclear, que esto es un desastre, que esto es la mentira, que esto es un mundo en manos de impostores y de charlatanes. Pero si algo me genera un poco de felicidad, es todo lo que importa. He tenido momentos de felicidad, y a lo mejor más que la mayoría, porque tuve muchos en la infancia, cuando en general la infancia es miserable. La mía fue alegre dentro de lo que cabe; ya después la retraté como un infierno por lo que tenía de infierno, pero también tenía algo de paraíso que se fue; se quedó atrás, se quedó atrás mi juventud, se quedó atrás el país de mi juventud, el país de mi niñez, la ciudad de mi niñez, la ciudad de mi juventud, este México mismo que yo conocí cuando llegué ya se quedó tan atrás, está tan lejano."

Casablanca: la casa que el narrador admiraba, y acaso envidiaba, desde la ventana de Casaloca, la casa de sus padres. La casa que quiso comprar y remodelar como si fuera posible remodelar el tiempo para volver a la infancia. Al decirlo, Vallejo permanece inmóvil, sereno, casi sonriente en su otra casa, su casa de la Condesa: "Llegué a México hace cuarenta y dos años, y llevo casi todos en esta misma casa, en este mismo departamento."

La casa de la nostalgia.

 

Publicado en "Babelia" de El País, 1 de febrero, 2014



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2 de febrero de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Singularidades

Una leyenda herodotea narra que el faraón Psamético se preguntó cuál era el lenguaje más antiguo del mundo y él mismo concluyó que el frigio era anterior a todos, porque un niño, al que nunca se había hablado, emitió espontáneamente un sonido semejante a “bekos”, que en frigio significaba “pan”. 
Aparte del antecedente de Rousseau y Chomsky que parece latir en semejante indagación, quizá valga la pena preguntarse por qué tenía el faraón ese miramiento y consideración por la lengua frigia.
El egipcio, la lengua del faraón, tenía escritura propia. El asirio, lengua del imperio más poderoso, tenía escritura propia. Y el griego, la lengua de los inquietos viajeros y comerciantes a los que el faraón permitió fundar Naucratis en el delta, tenía escritura propia. El frigio, en cambio, no tenía escritura propia, pero adoptó el alfabeto griego. 
El rey de Frigia, como el faraón Psamético, fue simpatizante de los griegos, se alió con ellos contra los asirios, envió presentes a sus dioses, acogió a sus poetas y favoreció la fundación de sus colonias. No por azar, la Cipríada y la Ilíada “suceden” en Frigia.
El faraón Psamético se sabía cómplice y continuador del rey de Frigia: sin el trigo egipcio, Mileto no habría resistido frente a Lidia, y tampoco habrían existido el foco intelectual jonio, ni el alejandrino.
De las singularidades, más allá de los autores, que han sido necesarias para que haya esta literatura y no otra, o ninguna, la primera sería el milagro griego, que imprimió carácter a la literatura y el pensamiento conocidos hoy, y se debió al patrocinio de dos soberanos bárbaros.
También fueron importantes las minúsculas latinas inventadas en la corte carolingia. Esa novedad trajo la redacción de corrido y facilitó la mecánica escribidora, aquel muñequeo aplicado que conocimos antes del teclado. Sin la escritura ligada, la literatura habría sido otra.
  Y qué diremos de la ley. El grabador Hogarth impulsó y consiguió la aprobación de una ley que vinculaba a las copias con el autor, cosa que hasta entonces se pasaba por alto, porque las copias eran cosa del editor. Esa ley hizo que se redactaran los primeros contratos modernos entre autor y editor. El modelo no tardó en aplicarse al libro. Desde Licurgo, que prohibió a los actores escribir morcillas en los textos originales e inventó el depósito legal, nadie hizo tanto como Hogarth por la legislación literaria.
Ahora, yendo al origen mismo de la literatura, es preciso recordar que el hígado era la primera víscera y principal en todas las culturas. Luego, a lo largo del siglo XVI, se empezó a hablar del cerebro, al principio lo hacían solo algunos médicos visionarios. Desde entonces, la literatura es una producción del hígado que se finge cerebral.


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1 de febrero de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Tunecinos y españoles

No basta con alcanzar la libertad. Hay que asegurarla y organizarla. Esta segunda tarea, tan o más difícil que la primera, requiere de una constitución, el marco legal que incluya a todos los que la han obtenido e incluso a quienes la combatieron y están dispuestos luego a aceptarla. Para constituirse en una sociedad política libre hay que hacer dos cosas, ambas difíciles: alcanzar la libertad y luego organizar sólidamente su ejercicio. Las coaliciones para romper con las dictaduras suelen ser extensas y relativamente fáciles de armar. Más difícil es convertirlas luego en la base ancha y estable de un consenso constitucional en el que todos quepan y que pueda superar las pruebas del tiempo. Los tunecinos han sabido hacer ambas cosas, alcanzar la libertad y ahora organizarla, no sin dificultades y penalidades, que han incluido brotes terroristas y dos asesinatos políticos. No hubo tregua de las viejas fuerzas de la dictadura pasada ni de las nuevas de las dictaduras futuras que ya asoman. Afortunadamente ha sido más fuerte la disposición al pacto, sobre todo por parte del islamismo político y de la izquierda laicista, exactamente las fuerzas contrapuestas que no han sabido acordar posiciones en Egipto. Cuando todos ceden, como han hecho los tunecinos, todos también ganan. Ceder no quiere decir renunciar a las propias ideas, sino aplazar la confrontación o someterla a otros ritmos, transacciones o arbitrajes. La nueva constitución tunecina, aprobada por una holgadísima mayoría cualificada parlamentaria, ofrece un lugar preeminente al islam, pero a la vez defiende los principios de la laicidad. Cuando no haya acuerdo, que no lo habrá en algún momento, decidirá el Tribunal Constitucional. Tres años ha tardado en llegar, pero el resultado es ejemplar, sobre todo para quienes todavía pugnan por la libertad en el mundo árabe, a los que ofrece un espejo donde mirarse. Establece una república presidencialista inspirada en el modelo francés, pero equilibrada con una cierta bicefalia en la cúpula del Estado y una fuerte división de poderes. Pocas constituciones en el mundo protegen los derechos de la mujer y ninguna en el mundo árabe la libertad religiosa como lo hace la tunecina. Para que las constituciones duren hay que echar primero unos buenos cimientos, como han hecho los tunecinos; luego hay que cuidarlas. Quizás los tunecinos han encontrado alguna inspiración en la Constitución Española, cuando los españoles alcanzamos y constituimos una libertad que incluía a todos. En el futuro también debieran buscar inspiración en nuestro contraejemplo, cuando aquí hemos dejado de cuidarla y cultivado el disenso y la polarización en vez de ir renovando y refrescando aquel pacto constitucional que proporcionó al mundo una sorpresa similar a la que están dando ahora los tunecinos.



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1 de febrero de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El futuro y sus disidencias

Tuve la oportunidad de visitar en San Francisco Dissident Futures, la exposición sobre futuros alternativos posibles organizada por el Yerba Buena Center for the Arts. Resulta natural que un museo del área de la bahía ofrezca esta exposición; en esta región se encuentran algunos de los más influyentes creadores de nuestro futuro: Silicon Valley está a menos de dos horas de aquí (con todo lo que ello implica: Apple, Microsoft, Google, Facebook, una legión de compañías de alta tecnología), y Berkeley y Stanford, con sus laboratorios de investigación de alta tecnología, también están cerca. Por supuesto, por más que uno se esfuerce en imaginarlo de la manera más pragmática y detallada posible, el futuro nunca es lo que queremos que sea, y esta región también es ideal para explorar cómo las más bien intencionadas utopías pueden convertirse rápidamente en distopías. En los años 60, San Francisco fue uno de los centros del movimiento hippie, con el sueño de un mundo posible para todos, una comunidad universal. ¿Quién hubiera pensado que el boom tecnológico experimentado por esta región en los últimos veinte años habría producido aquí una suerte de versión un poco más sofisticada de Los juegos del hambre, con una ciudad que sigue siendo liberal y progresista pero es cada vez más excluyente de tan caro que se ha vuelto vivir en ella?

            En una exposición como Dissident Futures, la división entre artista y científico resulta obsoleta a la hora de imaginar el futuro. Los artistas deben tener una mirada científica y cierto dominio de las nuevas tecnologías; los científicos visionarios necesitan tener una imaginación de artista para conjugar futuros posibles. Así, todo posible invento en un laboratorio puede ser entendido como una instalación artística, y los cuadros post-apocalípticos de un pintor la base para explorar científicamente nuestros futuros posibles. De esa hibridez conceptual salen los proyectos más interesantes de Dissident Futures, llenos de nombres extraños como "documental de ciencia ficción etnológica" o "idea art".

            Imaginar el futuro significa dar cuerpo al presente, a ciertos sueños, ansiedades y pesadillas de hoy. La exposición recibe al visitante con un ruido de estática y varias pantallas con escenas de metal compactado: se trata del "Cyber Landscape" de Kamau Ann Patton, que filmó horas de material en una compañía dedicada a la basura electrónica (los equipos de DVD, televisores y celulares que se descartan todos los días). En un circuito infinito, la basura electrónica compactada parece un cuadro de Pollock, y esa estática permanente es el "ruido blanco" de nuestro futuro (también el del presente). El fotógrafo Trevor Paglen, que también es geógrafo, se ocupa de capturar otras imágenes que aluden a un futuro que de pronto se ha vuelto de actualidad: las de actividades militares clasificadas de los Estados Unidos. Paglen fotografía a satélites de reconocimiento norteamericanos orbitando en el espacio; están ahí, en medio de las estrellas, observándonos todo el día, transmitiendo su información a la malhadada y omnipotente N.S.A. (Agencia de Seguridad Nacional). Con sus fotos, Paglen es al mismo tiempo un artista y un periodista de investigación, trabajando al límite de lo que puede hacer la fotografía documental. 

            Algunos de estos futuros imaginados cuestionan al sistema capitalista: The Otolith Group se enfoca en las pantallas táctiles de nuestros celulares y tabletas, formatos digitales que todos los días, a través del muestrario alegre de sus colores, entre aplicaciones y emoticones, van introduciendo la ideología del capital en nuestros "espacios psicológicos y emocionales"; David Huffman, pintor "Afro-futurista", se inventa el "traumonauta", un ser africano-americano del futuro que representa a las minorías raciales oprimidas en un sistema basado en el abuso de su mano de obra; Melanie Gilligan trabaja en videos y medios digitales los resultados distópicos de la crisis del sistema financiero del 2008. No hay muchos espacios para la esperanza en estos futuros.

            Los de Future Cities Lab, un grupo de científicos y artistas liderados por Jason Kelly Johnson y Nataly Gattengo, se atreven en cambio a ser más optimistas, y reimaginan San Francisco como una ciudad eco-amigable, llena de jardines, parques acuáticos y granjas hidropónicas. Una ciudad verde para el ser humano del futuro, un individuo conciente de la necesidad de establecer una relación orgánica con su entorno. El problema, sin embargo, es que no sabemos cómo será esa ciudadano; en sus trabajos, Lynn Herhman Leeson hace instalaciones que muestran el impacto de la tecnología biológica en el concepto mismo de nuestra identidad. ¿Cómo evolucionaremos, ahora que el AND también puede ser programado y todos nos vamos convirtiendo en ciborgs y avatates?  

            William Gibson escribió alguna vez que "el futuro ya ha llegado, sólo que está distribuido de forma desigual". El futuro no siempre se comportará como el futuro; habrá también espacio para tradiciones ancestrales, como muestra el trabajo de Neïl Beloufa, que hace "documentales de ciencia ficción etnológica". Beloula entrevistó a los jóvenes de un pueblo en Mali y les pidió que hablaran en presente de cómo concebían el futuro. El resultado es fascinante: de esas voces surge un mundo animista, donde los seres humanos hablan con las vacas y se casan con ellas. Entre tanto sueño y pesadilla tecnológicos, ese fue uno de los futuros que me resultó más creible y conmovedor.

 

(revista Qué Pasa, 3 de enero 2014)

 

 

 

 

 



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1 de febrero de 2014
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Foster, el amante no sentimental

Coincidiendo con el medio siglo de profesión de Norman Foster, la revista Arquitectura Viva le ofrece el homenaje de un supernúmero de 350 páginas en cuché y a todo color. ¿Una barbaridad?

Foster es de por sí un bárbaro. Lo es en sus casi 400 proyectos en todos los lugares imaginables del mundo y en su presencia ante la vida que podría parecer orgullosa si no fuera como su admirable actitud de un deportista elemental. A sus casi 80 años hace bicicleta a diario y, en el amor, si se le ve cerca de Elena Foster, no parece haber perdido un gramo de testosterona. De ahí se deduce también la potencia de sus grandes edificios (estadios, pabellones o torres) y una inclinación hacia lo que Fernández Galiano califica como artistas "ingenuos".

En efecto, hay una clase de artistas "sentimentales", como Wagner, y hay otra personalidad de creador "ingenuo", como Verdi. Los arquitectos de corte sentimental como Borromini, Le Corbusier, Moneo o Koolhaas suelen pasarlo muy mal aunque digan que no se cambiarían por nadie. Son artistas a la manera romántica, o de crucifixión, que les hace crear padeciendo, y al revés. Dan a luz con dolor y se torturan en beneficio del mundo y de sí mismos. Los "ingenuos", por el contrario, son tipos que se lo pasan la mar de bien. Tienen una idea no a través de un tortuoso paso por el averno sino como ángeles que nacieran espontáneamente de Dios. Norman Foster es de esta clase y eso explica, probablemente, que no se haya muerto con un cáncer ni que haya caído exhausto ante la envergadura y número de sus proyectos alzados como un titán.

¿Un titán? Una vez le dije a Saénz de Oiza que profesionalmente me parecía "un titán" y me respondió: "Sí, un Titanlux". Los ingenuos son de esta clase. Tintan la historia con su trabajo simple y obrero. Ni se dan cuenta ni dan importancia al resultado. Calatrava es, por hablar de un personaje en candelero, la mezcla de ambas tipologías: de un lado hace aquello que le viene en gana y, de otro, aparece como "el gran masturbador" sentimental.

Foster es, en cambio, como son Bernini, Gaudí, Mies o Sejima, hijos de la inspiración. Hijos naturales de la idea que les sobreviene, sencillamente sale a pasear. ¿Qué mayor recompensa para un artista que no sentirse artista?

Lo digo porque ser o autoconsiderarse artista es una condena. Los "sentimentales" son muy sensibles a esta consideración y en su trayectoria se proponen -incluso a su pesar- cumplir una misión sagrada. Por el contrario, los "ingenuos" no sienten que deban cumplir con mandato alguno. Son lo que son y hacen lo que Dios quiere sin pasar por el expediente de la crucifixión.

Efectivamente, no sería posible hacer tanto como Norman Foster ha hecho si hubiera tenido que matarse en cada realización. Es decir, estaría ya muerto. Si vive y colea es gracias a que no ha pedaleado para hacer músculo sino que posee músculo génico para pedalear. En consecuencia, la admiración que despiertan las obras de Foster no las suscita su esfuerzo sino su placer. Es decir, la repartición comunitaria de su gozo y la bendición de su ocurrencia expandida para la concurrencia que lo ve.

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31 de enero de 2014
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Marea baja

Marea baja en Madrid. Como cuando las olas arañan la orilla pero fracasan en su intento de espumear la playa. Marea sin mar que se convierte en marejada, y no sólo blanca, sino antracita, dejando tras de sí una estela de guijarros y malas hierbas. Marea negra de grafitis, como si más que nunca pudiera gritarse cualquier tontería sobre las fachadas mudas, o los ventanales chapados y ciegos de las oficinas de Bankia. Marea naranja de “se alquila” o “se vende”, que regurgita desde la calle Churruca a Príncipe de Vergara, o en General Martínez Campos, donde en un rótulo se lee: “Créditos avalados por tu vehículo”. Marea de enfermos hacinados en los pasillos del hospital de Móstoles y de mamografías aplazadas sine die. En calles señeras (y señoras) como Gran Vía o Serrano la tormenta imperfecta ha arrasado con el rancio señorío. Cerró la tienda Samaral, abierta en 1934 y de la cual Ava Gardner, la Dietrich o Elizabeth Taylor fueron clientas; y el esplendor del Palacio de la Música sigue pendiente de rehabilitación -el Ayuntamiento aún estudia cambiar su uso de cultural a urbanístico a fin de que pueda campar a sus anchas otro H&M o similar-. Hoy, en la T4 los pasajeros que se dirigen a la puerta deben pasar al lado de los módulos de gloss labial de Christian Dior. Ese no lugar donde el ciudadano debe demostrar a cada rato que es inocente se ha convertido en un gran centro comercial, propio de la macdonnaliación (o zaratización) del mundo, según George Ritzer. Los símbolos castizos acusan cansancio. En la Castellana incluso la señal del estadio del Real Madrid está de rebajas: “S Bernab”, se lee. Porque Madrid, después de la huelga de la limpieza, no ha vuelto a ser el mismo. Las hojas de octubre siguen arremolinadas en las alcantarillas. Y una cadena de actos fallidos desde el comando central del poder madrileño se acumula en los contenedores orgánicos. Pero ahí está el pueblo, esa raza gladiadora y tozuda, que refunfuña día sí y al otro también, el Madrid protesta de los dj, los tekis, también de los Milans del Bosch y los Álvarez de Toledo, de los cómicos sin camerino y los quiosqueros rojos que agitan la mañana de invierno con un par de churros y una leche manchada. Nunca hubieran podido elegir mejor momento para programar en el Prado una exposición de Velázquez y la familia de Felipe IV. (La Vanguardia)

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30 de enero de 2014
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El Boomeran(g)
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