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La novela ‘real’ de un crimen sin piedad en Guatemala

La muerte de un obispo en extrañas circunstancias puede ser la punta del hilo que desate la madeja de horrores más espantosa de Latinoamérica.  Quienes lean El arte del asesinato político, la apasionante disección de la podredumbre moral de los grupos de poder en Guatemala que Anagrama publicó en España en 2009, entenderán esto y muchas cosas más.

*          *          *

Estoy a punto de emprender otro viaje a Guatemala. Como hace cuatro meses, voy con la Academia de formación de periodistas de la radio-televisión pública alemana Deutsche Welle, y el tema es el Periodismo de Conflictos y Memoria Histórica.

Vamos a trabajar en un lugar hermoso y desasosegante: el Archivo Histórico de la Policía Nacional, hoy convertido en espacio de la memoria y sitio donde un centenar de abnegados investigadores analizan y ponen orden en 80 millones de documentos.

Los documentos cuentan la historia de la burocracia policial en Guatemala. En lenguaje frío y formal, permiten asomarse al horror. Un hombre fascinante, el ex guerrillero y antiguo director de la Fundación Rigoberta Menchú, Gustavo Meoño, dirige ese milagro que es el archivo.

Ahí voy a trabajar junto con un colega alemán y otro guatemalteco para ayudar a un  grupo de jóvenes periodistas locales a escribir sobre el pasado. Su pasado.

Con el tiquete aéreo ya en mis manos, quiero compartirles hoy una reseña que escribí hace unos años para La Vanguardia.

*          *          *

Se trata del gran relato de no ficción El arte del asesinato político, de Francisco Goldman. Mi visión de Guatemala, de Latinoamérica y de la lucha por la justicia y contra el olvido no serán nunca más las mismas después de leer este libro.

El libro fue un faro y una linterna en mi viaje a Guatemala. Y también una invitación a seguir la obra de Goldman. En 2012 me tocó presentarlo en una mesa redonda del encuentro de Nuevos Cronistas de Indias de la Fundación Nuevo Periodismo en México. Después leí su deslumbrante y dolido relato sobre su esposa muerta: Dí su nombre. Este mismo mes me llegó una antología de textos sobre13 países de América Latina a 40 años del golpe de estado de Pinochet: Crecer a golpes, fantásticamente editado por Diego Fonseca. El capítulo de Guatemala está a cargo de Goldman: revisita su investigación del Caso Gerardi y se reúne con los fiscales y la juez que lograron la condena del dictador Efraín Rios Montt por genocidio.

La condena fue luego anulada por la Corte Constitucional por un fallo técnico.

Pero quedan las causas de la condena, duras como piedras.

Pero quedan los miles de testimonios de las víctimas.

Pero queda, para la posteridad, el luminoso libro de Francisco Goldman.     

*          *          *                      

El arte del asesinato político es, entre muchas otras cosas, el relato de una muerte, una investigación, un juicio y sus consecuencias. Combinando las herramientas y la infinita paciencia de un rocoso periodista de investigación con las dotes literarias y la sensibilidad de un gran narrador, el guatemalteco-norteamericano Francisco Goldman se abocó a la tarea de atar todos los cabos sueltos y encontrar a todos los personajes del sórdido ‘caso Gerardi’. Le tomó ocho años. Este libro justifica y premia tamaño esfuerzo.

Este fue el ‘caso Gerardi’: En 1998, tras décadas de abusos militares e impunidad, la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado (OHDA) de Guatemala sacó a la luz un pormenorizado informe de los crímenes, cometidos príncipalmente contra la población indígena. Dos días después de la presentación del documento, el obispo Juan Gerardi, quien coordinó la investigación, apareció muerto a golpes en el garaje del arzobispado.

Las usinas de los rumores y la desinformación se pusieron rápidamente en funcionamiento: un crimen pasional entre homosexuales, una banda de delincuentes juveniles… hasta hicieron viajar a Guatemala a un extraño profesor español quien sostuvo la hipótesis de la participación en el crimen del viejo perro del cura.

Tres años más tarde, cuando comenzó el juicio, los acusados no eran ninguno de los ‘sospechosos habituales’: pertenecían a la élite de inteligencia del ejército, una casta nunca tocada por la justicia guatemalteca. Sorprendentemente, los militares y sus cómplices fueron condenados pese a las presiones – a veces violentas – y el ruido mediático. Los condenados apelaron, hubo más presiones, y la corte ratificó la condena. “Durante medio siglo el mundo clandestino militar había parecido inexpugnable”, explica Goldman al final de su libro. “El caso Gerardi abría un camino para penetrar esa oscuridad”. 

*          *          *

Este es, por lo tanto, un drama judicial, donde el tenaz reportero sigue a los investigadores, descubre por su cuenta hechos desconocidos y personajes insólitos, cae en trampas y encuentra finalmente la luz. Su estructura, similar a la de Todos los hombres del presidente, de Bob Woodward y Carl Bernstein, sigue el camino de las entrevistas del autor y de los descubrimientos de los fiscales y de los abogados de la OHDA, todos jóvenes, muertos de sueño y hambrientos de justicia. Es una historia de lucha por llegar a una verdad peligrosa.

Los personajes principales de El arte del asesinato político son los generales, tenientes, cabos e informantes que forman la tenebrosa estructura de un ejército legendario en América Latina por su violencia y su impunidad. Y son los fiscales, abogados, luchadores por los derechos humanos y periodistas que los desafiaron a través de este caso histórico.

El libro– que comenzó como una investigación para la revista New Yorker – se lee como una trepidante novela de investigación, peligro y suspense. En definitiva, explora y explica los abismos y las raíces del país pequeño y trágico donde durante 35 años los ejércitos regulares e informales del poder desaparecieron a 45.000 personas y asesinaron a casi 200.000.

Para las estadísticas son número. Para un gran cronista y escritor como Francisco Goldman, son las huellas de un arte asesino, atroz.  

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5 de marzo de 2014
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Topolinos, niquis y mañanitas

Hace unos días, la articulista Hadley Freeman se preguntaba en The Guardian por qué los excesos de la moda están considerados una frivolidad y las astronómicas cifras del fútbol, no. Freeman, que lleva más de una década escribiendo de moda en el periódico, analizaba el rechazo que sus crónicas desatan a menudo entre los lectores, relacionadas, por lo corriente, con los prohibitivos precios fashion. Pero, claro, no importa que un abrigo de Prada cueste poco más de un 10% del salario diario de Neymar (unos 19.500 euros). “Hay un montón de elementos de la industria de la moda que son repugnantes: el racismo, la discriminación por edad, los trastornos alimenticios, el elitismo. Pero eso no quiere decir que deba ser despreciada; y el hecho de que algunas personas se sienten tan libres de hacerlo indica un fuerte sexismo. El fútbol, vuelvo a la carga, no es la más intelectual de las aficiones y adolece de muchos de los mismos problemas que la moda -añadida la homofobia-, pero al estar dirigido principalmente a hombres, es considerado esencialmente un pasatiempo. La moda está dirigida principalmente a las mujeres, y por tanto se la despacha como frívola”, afirmaba Freeman. “La moda no es frívola, la moda es Dios”, dijo Toni Miró la pasada semana en el Palau Robert, en la presentación de la reedición del Diccionario de la Moda (Debolsillo) de la periodista y escritora Margarita Rivière. Un glosario de términos, nombres propios y fenómenos, donde no faltan palabras cuya sonoridad nos transporta a un tiempo perdido: desde mañanita o niqui a topolino, guardamarina y chubasquero. Miró razonaba que los mejores inventos de la moda no tienen autor, y así son cosa de Dios. Una vez a Yves Saint Laurent le preguntaron qué prenda le hubiera gustado inventar, y su respuesta fue concisa: “los tejanos”. A finales de los noventa, las multinacionales comenzaron a engullir las casas de alta costura arruinadas, apropiándose también de su leyenda. Una vez digerido su glamur, se franquiciarían hasta el infinito. “La moda, tal y como se entendió hasta el final del siglo XX, ha muerto. Pero ha resucitado en su declinación de culto al cuerpo, y no sólo en eso: ¿qué tiene que ver la moda con la creación de la opinión pública? Mucho”, sentenció Rivière. Sus redes se han sofisticado hasta el extremo de que el marketing ha sustituido al talento, lo comercial a lo extraordinario, el holding al atelier. El engranaje de las multinacionales del textil forma un dragon kahn infinito que atraviesa el globo trazando loopings sobre las necesidades de producción e imagen. Una implacable maquinaria que impacta en la piel humana y en la identidad social. ¿Y aún hay quien la considere frívola?

(La Vanguardia)

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5 de marzo de 2014
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Preguntas que no dejan vivir

La idea de ir de un lugar a otro anima a la literatura desde milenios atrás. Tras los diez años que dura la guerra de Troya, Ulises se embarca de regreso a la isla de Ítaca, donde lo esperan su esposa y su hijo. Quiere llegar lo más pronto posible, sin interrupciones, pero son las interrupciones las que hacen que aquel viaje dure otros diez años. Sin los obstáculos que se presentan a cada paso, no habría historia que contar, y no existiría La Odisea.

Para que haya historia, el viaje tiene que empezar. Pompeyo Magno se enfrentaba la situación de que los marineros de su armada no querían hacerse a la mar por la manera tempestuosa en que aquella se encrespaba, y entonces los arengó, y una de las frases de esa arenga ha quedado para siempre: "navegar es necesario, vivir no es necesario".

Ismael, el marinero del barco ballenero el Pequod en Moby Dick, la novela de Herman Melville, explica desde la primera página el porqué de sus ansias de navegar: "cada vez que me encuentro parándome sin querer ante las tiendas de ataúdes...entonces, entiendo que es más que hora de hacerme a la mar tan pronto como pueda".

Moby Dick es también la historia de un viaje. Cuando el capitán Ahab zarpa del puerto de Nantucket al mando del Pequod, tampoco quiere interrupciones, no porque va en busca de su hogar añorado, sino de la venganza. Quiere llegar cuantos antes a encontrarse con Moby Dick, la ballena blanca, que destrozó años atrás otro barco suyo y le arrancó una pierna. Su obsesión es cazarla. Ismael, cuando se pone melancólico, se detiene a contemplar ataúdes. Tras el naufragio del Pequod, echado a pique por la ballena blanca, se salvará agarrado a un ataúd que aparece flotando a su lado. Si Ismael no salva la vida, no tendríamos quien nos contara la historia.

No pocos de los libros de Joseph Conrad versan sobre la aventura del viaje marino. Y El corazón de las tinieblas narra la travesía de Charles Marlow a través del río Congo, en tiempos de la brutal colonización belga en África, para encontrar a Kurtz, un misterioso personaje que ha enloquecido; pero es a la vez un viaje a las profundidades del alma humana donde campean la ambición de poder y riqueza.

El viajero mira, y escribe lo que mira. Nos trae noticias, viene a satisfacer nuestra curiosidad con sus revelaciones. Y esa relación que se crea entre autor y lector, y que parte de la doble necesidad de informar y ser informado, es la misma para la escritura de invención y para la escritura de hechos reales.

Heródoto, el más antiguo de los cronistas, viajó por todo lo que era el mundo de entonces, conocido para muy pocos, y por tanto exótico. Se ganaba la vida dando conferencias sobre sus viajes, contando lo que había visto y oído. En Atenas le pagaron una vez diez talentos por una de esas conferencias. Un rollo infinito de papiro de trazos continuos, contiene sus Nueve libros de la Historia.

Cuenta Heródoto que Trasíbulo, dictador de Mileto, enseña al principiante Periandro las reglas del poder basadas en el terror, con una parábola visual: lo lleva a un campo de trigo en cosecha, y siega las espigas que más sobresalen para demostrar que así debían segarse las cabezas de los enemigos. Es lo que tantos otros dictadores han aprendido a hacer.

Para Heródoto, "la memoria es defectuosa, frágil, efímera, e incluso ilusoria". El olvido de cada individuo es capaz de borrar la historia humana. Recordar es sobrevivir. "Todo lo que guarda la memoria en su interior puede esfumarse, desaparecer sin dejar rastro...pero sin la memoria no se puede vivir, ella eleva al hombre sobre el mundo animal".

Rodeados de memoria almacenada en nuestra era digital, siempre podemos viajar hasta el corazón de las tinieblas, como Conrad, en busca de quien nos cuente lo que sabe y lo que ha visto, igual que lo hizo Heródoto, porque sólo es así que la memoria no deja nunca de ser creativa e iluminadora.

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5 de marzo de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Contarlo todo, de Jeremías Gamboa: Una novela monumental sin monumento

Contarlo todo, la primera novela del peruano Jeremías Gamboa, es un híbrido curioso: una novela monumental sin monumento. Por sus personajes, por sus espacios, remite a Conversación en la Catedral, la gran novela de Mario Vargas Llosa: es la historia de un periodista y sus relaciones con un medio social clasista y racista. Hay, sin embargo, varias diferencias, entre ellas una de objetivos: Vargas Llosa estaba muy preocupado por radiografiar de manera incansable el funcionamiento de la sociedad limeña de los años cincuenta; quería encontrar el nucleo duro, la ideología hegemónica que se revelaba a través de los actos más inocentes de sus personajes. Gamboa también nos revela cómo funciona la Lima de finales del siglo anterior y principios de este, pero ésa no es su preocupación central. Lo suyo, a pesar de su apariencia ampulosa, es más humilde: narrar la educación sentimental de Gabriel Lisboa, "un tipo mestizo, por ratos algo blanco, por ratos algo indio", un aprendiz de escritor de clase media baja que descubrirá que la vocación literaria exige todos los sacrificios.     

            Contarlo todo es, sin ambages, la historia de un triunfo: la novela se inicia con el descubrimiento que hace Lisboa de que ya está listo, después de más de diez años de peleas con la escritura, a escribir su novela. Asistiremos entonces a la forja minuciosa de esa vocación, desde el verano del 1995, en que trabajaba como practicante en una "redacción inverosímil" de una revista limeña, hasta el presente de la escritura. Habrá muchos descubrimientos en el camino, desde las victorias y sinsabores del periodismo hasta la complicidad y la camaradería de un grupo de amigos que también quieren ser escritores (el Conciliábulo, que da pie a las mejores páginas de Gamboa) y las frustraciones del amor entre seres de distinta clase social. Pero esos descubrimientos no alteran la trayectoria invenciblemente ascendente, la carrera "meteórica" de Lisboa. Puede tener percances, pero al final siempre termina con un ascenso, un mejor sueldo, un mejor barrio (de "las casas sin tarrajear de Santa Anita... y los mercados mayoristas de frutas a los que internamente me juraba que jamás volvería... a ese espacio limpio y con olor a brisa marina que se asomaba a las canchas de tenis del club Terrazas"), una mejor posición social. Puede luchar con la página en blanco, pero al final termina contándolo todo. Se las da de humilde, pero entiende las reglas del juego y sabe usarlas.

Gamboa ha elegido un narrador caudaloso, de emociones vehementes. Ante que la sugerencia, prefiere ser explícito: es presa fácil del llanto, de la "rabia inmensa", y suele ser de gestos excesivos. Dispuesto a sacrificar todo en procura de una exaltada "autenticidad", su poética consiste en dirigir sus esfuerzos "al logro de una frase que no fuera bonita ni sonora sino ‘auténtica', una que contuviera realmente una verdad". Su búsqueda transmite fuerza y convicción: sabe plantear escenas y resolverlas, y deja la sensación visceral de estar poseído por el deseo de decir su historia. También funciona su decisión de desdoblar al narrador, a medida que avanza la novela, en una voz en primera persona y otra en tercera, como si Lisboa estuviera descubriendo que para escribir uno necesita mirarse desde afuera. A la vez, el narrador lleva demasiado lejos su credo de no escribir frases bonitas: abusa de los adverbios, se queda "quieto como un poste", quiere que se lo "trague la tierra" o espera como un "león enjaulado"; su pareja, Fernanda, tiene el rostro "lívido como un papel". Se abusa también de algunas analogías: Lisboa llora en el baño como "un niño" y corre a la habitación de su tía "como un niño", su amigo Montero comparte su mundo "con la ilusión de un niño", Montero y Lisboa preparan sus trabajos para un concurso "con la ilusión de dos niños", Gabriel y su pareja Fernanda juegan "desnudos como dos niños"...

La primera parte, que trata de las andanzas de Gamboa en el periodismo, es repetitiva en su estructura, aunque tiene muy logrados personajes (el gordo Vegas, el atildado Francisco de Rivera) y capta muy bien la atmósfera intensa y enrarecida de una redacción; cuando el enfoque pasa al Conciliábulo, la novela gana: Spanton, Ramírez Zavala y Montero, otros jóvenes al asalto de la vocación literaria, son el verdadero corazón de Contarlo todo, "los monstruos que velaban por ti y que a pesar de que empezaban a ser distintos entre sí estaban juntos a tu lado, ebrios a tu lado, y a esos tres no los ibas a perder jamás, y de eso extrañamente estabas seguro entonces". La novela también narra el descubrimiento del amor, en la historia cruzada de Lisboa con Fernanda, una chica de una clase social superior. Aquí, al igual que en tantos romances fundacionales latinoamericanos del siglo XIX (y en tantas telenovelas), la nación se proyecta en el encuentro o desencuentro de seres de clases y razas distintas.

Curiosamente, Lisboa parece recién descubrir en su relación con Fernanda que vive en un país racista y clasista. ¿No debería haber sabido esta verdad en su piel? Después de todo, proviene de una clase humilde, se ha criado con el tío Emilio y la tía Laura, de trabajos modestos. En sus trajines periodísticos, Lisboa también podía haber aprendido de la estructura imperante, pero estaba demasiado preocupado en entregarse a su vocación y en que gente de la clase de Fernanda lo aceptara (gente como Rivera, "el hombre más alto de la redacción", de "piel muy clara" y "rasgos simétricos", un hombre demasiado elegante para "una ciudad que parecía Calcuta"; alguien que, definitivamente, "no parecía de este mundo"). Es sintomático que Lisboa haya descubierto su vocación literaria leyendo novelas clásicas del siglo XIX: él es, después de todo, un descendiente de "esos personajes humildes pero inmensamente ambiciosos" de las novelas que tanto admira, "que lograban ingresar y apoderarse de los salones más respetables de París o Milán y que pensaban todo el tiempo en ellos y en sus circunstancias del mismo modo en que yo había empezado a pensar infatigablemente en las mías".

Roberto Bolaño escribió alguna vez que "ahora, sobre todo, en Latinoamérica, los escritores salen de la clase media baja o del proletariado y lo que desean, al final de la jornada, es un ligero barniz de respetabilidad". Humillado y ofendido, Lisboa podía haber sido un escritor marginal, un crítico del sistema; su elección es más bien la opuesta: no cuestionar la clase social superior, admirarla, tratar de insertarse en ella. Contarlo todo no es una crítica del orden establecido sino su confirmación.          

           

(Letras Libres, febrero 2014)

 



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4 de marzo de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Navegando con ucranianos

Ucrania nunca ha sido muy independiente. Hace más de 10 años me tocó viajar en un buque escuela de la Armada de Ucrania. La travesía consistía en cruzar el Cabo de Hornos, esos mares con fama de ser los más peligrosos del planeta, navegando exclusivamente a vela.

En el viaje iban jóvenes cadetes y oficiales ucranianos. Pero también, caso raro en un buque-escuela, estaba lleno de turistas (en su mayoría alemanes).

Los primeros días a bordo del Khersones, una fragata de tres mástiles construida en astilleros polacos durante la época de la Unión Soviética, sucedieron apaciblemente. Las comidas eran anunciadas por parlantes con precisión militar: 8:30, 12:30, 16:30, 20:30.

"Este no es un buque de placer. Los peligros de la travesía son infinitos y las medidas de seguridad rigurosas. El racionamiento de agua será estricto", me dijo de entrada el capitán Sukhina, un tipo de 56 años, bigote cano, nacido en Sebastopol.

Explicó que la situación económica de Ucrania no permitía al gobierno de entonces -ni al anterior, ni a todos los que siguieron- financiar viajes de instrucción. "Por eso nos hemos asociado a la empresa alemana Inmaris Perestroika Sailing, quienes han vendido a turistas la mitad del barco", y luego se quedó callado. Como si quisiera llorar o reír. El turismo suele romper la independencia de todo lo que toca. Pero a veces, y eso parecía decir la resignación de Sukhina, puede sacar a flote el barco de un país que nunca tuvo mucha independencia.

A los pocos días de viaje, los roces entre los turistas alemanes y los soldados ucranianos eran cada vez más evidentes. Los primeros, con cámaras ultra modernas y ropa muy térmica, versus unos chicos que pedían dinero en los pasillos y cigarrillos y que se encerraban en la sala de cine para ver conciertos de bandas de rock ruso, como los Agatha Christie. El sueño de los jóvenes se repartían entre irse a Moscú, Berlín, o cualquier ciudad grande de Estados Unidos.

Uno de los oficiales más viejos del barco tenía una foto junto al Che Guevara. El electricista se llamaba Yuri, tenía varios dientes de oro y practicaba conmigo un mal español que iba aprendiendo -durante el viaje- de un viejo libro soviético para quienes viajaban a Cuba. En su camarote tenía fotos de sus hijos: el chico tenía nueve años y estudiaba gimnasia olímpica en Kersh. Su hija tenía ocho años y estudiaba para concertista en piano. Todo parecía demasiado soviético, frente a los alemanes que jugaban Tetrik en sus computadoras portátiles.

Estos días me he acordado de aquel viaje, y de Ucrania, y de los cientos de ucranianos que nos fueron a recibir al puerto de Buenos Aires cuando terminamos la travesía. Yo me bajé en Argentina, y ellos siguieron navegando hasta Europa del Este. No sé cuántos de aquellos cadetes terminaron viviendo en Kiev, o en Moscú, o en Berlín o en Nueva York.

Recuerdo, también, que Yuri me dijo en su mal español que alguna vez quiso ser cosmonauta. Y uso esa palabra, Cosmonauta, una palabra que en el mundo de hoy suena tan extraña como Lenin, proletariado o independencia.

 

 

@menesesportatil 

 



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4 de marzo de 2014
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La compradora anónima

Una compradora anónima que se describe como "mujer aún joven" me escribe desde Tarragona preguntándome cómo definiría yo en un folio el libro que acaba de adquirir (legalmente) y se dispone a leer en un próximo viaje. La carta, brevísima, está, muy bien escrita, en papel, así que no tengo motivos para no contestarle, a mano, dando después a conocer mi respuesta a través de este blog.

 

El invitado amargo nace de un robo y unas hojas escritas tiradas por el suelo de una habitación donde entraron ladrones buscando dinero. Sólo encontraron papeles, y esos papeles, que el dueño de la casa leyó al recogerlos, pusieron en marcha una ‘máquina soltera' construida literariamente por dos personas que estuvieron muy cerca durante una época muy lejana, los primeros años 1980, y treinta años después se reconocieron en la escritura.

            Uno de los dos autores, el que fue robado, le sugirió al segundo, propietario intelectual (por no decir moral) de los papeles tirados por el suelo, que esas palabras de entonces  -intercambiadas en un epistolario que resistió la lejanía, las mudanzas de domicilio, los enconos, las enfermedades-  podrían ser ahora la base de una reconstrucción verbal. La memoria sería el acompañante de las palabras escritas, nunca su disfraz.

             Así se fue gestando, en un itinerario que nunca dejaba ver a ninguno de los dos la siguiente vuelta del camino, este libro: un recuento verídico tratado con los dispositivos de la ficción, un ensayo narrativo sobre los sentimientos y los resentimientos del amor, un doble autorretrato en el que los autores van recreando a sus protagonistas, llamados, como ellos mismos, Vicente y Luis. El numeroso reparto se completa con un Premio Nobel, una bella mujer joven y una mujer anciana, un arrendador aventurero y galante, un traidor, unos viajeros. Algunos tienen nombres conocidos, otros no, pero todos son, como los propios Luis y Vicente, personajes de una tragicomedia de la felicidad, la infidelidad, la vocación literaria, la búsqueda personal en un país cambiante, la ilusionada España de los años 1980 vista desde el áspero tiempo actual.

          Los dos autores pactaron antes de ponerse a escribir un principio moral (no habría censura, ni auto-censura) y unas normas de composición formal que constituyen la esencia de El invitado amargo. La modulación de las voces, dejadas a la autenticidad de entonces y al humor prevaleciente ahora en cada uno, el uso libre del excurso, las vueltas atrás y las anticipaciones intercaladas. Y una, muy central: todos los capítulos, firmados en alternancia por ambos, se escribían sin previo acuerdo y le llegaban al otro manteniendo la intriga, como en las novelas por entregas del siglo XIX. Con la diferencia de que en ese ‘feuilleton' los dos autores-protagonistas sabían el final, pero no las sorpresas y revelaciones que su propia historia les podía deparar.

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4 de marzo de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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58. El cine roto

Si queremos hacerlo nuevo, por favor, no utilicemos "post" como prefijo. | Decimos normal porque, según Germano Celant, "cortar es pensar". | Aunque hay un parentesco con el cine tradicional, esta postcontinuidad significa que el entendimiento seriado de los acontecimientos deja de ser importante, ayudado y facilitado por las CGI (imágenes generadas por computadora), rastreables, según ha apuntado Shaviro, en algunas películas de gran impacto: Avatar, The Life of Pi, Inception, Gravity. Estos cambios (arrinconamiento de la continuidad y abandono de la cinematografía tradicional en favor de la imagen sintética) suponen un cambio de rumbo artístico que debería requerir otro teórico de las mismas dimensiones. | "I look into the mirror, but it's cracked / And so reflects two, three, or more, that lack / Cohesion", David Berman, "The Broken Mirror". | El profesor y ensayista Steven Shaviro lleva tiempo analizando lo que determina la postcontinuidad en el postcine (a mí tampoco me gustan esos prefijos). A su juicio, asistimos a un nuevo tipo de películas, sobre todo de películas con acción violenta, desde las de Tony Scott a Spring Breakers de Harmory Korine, en las que la continuidad de las escenas se ha alterado por completo. A juicio de Shaviro, en una escena de acción de Peckinpah había una meticulosa planificación previa con el fin de alternar debidamente los planos, colocando a los actores en un lugar determinado y moviéndolos siguiendo un trazado fijo. En cambio, en las secuencias actuales de películas como Drive o Transformers los planos se suceden de forma caótica, sin que las relaciones entre ellos sean fluidas ni siempre comprensibles. | Se pregunta Pere Gimferrer: "el cine (...) ¿Siempre debe ser una narración de los hechos, con una sucesión cronológica determinada, y siempre ha de ser narración en general?" (Itinerario de un escritor). | Shaviro parte de la "intensificación" estudiada por Bordell en 2002, por la cual el cine había acelerado a partir de los años 70 el ritmo de las tomas para crear énfasis; a juicio de Shaviro, el ritmo demencial de algunas películas actuales, que pueden tener 30 planos distintos en 40 segundos, ya no busca el énfasis sino el extrañamiento, generando una estética "delirante" que él ve llevada al clímax en Spring Breakers. | "El montaje es, para los capacitados, el medio composicional más poderoso para relatar una historia"; Sergei Eisenstein, Teoría y técnica cinematográficas. | No menos oníricas y extrañas, desde un punto de vista radicalmente distinto, serían películas en tiempo real pero en espacios imposibles de unir sin lo digital, como algunas de Gaspar Noé. | En primer lugar, cabe preguntarse si estamos ante una estética en oposición frontal a la del cine tradicional apuntada por Benjamin: "En el cine (...) la comprensión de cada imagen aparece prescrita por la serie de todas las imágenes precedentes"; Walter Benjamin, "La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica". | Esto que van a leer será un poco deslavazado y caótico, pero si está bien hecho debería entenderse al final.



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4 de marzo de 2014
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Asuntos metafísicos 39: cincuenta años de un punto de inflexión (agradecimiento filosófico a John Bell)

El objeto de estas columnas es,  en parte,  contribuir a revitalizar a la luz de la ciencia contemporánea la reflexión filosófica sobre la naturaleza, sólo en coincidente en sus objetivos con lo que en otro tiempo era designado como "filosofía natural".

Hemos visto que, según Aristóteles, la filosofía se preocupa por lo que  cabe decir de todo ente por el mero hecho de su entidad   (peri to on e on ),  y en consecuencia se ocupa de las categorías  según las cuales el ente se dice y a cuya intrínseca pluralidad de hecho se  reduce: sustancia, cualidad, cantidad etcétera, como predicados últimos posibilitadotes del juicio y así de la determinación.  Hemos visto que como consecuencia de lo anterior la filosofía trata asimismo de lo que los matemáticos llaman axiomas y que de hecho serían correlativos del ser y no sólo rectores de esa modalidad  que constituyen los objetos matemáticos.

Siendo la physis  una modo del ser, la filosofía se vuelca también sobre la misma y en consecuencia se encuentra confrontada a unos principios que no siendo tan omniaplicables como los principios de las matemáticas, son sin embargo igual de firmes, o así lo han parecido desde Aristóteles hasta quizás el evento filosófico que hoy evoco y celebro.                                  

Efectivamente hace cincuenta años el físico británico John Bell confirmó, tanto ante los físicos como ante los filósofos,  la necesidad de seguir hurgando en la abismal interrogación, embrionaria desde el trabajo de Einstein sobre el efecto foto- eléctrico en 1905,  y nutrida por el trabajo de los grandes de la reflexión cuántica, los Schrödinger, Bohr, Bohm...Reflexión que concernía a esos principios considerados rectores  no sólo del abordaje de la naturaleza con intención cognoscitiva sino quizás de toda relación con la misma.

Y, en la senda del teorema de Bell,  desde hace más de treinta años se han sucedido los experimentos, escrupulosos hasta el detalle más ínfimo, tendientes a extirpar toda duda sobre el hecho de que las sorprendentes violaciones (tanto por las previsiones cuánticas como por los experimentos efectivos) de  los límites establecidos por el  teorema de Bell no eran resultado de la influencia de una fuerza clásica, aunque  no percibida,  que una partícula vendría a ejercer a distancia sobre otra.

Esta obsesión  por alcanzar seguridad absoluta respecto a  lo que la física cuántica nos estaría diciendo sobre el orden natural, no hace más que confirmar la enorme importancia de aquel experimento realizado por Alain Aspect y colaboradores en 1982, que ratificaba a tantos en  el sentimiento de profunda estupefacción   provocada  en 1964  por  el protocolo matemático de John Bell.

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4 de marzo de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Un espejo en Crimea

Crimea quiere adelantarse a Escocia. Su gobierno anunció inicialmente un referéndum de autodeterminación para el 25 de mayo, coincidiendo con las elecciones presidenciales ucranias. De una semana a otra, el referéndum ya se ha adelantado y ahora se prepara para el 30 de marzo. Es probable que no llegue a celebrarse, pero no porque lo impidan las autoridades de Kiev, impotentes ante la presión de Moscú, sino porque su parlamento regional puede solicitar antes, y quizás sin necesidad de consulta popular, su segregación y la independencia o, incluso, algún tipo de relación de integración con Rusia. La crisis ucrania ha levantado un nuevo juego de espejos para que los soberanistas catalanes puedan mirarse y situarse mejor en el mundo en que viven. Hasta ahora el único espejo que funcionaba era el escocés, perfectamente instalado en la normalidad europea del Estado de derecho, la democracia representativa y las libertades públicas. Allí habrá un referéndum acordado entre los gobiernos de Londres y Edimburgo. El debate se mantiene dentro de niveles muy limitados y razonables de confusión y demagogia, que tienen su mejor reflejo en la acotada atención que le prestan los medios de comunicación y en la escasa o nula crispación que se observa entre dos opiniones públicas, la inglesa y la escocesa, que ni siquiera aparecen como mundos divergentes o segregados. Todo lo contrario es lo que ofrece a los catalanes el espejo ucranio y, en especial, el que ofrece Crimea. Allí los nacionalismos, el ucranio y el ruso, siguen siendo el motor de la historia, y no precisamente para bien. Allí aparece en toda su dimensión la contradicción irresoluble entre la integridad de las fronteras y el mantenimiento del statu quo internacional por una parte y por la otra el derecho de los distintos pueblos a decidir su futuro, discutible fórmula posmoderna del clásico derecho de las nacionalidades a la libre autodeterminación. Y todo esto sucede en un clima de guerra civil y de amenazas de intervención armada por parte de Rusia, con el país al borde de la bancarrota, con violencia y víctimas mortales en las calles y ruptura de lo que queda de legalidad por todas las partes en conflicto.

En el caso de Crimea, región autónoma ucrania de mayoría rusa, el caso es todavía más especial y notable. La península ha pertenecido a Rusia desde 1782, cuando Catalina la Grande se la arrebató al imperio otomano, hasta 1954, cuando Moscú se la regaló a la República Socialista Soviética de Ucrania. Aunque desde 1991 quedó separada de Rusia por la desaparición de la URSS y la independencia de Ucrania, Crimea sigue siendo plenamente rusa desde el punto de vista cultural y sentimental, principalmente desde la guerra de Crimea (1853-56), cuando Rusia fue derrotada por Francia, Inglaterra, el imperio Otomano y la Italia incipiente de Cavour. La caída de Sebastopol, tras un asedio de once meses, forma parte de una épica nacional rusa, fijada en la imaginario nacional por el propio León Tolstoi. Orlando Figes ha señalado que a partir de ?esta gran derrota, los rusos han construido un mito patriótico, una narración nacional sobre el heroísmo generoso, la resistencia y el sacrifico de su pueblo? (Crimea. The Last Crusade. Penguin, 2010).

Pero lo más grave es que Crimea es mayoritariamente rusa, aunque se halle en Ucrania, solo desde 1944, cuando Stalin transformó su demografía al deportar a la entera población tártara, además de las minorías griega, búlgara y armenia, en una de las más cuidadas y criminales operaciones de limpieza étnica de la historia. Los tártaros han ido regresando y forman ahora el 12 por ciento de la población. Son una exigua minoría en su propio país y prefieren, naturalmente, preservar su autonomía singular dentro de Ucrania. El derecho a decidir va a favor de los rusos, la población mayoritaria de la península gracias al derecho de conquista y a la limpieza étnica. Según sabia apreciación de Hélène Carrère d'Encausse, ?al integrarla en Ucrania en 1954 para celebrar el tricentenario de su absorción por Rusia, Nikita Jruschev, con espíritu previsor, se desembarazaba en favor de los ucranios de la responsabilidad de arreglar la reinserción de los tártaros en su patria el día que se planteara? (L'Empire d'Eurasie, Fayard 2005).

Hay espíritus ingenuos que buscan comparaciones y encuentran inspiración en cualquier parte, también en Crimea, pero es evidente que la erupción de este nuevo volcán nacionalista perjudica a la imagen de los nacionalistas occidentales, a pesar de que intenten mantenerse ajenos y distantes respecto al etnicismo que hemos visto en este segundo efecto retardado de la implosión del imperio soviético. También contribuye a que la diplomacia internacional asocie las reivindicaciones soberanistas con un indeseable aumento de la inestabilidad. Y, naturalmente, a que se refuercen las posiciones de quienes propugnan el respeto escrupuloso de la legalidad, la integridad territorial y las fronteras internacionales, así como la resolución amistosa y pactada dentro de los actuales Estados de los conflictos internos con sus minorías o con sus regiones con personalidad nacional propia.



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3 de marzo de 2014
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El Boomeran(g)
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