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Escrito por

Juan Pablo Meneses

Juan Pablo Meneses (Santiago de Chile, 1969). Escritor, cronista y periodismo portátil. Es autor de los libros Equipaje de mano (Planeta 2003); Sexo y poder (Planeta 2004); La vida de una vaca (Planeta/Seix Barral 2008, finalista Premio Crónicas Seix Barral); Crónicas Argentinas (Norma 2009) y Hotel España (Norma 2009  / Iberoamericana / Vervuert 2010), distinguida por el Consorcio Camino del Cid como uno de los ocho mejores libros de literatura de viajes publicados en España el 2010. Sus crónicas se han publicado en 25 países y traducido a cinco idiomas. Ha sido columnista y bloguero en medios como Clarín (Argentina), SoHo (Colombia), El Mercurio (Chile), Etiqueta Negra (Perú), Glamour (México) y Clubcultura (España). Estudió periodismo en la Universidad Diego Portales y en la Universitat Autónoma de Barcelona, y fue relator del taller de Tomás Eloy Martínez en la Fundación Nuevo Periodismo que preside Gabriel García Márquez. El 2006, la Asociación de Prensa de Aragón publicó un libro que transcribe su taller de periodismo portátil. Ha sido cronista invitado en universidades de América Latina y España, entre ellas la UNAM de México, la Complutense de Madrid y la Universidad de Chile. Fundó la Escuela de Periodismo Portátil, con alumnos conectados desde más de 20 países y que organiza, junto a la Universidad de Guadalajara, el "Premio Las Nuevas Plumas" de crónicas inéditas y en español.

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La semana en que Chile cambió

foto de Susana Hidalgo

 

Acaban de tirar gas lacrimógeno, pero nadie puede arrancar. Es viernes 25 de octubre de 2019 en Santiago de Chile, y estamos apretados, pegados unos a otros, somos parte de una muchedumbre, de la marcha más grande en la historia del país. Alguien grita: ¡Tranquilidad! ¡Calma!, pero él es el único más nervioso. En general, nadie pierde el control. En pocos días se han acostumbrado. Ya saben que, en estos casos, hay que dejarse llevar por la marea. Y no tocarte la cara, ni rascarte los ojos, ni sonarte los mocos. Y en eso, cuando aprietas los párpados porque no aguantas más y sientes cómo te van cayendo las lágrimas una atrás de otra, aparecen dos mujeres jóvenes. Dos estudiantes, de veinte o menos años, con pañuelos en el rostro. Traen en sus manos unos spray, y nos rocían la cara con un líquido que han preparado ellas y que alivia. Lo reparten sin preguntar quién eres. Esa parece ser su labor dentro de esta semana, en que el país más competitivo de América Latina cambió para siempre: ayudar a combatir los efectos de las lacrimógenas.

En la marcha, que reúne un millón doscientos mil participantes alrededor de la Plaza Italia de Santiago, no hay discursos, ni un escenario, ni artistas, ni banderas de partidos políticos, ni agrupaciones sociales. Más de un millón de personas caminando, golpeando una sartén, y gritando contra el presidente Sebastián Piñera: que renuncie, que saque a los militares de las calles, que responda por los muertos de la represión de los últimos días y los casi 500 heridos a bala, y que basta de abusos, basta de pagar tan cara la salud y la educación y los medicamentos y los servicios y el transporte y la jubilación que es tan baja, que no alcanza y que no tiene que ver con un oasis. Así definió Piñera a Chile, en relación a América Latina, en una entrevista pocos días antes del estallido: "Nuestro país es un verdadero oasis con una democracia estable".

La evasión

La tarde del viernes 18 de octubre de 2019 comenzó la semana que cambió la historia de Chile. Los días previos, como las semanas previas, como los meses previos, como los años previos y como las décadas previas del país, habían avanzado con el orden establecido. Uno de los temas que ocupó más titulares en los días previos tenía que ver con la selección chilena de fútbol: después de mucho tiempo, Arturo Vidal y Claudio Bravo volvían a compartir nómina y partidos en la Roja, y los medios destacaban que pese a los roces previos y a la guerra declarada entre ambos, en un momento del último partido se habían dado la mano en la cancha.

En el escenario futuro asomaban tres eventos internacionales importantes, que habían elegido a Chile por su fama de país seguro y tranquilo. La Apec, con la posible venida de Trump y Putin para noviembre; la COP25, con la llegada de líderes ambientalistas de todo el mundo, encabezados por Greta Thunberg; y la primera final única de la Copa Libertadores de América, en el Estadio Nacional de Santiago.

Por esos días previos, que son apenas diez días atrás y que parecen tres vidas pasadas, se iniciaba una campaña de los estudiantes escolares a evadir el pago del metro de Santiago. ¿La razón? Un alza del precio del pasaje en 30 pesos chilenos (0,04 dólares). La evasión era simple: saltar el torniquete de pago, y entrar gratis. Evadir. La ciudad empezó a rayarse con la palabra "Evade", como una invitación. Evadir, explicaban los dirigentes, como evaden impuestos las grandes empresas que abusan de sus clientes. Evade, con Piñera, el presidente, en el podio de los mejores: un reportaje de prensa descubrió que llevaba casi 30 años sin pagar los impuestos de su casa de veraneo. Se estima que hoy su fortuna bordea los 3.000 millones de dólares.

La tarde del viernes 18 de octubre se convocó a una jornada amplia de evasión del metro. Ya no eran sólo los estudiantes de colegio. Esa tarde se fueron sumando universitarios, oficinistas, trabajadores, todos saltando masivamente los torniquetes. Al poco rato se comenzaron a cerrar las estaciones. Y se detuvo el servicio del metro. Y se incendió la primera estación. Y después se incendió la segunda y la tercera y la cuarta. Los canales iniciaron un breaking news permanente, que duró toda la primera semana. Y esa misma noche el presidente declaró Estado de Emergencia, y dejó la seguridad de Santiago a cargo de un militar. Y esa noche se siguieron quemando estaciones de metro. Y ahí me enganché al televisor y a las redes sociales y no solté más las pantallas. El país se quemaba en mi televisor, el país cambiaba en mi teléfono, y uno se dormía con noticias urgentes para despertar con nuevas urgencias, más urgentes que todas las anteriores.

La noche del domingo 20 de octubre Piñera apareció por cadena de televisión con cara de preocupado. Con el ceño fruncido y pronunciando las palabras con violencia, declaró que el país estaba en guerra. "Estamos en guerra contra un enemigo poderoso, implacable, que no respeta a nada ni a nadie y que está dispuesto a usar la violencia y la delincuencia sin ningún límite".

Sus palabras cerraban un fin de semana de toque de queda, de incendios de estaciones de metro, de saqueos a supermercado, de helicópteros sobrevolando toda la noche y a poca altura, haciendo retumbar los vidrios y las camas.

Los expertos en embarazos dicen que, después del séptimo mes de gestación, los bebés escuchan claramente todo lo que pasa afuera de la panza de su madre. Si quieres que sea una persona tranquila, te recomiendan que le hagas escuchar música clásica. Si quieres que sea concentrada, te dicen que le leas historias. Mi hija, que debe nacer en un mes y medio más, se ha pasado estos días de revuelta escuchando los golpes de ollas y sartenes, el rugido de helicópteros militares, y la transmisión interrumpida de las noticias. Su padre y su madre, como muchos chilenos de esta semana, no se han querido perder detalles de esta película en vivo, de esta serie de no-ficción en tiempo real, de esta maratón de Netflix, sin Netflix, donde cada hora pasa algo nuevo.

El lunes aumentan las protestas. Todos salimos a escribir y postear y tuitear, que #noestamosenguerra. La televisión sólo muestra gente en los supermercados, o saqueándolos o haciendo fila para comprar (yonkis del consumo en vivo y en directo). Del robo y del pillaje nacen los "chalecos amarillos", unas brigadas de autodefensa de la clase media y media baja, que defiende sus logros materiales con palos y bates de béisbol (en un país donde nadie juega béisbol). Se organizan por turnos, para hacer guardia en sus barrios. El día siguiente, varios alcaldes aparecen en las noticias con los chalecos amarillos.

El martes no hay gobierno, y no hay oposición, pero tampoco hay guerra. Comienzan a circular, eso sí, las primeras imágenes del show ininterrumpido de abusos de militares y carabineros. Ha pasado tan poco tiempo, pero en realidad es una vida.

El miércoles, hace nada, Piñera anuncia un paquete de medidas económicas: sube un porcentaje la jubilación, eleva el sueldo mínimo, agrega un impuesto a los sueldos altos. Pero del otro lado no hay nadie. Su primer paquete de medidas no tiene contraparte. Sólo queda esperar cuánta gente se moviliza al otro día, y al otro día las protestas siguen.

La angustia republicana

Los días se repiten con una angustia republicana. Agota estar todo el día enchufado a la serie más vertiginosa de todas, pero no se puede abandonar. Esto es importante. "¡Está pegando una patada!", dice la madre de mi hija, y toco su panza y siendo el golpe y miro la tele, y están mostrando a un grupo de jóvenes lanzándole piedras a la policía. En pocos días nuestra rutina son las protestas, los militares en las calles, el último video de una golpiza, la nueva fake news y pensar en qué comemos. En casa decidimos no caer en la fiebre de hacer fila en los almacenes, y así terminamos haciendo pan casero el jueves por la tarde.

Las imágenes se suceden sin pausa. La mujer de Piñera, Cecilia Morel, reconoce que es verdad el audio que circula y donde ella dice que lo que sucede en el país es como una invasión alienígena. Cada noche, en Plaza Ñuñoa, desafían el toque de queda cantando uno de los himnos de esta semana: "El derecho de vivir en paz", de Víctor Jara. Cada despacho de la televisión, alguien toma el micrófono del notero para pedir que muestren las imágenes de abusos y torturas militares. Un jefe de la aviación hace un llamado, desde Antofagasta, para "que no panda el cúnico" en la ciudad. Hablo con un par de radios argentinas, pero les aclaro que no les podré aclarar nada, porque no se entiende bien lo que pasa. El miércoles por la tarde salimos a marchar, aprovechando que la manifestación pasa por Apoquindo, a dos cuadras de nuestro departamento, en una comuna poco habituada a manifestaciones y donde el día antes habían avanzado tanques con militares de verdad y fusiles apuntando a vecinos que golpeaban cacerolas y francotiradores con cabezas de protestantes en la mira. Acompañamos la protesta por un nuevo Chile un par de cuadras, porque no es fácil caminar mucho con una panza de más de siete meses. Alcanzamos a hacer una foto, porque queremos contarle a nuestra hija que ella estuvo ahí.

Fuera de las discusiones en los medios, con expertos y analistas express, en el mundo privado también ha sido una semana de cambios: me ha tocado ver gente que discute y se sale de grupos de WhatsApp, entornos familiares y de amigos que replican el cambio. Y no parece menor. Este nuevo Chile, que marchó con el #PiñeraRenuncia, traerá también un nuevo paisaje en las relaciones íntimas.

El aluvión

Ohhh, Chile Despertóooo. Despertóooo, despertóoo, Chile despertóoo. La gente grita alegre, protagonista de su marcha. Me quedo parado a un costado de la avenida Providencia, a la altura de Condell, y pasan y pasan los marchantes, con carteles ingeniosos, con disfraces, con amigos y hermanos y primos y compañeras de trabajo, golpeando ollas, sartenes, pailas. No se detienen. Trato de registrar en mi memoria cada cara, cada gesto, pero es imposible. El aluvión de personas emociona: y hace una semana, hace justo una semana, estábamos cerrando un viernes como cualquiera, como todos, un viernes para olvidar la semana. Y, sin embargo, a los tres o cuatro días de eso, había detenidos que eran torturados "crucificándolos" en la antena de una comisaría de Peñalolén.

Nadie vio venir todo lo que ha sucedido, pero era obvio que iba a pasar. En el país líder del ranking contra la corrupción de América Latina, hay 140 chilenos que concentran casi el 20% de la riqueza del país. Y los grandes corruptos, empresarios acusados de evasión o de colusión, pagan sus faltas con multas bajísimas o yendo a la universidad a clases de ética. Los niveles de desigualdad, gritan los marchantes de esta tarde, no son sólo económicos. Aunque el gobierno sólo anuncie paquetes en esa dirección.

La última vez que estuve en una marcha fue en mi adolescencia, para el plebiscito de 1988: cuando ganó el NO a Pinochet. Recuerdo que esos años, en el Cine Arte Alameda, el mas cercano a Plaza Italia, estaban dando la película El gran dictador, de Chaplin. Esta semana que Chile exploto, ahí estaban proyectando Joker.

Han pasado 31 años, y en la marcha veo jóvenes como el que fui, empujando un carro en el que creen. Nadie sabe lo que va a pasar después de esta semana, y de eso estamos todos seguros. Pero, posiblemente, con los años, algunos pondrán en duda la magnitud y los beneficios de estos cambios conseguidos. Otros, tal vez, culparán para siempre a esta semana en la que la se desnudó una estructura abusiva, un modelo desigual que nos convirtió en el país ejemplo de América Latina.

Un grupo, cerca del pequeño obelisco de Plaza Italia, canta el otro himno de la revuelta: "El baile de los que sobran", de Jorge González, de Los Prisioneros. Pero hoy no es una noche más de caminar, como dice la canción. Quiero registrar cada detalle de lo que está pasa, una crónica de esta semana interminable en el que ha cambiado la historia de Chile. Dando paso a una nueva, en el país que nacerá mi hija.

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29 de octubre de 2019
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Una religión para los freelance

 

El Congreso de Periodismo Digital de Huesca cumplió 20 años, y me invitaron a dar una charla sobre viajes, periodismo y freelance. Fue la ocasión ideal para hacer la primera presentación en Europa de la Religión Portátil.  

Después de Huesca, la religión de los freelance será presentada en otras ciudades de España. Además, tendrá dos actividades oficiales en Francia. 

Al finalizar mi presentación en Huesca bajé del escenario, me quité el micro, y bajé unas escaleras del centro de convenciones. Ahí se me acercó un freelance de Aragón. Me dijo que había perdido la fe en el periodismo y en los Medios, y que necesitaba recuperar esa creencia. Me lo dijo afligido. La crisis del periodismo, de los medios y de los freelance, parece estar recién comenzando. 

 

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18 de marzo de 2019
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Comprando un Dios

Comprar un dios en la India, fundar una religión en Nueva York y hacer una iglesia para terminar un libro. De eso se trata el proyecto en el que estoy trabajando en el Center for Religion and Media, de la Universidad de Nueva York (NYU). Y de eso conversamos en la entrevista que me hicieron en Los Ángeles Review of Books (LARB).

  

Juan Pablo Meneses, escritor chileno de no ficción, hizo recientemente algo que muchos podrían encontrar extraño: se compró un dios. Su propio dios. Y ahora, está construyendo una iglesia para ese dios. Pronto, tal vez, el dios también tendrá su propia congregación de creyentes.

Mientras tanto, Meneses está escribiendo sobre todo eso. El libro, que está escribiendo en Nueva York, será el tercero de una trilogía que él llama "Periodismo Cash". Una forma de narrativa que buscan disminuir la distancia entre el autor y el lector, porque, como él dice, todos los habitantes de las sociedades de consumo entienden bien la experiencia de comprar.  

Así parte la entrevista.

Se puede leer completa aquí 👉 http://bit.ly/2zbzARo

 

 

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26 de diciembre de 2017
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Meneses, el candidato que saluda

Irrumpió en la carrera presidencial hace pocos días. Su campaña está centrada en saludar "como nadie lo ha hecho nunca antes" a la comunidad latina. Juan Pablo Meneses habla aquí, por primera vez, de su candidatura a presidente del País Portátil en las elecciones del próximo 8 de noviembre.

 

-¿Por qué ser candidato a la presidencia?

- En estas elecciones todos saben que será clave el factor hispano, y por eso los otros candidatos están apostando fuerte a saludar a la comunidad latina. Hay muchas señales. Uno viajó a México a saludarlos en persona, y otra eligió de candidato a vicepresidente a alguien que saluda con "un poquitou" de español. Ninguno gasta tiempo en propuestas muy concretas a favor de los hispanos, ni en políticas claras en beneficio de esta comunidad cada vez más grande, ni en frenar graves abusos migratorios que siguen hasta ahora. Los candidatos parecen estar convencidos que, para ganar el voto latino, basta con saludar a la comunidad hispana. Y, a la hora de saludar, creo que tengo una ventaja sobre ellos.

 

-¿Cómo es eso?

-Porque siempre he saludado muy bien. Desde muy chico que he sentido esa necesidad de saludar, y hacer gestos. Y lo hago de distintas formas. Quienes me voten deben estar confiado que no me cansaré de saludarlos, y prometo hacerle gestos a la comunidad latina como nunca antes fue saludada. Con fuerza, con optimismo, con entusiasmo y de forma innovadora.

 

-Que los candidatos a la presidencia del País Portátil saluden a la comunidad latina no es algo nuevo, aunque en esta elección parece ser más clave que nunca. ¿Por qué piensas que un saludo o un gesto vale más que un programa de propuestas más concretos?

-Creo que es porque los latinos han tenido el saludo muy postergados en el País Portátil. No siempre reciben un "good morning" amable en la mañana, ni cierran la jornada con un amigable "good night". Y eso no puede seguir pasando, eso lo debemos cambiar. Todos los candidatos parecen de acuerdo en eso, si algo necesitan los hispanos de este país es recibir saludos y gestos. Y no sólo durante la campaña.

 

-No es fácil que gane las próximas elecciones ¿Con qué resultado se sentiría satisfecho?

-Será una pelea difícil, pero uno no se mete en esto para dar peleas fáciles. Cada vez que un medio de comunicación diga que tal o cuál candidato "saludó a la comunidad latina", cada vez que un periódico o un canal de TV o una radio informe que tal o cuál candidato "hizo un gesto a los hispanos", habremos ganado un voto. Porque, y lo repito con entusiasmo, haremos todo lo posible para saludar y hacer gestos como nunca antes lo vieron los latinos del País Portátil. 

 

 

 

Entrevista aparecida en el diario El Portátil  

 

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9 de septiembre de 2016
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Saludando al votante latino

Como nunca, en esta campaña electoral todos están saludando a los hispanos. Quién mejor los salude, dicen los expertos, será el ganador. El voto de la comunidad latina será clave en las elecciones del próximo 8 de noviembre, y por eso no importan las propuestas electorales a favor de los latinos, las políticas de beneficios a la postergada comunidad hispana, ni mejorar las leyes de inmigración: el ganador será quien mejor salude.
Esa es una de las razones por las que acepté mi candidatura a presidente del País Portátil. Estoy convencido que, con la ayuda y apoyo de ustedes, puedo saludar mejor que nadie al electorado latino. Saludarlos con ganas, con pasión, con ímpetu, con mano en alto y dedos firmes. 
Es un secreto a voces, en la trastienda de esta campaña, que los candidatos y sus equipos electorales creen que la comunidad latina queda feliz y agradecida con un gesto. Por eso, y tomándome muy en serio esta campaña presidencial, en estos días he iniciado una gira por distintos estados del País Portátil saludando a la comunidad latina. Prometo hacer mi mejor esfuerzo y saludarlos como nadie lo hizo antes. En estas horas tengo mi mano en estricto reposo, para seguir agitandola frente a la comunidad latina con más energía y con esa esperanza gigante de que recibir un buen saludo es suficiente para tener un futuro mejor.
Y no lo olvides: cada vez que escuches o leas en los medios que un candidato a la presidencia hizo un saludo o un gesto a los hispanos, esta candidatura tendrá un voto más. Y así sumaremos, uno a uno, porque saludaremos como nadie. 
 
 
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6 de septiembre de 2016
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Métanse el estadio en la raja

Originalmente, éste texto se iba a llamar "Métanse el estadio en el orto". Pero como ahora estamos en la presentación del libro "Una granada para River Plate", y esa expresión es muy argentina, y en esta historia los argentinos son los de River, las gallinas -más gallinas que nunca-, los mismo que compraron al árbitro Robas en el partido con la U el 96 y le habrían regalado una casa en Punta del Este para que no cobrara el penal más grande de la historia y, además, son los  argentinos los que mandaron a la policía bonaerense a que le pegara, nos pegara, a los hinchas de la U, entonces, he preferido llamar este texto "Métanse el estadio en la raja", que si bien significa lo mismo, es más chileno.

 

Hace un par de días subí a Instagram una foto donde yo estaba con la camiseta de Universidad de Chile, la de TELMEX, jugando un partido de futbolito con chinos y japoneses y gringos, en el óvalo de la Universidad de Stanford. Fue un partido entre aficionados, en la previa a este viaje a Chile al lanzamiento del libro. Un amigo de Universidad Católica me dejó el siguiente comentario, debajo de la foto: "El nuevo estadio de la U?"

 

En un momento pensé responderle, métete el estadio en la raja. Pero, terminé escribiendo una respuesta distinta. "Ese drama pequeño burgués del estadio, amigo @alvaroperaltasainz, afecta al chuncho nuevo. Yo soy de la vieja escuela, como lo digo en Una granada para River Plate."

 

La respuesta, no me terminó por convencer, aunque se quedó pegada en la red. Desde entonces, hace un par de días, el tema me siguió dando vuelta ¿Desde cuándo a los hinchas de universidad de chile se nos molesta tan insistentemente con que no tenemos estadio propio? No es desde hace tanto tiempo, es algo nuevo y, seguramente, como pasa con todas las bromas pesadas, comenzó a crecer en la medida que algún hincha de la U eso le empezó a afectar, y se calentó con la broma, y se picó de no tener estadio, y de ahí las campañas por el estadio de la U y toda esa canción que se viene repitiendo hace tantos tiempos, tantos años, tantos proyectos de estadio, tanta de esa frustración que nos han inventado hasta que parezca real.

 

Si esa broma mala y torpe y superficial y arribista y capitalista y pequeño burguesa, de burlarse de alguien por no tener casa propia, ha crecido, se ha instalado, es por culpa de nosotros, amigos azules. De nosotros, que no hemos sido capaces de levantar la voz, fuerte y clara, clara y convencida, convencida y definitiva para decir: No queremos el puto estadio. No nos interesa tener un solo estadio.

 

Yo soy de la U, por eso no quiero el estadio.

 

El día que la U tenga su estadio propio, prometo no ir nunca a ver jugar el equipo. Nunca jamás.

 

El día que se lance una nueva campaña para juntar fondos para ese estadio (vengo de una familia donde alguna vez compró un disco pro fondos para un estadio que se llamaría "La caldera azul" y cuyos fierros seguirían tirados en una aduana del norte), prometo hacer una convocatoria inversa, con amigos que se sumen a la causa, para impedir a como de lugar hacer el estadio.

 

El estadio propio será el fin, amigos. Será la última palada de tierra. Que más falta para que se destruya completamente al equipo del ballet azul y de los 25 años sin campeonato ¿Un estadio? ¿Qué es eso de amargarse por no tener estadio?

 

El estadio propio, que nunca será propio, que será de Azul Azul o de alguna otra empresa concesionaria, y de nadie más, terminará quitándole el único espacio de libertad real, genuina, que va quedando de Universidad de Chile, de la U, de mi equipo, del equipo de mis amigos.

 

El estadio propio es una trampa, en la que nos han hecho caer, en la que nos quieren encasillar, con la que nos quieren hacer ver igual al resto, en la que dejaremos de ponerlos nerviosos. Se ponen nerviosos que seamos un equipo sin estadio. El estadio será la jaula final para domesticar al romántico viajero. Métanse el estadio en la raja.

 

Cuando me dijeron que si el óvalo de Stanford era el nuevo estadio de la U, quizás la respuesta más acertada, más sincera, más real, debió ser: Sí, obvio. Y el estadio ahora está en Palo Alto, cada vez que juego una pichanga con gente que no sabe ni qué es Colo Colo ni Católica ni que, esos dos instituciones, tienen más hinchas de sus estadios que de sus equipos. Y sí, el estadio estuvo en Buenos Aires, donde jugaba con la camiseta de la U en el Parque Centenario y me sentía local si pasaba un chileno que me saludaba o puteaba. Y el estadio de la U fue el de River Plate, con un gallinero mudo, cuando nos pegaron y llegamos con una granada de mano para matar gallinas. Y el estadio de la U fue el de Quilmes, cuando casi me linchan junto a mi hermano Rafael por celebrar el gol del Colocho Irutta, en medio de la platea de Quilmes. Y el estadio de la U fue el de Lanús, donde perdimos cuatro cero y en la previa hice un extraño intercambio de banderín y del libro "Niño futbolistas" con el presidente de Lanús en la mitad de cancha. Y el estadio de la U fue una playa de Barcelona y el campamento minero de El Salvador y fue el sur de Chile, cuando veía desde el tren del presidente Kennedy a niños con la camiseta de la U jugando en canchas de tierra. Y lo veo en Facebook, hinchas convierten en estadio de la U un estadio de béisbol a donde llegan con su hijo con la camiseta azul, o la embajada de Ecuador con el cónsul con la camiseta de Salas, o un bar de España, o una marcha de protesta en Antofagasta, o Valparaíso, o la Patagonia. Muchas veces he visto como toda la Patogonia se transforma en el estadio de Universidad de Chile.

 

Y el estadio de la U, esta noche, es la librería Lolita. Es esta librería, es aquí, es ahora, donde se está leyendo esto por el estadio que no tenemos, por el no-estadio, nuestro no-estadio, que nos une, que nos da un espíritu libre, que no tenemos dónde llegar, que no tenemos dónde dormir, que somos desarraigados. Y el no-estadio de la U es la vida de hotel. Es nuestro sello. Es nuestra alma. Es lo que nos marca algo que no podemos perder. Es eso que algunos con estadio propio llaman, Identidad.

 

No queremos estadio.

No necesitamos estadio.

No me enoja que jodan con el chiste del estadio.

 

Mírenlos. Están tan atrapados en sus estadios. Están tan encerrados y tan aislados en sus pequeños estadios. Se sienten tan protegidos del planeta en esos fortificados estadios. Le tienen tanto miedo a ser románticos viajeros que aman esas pesadas anclas que ellos llaman estadio propio. Por eso les molestamos. Por eso nos temen. Por eso quieren que seamos como ellos. Por eso no descansarán hasta empujarnos a esa desgracia, a esa chatura, a esa vida plana de tener como objetivo la casa propia de la cual no salir jamás.

 

La U ha tenido varios intentos del estadio propio. A la institución le han robado terrenos, se ha estafado al club por todos lados, se nos ha engañado. En el ultimo tiempo, además de los hincha de la heladera de San Carlos y los hinchas del Estadio de Pinochet, han sido los dirigentes de Azul Azul los que han vuelto con la canción del estadio. Generando, incubando, una ansiedad de retail por la casa propia. Aumentando esa falsa expectativa con la idea de ser ellos, ellos mismos, los que vengan a darnos una solución a este grave problema que ellos nos han convencido que tenemos. Quieren, hacernos un estadio que será de ellos, para convencernos que eso nos pondrá contentos a nosotros.

 

NO al estadio.

NO al estadio.

NO al estadio.

 

El 2014 se me acercó un alumno en la Universidad de Chile. Ya llevaba varios años haciendo clases en la Escuela de Periodismo de la Chile. Me dijo que se estaba formando un grupo de alumnos, de académicos, de funcionarios, que querían comenzar a pensar el futuro de la U, del equipo, de la institución, y me invitaba a participar. Al final, como pasa siempre, el proyecto no avanzó mucho y, hasta ahora, no tengo noticias de ellos. Pero me parece que es hora de hacer algo en serio. Desde hoy. Desde aquí. Desde este estadio, nuestro estadio.

 

La Universidad de Chile, de donde partió el equipo y a la que le han enajenado todo lo que han podido, hoy juega en el Estadio Nacional. Suena lógico, si tienen el mismo origen: el Estado. Por el Estadio Nacional y por la Universidad de Chile ha pasado la historia del país, las luces, las sombras, las buenas épocas y las horas oscuras. El Estadio Nacional es nuestra casa y, pese a que por muchos años fui un fanático del Santa Laura, me he terminado convenciendo que el Nacional, es un buen sitio para estar por mientras. Es, el mejor lugar para estar por mientras.

 

Para jugar, por mientras llega ese estadio que nunca llegará. Por mientras se construye ese estadio que nunca se construirá, que nunca dejaremos que se construya. Para estar por mientras nunca se levanta esa jaula que nunca nos cortará las alas, y que nunca nos va a encasillar.

 

Fuimos locales en el gallinero mas grande del mundo, hace 20 años. De eso trata "Una granada para River Plate". De transmitir este espíritu por el equipo. Y somos locales hoy. Seremos locales siempre que tengamos nuestro no-estadio. Cada partido, cada día, cada momento en que gocemos el orgullo de tener estadio.

 

Digámoslo fuerte.

Digámoslo con orgullo azul.

Digámoslo con la fuerza necesaria para que se entienda.

 

NO AL ESTADIO

NO AL ESTADIO

NO AL ESTADIO.

 

 

*Texto leído en el lanzamiento del libro "Una granada para River Plate", en la librería Lolita de Santiago de Chile. 19 de agosto de 2016  

 

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22 de agosto de 2016
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Periodismo karaoke

La letra va apareciendo escrita en la pantalla del televisor y, del otro lado, una persona la va replicando. Esto no ocurre en un bar, donde con cerveza en mano podemos cantar canciones de desamor. Ni en un cumpleaños o fiesta, donde alguien llegó con un parlante y micrófono, y todos coreamos viejos clásicos hasta el amanecer. Esto, sin que muchos lo sepan, está pasando en las redacciones. Todo el tiempo, todos los días y en todo el mundo. Bienvenidos al periodismo karaoke.

El periodismo karaoke no es propiedad de un determinado medio, ciudad o país. Se ha expandido por el mundo como la nueva era en el oficio de informar. Grandes consorcios y pequeños medios independientes, por un segundo olvidan sus diferencias y se juntan en la misma actividad: dedos en el teclado, ojos en la pantalla del televisor, y comenzar a replican en mi pantalla lo que el canal de noticias, local o internacional, transmite.

Es probable que el periodismo karaoke tenga, precisamente, su origen ahí: en los canales de 24 horas de noticias. Sin que nadie lo supiera, esas frecuencias terminaron siendo consumidas básicamente por periodísticas en horas de trabajo. Y a diferencia de la radio, donde se suele hablar muy rápido y no hay imágenes (y ya sabemos cuánto valen), acá llegaron los imágenes y las letras a pie de pantalla con buenos resumenes. Que mejor, si de paso ahorramos en tiempo y gastos. ¡Que empiece la diversión! 

El periodista karaoke suele ser buena persona. De cierto modo, todos hemos hecho o terminaremos haciendo periodismo karaoke. Para eso, claro, hay que tener una actitud alegre, simpática, festiva. Pasa lo mismo que con el otro karaoke, el de las letras de las canciones y la música: no todos tienen el desplante para cantar. Ni a todos les divierte por igual. La virtud del periodismo karaoke es que unifica la pauta. Todos sabemos que, en ese mismo instante, toda nuestra competencia está cantando en sus redacciones las mismas noticias que nosotros. En el periodismo deportivo, posiblemente, es donde se haga más y mejor periodismo karaoke. Pero, me dicen que en política y en internacional, hay verdaderos artistas de esta modalidad. Algunos, de hecho, cantan igualito a los enviados especiales a las guerras.

¿Cuál es el futuro del periodismo karaoke? ¿Cuál es el futuro del periodista karaoke? Por ahora, no parece haber respuesta clara. Es interesante, eso sí, ver que ni los sitios web de noticias ni el vértigo de de las redes sociales han podido, hasta ahora, con esta modalidad tan en auge. Y si bien es imposible saber qué ocurrirá mañana, sí podemos saber que ocurrirá esta noche después del trabajo: es probable que al final de su larga jornada de karaoke, el periodista deje la redacción, entre a un bar, pida una cerveza o una piscola o un ron, y elija algo para cantar. Si la canción seleccionada es "Karaoke", de Gustavo Cerati, entonces ahí cantará con toda su emoción: "Ahora tienes tu propio show, como un rey vengador".        

 

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9 de agosto de 2016
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La realidad de Pokémon Go

 
¡Tiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii! El bocinazo del auto que acaba de frenar bruscamente casi me rompe el oído. Y es como si me despertara. Recién ahora, después de salvarme por pocos centímetros de ser atropellado, es que entiendo que algo anda mal. O, mejor dicho, algo está funcionando diferente a como eran las cosas, y mi vida, antes de Pokémon Go.

Jamás habría cruzado una calle sin, al menos, mirar a ambos lados. La pareja que va arriba del Chrysler gris me hace gestos que parecen insultos. Por el lado mío caminan más peatones, pero nadie se detiene en la escena del frenazo, porque ellos van mirando sus propios teléfonos, buscando sus propios animales para atrapar o un gimnasio para combatir. Van, vamos, viviendo esta nueva vida que pasa en la realidad aumentada de las pantallas.

Todo esto ocurre en Kearny Street, llegando a Pacific Avenue, en San Francisco, California. Llevo un par de días dentro de la aplicación de la que todos hablan (especialmente los que nunca han jugado, y que se niegan a hacerlo), en la ciudad ícono de Pokémon Go. Aquí, en el lugar donde hace cuatro días se autoconvocaron nueve mil personas para jugar todos juntos. Y donde la policía sacó un manual especial para evitar accidentes. Y donde están las oficinas de Niantic, la empresa que inventó el juego. Y donde vive John Hanke, el creador de la aplicación y que a sus 49 años cambió el perfil del emprendedor digital. Aquí, en California, una vez más.

Desde que se lanzó oficialmente, el 6 de julio de 2016, el mundo no para de hablar de esta fiebre. Soy uno de los 21 millones de usuarios que, en estas dos semanas, bajamos la aplicación solo en Estados Unidos. Y he visto cómo, para tantas personas, la violencia racial en Dallas, los ataques terroristas en Europa, los últimos discursos de Trump, o las convenciones demócratas y republicanas, solo son parte de las últimas semanas en el juego más intrascendente y aburrido: la vida real.

No hay que ser William Burroughs para entender que la evasión es parte importante del sistema. Y que cada modelo genera su propia fuga. Es, por eso mismo, que siempre nos pueden atropellar. Con esto no quiero justificarme, pero el momento del bocinazo me pilla siendo uno de los pocos millones de usuarios que ya hemos llegado al nivel 9, muy cerca de pasar al 10. Y en la esquina de Kearny Street y Pacific Avenue, en el barrio chino de San Francisco, hay muchas pokebolas para conseguir y pokemones para atrapar y gimnasios para combatir.

Por eso iba tan concentrado caminando en esa dirección. Aunque también debo aclarar que, en la realidad-realidad, en esa esquina solo hay tránsito, turistas, comida china y una vista impactante del edificio Pirámide Transamérica. Nada más. Todo lo otro, las pokebolas, los pokemones, las pokeparadas y los gimnasios solo los podía ver yo, desde mi teléfono. Desde mi punto de vista.

-¡Pokemon Go! ¡Pókemon go! -me grita el chofer del Chrysler como un insulto. Y mientras le pido disculpas con gestos, siento que nunca me va a entender.

De pronto me parece que el mundo se ha dividido entre los que vamos o no caminando dentro de una pantalla.

 

-o- 

 

La primera vez que atrapas un pokemón sientes una sensación que nunca más volverás a sentir. Y, sin embargo, la seguirás buscando siempre. Cuando me cruzo con alguien que no ha probado el juego, envidio que todavía no haya vivido esa primera vez. Ese instante en que todo se vuelve tan raro, y donde sientes que todo está cambiado. Y para siempre.

Hasta antes de que me encargaran jugar Pokémon Go para este reportaje, no me había llamado la atención la aplicación. Tampoco la serie animada, que entiendo tiene generaciones enteras de seguidores y cuyo nombre se armó con un hibrido inglés entre pocket ("bolsillo") y monster ("monstruo"). Ni siquiera sospechaba, como ahora lo sé, que mucha gente que camina a mi alrededor mirando el teléfono lo hace cazando criaturas de una realidad paralela.

No te vayas a enviciar. Eso me dijeron varias personas distintas, cuando comenté que tenía que entrar al juego para escribir una historia. No te vayas a enviciar, me repitieron.

Antes de jugar, hay que bajar la aplicación. En mi caso, no resultó sencillo, porque si bien estoy viviendo en Estados Unidos, mi teléfono seguía teniendo la facturación en Chile. Es decir, para el sistema, seguía viviendo en Santiago y no tenía disponible la app.

Cambiar la facturación es algo fácil, te dicen todos, pero ciertamente no lo es. Tuve que entrar a unos tutoriales de YouTube, equivocarme un par de veces, antes de poner todos los datos de mi casa en Palo Alto. Algunos de los críticos del juego reclaman que la aplicación te pide demasiada información personal, y puede ser cierto. Aunque no más de la que ya te pidió Apple, Facebook o Google. Nuestros datos hace tiempo que perdieron su mayor valor: ser nuestros.

Cuando se abre el programa por primera vez, aparece una advertencia que es necesario aprobar. "Recuerda que debes estar alerta en todo momento. Presta atención a tus alrededores". Y aunque uno diga que vale, que está de acuerdo, lo olvidas al segundo. La ansiedad te empuja. Solo volverás a acordarte de los riesgos cuando estén a punto de atropellarte.

-¡Hola! Soy el profesor Willow.

El profesor Willow es un dibujo de un científico loco que te da la bienvenida. Y sigue.

-¿Sabías que este mundo está habitado por criaturas llamadas pokemones? Se pueden encontrar pokemones en todas partes.

Las letras van apareciendo a lo ancho de la pantalla.

-Algunos corren por el campo, otros vuelan por el cielo, algunos viven en la montaña, otros en el bosque y otros, cerca del agua... He pasado toda mi vida estudiándolos y analizando su distribución geográfica. ¡Genial! ¡Estaba buscando a alguien como tú para que me ayudara! Ahora elige el estilo que quieres para tu aventura.

Esa es la declaración de principios del juego.

De ahí tienes que elegir un color de ropa: selecciono el rojo que viene por defecto.

Después te pide que te inventes un nombre: JuanPokemon está ocupado. JuanPokemono está ocupado. CazaPokemonos está libre.

Ya tengo mi ropa, mi nombre y he sido recibido por el profesor Willow. Ahora la pantalla me dice: "¡Usa tu cámara para encontrar Pokémon en el mundo real". Habilito la cámara, y ya está todo listo. Ahora, hay que empezar a caminar.

En un segundo la pantalla me advierte que hay un pokemón a dos metros de la puerta de mi casa. Salgo a buscarlo, sin dejar de mirar la pantalla, y en ese momento ocurre por primera vez. Sobre un matorral, al que apunto con mi celular, aparece un pokemón. Es naranjo y amarillo y se llama Charmander. Si miro por el lado de la pantalla, no veo nada. Si miro por la pantalla, Charmander está saltando. Es muy raro. Es como una vida paralela. Le tiro una bola y lo atrapa al segundo intento.

Desde esa vez, esa parte de la casa pasó a ser el lugar donde conseguí mi primer pokemón virtual. Nadie más lo entenderá.

 

-o- 

 

La única vez que había atrapado a un pokemón de la vida real fue a Karol Dance, el rey de los pokemones. Fue hace cuatro años cuando Karol entró a mi -entonces- oficina, sin saber que le ofrecería escribir. Y aunque en un momento lo dudó, porque no tenía experiencia, salió convencido de que podía hacer una columna semanal en el diario hoyxhoy. Al principio hubo críticas ("¡Qué columna más pokemona!", era la más repetida), pero la sección se impuso y se mantiene hasta hoy.

Atrapar pokemones en la realidad aumentada es distinto. No es necesario convencer a nadie, y la pantalla te va diciendo adónde está el próximo destino. Eso me pasó después de atrapar a Charmander, uno de los 151 pokemones de la primera temporada. La pantalla me dijo que a media cuadra de la casa, en la Rohr Chabad House, había una pokeparada. Al pasar recibí cuatro pokebolas. La mayoría de los vecinos no entiende qué hace esa gente pasando por ahí mirando el celular tantas veces al día.

Esa primera tarde caminé buscando monstruos de bolsillo hasta que se hizo de noche. Ya estaba completamente oscuro cuando entré a buscar pokeparadas en Stanford. La universidad estaba vacía, salvo por los estudiantes que viven adentro. Y ahí, en mitad de esa oscuridad silente en modo Stephen King, fue que por primera vez vi a uno, y luego a otro, y tres más. Personas caminando como zombis, en mitad de esa negrura, con la cara iluminada por la pantalla. Estudiantes de Stanford siguiendo, por distintos caminos, una nueva pokeparada o un gimnasio donde pelear.

-¿Buscas lo mismo que yo?

-Sí.

-Allá hay un gimnasio, y hace poco me dijeron que cerca de la rotonda está lleno de pokemones.

-Por acá por Escondido también encontré varias pokeparadas.

Dentro de los defensores, dicen que jugar Pokémon Go ayuda a la gente con depresión, a hacer amigos y conocer nuevas personas. Finalmente, siempre llegamos a la misma historia: pertenecer.

Dentro del mundo real, Chile tiene el récord de ser el único país del mundo con una tribu urbana llamada "Los pokemones". Si bien la serie se estrenó por primera vez en 1997, en Japón, por el 2000 apareció un grupo de jóvenes que se vestían con colores y peinados raros, que no tomaban alcohol, y que mezclaban la música del reggaetón y la cumbia. El castillo de esta generación fue el programa Yingo. Y el rey de los pokemones, Karol Dance.

 

-o- 

 

Cazar pokemones en San Francisco son palabras mayores. O, por lo menos, así se siente cuando uno se baja del tren y ya ve a muchos jugadores compulsivos que vienen de ciudades vecinas a darse una sobredosis de cacería. No te vayas a enviciar.

En el centro de la ciudad la realidad paralela se nota a simple vista. Una vez que uno forma parte del universo de Pokémon Go, se desarrolla una suerte de antena para detectar a otros jugadores. Y ahora es más fácil detectarlos, porque muchos llevan un cargador externo para la batería del teléfono.

El gran peligro de este juego no es, como dice la policía de San Francisco, que te atropellen o te asalten o te entre un virus al teléfono. El gran peligro para los jugadores es quedarte sin batería, porque la energía del celular se consume muy rápido. Y cuando se acaba hay abstinencia. Si haces una jornada larga, de cuatro horas caminando (en las cuales puedes subir tres niveles sin problema), no alcanza ni siquiera el cargador extra. Por eso es común ver en los Starbucks a gente que se toma un café largo para cargar baterías y seguir cazando. Cuando los enchufes del café están llenos, cosa que ocurre con frecuencia, se puede hacer una fila por energía o caminar hasta el próximo enchufe disponible.

Las oficinas de Niantic están en el 2 de la calle Bryan, casi abajo del Puente de la Bahía, a pocas cuadras del puerto de San Francisco. El edificio es blanco, bajo, moderno y con varias oficinas. Es una empresa pequeña para los estándares de Silicon Valley y apenas ocupa las oficinas del segundo piso.

La entrada está cerrada con seguridad inteligente y hay cámaras que bordean todo el edificio. Entrar es imposible y, desde el boom del juego, la seguridad ha aumentado. Las entrevistas individuales con Hanke están suspendidas, y solo se le puede escuchar en conferencias abiertas, como el último domingo, en San Diego. Ahí, el creador del juego fue la estrella de la Comic-Con en esa ciudad. Fue recibido entre vivas y aplausos por los asistentes, y aprovechó de anunciar en una breve conferencia de prensa que el juego no tiene desarrollado ni 10 por ciento, y que habrá Pokémon Go para varios años más.

Pese al anonimato del edificio donde funciona Niantic, en la puerta hay un pequeño grupo de fans que se divierten en lo que todos nos divertimos: cazando pokemones. Pero, esta vez, adquiere un gusto especial, porque los atrapamos en el edificio donde se inventó la aplicación. Estamos mezclando las dos realidades.

Caminar por San Francisco atrapando estos monstruos de bolsillo tiene esa particularidad. Por ejemplo, guardé el pantallazo cuando mi teléfono dice que mi primera victoria en un gimnasio fue en el que queda en las oficinas de Firefox. O cuando te cuentan que el 20 de julio pasado se reunieron nueve mil personas convocadas espontáneamente por Facebook para jugar juntos. O cuando pude pasar al nivel 5, en plena Market Avenue, estaba en la misma esquina donde grababan una nueva serie para Netflix con un equipo de tres personas.

Al llegar al nivel 5, que permite entrar a los gimnasios, debes elegir uno de tres equipos. Yo me sumé al equipo azul. Según algunos comentaristas de juegos, si ya pasaste al nivel 5 y entraste en los gimnasios, estás atrapado por la aplicación. No te vayas a enviciar.

No puedes jugar arriba del auto o del tren, porque el GPS se bloquea si pasas los 30 kilómetros por hora. Puedes hacerlo arriba de una bicicleta, aunque ahí el riesgo de accidente aumenta. O en skate, como en un video viral donde se ve cómo la policía de Miami detiene a un jugador de Pokémon que iba muy rápido arriba de su tabla.

Hay quienes prefieren ir de cacería con audífonos, aunque a las pocas horas corres el riesgo de sentir la música del juego en tu cabeza sin parar. Monotemática. Y quizá la sigas oyendo aun cuando hayas apagado el teléfono y estés intentando dormir.

La idea que John Hanke repite es que el juego es para caminar y conocer gente. Y lo dice sin estridencias. Por algo el creador del juego no es el típico niño genio que triunfó en Silicon Valley, y eso también es una particularidad de esta historia.

Hanke tiene 49 años, en los 80 era un nerd, durante el primer boom de las punto-com dejó su trabajo para hacer un MBA en la Universidad de Berkeley. El 2005, desarrolló Google Earth, se casó, tuvo tres hijos, llegaba a su oficina en San Francisco en bicicleta. El 2010, creó Niantic, que no era la primera empresa que armaba. Entre diciembre de 2015 y febrero de 2016, con las primeras maquetas del juego, consiguió que Google, Nintendo y Pokémon pusieran 25 millones de dólares en el desarrollo del juego. Formó un equipo de cuarenta personas, a las que entrevistó personalmente. La primera semana de julio lanzó Pokémon Go en Estados Unidos, Nueva Zelandia y Australia. El resto es historia que el mundo no para de contar.

Ha declarado que estaba seguro de que al juego le iría bien, y que armaron una estructura para el éxito, pero que jamás pensaron que el furor sería tanto. Quizá no calculó la cantidad de consumidores de evasión que estaban esperando una nueva dosis. Hanke lo plantea de otra manera. Su argumento es que, desde ahora, dejamos de ser receptores pasivos para ser los protagonistas de un mundo híbrido entre la realidad y el plano virtual. Donde "la diversión consiste en salir de casa".

Pero las noticias no se detienen, y cada día hay nuevas. Ya se sabe que no se podrá cazar estas criaturas en sitios como el campo de concentración de Auschwitz en Polonia, el United States Holocaust Memorial Museum en Washington y el National September 11 Memorial en Nueva York. También se sabe que hay millones en juego, que se han disparado los valores de Nintendo, de Niantic, de Pokémon. Que hay accidentes, robos y todo tipo de noticias que se multiplican velozmente, porque generan tráfico.

Al cierre de esta historia, Pokémon Go todavía no llegaba oficialmente a Chile. Mi teléfono me anunciaba que había llegado al nivel 11 y tres personas me preguntaban si en estos cuatro días de jugar ya me había enviciado.

Al finalizar este encargo como Caza-Pokemonos, me enfrento a la pregunta que estos cuatro días no me quise hacer. ¿Seguiré jugando después de haber terminado esta historia?

Creo que lo decidiré mañana, cuando despierte de esta realidad.

 
 
 
 
 
Publcado en la revista SÁBADO. 
 
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3 de agosto de 2016
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Un maestro del "periodismo portátil"

 

Es tan actual. Viajar, escribir historias por el mundo y publicarlas en diferentes medios de distintos países. Entender que una redacción también puede estar en los hoteles, en los puertos, en las terminales. Acumular timbres en el pasaporte, en busca de descifrar tu pequeña aldea. Saber que la crónica es también un oficio físico, que requiere moverse, cargar maletas, esperar, caminar por horas y llegar lejos. Amar hasta fracasar, como en su famoso cuento.

Es tan actual que muchos jóvenes sueñan con vivir ese periodismo hoy. La tecnología digital ha sido la ganzúa para abrir y masificar la aventura de cruzar fronteras y publicar internacionalmente. Pero Rubén Darío lo hizo hace más de un siglo, cuando Internet no era ni una idea. Fue el primer hipster latinoamericano.

Es un legado que merece más atención. Más allá de sus libros clásicos, de sus poemas obligatorios y de su busto en el panteón del modernismo de América latina, hizo literatura con su propia vida. Antes que todos, y sin Wi-Fi ni teléfonos con cámaras ni cuentas bancarias en línea ni amigos de Facebook en cada puerto, entendió que un periodista podía vivir de contarlo.

Rubén Darío, el poeta que inventó la nueva crónica latinoamericana
Cien años antes del boom de la crónica latinoamericana, él ya las hacía y las publicaba en diferentes países. No publicó libros de cómo debíamos escribirlas, pero en su recorrido abrió un camino. O una tradición.

De ahí vienen España contemporánea (1901), que son sus crónicas en la península. Peregrinaciones (1901), con sus periplos por Italia y Francia. El viaje a Nicaragua e Intermezzo tropical (1907), el emotivo testamento de un escritor errante.

Tomás Eloy Martínez solía poner a Rubén Darío en un tridente clave, anterior e influyente del Nuevo Periodismo de Estados Unidos, junto a José Martí y Manuel Gutiérrez Nájera. Lo volvió a repetir en Santiago de Chile en 2004, en un taller del que me tocó ser relator.

Tomás Eloy debe ser el último cronista latinoamericano que sentía el deber de saldar la deuda con el nicaragüense. Con este autor que llevó a la práctica esto de sobrevivir escribiendo historias por el mundo, y que a mí me gusta llamar "periodismo portátil".

 

 

 

Publicado en el diario La Nación de Buenos Aires 

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15 de febrero de 2016
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Macri, uno en dos

Argentina tiene nuevo presidente. Mauricio Macri asume en diciembre, aunque la historia partió mucho antes. El 05 de agosto de 2006, cuando todavía era presidente de Boca y recién iniciaba una carrera política, lo entrevisté para la revista Sábado de Chile. Muchas cosas que ahora pasan, ya se podían adelantar hace nueve años. Por ejemplo, que un bostero K lo desprecie como político pero que lo añore como ex presidente de Boca. Y viceversa.   
 
 
 
 
 
 
MAURICIO MACRI, UNO EN DOS 
08/08/2006 

Es necesario advertirlo: hay un Macri-versión-fútbol y un Macri-versión-política. Son dos, y entre ambos compiten palmo a palmo por quién aparece más en los medios. A veces es la semana del político o, como ahora que Boca está cambiando de entrenador, sobresale claramente el dirigente deportivo. Cuando pido esta entrevista, su vocero me pregunta con cuál de los dos quiero hablar. "Entonces deberás ir cambiando de cassette", responde riendo, cuando le explico que me interesan los dos.

No sólo él se sorprende de que quiera hablar de ambos temas con la misma persona. Toda Argentina ya se ha acostumbrado a esta extraña dualidad: el mismo porteño que insulta la pantalla del televisión por la declaración del Macri presidente de Boca, en la tarde aplaude la vehemente conferencia del Macri diputado por el Pro (Propuesta Republicana, una plataforma electoral que creó el año pasado). O, al revés: el que un jueves acusa a Macri de ser el candidato de la derecha económica, el fin de semana, en La Bombonera, aplaude la arriesgada apuesta del presidente al comprar a determinado jugador. Más que dos en uno. Uno en dos.

Hoy es jueves a mediodía en el centro de Buenos Aires y la ciudad ha amanecido empapelada con bromas futbolísticas. El archi rival de Boca, River Plate, anoche fue eliminado escandalosamente de la Copa Libertadores. Las oficinas de Mauricio Macri-político están cerca de la Avenida 9 de Julio. Apenas hay un policía a media cuadra y un hombre de seguridad en la puerta. Casi nada, pensando que el año 1991 Macri fue secuestrado, igual que su hermana lo fue hace dos años. Por cierto, los negocios del grupo Macri ­liderado por su padre­ están dentro de los diez más importantes de su país.

A la hora indicada se aparece Mauricio Macri. Tiene un bigotito cortado milimétricamente, ojos muy celestes, 47 años, tres hijos, un reciente divorcio que saltó por las portadas y un futuro político que nadie se atreve a vaticinar. Saluda fuerte y mirando frontalmente a los ojos, un saludo entrenado, y que posiblemente aprendió en la Universidad de Pennsylvania, donde en 1995 estudió Executive Communication Private. Diez años antes había hecho un postgrado de empresas en Columbia, en Nueva York. Y antes se había recibido de ingeniero civil en la Universidad Católica de Buenos Aires.

Hola, buenos días. ¿Todo bien? ­pregunta, y cierra un ojo. El ojo derecho lo mantendrá cerrado casi toda la entrevista. Lo ha cerrado, porque en la sala hay mucho sol. "Siempre le pasa. Tiene los ojos tan claros que le molesta la luz del sol", me había advertido uno de sus asistentes.

Parto hablándole al Macri-versión-fútbol. Me soplaron que es el que tiene mejor humor.

-Imagino que está contento por la derrota de River, anoche.

-Claro. ¿Viste lo que fue eso?- ­responde con sonrisa larga, y comenta alguna de las bromas que han aparecido en la ciudad. En los suplementos deportivos se dice que, muchas veces, es el propio Macri quien inventa los chistes contra los rivales.

Basta decirle cinco palabras para que, automáticamente, salga adelante el Macri-versión-política. Y ahí el humor es otro:

-¿Cómo está la Argentina hoy?

Frunce el ceño, se acomoda la corbata, y responde:

-Está mucho mejor que hace cuatro años, en términos de recuperación económica, de disminución de la pobreza y de desempleo. Pero esto se debe al fuerte crecimiento económico del mundo y a una devaluación interna que nos permitió solucionar algunos problemas internos de costos. Sin embargo, esta mejora no significa que hayamos solucionado nuestros problemas de fondo. Si uno compara, en el mismo período, los indicadores de Chile y de Brasil, por ejemplo, han mejorado más que los de Argentina. En términos de calidad institucional, de cantidad de las exportaciones, creo que acá todavía quedan muchos desafíos pendientes.

-¿Como cuáles?

-La inseguridad, por ejemplo. El tema de la inseguridad es dramático. En eso hemos retrocedido. El gobierno ha sido un fracaso en términos de seguridad.

-Recuerdo que en 2002 la inseguridad, de alguna manera, se explicaba por la profunda crisis económica de Argentina, ¿cómo se entendería hoy?

-Se acabó la teoría ésa. Aquí se bajó el desempleo, se bajó la pobreza, y aumentó la inseguridad. Y, bueno, eso pasa porque la inseguridad no se explica exclusivamente por la pobreza. Hay factores de riesgo que si no se les controla, devienen en desastres. El aumento del consumo de droga, en este caso del paco (pasta base), la permanente desvalorización de las fuerzas policiales, la irresponsabilidad del sistema judicial en el tratamiento de los presos, la falta de un Estado que prevenga trabajando en la urbanización de villas y de becas para los estudiantes. Todo eso hace que la inseguridad hoy esté peor que antes.

-Hace bastante que la inseguridad urbana viene siendo el tema de Latinoamérica. Pese a lo cuel, igual crece. ¿Tiene alguna propuesta concreta?

-Sí, sí, es muy simple. Y los países que han tenido resultados positivos lo han hecho. Y eso es aumentar los presupuestos de seguridad, equipar mejor la policía, pagarle mejor, entrenarse mejor. Tecnología para adelantarse al delito hoy es muy importante. Segundo, trabajar con la justicia para darle mayor celeridad. Los juicios sumarísimos para aquellos que han sido agarrados in fraganti, y el trabajo en cárceles para una mejor readaptación. Y después, bueno, toda la lucha al narcotráfico que implica muchísimo en el aumento a la violencia en los robos. Y, por último, un Estado activo, que eso Chile lo ha logrado, urbanizando, asegurándose que el Estado esté presente en todos los lugares. No como pasa en Capital Federal y en la provincia de Buenos Aires, donde hay lugares que el Estado no entra. La policía no se anima a entrar. Eso en Chile no pasa.

 

Mauricio Macri suele apoyarse en el ejemplo de Chile para sus argumentos. Y no sólo para esta entrevista. En la pasada campaña a diputado por Buenos Aires, donde venció al candidato oficial que apoyó fuerte Kirchner, eran frecuentes sus alusiones a nuestro país. Si bien en el gobierno lo suelen emparentar con Menem, Macri dice: "El tiempo de él ya pasó. La historia juzgará qué cosas hizo bien y qué hizo mal. Tuvo errores imperdonables, porque en el momento que Argentina estaba para dar el salto, el personalismo de él y los altos niveles de corrupción impidieron que se consolidara el proceso de modernización".

-¿Tiene alguna opinión del gobierno de Bachelet?

-No, muy poco. Me sorprendieron los cambios. No sé qué habrá pasado. Igual, yo soy un admirador de la política chilena.

-¿Y del tema del gas?

-A mí me gustaría lograr una integración energética con Chile. Creo que la Argentina tiene más gas. En el sur tenemos más gas. Lo que falta son reglas del juego estables. Con un marco regulatorio estable la Argentina tiene gas para abastecer el mercado interno nuestro, y el mercado chileno.

-En Chile cuesta entender que no se respeten los acuerdos.

-Bueno, el gobierno de Kirchner no entiende los acuerdos. No cree en la estabilidad de las reglas del juego. Es un gobierno que cree que la concentración del poder en una sola persona es la única solución que tiene el país. Yo creo precisamente lo contrario. En lo que ha hecho Chile, que apuesta a la división de los poderes y a las reglas del juego permanentes.

 

Hace un par de años que Macri está en la carrera presidencial. Su siguiente paso sería cuando se postule a jefe de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires. Pero antes de ser alcalde, algunos analistas no desestiman que vaya directo a las presidenciales de 2007. Él lo descarta por ahora.

-A veces da la idea que en algunos países de América Latina es cómodo ser oposición, y se está conforme con eso.

-No, en mi caso de ninguna manera cómodo. Yo no tengo vocación testimonial. Tengo vocación de gobernar. Tengo buenos equipos, de hombres y mujeres que saben cómo resolver los problemas de la gente.

 

Aunque a pocos les haga interferencia, silenciosamente y sin pausa, hace mucho rato que varios candidatos de la derecha latinoamericana están usando los gobiernos de la Concertación chilena como el ejemplo a seguir. Macri explica el porqué le gustaría imitar nuestro modelo:

-Chile hizo cosas muy importantes. Primero, construir sobre lo que habían dejado los anteriores. Y no creyendo que siempre el que llega comienza todo desde cero. Ese es un gran mal de la Argentina. Segundo, hay un fuerte respeto, y una convivencia y una tolerancia. Finalmente, se ha moderando el discurso de todas las propuestas. Es cierto que con Piñera hubieran estado mejor, pero básicamente los programas de gobierno son muy parecidos. Chile ha madurado, y sus diferencias son las mismas que tienen los republicanos y demócratas en Estados Unidos.

 

Boca y Colo Colo

-Ya que menciona a Sebastián Piñera, ¿supo que ahora está en Colo Colo?

La sonrisa anuncia que la palabra la toma el Macri-versión-fútbol:

-Sí, ahora está ahí. Me gustaría hacer una integración entre ambos equipos. Tengo una buena relación con Sebastián, un tipo muy capaz.

-Piñera se acercó a Colo Colo después de postular a la Presidencia. Su caso es a la inversa.

-Yo soy fanático del futbol y de Boca desde chiquito y siempre había soñado ser presidente de Boca. Era algo que tenía como el sueño de muchos años y después, bueno, dado el nivel de exposición mediática que uno tiene en el fútbol, ahí comencé a recibir ofertas para participar en política, que rechacé, porque quería terminar el proceso en Boca. Hasta que finalmente me decidí a participar.

-¿Qué le aportó el fútbol?

-Es un antes y un después en mi vida. Lo que uno vive en un equipo popular, como Boca, es como estar conectado a 220, es un enchufe todo el día. Es una locura de emociones, de vibraciones, de amarguras, de alegrías. Y arrancamos con un club muy popular, pero que había perdido un poco la identidad, la mística. Yo tenía una estrategia de desarrollo futbolístico, y eso fue lo que pusimos, un buen equipo de hombres. Modernizamos la imagen. Lo insertamos en el mundo. Y ganamos 14 títulos en 10 años. Y lo hicimos rompiendo el mito de que el que sale campeón se funó: hemos aumentado 12 veces nuestro patrimonio.

 

A diferencia del Macri-versión-política, que se apoya en el modelo chileno, el Macri-versión-fútbol se sabe que es él el modelo a exportar. Así lo asume, y da recetas.

-¿Cuál es el consejo que le daría a Piñera para la administración de Colo Colo?

-Que apueste a las inferiores, y que apueste a un proceso de tres o cuatro años para reinstalar a Colo Colo dentro de los equipos más importantes de Latinoamérica. Que no quiera hacer todo en un año, porque ahí vuelve a la salida como en el Juego de la Oca.

-¿Un equipo popular acerca al servicio público?

-Seguramente yo tenía alguna semillita, pero claramente al estar con Boca eso se agigantó. Boca, como todos los equipos populares, también es un servicio público. Pero va separado de la política.

-Alguna vez se propuso hacer un Mundial Argentina con Chile...

-Sí, yo lo propuse. Que reemplazáramos a Brasil el 2014, si Brasil no está en condiciones. Un Mundial ayuda a poner el país en la vidriera, con la cantidad de horas previas a los partidos que transmite la televisión mundial. Hoy conocemos todas las ciudades de Alemania, antes no conocíamos nada. Es una oportunidad de mostrarte como país, como sociedad. Atraer más inversiones, meter tus productos. Es muy importante para el país.

-¿Qué le pareció Argentina en Alemania?

-Quedé con un sabor amargo, porque creo que era el único equipo que tenía tres delanteros diferentes. Faltó convicción para salir a ganar. No hicimos un mal Mundial, pero eso que se percibía que éramos superiores a Alemania no lo pudimos mostrar en el campo de juego.

-¿Hay algún jugador chileno que le interese para Boca?, ¿recuerda que Salas primero venía a Boca?

-Claro, vino a Boca, entrenó, y después se fue para River. Es un grano que tengo en mi historia. De ahora, me habría gustado Valdivia, pero se fue a Brasil. Pero no olvido lo de Salas. Pasó que había mucha interna en nuestra comisión directiva. Se habían comprado muchos jugadores. Se le echó la culpa a Bilardo, pero no fue culpa de él, sino que de una interna nuestra. Y que deseo olvidar.

 

Al despedirnos, Mauricio Macri da la mano, palmotea el hombro y me dice: "Ojalá te salga linda la nota". Y aunque en un principio dudo, creo saber cuál de los dos Macri fue el del saludo final.

 

 
 
 
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23 de noviembre de 2015
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