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Escrito por

Juan Pablo Meneses

Juan Pablo Meneses (Santiago de Chile, 1969). Escritor, cronista y periodismo portátil. Es autor de los libros Equipaje de mano (Planeta 2003); Sexo y poder (Planeta 2004); La vida de una vaca (Planeta/Seix Barral 2008, finalista Premio Crónicas Seix Barral); Crónicas Argentinas (Norma 2009) y Hotel España (Norma 2009  / Iberoamericana / Vervuert 2010), distinguida por el Consorcio Camino del Cid como uno de los ocho mejores libros de literatura de viajes publicados en España el 2010. Sus crónicas se han publicado en 25 países y traducido a cinco idiomas. Ha sido columnista y bloguero en medios como Clarín (Argentina), SoHo (Colombia), El Mercurio (Chile), Etiqueta Negra (Perú), Glamour (México) y Clubcultura (España). Estudió periodismo en la Universidad Diego Portales y en la Universitat Autónoma de Barcelona, y fue relator del taller de Tomás Eloy Martínez en la Fundación Nuevo Periodismo que preside Gabriel García Márquez. El 2006, la Asociación de Prensa de Aragón publicó un libro que transcribe su taller de periodismo portátil. Ha sido cronista invitado en universidades de América Latina y España, entre ellas la UNAM de México, la Complutense de Madrid y la Universidad de Chile. Fundó la Escuela de Periodismo Portátil, con alumnos conectados desde más de 20 países y que organiza, junto a la Universidad de Guadalajara, el "Premio Las Nuevas Plumas" de crónicas inéditas y en español.

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Brasil no es para principiantes

Brasil es el mejor lugar común que nos hemos inventado. Hasta allá viajamos, o queremos ir, buscando playas y cuerpos y relajo y baile y fútbol y comida y alegría, toda la alegría.

No existen muchos, nacidos fuera de este país, que hablen mal de la tierra de Pelé, Senna, Xuxa, Roberto Carlos y Jorge Amado. Es nuestro propio sinónimo de paraíso, el más grande del planeta y donde ahora, además, se jugará un Mundial de Fútbol. Alegría al cuadrado.

El primer choque llega cuando aterrizas.

Si es en Sao Paulo, te sale a recibir una mole de cemento sin garotas en bikini y un tránsito más lento que una pesadilla. Una megalópolis con tanta cantidad de helicópteros como Nueva York y Tokio, que te recuerda que más allá de la postal de relajo, esto es una de las grandes economías del mundo.

Si entras por Río de Janeiro, descubres que hasta la pobreza puede ser una puesta en escena. Las favelas convertidas en un entretenido city-tour. Como escribió Cabrera Infante, más que una realidad Río es una promesa. Un encantador espejismo del que disfrutamos escapando de lo que no queremos ver.

Si llegas a Natal, bien al norte, donde comenzó la conquista del país por parte de los portugueses, podrás cruzarte con restos de las bases aéreas que usó Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial. Brasil de combate.

Si apareces en Salvador de Bahía, la Roma negra, te hablarán de brujerías mientras te recuerdan el día que se paralizó todo Pelourinho para grabar un videoclip de Michael Jackson. O si es Porto Alegre, la zona gaúcha del sur, te recibe el mito que ahí se refugió Josef Mengele y otros jerarcas nazis. Y está el Amazonas, zona en que conviven tribus que todavía no conocen la civilización con retroexcavadoras y sierras eléctricas que van talando bosques por minuto.

Pero uno vuelve. Siempre.

No hay vez que haya viajado a Brasil que no saliera del país prometiendo regresar pronto. En la medida que uno se sale de la postal, y avanza por su territorio tumbando mito tras mito, comienza una nueva relación con el territorio. Una más intensa, más profunda, más violenta, más eterna. Como bien dijo Tom Jobim, el autor de la música de "La chica de Ipanema", Brasil no es para principiantes.
El país con los niños futbolistas más caros del mundo. Con más agua dulce, más católicos y más cesáreas del planeta. Un territorio cuyos habitantes son los que más tiempo pasan conectados a internet, que más siguen al Chavo del 8 y que más campeonatos del mundo de fútbol han conquistado.

Brasil tan áspero y caliente, como lo definió Roberto Arlt. El país donde casi compré un jugador de fútbol y me subí a un Fórmula 1 en Interlagos y bailé en un Sambodromo y visité una ciudad llena de gemelos y donde una mosca se me metió en la oreja y terminé en la urgencia de un hospital público lleno de policías con metralletas y camillas llevando cuerpos con balas adentro. Ah, y se me olvidaba, donde también estuve en playas perfectas y comí tantos peixes como pude y bebí tanta cerveza y jugo de coco y caipirinhas y caipiroshkas y vi tantos cuerpos perfectamente imperfectos y goce ser parte del lugar común, de la postal. El país que a partir de ahora ocupará toda nuestra agenda hasta empalagarnos. El territorio que nos inventamos y por el que, finalmente, sentimos tanto amor.

Aunque como dijo Jorge Amado, el escritor brasileño más famoso de la historia, el amor es lo mejor y al mismo tiempo lo peor del mundo. Incluso con Brasil.
 

 

 

publicado en la revista Domingo de El Mercurio

 



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22 de mayo de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El secreto de Pellegrini

La frase que me dice Manuel Pellegrini me deja mudo. Para algunos, la oración es el mejor resumen de su camino al éxito. Para otros, una clara señal de los malos días que está viviendo el ingeniero en Argentina. La frase, que resultará clave para entender esta historia, me la dice por teléfono desde su departamento de Barrio Norte, donde vive y pasa la mayor parte del tiempo solo. La frase es la siguiente: "En estos momentos no estoy hablando".

Cuando alguien te habla para decirte que en esos momentos no está hablando, puede sonar surrealista. Una voz grave y profunda te habla para decirte que no lo está haciendo. Es gracioso. Después de eso entiendes que en la jerga futbolera cuando alguien dice "no estoy hablando", quiere decir, con esas tres palabras, algo así como: "no estoy dando entrevistas porque ustedes, los periodistas, me tergiversan todo lo que digo y ahora mi cargo pende de un hilo y estoy en una crisis terrible que, hablando con algún medio, sólo se puede agravar". Así está viviendo el presente Manuel Pellegrini.

Ahora son las cinco de la tarde del jueves y voy arriba de un auto del diario Clarín de Buenos Aires. El que maneja es un chofer de bigote canoso y anteojos negros estilo CQC. A su lado va sentado Maximiliano Llorens, periodista deportivo de Clarín que lleva cinco años cubriendo River Plate. Vamos camino al predio de Ezeiza, en las afueras de la ciudad, donde suele entrenar el equipo millonario del fútbol argentino. En el trayecto pasamos por barrios marginales. Casi todos los niños que vagan cerca de la autopista llevan camisetas de Boca.

Pellegrini es un caballero. Es un señor. Eso no lo discute nadie¬ dice Llorens. El presidente del club apostó por él por su seriedad. Cuando Ramón Díaz era entrenador de River llegaba todas las semanas con una Mercedes Benz nueva. Hacía apuestas de 15 mil dólares en los programas de televisión. Siempre andaba vestido de Versace o marcas de ese tipo. Cuando salía campeón, "el pelado" Díaz compraba una camioneta 4x4 y la rifaba entre los jugadores. Aguilar, el presidente, quería cambiar ese perfil. Por eso llega Pellegrini a River. Viene a cambiar el estilo. Él es más sencillo. No se viste con ropa de modistos, pero siempre anda impecable. Y tiene un Renault Laguna, nada más.

 

-o-

 

Para muchos argentinos, el gran legado cultural de la época de Menem fue la fastuosidad del mal gusto.  La avalancha de aquel nuevorriquismo de la década de los noventa también había llegado al señorial Club Atlético River Plate. El derrumbe del menemismo fue la ocasión para ordenar la casa. Manuel Pellegrini, un chileno serio, callado y muy profesional, parecía el interventor más indicado para darle seriedad a la institución. Su bajo perfil era el perfil ideal.

Durante el entrenamiento Manuel Pellegrini habla poco y grita a los jugadores reproches del tipo "Vamos, vamos, hay que meterla adentro, llevas cuatro mano a mano con el arquero" o "no te quedes atrás para recibirla, ya te lo dije varias veces". Nunca un insulto. Nada de garabatos. Eso llama la atención casi tanto como la manera compulsiva en que mira su reloj. Mira tanto su reloj que parece que quiere que el tiempo pase rápido, que se acabe rápido el entrenamiento. Y no sólo eso, que también se acabe rápido el campeonato, y que se acabe rápido este contrato que lo tiene recibiendo críticas e insultos todo el día.

A los veinte minutos exactos toca el pito para terminar de jugar. Ni un segundo más. Por eso siempre está mirando la hora, porque calcula hasta los segundos precisos de la práctica -dice un reportero de Fox Sport que viene todos los días a los entrenamientos.

Al término de la práctica Manuel Pellegrini camina solo, de un lado a otro de la cancha, tan solo como debe hacerlo en su departamento: sus tres hijos viven en Santiago y su mujer, Carmen Gloria Pucci, viene a visitarlo a Buenos Aires sólo algunos fines de semana. Piensa mucho, dicen algunos. Piensa demasiado, dicen otros. Todos los reporteros saben que ahora el ingeniero "no está hablando", pero todos también saben que aunque hable nunca dirá mucho. Hernán Castillo, el otro periodista de Clarín encargado de escribir de River, dice:

-Yo te puedo decir de memoria todo lo que va a hablar. Casi siempre dice lo mismo.

Hay otros que van más lejos, y aseguran que Pellegrini nunca en su vida ha hablado. Y le reprochan que sus frases son tan medidas como los cálculos que sacó durante ocho años para obtener su título de Ingeniero Civil en la Católica.

No deja de ser interesante ver al exitoso entrenador caminando en silencio por la cancha, vestido con pantalones cortos, con las medias abajo, con zapatos de fútbol y pasto en las rodillas. Su apariencia tiene todos los ingredientes para ser el cuerpo de un niño que acaba de volver, cansado, de jugar una partido con los amigos del barrio. Pero, sin embargo, es el cuerpo bien cuidado de alguien que el pasado 16 de septiembre cumplió cincuenta años y que dirige uno de los equipos grandes del fútbol sudamericano. Ésa es, de seguro, la gran gracia de Pellegrini. Estar, a esta edad, a esta altura de la vida, ganando un gran sueldo por estar vestido con pantalones y haciendo lo que le gusta. Lo que le ha gustado de siempre. Desde niño, cuando en su familia Pellegrini Ripamonti miraban con horror su obsesión por el fútbol. Pese a que nunca tuvo muchas condiciones, sus cálculos lo tienen aquí. En la cima. Algunos dicen que por pensar mucho. Otros, por hablar poco. Casi nada.

 

-o- 

 

Al terminar el entrenamiento y mientras los periodistas se lanzan sobre Marcelo Salas y Marcelo "el muñeco" Gallardo, dos estrellas que dan noticia y que salen juntos del camarín, Pellegrini aprovecha la situación para evitar el acoso de la prensa. Bien pensado, como siempre, se escabulle sin que se note. Antes de que se suba a su Renault me acerco y, sin pregunta de por medio, me dice "disculpa, pero ahora no. Mañana hablo", y otra vez me la hace. Otra vez me habla, pero ahora para decirme que mañana habla.

Y mañana es hoy. Y hoy ya es viernes. Y esta vez el entrenamiento es en el estadio de River, en el barrio de Núñez, una buena zona residencial donde no hay villas miserias, así que ahora son muchos menos los niños con camisetas de Boca y, en cambio, hay muchos que andan en buenas bicicletas con la franja roja en el pecho y el nombre de Salas en la espalda.

 

-o-

 

El domingo es el partido contra Chacaritas, el equipo que preside el senador Luis Barrionuevo, un nefasto caudillo peronista que en medio del colapso financiero del país dijo (y en serio) que "para solucionar los problemas económicos de la Argentina tenemos que dejar de robar dos años".

El fútbol y la política siempre han ido demasiado de la mano en Argentina. Cuando se le ha preguntado a Pellegrini por la situación sociopolítica de Argentina, ha dicho telegráficamente: "Este es un país muy grande, que estoy seguro saldrá adelante en el corto plazo".

A un costado de la cancha está Jorge Ghiso, un ex futbolista que tuvo su paso por Chile jugando por la U y que ahora trabaja en River.

 

-¿Cómo ha visto a Manuel?

-Bien, Manuel está siempre igual. Lo conozco hace 28 años, y no cambió. Manuel tiene la virtud de mantenerse siempre igual.

-Pero eso es un defecto, no una virtud.

-Y, bueno, no es demostrativo. Puede ser. Hay personas que son así, y hay otras que no son así. Yo no soy así, y no lo voy a hacer nunca. Pero no quiere decir que una cosa sea buena o mala. Las virtudes de Manuel son enormes.

-¿Cuáles?

-Manuel es un tipo muy centrado, muy inteligente. Sabe a dónde va. Y creo que tiene sus pensamientos claros. Yo siempre le dije: vos te encerrás en tu casa y pensás, y seguro vas a encontrar la forma de salir. Y ésas son las cosas que lo llevaron a dirigir en Argentina, y a dirigir en primera y en una institución como ésta.

 

Pero no todo lo que toca Manuel Pellegrini se transforma en algo que repite Manuel-es-un-tipo-serio-y-profesional. Pasó con Ángel Comizzo, un histórico arquero de River Plate que se fue del equipo por líos con el ingeniero.

Pellegrini nunca dice las cosas de frente y uno nunca sabe realmente lo que piensa- declara a los cuatro puntos cardinales el actual golero del modesto Club Atlético Rafaela-. Te dice cosas que después no cumple. Le faltan pantalones, y la manera de armar sus equipos no me gusta. Me gusta el fútbol ofensivo. Él no quiere ganar, nunca va hacia delante. No habla de frente.

La crisis sin retorno de Pellegrini en River Plate se agudizó el 9 de noviembre pasado, tras perder con Boca Juniors de local. El resultado fue 0 a 2, y el juego de los millonarios estuvo muy cerquita del fiasco. Casi nadie recuerda otro clásico donde la hinchada de River pifiara a su propio equipo delante de la barra de Boca.

-Fue una tarde para olvidar, como es para olvidar a este técnico. Estamos muy lejos de los punteros y aunque ganemos la Sudamericana, se tiene que ir. Que se vaya a Chile, con la Bolocco, y no vuelva más ¬dice Manuel Bermúdez, un socio de River que lleva 25 años yendo a la cancha.

El escritor argentino Martín Caparrós es un reconocido hincha de Boca Juniors y recuerda el partido con el sabor dulce de ganar en el Monumental de River. Pero Caparrós, famoso también por sus análisis de la realidad argentina, se agarra su bigote largo y rememora algo que le llamó la atención aquella tarde.

-Lo de Pellegrini fue increíble. River había perdido con Boca, en su estadio, dos a cero, con toda la gente en contra. Afuera estaban los hinchas pidiendo que se fuera, estaba con todos los periodistas encima, y Pellegrini dijo que había que tener tranquilidad y que todavía van a venir más derrotas. ¡Nunca vi a alguien decir eso! Era como "Sangre, sudor y lágrimas", pero Churchill por último hacía la arenga como un sacrificio por futuras victorias. Pellegrini nada. Sólo dijo que vendrían nuevas derrotas.

 

Según un periodista de Olé, en la lógica del entrenador funciona perfecto esto de reconocer futuras derrotas. "Porque él nunca pierde; entonces si llega a quedar eliminado de todo va a decir, yo lo dije. Si te fijás, y revisás sus declaraciones, él siempre tiene todo pensado para no perder. No tiene autocrítica".

Y Pellegrini habla. Pero dice poco. Su voz es gastada y su tono monocorde. Las frases que suelta son: "Parece que lo de River es todo un desastre, y no es tan así". "Si no gano la Sudamericana, creo que voy a renunciar". "La prioridad de todo es jugar bien". "Estoy tranquilo, con la tranquilidad de un trabajo serio". Cuando uno lo escucha, fácilmente se lo puede imaginar caminando por su departamento y pensando por semanas cada respuesta. Jamás un exabrupto. Nunca una declaración polémica.

Pellegrini tiene un sitio web, www.manuelpellegrini.com, donde uno puede ver la manera en que él se vende. Y lo hace, ante todo, como un profesional. Eso es lo que también le compró Cuprum, la AFP que lo auspicia (como pocos técnicos a nivel sudamericano) con un millonario contrato personal. En su página, Pellegrini invita a los hinchas de River a que vean sus estadísticas y les pide que escriban comentarios en el foro. Entrar al foro de la web, hoy en día, es entrar a leer todo tipo de insultos y donde se pueden rescatar muy pocas frases sin garabatos, como "chileno, no podés ser el técnico de River, amargo sos un técnico frío, andáte...". Pero Manuel sigue su camino. Imperturbable. "Siempre sabe dónde va", como dijo Ghiso. El ingeniero de la Católica, el padre ejemplar, el hijo modelo, el de buena familia y mejor pinta, el delfín de Fernando Riera, el técnico profesional, el caballero, el de perfil bajo, tiene su propia receta. Su estilo.

Mientras escribo esto, Pellegrini todavía no se juega el paso a la final de la copa. Cuando salga publicado el artículo ya sabremos si el ingeniero sigue un poco más en River o se va del cuadro millonario de Argentina. Por ahora, mientras lo miro, ninguno de los dos sabemos el resultado. Quizás, tampoco importe demasiado.

 

 

 

Publicado en Revista Sábado de El Mercurio, 5 diciembre 2003.

 



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12 de mayo de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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¿Cayó la maquinaria perfecta?

Esto recién empieza.El terremoto causado por el castigo de la FIFA al Barça por hacer fichajes ilegales con menores de edad es apenas la primera advertencia. No seamos ingenuos: el Barça no es el único equipo que hace estos contratos. Seamos honestos: hace tiempo que la compra y venta de chicos es el negocio de moda en el fútbol. Y ocurre frente a nuestros bigotes. Hace pocos meses, la aparición de El Messi de la nieve o El Messi Mapuche mojó varios metros de prensa en Latinoamérica y España. Se trató de Claudio Ñancufil, un hábil niño de ocho años por el que pelean varios clubes europeos. La noticia era publicada con simpatía. Aunque su caso era aún más extremo. El pase lo había adquirido un fondo de inversionistas españoles, quienes lo intentaban vender al Madrid, al Barça o al que se cruzara con más dinero. Una subasta pública, que a nadie le pareció muy fuera de reglamento.

 

Lo fuerte, lo importante de la sanción de la FIFA es que apunta al Barcelona. En los dos años en los que investigué para mi libro Niños futbolistas, recorrí América Latina buscando un jugador infantil bueno y barato para venderlo caro a España, y rápidamente fui notando que el Barça es la gran aspiradora mundial de piernas de menores. La maquinaría perfecta, la mejor banda caza-talentos en el planeta, siempre innovando en formas de reclutamiento y ganando reputación al mismo tiempo. Casi no hay un chico talentoso en el mundo que no haya sido detectado por ellos. Y todo esto, presumiendo de la más significativa y comercialmente brillante operación de un fichaje infantil: Lionel Messi. Por que, si fichar menores no está bien, la historia de Lionel se cae a pedazos. La Pulga otra vez aparece en el centro de un huracán. Es él, de cierta forma, el gran culpable de esta moda de transar menores: su caso es tan rentable que logró imponer la obsesión mundial de conseguir al nuevo Messi.

 

La FIFA ha querido dar una señal, apuntando a la cabeza del capo mundial. No quisieron partir disparando a dealers de poca monta o clubes de tercera. Directo al pez gordo, que domina el mercado y el tráfico de las promesas infantiles cuando llevaba en su camiseta las siglas UNICEF ¿Qué viene ahora? Si todo de lo que se culpa al Barça se aplica a otras instituciones, es probable que el próximo año estén cerrados los fichajes en medio mundo. Las pérdidas serán millonarias. Los empresarios deportivos, los managers, los agentes y cierta prensa deportiva podrían irse a la ruina. Pero también es probable que no pase nada más. Resulta imposible creer que la FIFA recién se ha dado cuenta de lo que está pasando en el fútbol de hoy. Quizá termine siendo algo más simple. Un coqueto lavado de imagen a 70 días del Mundial de Brasil, el país cuyos menores de edad son los que se venden más caros en Europa.

 

 

Publicado en el diario EL MUNDO de España.

 



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4 de abril de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Navegando con ucranianos

Ucrania nunca ha sido muy independiente. Hace más de 10 años me tocó viajar en un buque escuela de la Armada de Ucrania. La travesía consistía en cruzar el Cabo de Hornos, esos mares con fama de ser los más peligrosos del planeta, navegando exclusivamente a vela.

En el viaje iban jóvenes cadetes y oficiales ucranianos. Pero también, caso raro en un buque-escuela, estaba lleno de turistas (en su mayoría alemanes).

Los primeros días a bordo del Khersones, una fragata de tres mástiles construida en astilleros polacos durante la época de la Unión Soviética, sucedieron apaciblemente. Las comidas eran anunciadas por parlantes con precisión militar: 8:30, 12:30, 16:30, 20:30.

"Este no es un buque de placer. Los peligros de la travesía son infinitos y las medidas de seguridad rigurosas. El racionamiento de agua será estricto", me dijo de entrada el capitán Sukhina, un tipo de 56 años, bigote cano, nacido en Sebastopol.

Explicó que la situación económica de Ucrania no permitía al gobierno de entonces -ni al anterior, ni a todos los que siguieron- financiar viajes de instrucción. "Por eso nos hemos asociado a la empresa alemana Inmaris Perestroika Sailing, quienes han vendido a turistas la mitad del barco", y luego se quedó callado. Como si quisiera llorar o reír. El turismo suele romper la independencia de todo lo que toca. Pero a veces, y eso parecía decir la resignación de Sukhina, puede sacar a flote el barco de un país que nunca tuvo mucha independencia.

A los pocos días de viaje, los roces entre los turistas alemanes y los soldados ucranianos eran cada vez más evidentes. Los primeros, con cámaras ultra modernas y ropa muy térmica, versus unos chicos que pedían dinero en los pasillos y cigarrillos y que se encerraban en la sala de cine para ver conciertos de bandas de rock ruso, como los Agatha Christie. El sueño de los jóvenes se repartían entre irse a Moscú, Berlín, o cualquier ciudad grande de Estados Unidos.

Uno de los oficiales más viejos del barco tenía una foto junto al Che Guevara. El electricista se llamaba Yuri, tenía varios dientes de oro y practicaba conmigo un mal español que iba aprendiendo -durante el viaje- de un viejo libro soviético para quienes viajaban a Cuba. En su camarote tenía fotos de sus hijos: el chico tenía nueve años y estudiaba gimnasia olímpica en Kersh. Su hija tenía ocho años y estudiaba para concertista en piano. Todo parecía demasiado soviético, frente a los alemanes que jugaban Tetrik en sus computadoras portátiles.

Estos días me he acordado de aquel viaje, y de Ucrania, y de los cientos de ucranianos que nos fueron a recibir al puerto de Buenos Aires cuando terminamos la travesía. Yo me bajé en Argentina, y ellos siguieron navegando hasta Europa del Este. No sé cuántos de aquellos cadetes terminaron viviendo en Kiev, o en Moscú, o en Berlín o en Nueva York.

Recuerdo, también, que Yuri me dijo en su mal español que alguna vez quiso ser cosmonauta. Y uso esa palabra, Cosmonauta, una palabra que en el mundo de hoy suena tan extraña como Lenin, proletariado o independencia.

 

 

@menesesportatil 

 



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4 de marzo de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Catadores de axilas

Supe de un escritor que era tan chupamedias de otros escritores, que se le comenzó a llamar "el catador de axilas". Su idea era la de hacer una red de contactos internacionales, con la vieja teoría de que el talento a secas nunca sirve más que la falta de talento pero con amigos. Y así, el catador de axilas literarias siempre se empeñaba en encontrar formidable -y lo publicaba por todos lados- el sudor de los autores que le convenía fueran sus amigos.

Lo que él tal vez no sabe, es que catar axilas es un trabajo rentable, profesional, en el que se juegan millones de dólares cada año.

Antes de que sigas leyendo, suelta todo el aire que tengas en los pulmones, pon la nariz en tu axila y ahora, lentamente, comienza a respirar, a olerte, de a poco y hasta el fondo. Luego, suelta el aire y responde el siguiente cuestionario:

 

-¿Te gustó lo que oliste?
SI__ NO __
-¿Lograste diferenciar algunos aromas?
SI__ NO __
-¿Olerías ahora la axila de tu compañero de oficina o de algún escritor?
SI__ NO __

 

Si tus tres respuestas fueron afirmativas, quiere decir que eres un sniff test en potencia.

Algunos de los mejores sniff test del mundo están en Hamburgo, en Alemania, y su trabajo consiste en oler axilas de muchas personas, de gente que ellos ni conocen, de tipos gordos y flacos y jóvenes y viejos y hombres y mujeres que, como todos, sudan debajo del brazo. Algunos, por cierto, huelen mejor que otros. Otros, esos que levantan las manos y tienen la camisa con una mancha húmeda en la axila, suelen expeler aromas fuertes. Todos, finalmente, son futuros compradores de desodorantes. Y para ofrecernos mejores desodorantes es que los grandes laboratorios contratan a estas narices a prueba de balas. Personas que con su sacrificio, de alguna manera, pretenden salvar a la humanidad. Ellos también están en guerra. Pero su guerra es contra los malos olores axilares. ¿La ganarán?

Maren Meyer tiene 27 años, nació en Hameln, Alemania, es soltera, usa perfume Boss para mujeres y desodorante Nivea. Todo indica que huele bien. Y de eso, Maren sabe: esa es una de las mejores sniff tests de la compañía alemana Beiersdorf, encargada de producir los desodorantes Nivea DEO. Maren se ha ofrecido a hablarme de su trabajo desde el otro lado del mundo. Sus respuestas son escritas en un computador de su laboratorio, en mitad de pabellones que imagino blancos y que huelen a flores y frutos suaves, donde la menor señal de mal olor es aplastada con eficiencia por una brigada antimalos olores que deambula por los pasillos del laboratorio.

Las respuestas las recibo en un cibercafé de la Avenida de Mayo, de Buenos Aires, donde no hay aire acondicionado, el calor aplasta, y entre los clientes de esta tardenoche nos repartimos entre sudamericanos indocumentados, chinos, mochileros gringos y argentinos desempleados, divididos entre los que bajan páginas pornos y los que juegan a balearse on line. Si tuviera que describir el olor de aquí, podría decir que es una mezcla entre camarín, taxi viejo, pescadería, aceite recocido y AguaBrava. No me atrevería a oler ningún sobaco ajeno. Le pregunto a Maren que a qué cree que huelo. Ella prefiere no contestar.

 

-o-

 

Charles Bukowski se lo confesó a la periodista Fernanda Pivano: "Lo que más me gusta es rascarme los sobacos". Y varios de quienes alguna vez estuvieron cerca del autor de El cartero y de La máquina de follar corroboran que uno de los rasgos más llamativos del Bukowski en persona era, precisamente, el penetrante olor a sudor que salía de debajo de sus brazos. Un olor que podía nublarte la vista, si no estás acostumbrado a los aromas fuertes. O que podía reconfortarte, si estás en el bando de quienes luchan por erradicar los componentes químicos sobre el cuerpo.

Desde antes de El perfume es sabido que los olores son claves en la belleza y atractivo de una persona, sin embargo, no hay fechas exactas de cuándo el desodorante se transformó en parte fundamental del equipamiento humano. Algunos historiadores señalan que los hombres del Imperio Romano ya tenían sus propias fórmulas: después de lavarse se ponían debajo de los brazos almohadillas con sustancias aromáticas.

Todo indica que a finales del siglo XIX surgió el desodorante como producto de higiene personal de una mezcla de sulfato de aluminio y potasio. Pero que fue tras la Segunda Guerra Mundial cuando su uso se generalizó prácticamente en todos los países occidentales. La marca Odorono es la que terminó pasando a la historia por lanzar al mercado el primer desodorante, que en un comienzo solo se vendía en farmacias. De eso, hasta la alta tecnología de hoy, ha pasado, literalmente, una vida.

-¿Es diferente el olor de hombres y mujeres? ¿El olor de jóvenes y viejos? ¿El olor de gordos y flacos?
Responde Maren:
-Sí, yo puedo diferenciar a veces el olor de mujeres y hombres, pero no siempre. Los viejos huelen distinto que los jóvenes, pero tu no encuentras diferencias en el olor del sudor. Tengo que decir que no huelo directo en la axila de los voluntarios, solo en la almohadilla que han usado, y yo no sé nada de los voluntarios, si son hombres, mujeres, jóvenes, viejos, flacos o gordos. Ahora bien, si un voluntario bebe mucho alcohol o come ajo, yo puedo oler eso en su sudor.

El proceso de trabajo de una nariz de axilas también es rutinario. Los participantes, cerca de cuarenta al día, llegan al Centro de Voluntarios de Beiersdorf con ganas de sudar. Una vez dentro del laboratorio los conejillos de Indias se ponen una camisa blanca con almohadillas en ambas axilas. Transcurrido un tiempo, vuelven al centro, y sus almohadillas son depositadas en una serie de frascos sin olor. Esas almohadillas húmedas con extracto de vida diaria es la que huelen los sniff tests, que antes han sido entrenados para ordenar varios olores, de más fuerte a más leve. Ninguno de estos "elegidos" fuma, pues los fumadores pierden gran parte de su olfato.

-Algunos olores son muy duros y desagradables -responde Maren, con vocación de estar sacrificándose por el bien de todos. Son indescriptibles pues dan ganas de olvidarlos para siempre.

Algunas veces, para que la transpiración sea más eficiente, a los voluntarios se les mete dentro de unos saunas especialmente fabricados para los ensayos. Nada debe fallar. Porque aunque el sudor humano no huele a nada, al entrar en contacto con las bacterias del exterior es que se descompone, y producen el olor a sobaco del que Bukowski se enorgullecía.

La guerra de las narices a prueba de balas que huelen axilas ajenas no es, por cierto, sólo contra los malos olores. También, contra la competencia: desarrollar un buen desodorante es clave para liderar un mercado que, sólo en Francia (un país con fama de poco desodorante) gasta más de cinco mil millones de dólares en productos para embellecer el olor del cuerpo.

-¿Qué rol ha tenido el olfato en tu vida?
-El rol llegó a ser cada vez más importante porque me entrené en diferentes olores. Desde que uso mi nariz más intensamente conseguí un trabajo de olfateadora.

-o-

Maren me dice que ella no admira a otro tipo de sniffers, "porque me gusta mucho mi trabajo y creo que es interesante ayudar a la investigación y a desarrollar buenos desodorantes". Sin embargo, es posible que ella sepa claramente que está en uno de los últimos peldaños de la escala de catadores humanos.

En esa misma escala donde, claramente, uno de los líderes es Robert Parker Jr, el estadounidense que también es conocido como "La nariz del millón de dólares". Parker es el crítico de vinos más influyente del mundo, y lo que determine su olfato puede cambiar el rumbo del mercado global de mostos.

En un nivel parecido puede situarse a Alberto Morillas, un andaluz que vive en Suiza y que está considerado uno los mejores perfumistas de un planeta lleno de olores diferentes. Morillas se dedica a oler y oler y oler fragancias que le agraden, y con cuyas fragancias termina componiendo nuevos perfumes.

La argentina Inés Bretón está dentro de las top five catadoras de té del mundo. Inés se pasa meses recorriendo Asia en busca de los mejores y más suaves olores con los cuales elabora los blends que vende en Europa, que tiene entre sus clientes al Dalai Lama y que la transformó en una nariz de fama global.

Lejos del glamour de estos sniffers, Maren, nuestra catadora de axilas, se toma el asunto con filosofía y cuando le pregunto qué son los desodorantes para ella, dice con honestidad:
-El desodorante es un producto para cuidar el cuerpo que me da un buen trabajo.

Y aunque el olfato del ser humano es uno de los sentidos menos refinados del reino animal, Maren cuenta que con el tiempo entre sudores su nariz en vez de estropearse se ha afinado.
-Desde que trabajo en esto uso mi nariz más frecuentemente en el supermercado, eligiendo frutas, por ejemplo.

Y a la hora de describir el olor de Hamburgo, dice: "Verde, fresco (por el agua). Algunas veces apestoso (por los autos), algunas veces imposiblemente bueno.

Quizás ninguno de nosotros esté vivo cuando esta guerra contra los malos sudores termine. Posiblemente falta mucho para que los sniff tests logren dar con esa arma secreta, con el desorante ideal que termine venciendo para siempre. Pero mientras eso sucede, las palabras de Maren pueden darnos una pista.
-¿Con qué palabras describirías tu olor preferido, Maren?
-Mi novio después de la ducha, fresco, limpio, masculino.

 

Algún día el escritor catador de axilas logrará esa transparencia.

 

 

 

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7 de febrero de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Contra los safaris

Un chofer de jeep, un guía y un grupo de turistas de la tercera edad que huele a repelente de mosquitos y que cada cinco minutos suelta un gutural: ohhhhh... cada vez que el guía nos grita: ¡miren ahí! Entonces, todos nosotros, como focas amaestradas, giramos la cabeza al animal que se mueve con desgano y que nos mira a nosotros como se miran a los animales de zoológico.

Rápidamente, uno comienza a sentir que todo está más preparado que una mesa de cumpleaños. La comunicación por radio entre los diferentes jeeps es apenas una señal de que la tecnología, en este caso, ayuda muy bien a que nuestro recorrido sea más eficiente.

Tiene cierta lógica: si uno ha pagado miles de dólares en el vuelo de avión y en el hotel y en el recorrido, no puede regresar a casa con las manos vacías.

-¡Ahora vamos a ver el león! ¡Ojalá lo encontremos! -dice un guía en la reserva Masai Mara, en la zona del parque Serengueti de Kenia. Los guías siempre exclaman, como si vivieran obligados a darle un aire de expectación a cualquier frase que sueltan.

El jeep acelera rápido por entre la sabana africana, hasta que al final de la llanura vemos a una decena de jeeps rodeando algo que se mueve, y respira. Ahí está el león, acostado, bostezando a pocos metros, mientras unos cincuenta turistas de todo el primer mundo disparan su cámara con ojo sanguinario.

-¿Y podremos ver peleas entre animales? -pregunta alguien que parece estar buscando fotos para armar su propio especial National Geographic.

Los japoneses en los safaris se reconocen rápido. Llevan guantes blancos y mascarilla y sombreros para el sol, al estilo Michael Jackson. Los gringos también, en su mayoría vienen vestidos estilo Daktari, y sueñan estar reviviendo los días en que Hemingway vivió en Kenia.

Creo que por eso detesto los safaris: rápidamente uno entiende que todo es mentira. Es mentira la sorpresa de nuestro encuentro con los Big Five, como le dicen al avistamiento de los principales animales del lugar. Es mentira la danza tribal que nos ofrecen en la noche, junto a una fogata, porque entre los bailarines vestidos al estilo swahili reconozco a varios camareros del hotel que nos recomiendan el plato de comida a la hora de la cena. Es mentira lo que sucede en los safaris porque hay tantos turistas, que nada puede fallar.

Los safaris, palabra que en swahili significa "viaje", partieron como jornadas de cacería de la realeza europea en tiempos de la colonia. Hoy, los rifles y las escopetas han sido reemplazados por lentes y zooms y focos de cámaras de todos los tamaños. La realeza hoy son más de un millón de visitantes solo en Kenia, en paquetes turísticos que prometen todo tipo de avistamientos. Los animales, sagaces para escapar de la pólvora, hoy engordan a buen ritmo en espera de cumplir su rutina diaria de dejarse inmortalizar por visitantes que han viajado una semana con todo incluido: incluidos ellos mismos.

Todo lo anterior, que en el Masai Mara de Kenia se descubre al primer día, en la reserva privada de Mala Mala, en Sudáfrica, se descubre al primer segundo. Cuando uno ingresa y ve los cables electrificados que la rodean entiende que, por sobre toda las cosas, estamos ingresando a un zoológico grande con animales que parecen sueltos y parecen libres y parecen disfrutar de lo que viven. Igual nos pasa a los visitantes: parece que hacemos lo que queremos, parece que estamos libres, parece que disfrutamos del viaje africano mirando animales.

Finalmente, esa termina siendo la gran miseria del safari. Al final de la jornada, te sientes el más bobo de los animales del planeta. Una especie silvestre que se conforma con tener buenas fotos, antes de volver a casa a seguir viviendo una vida enjaulada.

 

 

Publicado en la revista SoHo

 

 



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22 de enero de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El último niño futbolista

 

Esta mañana tuve una videoconferencia con Holanda. Yo estaba en la sede del Sindicato de Fútbolistas de Chile, en Santiago. Del otro lado, en Ámsterdam, estaban unos directivos de la FifPro (agrupación mundial que reúne a todos los sindicatos de futbolistas profesionales del mundo). Anualmente, la Fifa y la FifPro eligen al ganador del "Balón de oro" como el mejor jugador del mundo.

Me contactaron ellos, interesados en "Niños futbolistas". Ya habían conseguido el libro, y querían que les contara más detalles porque están interesados en los derechos de los jugadores. En la Fifpro, me dijeron, ahora se van a comenzar a preocupar por los traspasos de menores.

Les dije, luego de una pregunta sobre posibles medidas, que no soy legislador, que no puedo proponer soluciones, que mi trabajo terminó en poner sobre la mesa un tema (que tampoco era mío, porque los temas no son de nadie, siempre están ahí).

En un momento, desde las oficinas centrales de la Fifpro me preguntan cómo hacer para detectar estos traspasos precoces. Se me ocurrió responder algo simple:

-Busquen en internet "fichaje de un menor" "Contrataron a un niño". Algo les aparecerá.

Espero haber ayudado en algo a la gente de la FifPro, que se veía preocupada del tema (al punto de mandar a buscar el libro a España y a contactarme para una videoconferencia). Una vez cortada la conversación con Ámsterdam, hice el ejercicio y entré a internet por si había algún fichaje. Para mi sorpresa (aunque tampoco era tan sorpresa), había una noticia fresca: el Real Madrid anunciaba hoy, el mismo día 08 de octubre, el fichaje oficial de un niño japonés de 9 años llamado Takuhiro Nakai y apodado 'Pipi'.

El chico, me enteré despues, deberá viajar pronto a España a iniciar su nueva vida. Ahí comenzará el recorrido que muchos antes ya hicieron, y que están en el libro. Pipí es, hasta ahora, el último caso famoso de un niño futbolista.

 

 

Twitter: @menesesportatil 



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8 de octubre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Síndrome Colombia

Sucedió en Colombia. Había aterrizado en Barranquilla y de ahí fui en taxi hasta Santa Marta. La idea era escribir un artículo sobre la otra Colombia: la de los buenos hoteles, los paisajes de novela, las mujeres costeñas y las playas. Los días pasaban entre viajes en lanchas saltando olas transparentes, bar abierto en un hotel todo incluido, clases de salsa, cubas libres en el bar de Carlos Vives.

Rápidamente me había acostumbrado a los controles militares de la carretera y la narco-leyenda colombiana se reducía a pintorescas mansiones abandonadas donde alguna vez descansaron los capos de algún cartel. Fue ahí cuando conocí el parque Tayrona, con palmeras saliendo del mar tibio y mochileros de todo el mundo que un día llegaron y no se fueron más. La canción de moda era de un joven cantante llamado Juanes, que acababa de sacar su primer disco. A pocos kilómetros estaba Aracataca, el pueblo de García Márquez que se hizo conocido por su nombre falso: Macondo.

Bastaba estirar la mano para coger un jugo de mango o de guayaba. La piscina del hotel era ideal para nadar al atardecer. Me había olvidado de los cientos de cuestionarios aduaneros, donde te preguntaban si algún desconocido te había dado un paquete para llevar. Ni siquiera me inmutaban los guardias armados con metralletas que aparecían tras los matorrales del hotel.

Más me importaba que la temperatura del mar era perfecta y los precios baratos. Los pescados fritos pasaban por la garganta como miel. No era necesario tumbarse en la playa para quedar con la nariz superbronceada. Colombia asomaba como un país formidable, con todo lo necesario para vivir bien. Me lo decían los propios colombianos, amables como pocos, mientras posaban risueños para las fotos. Margarita, la encargada de prensa del hotel, nos contaba muchas historias divertidas y un par de anécdotas tristes. Nos presentó a su hija de 16 que inauguraba piercing en la lengua, nos recomendó un lugar para comprar esmeraldas, y nos advirtió - acertadamente- que terminaríamos volviendo a Colombia. Justo antes de despedirnos, nos dijo:

- El dueño del hotel quiere despedirse de ustedes.

La oficina del dueño del hotel tenía galardones, posters de Colombia y fotos aéreas de Santa Marta. El dueño del hotel usaba corbata de seda, tenía anillos dorados y bigote. El protocolo de despedida fue rápido, y finalizó cuando desde su boca se escuchó:

- ¿Me pueden llevar a Chile este paquete?

Y ahí estaba. Un pequeño paquete color caja de cartón, sellado con gruesa cinta adhesiva café claro. No tenía escrito nada y pesaba poco más de un kilo. Según el dueño del hotel, eran folletos para agencias de turismo. Ese tipo de paquetes yo los había visto antes, pero en la tele: en las noticias policiales o en los documentales de dinero fácil. Nunca como envoltorio de folletos turísticos.

Seguramente por las miles de advertencias de no recibir paquetes de extraños, es que nos quedamos mudos mientras aceptábamos el encargo. Durante el viaje en taxi desde Santa Marta hasta Barranquilla el fotógrafo me decía que el encargo lo pasara yo por la aduana, y yo le decía que lo pasara él. El paquete nos quemaba las manos.

Cuando llegamos al aeropuerto de Barranquilla nos recibió un control sorpresa de equipaje. Había perros y escopetas y quisimos dejar tirado los folletos en el baño y el fotógrafo había cambiado el bronceado por una palidez de autopsia. No era chistoso, aunque nos reíamos para disimular.

Finalmente, sin dejar de sentir miedo un segundo, decidí hacerme cargo del encargo y despacharlo junto a mi mochila. El argumento que me llevó a la decisión final, mirada en el tiempo, me parece insólito y no tiene que ver con algún acto heroico. Fumando un nervioso cigarro me convencí de que si pasaba algo malo, que si los perros descubrían que eso no eran folletos y saltaban las alarmas y de atrás la policía y de ahí a un calabozo colombiano, cerca de Aracataca, pues bien, si pasaba por todo eso terrible, eso significaba también que tendría una colosal historia para escribir. Y con una sonrisa en la cara entregué el encargo a la chica del counter.

Finalmente, el paquete en cuestión eran, efectivamente, folletos de un estupendo hotel de Santa Marta. De vuelta a casa había aprendido dos cosas. Primero, que en esa época estaba dispuesto a pasar una temporada en una perdida cárcel colombiana con tal de tener una buena historia que contar. Lo segundo, y que desde entonces llamo el Síndrome Colombia, es lo difícil que se nos hace despojarnos de los prejuicios a la hora de viajar. He vuelto varias veces a Colombia. Tengo buenos amigos, y creo que es un destino formidable. Tiempo después, un policía de la aduana de Barajas, en Madrid, revisando mi pasaporte se detuvo en los timbres de Colombia y me preguntó: ¿por qué has viajado tanto a Colombia? Respiré aliviado. No era que sospechara de mí. Sólo había aparecido, una vez más, el abominable Síndrome Colombia.

 

 

Publicado en la revista SoHo 

 

 

@menesesportatil 



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3 de octubre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El misterio de los lectores

El gran misterio de la literatura tiene nombre: El lector. Esa máquina única que traga un libro igual a miles, y lo convierte en único. El lector siempre está presente en el trabajo de un autor. Y siempre está ausente. 

Desde que publiqué "Niños futbolistas" hace un par de meses, he recibido reacciones, opiniones y comentarios. Sin embargo, una de las cosas que más me ha sorprendido, fueron los correos electrónicos que me mandaron -casi el mismo día- dos lectores.

El lector 1 fue José Diez, entrenador de fútbol de menores en un club de Madrid, el C.D. Canillas. José me decía que con el libro había descubierto una realidad que ignoraba, y que había que hacer algo: un centro de ayuda, una ONG, algo para ir en rescate de estos muchachos. 

El lector 2 fue Oscar Salvado, director de Icroms, una empresa de Barcelona dedicada a comercializar productos digitales del F.C.Barcelona, quien me dijo que con el libro había descubierto una realidad que ignoraba, y que había que hacer algo: una oficina de fichajes virtuales, una plataforma para que los niños de Latinoamérica suban sus videos, algún buen negocio.

Ahí entendí que "Niños futbolistas", que yo quería fuera un libro de viajes, podía ser leído como una fuerte denuncia del actual sistema de fichaje de menores y, al mismo tiempo, como un manual de los pasos que se deben seguir para comprar un chico tercermundista y venderlo a Europa. Como siempre, dan lo mismo tus esfuerzos.

El lector será siempre quien se encargue de terminar lo que uno escribe.

 

 

@menesesportatil 



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11 de septiembre de 2013
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