La relación entre enfermedad y literatura o entre la inmovilidad y el arte es tan prolija como fecunda. Jorge Herralde me contó en una ocasión que gracias a la tuberculosis pasó un año leyendo a Sartre, y esa lectura le ayudó a articular el malestar que sentía ante una sociedad frente a la que tenía muchas cosas en contra. El editor cortó con los amigos de entonces y emprendió una nueva senda: “Me adecué a la parte más levantisca de mi tiempo, versus la parte más convencional, burguesa o directamente facha”.
Mucho me ha intrigado el efecto desatascador que produce la convalecencia. De pequeña, idealizaba esos balnearios donde se refugiaban autores como Màrius Torres, Salvat-Papasseit, Katherine Mansfield, Chéjov o Gesualdo Bufalino para calmar sus crisis con toses ensangrentadas. Desde el asma de Marcel Proust hasta la columna quebrada de Frida Kahlo, quedarse postrados en un lecho, expulsados de la vida activa –también de todas sus servidumbres–, entraña el paradójico acceso a una lucidez que se antoja incompatible con la vida frenética y competitiva.
En una reunión de amigas, todas ellas muy exitosas, les conté que empezaba a identificarme con el título del último ensayo de Pascal Bruckner, Vivir en zapatillas (Siruela), que analiza la tentación –y el peligro– de renunciar al mundo actual y achicarse. Todas me miraron raro, y ya no me atreví a confesarles que, desde hace un par de navidades, mi lista de regalos deseados ha sido colonizada por sábanas blancas de 300 hilos, calcetines de cachemir o zapatillas forradas con pelo de borrego. Toda una declaración de intenciones y certidumbres: ¿cómo concebir una ráfaga de felicidad sin el placer de sentirse a salvo con un libro y los pies calientes?
La democracia liberal sigue en shock ante la acometida de un trumpismo desatado y sin complejos, que hace apología de la ignorancia y la grosería. Sin olvidar la vileza. Cierto es que, mientras unas deseamos andar en zapatillas por la vida, sin necesidad de pasar por un sanatorio, otros se calzan botas de escalar para dominar el vértigo en las escarpadas pendientes. La tentación de alejarse del debate público es recurrente, pero ¿quiénes adiestrarán a la generación que posee la llave de un futuro que ahora mismo es aún más fungible que el presente?
