Joana Bonet
Hace unos días, la articulista Hadley Freeman se preguntaba en The Guardian por qué los excesos de la moda están considerados una frivolidad y las astronómicas cifras del fútbol, no. Freeman, que lleva más de una década escribiendo de moda en el periódico, analizaba el rechazo que sus crónicas desatan a menudo entre los lectores, relacionadas, por lo corriente, con los prohibitivos precios fashion. Pero, claro, no importa que un abrigo de Prada cueste poco más de un 10% del salario diario de Neymar (unos 19.500 euros). “Hay un montón de elementos de la industria de la moda que son repugnantes: el racismo, la discriminación por edad, los trastornos alimenticios, el elitismo. Pero eso no quiere decir que deba ser despreciada; y el hecho de que algunas personas se sienten tan libres de hacerlo indica un fuerte sexismo. El fútbol, vuelvo a la carga, no es la más intelectual de las aficiones y adolece de muchos de los mismos problemas que la moda -añadida la homofobia-, pero al estar dirigido principalmente a hombres, es considerado esencialmente un pasatiempo. La moda está dirigida principalmente a las mujeres, y por tanto se la despacha como frívola”, afirmaba Freeman.
“La moda no es frívola, la moda es Dios”, dijo Toni Miró la pasada semana en el Palau Robert, en la presentación de la reedición del Diccionario de la Moda (Debolsillo) de la periodista y escritora Margarita Rivière. Un glosario de términos, nombres propios y fenómenos, donde no faltan palabras cuya sonoridad nos transporta a un tiempo perdido: desde mañanita o niqui a topolino, guardamarina y chubasquero. Miró razonaba que los mejores inventos de la moda no tienen autor, y así son cosa de Dios. Una vez a Yves Saint Laurent le preguntaron qué prenda le hubiera gustado inventar, y su respuesta fue concisa: “los tejanos”.
A finales de los noventa, las multinacionales comenzaron a engullir las casas de alta costura arruinadas, apropiándose también de su leyenda. Una vez digerido su glamur, se franquiciarían hasta el infinito. “La moda, tal y como se entendió hasta el final del siglo XX, ha muerto. Pero ha resucitado en su declinación de culto al cuerpo, y no sólo en eso: ¿qué tiene que ver la moda con la creación de la opinión pública? Mucho”, sentenció Rivière. Sus redes se han sofisticado hasta el extremo de que el marketing ha sustituido al talento, lo comercial a lo extraordinario, el holding al atelier. El engranaje de las multinacionales del textil forma un dragon kahn infinito que atraviesa el globo trazando loopings sobre las necesidades de producción e imagen. Una implacable maquinaria que impacta en la piel humana y en la identidad social. ¿Y aún hay quien la considere frívola?
(La Vanguardia)