Skip to main content
Escrito por

Lluís Bassets

Lluís Bassets (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.  

Blogs de autor

Obligaciones soberanas

La idea de un mundo gobernado es ajena a la mentalidad de quienes, como Donald Trump, propugnan el regreso de Estados Unidos a una grandeza perdida con la regla de oro de situar el interés de su país por encima de cualquier cosa. Aunque America First es lo más parecido al espanto del prohibido Deustchland über alles, nada en los nombramientos del presidente electo desmiente hasta ahora este nuevo rumbo guiado por el interés de las grandes empresas estadounidenses a costa de sembrar el caos en el resto del planeta.

En la próxima administración serán numerosos y brillarán los guerreros negacionistas del cambio climático: el secretario de Energía, Rick Perry, quería eliminar su departamento cuando fue candidato en las primarias republicanas; el de Interior, Ryan Zinke, es un enemigo declarado de los ecologistas; el de Medio Ambiente, Scott Pruitt nunca ha creído en el objeto que trata su agencia; y el de Estado, Rex Tillerson, presidente de Exxon-Mobil, cuenta como bazas su amistad con Putin y la envergadura de la empresa que ha presidido hasta ahora, capaz de contravenir los intereses de su propio gobierno, como sucedió en Irak, donde se alió con los kurdos en detrimento del gobierno de Bagdad.

Soberanía no es únicamente dominio, sino sobre todo responsabilidad, especialmente respecto a la población. Un Estado que no garantiza la vida y las libertades de sus ciudadanos no merece su reconocimiento como legítimamente soberano. Se trata de la responsabilidad de proteger que abre la puerta al derecho de injerencia y tuvo su momento culminante, y probablemente último en muchos años, en la intervención de la OTAN en Libia, cuando la protección de la población rebelde de Bengazi ante la ofensiva militar de Gadafi llevó a un cambio de régimen, tarea para la que nadie tenía autorización legal.

La llegada de Trump a la Casa Blanca ha superado de un manotazo todo el debate sobre el orden internacional y las limitaciones a la soberanía de los Estados. Con los populismos regresan los deseos de soberanía nacional en competencia entre Estados dispuestos a perjudicar al vecino en una selva hobbesiana donde se impone la ley del más fuerte. Para la diplomacia y la comunidad de las relaciones internacionales, esta regresión es lo más parecido a una catástrofe. De ahí que la veterana revista Foreign Affairs, surgida en 1922 al calor del internacionalismo wilsoniano, haya querido en su próximo número ofrecer un abanico de ideas que puedan servir como alternativa al vacío trumpista. Entre ellas destaca el concepto de obligaciones soberanas, que son las que tiene todo Estado respecto a los otros Estados y a los ciudadanos del resto del mundo. El padre de dicho concepto, que hace responsable del futuro del planeta a quienes emiten más gases a la atmósfera y producen más combustibles fósiles, es Richard Haass, presidente del Council on Foreign Relations, la institución que edita la revista. Haass es un republicano centrista, que trabajó con George W. Bush. Su nombre, que circuló en las listas para ocupar el puesto de secretario de Estado, hubiera sido una enmienda a la totalidad del Trump que estamos conociendo hasta ahora.

Leer más
profile avatar
15 de diciembre de 2016
Blogs de autor

El regreso del Gran Satán

Estados Unidos vuelve a ser el Gran Satán. El deshielo habrá durado apenas un año, si se cuenta desde el levantamiento de las sanciones en enero de 2016, y algo más si se parte de la firma del Acuerdo Nuclear, en julio de 2015, entre Irán y las cinco potencias, Estados Unidos, Rusia, Alemania, Reino Unido y Francia, además de la Unión Europea.

La República Islámica de Irán ha abandonado su programa de enriquecimiento de uranio, que podía darle acceso en muy poco tiempo al arma nuclear, y la comunidad internacional ha desbloqueado a cambio hasta 100.000 millones de dólares en depósitos y cuentas petrolíferas pendientes, que han proporcionado un alivio enorme a la empobrecida economía iraní.

A partir del 20 de enero, este intervalo puede convertirse en un paréntesis, si atendemos a las ideas del presidente electo, que considera el Acuerdo Nuclear ?una estupidez?, quiere negociarlo entero de nuevo y considera a la República Islámica de Irán como su enemigo estratégico en Oriente Próximo, sobre todo una vez haya liquidado rápidamente al Estado Islámico, tal como propugna en su programa.

Fue el ayatola Jomeini quien consagró la expresión de Gran Satán en 1979 para designar despectivamente a EEUU, en el momento de una ruptura de relaciones que ha durado 35 años. Ahora el presidente reformista Hassan Rouhani ha desenfundado aquella vieja retórica para atacar a Trump y sus propósitos revisionistas respecto al Acuerdo Nuclear y a la apertura económica iniciada por Irán, mientras acelera en cambio la firma de acuerdos comerciales y de explotación gasística y petrolera con la UE, Rusia y China para adelantarse a la nueva glaciación que se anuncia desde la casa Blanca.

Gracias al Acuerdo Nuclear, Irán recuperará el crecimiento en 2017 hasta un mínimo del 4?5 por ciento, según estimación del FMI. Al año de su aplicación, ha incrementado su producción petrolera en un 30 por ciento hasta alcanzar los 3?7 millones de barriles diarios, cerca ya de los 4?3 millones que producía en 2011, antes de que el régimen de sanciones produjera sus efectos más devastadores. El régimen reformista ha completado este incremento de la producción con una muy buena negociación en la OPEC, que le permite seguir en el camino de recuperar su cuota de mercado petrolero en el mismo momento en que Arabia saudí reduce los niveles de extracción para impedir que siga a la baja el precio del crudo.

Estos éxitos económicos debieran reforzar a los reformistas frente a los duros del régimen, sobre todo de cara a las elecciones presidenciales de este año próximo, pero no está claro que sean suficientes ni que les permitan aguantar el acoso al que les someterá Trump en cuanto llegue a la Casa Blanca. EEUU mantiene su régimen de sanciones aprobadas por el Congreso en castigo por las pruebas con misiles balísticos y con el terrorismo y ahora el Senado acaba de votar por unanimidad una prórroga de los poderes presidenciales para sancionar a Irán por diez años más, en un gesto de desconfianza hacia Teherán que hubiera sido meramente simbólico con Hillary Clinton pero puede convertirse en el instrumento para destruir el acuerdo en manos de Trump.

Obama ha aplicado una estrategia multilateral y de doble presión, la de las sanciones crecientes por una parte y la del diálogo diplomático por la otra, sin excluir, al menos verbalmente, la eventualidad de un ataque a las instalaciones atómicas, tal como le recomendaban desde Israel y desde Arabia Saudí, los dos enemigos y rivales estratégicos de Irán. Poco se sabe, en cambio de la estrategia de Trump, excepto su propensión a la amenaza y su desconfianza respecto a los medios diplomáticos y multilaterales.

Los halcones del régimen iraní, con el Guía Supremo de la Revolución, Ali Jamenei, al frente, preferían mantener el programa nuclear vivo --a la vista de las experiencias recientes de Libia, que sufrió un cambio de régimen tras abandonar su proyecto atómico, y de Corea del Norte, que ha mantenido el régimen gracias al programa? y no les desagradaría del todo una ruptura del acuerdo que les permitiera reanudar la fabricación de la bomba. Por eso el todavía director de la CIA, John Brennan, ha calificado de desastre y de locura la propuesta de renegociación de Trump.

El vendaval trumpista amenaza todas las alianzas y estructuras de seguridad forjadas durante décadas, empezando por las que surgieron después de la Segunda Guerra Mundial, como la OTAN o el Tratado de Defensa Japón-USA, siguiendo por los que se fraguaron durante la guerra fría, como el trascendental Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares, y terminando con los más recientes, especialmente los que llevan la firma de Obama, como la reanudación de relaciones con Cuba o el Acuerdo Nuclear con Irán.

El Acuerdo Nuclear (Joint Comprehensive Plan of Action en su nombre oficial) no adoptó la forma de un tratado internacional, que hubiera requerido la aprobación altamente improbable, sino imposible, del Congreso de EEUU, sino la de un mero acuerdo ejecutivo del presidente Obama, que puede ser naturalmente revocado sin mayor complicación por el presidente Trump, tal como el presidente electo ya ha prometido.

Los efectos de una tal abrogación serían dudosos. Tratándose de un acuerdo multilateral, no produciría efectos sobre los otros cuatro firmantes del grupo 5+1, es decir, Francia, Alemamia, Reino Unido y Rusia, además de la UE. Las nuevas sanciones que pudiera imponer Washington no tendrían por qué afectar a las empresas de los otros países firmantes y si lo hicieran darían a pie a complejas disputas comerciales con los socios europeos de EEUU, Rusia y China. Para colmo, todo ello permitiría al régimen iraní regresar con toda legitimidad a la fabricación de uranio enriquecido.

La ruptura del acuerdo nuclear sería un estímulo explícito a la proliferación nuclear en la región, especialmente para la monarquía saudí, que considera al régimen de los ayatolas como una amenaza existencial y un centro de promoción del terrorismo en la región, en coincidencia con la percepción que tiene Israel. En el corto plazo volvería a estar sobre la mesa la eventualidad de un ataque israelí a las instalaciones nucleares y en el medio y largo la fabricación de la bomba saudí, probablemente con el auxilio de Pakistán, la única potencia nuclear islámica, tradicionalmente aliada del régimen de Riad.

Obama ha sido un paréntesis para Irán. Solo llegar a la Casa Blanca en 2009 mandó un mensaje directo al pueblo iraní y a su presidente, con motivo del año nuevo o Nouruz, en el que pedía un nuevo comienzo en las relaciones entre ambos países. Cuando se va, deja el legado del Acuerdo Nuclear, que es una puerta abierta a la incorporación de Teherán a la comunidad internacional similar a la que abrió Nixon en 1972 con su deshielo respecto a China. No es casualidad que Donald Trump quiera cerrar todas las puertas, la que abrió Nixon hace 44 años y las dos abiertas por Obama ahora con Cuba y con Irán.

Leer más
profile avatar
12 de diciembre de 2016
Blogs de autor

Una patada en el hormiguero

Para Trump no hay principio inmutable ni idea que no merezca ser cuestionada. Ahora hay que poner en duda la política de Una Sola China, el axioma acordado en 1972 en Pekín entre Mao y Nixon y respetado por las cuatro generaciones de sucesores del Gran Timonel y ocho presidentes de los Estados Unidos.

Henry Kissinger fue el artífice de aquel viaje presidencial y de la apertura que situó de nuevo a China en el mundo, sentó las bases de la globalización y condujo a la Unión Soviética al jaque mate. Sus fundamentos están recogidos en un medido texto de conclusiones, el Comunicado de Shanghai, donde se dice que "EEUU reconocen que todos los chinos de ambos lados del estrecho de Taiwán sostienen que no hay más que una China y que Taiwán forma parte de esta última". La declaración condujo a la apertura de relaciones diplomáticas con Pekín y a la marginación de la China nacionalista, que había combatido y perdido la guerra civil frente a los comunistas, convertida en un mero socio oficioso y receptor de ayuda defensiva estadounidense.

Cuando Kissinger escribió su libro Sobre China, en 2011, advirtió que el equilibrio mantenido durante 40 años "exigirá habilidad y sentido de Estado para evitar una deriva hacia un punto en el que ambas partes se sientan obligadas a poner a prueba la firmeza y la naturaleza de las convicciones mutuas". Esto es lo que acaba de suceder con la llamada de la presidenta de Taiwán, Tsai Ing-wen, a Donald Trump, la primera de tan alto nivel que se produce desde 1979, inmediatamente leída en Pekín, en Taipéi y naturalmente en Washington, como un abierto cuestionamiento de la política de Una Sola China.

Además de su política hacia China, Trump ha extendido sus dudas sobre al menos otras cinco piezas cruciales de la estabilidad global, como son el artículo 5 del Tratado Atlántico, por el que sus firmantes se comprometen a defender a cualquiera de los socios en caso de ataque; el Pacto con Japón, por el que Washington extiende su paraguas de seguridad sobre el país nipón; el Tratado de No proliferación de Armas Nucleares, erosionado por sus declaraciones en favor de que Japón y Corea del Sur se defiendan por su cuenta; la relación equilibrada respecto a India y Pakistán, que mantienen un virulento contencioso territorial y cuentan con el arma nuclear; y el mantenimiento del actual estatus de Jerusalén como ciudad compartida por árabes y judíos.

El carácter imprevisible y errático de Trump no es únicamente un elemento perturbador que impide hacer previsiones sobre el futuro, sino que ya se ha revelado como un buen instrumento para quienes quieren destruir el actual status quo, sean grupos ideológicos o de presión estadounidenses o sean intereses extranjeros, como pueden ser los de Rusia o Taiwán, a veces bien representados en Washington. Solo con su campaña electoral y sus primeros gestos como presidente electo ha conseguido socavar los pilares conceptuales del actual orden. Si algo sabemos ya de su política exterior es que será profundamente revisionista y que pasará a la historia al menos como el presidente que dio la patada en el hormiguero.

Leer más
profile avatar
8 de diciembre de 2016
Blogs de autor

Al final las urnas deciden

El derecho a decidir es una de las consignas más exitosas de la reciente historia política española. Forma parte de la idea más elemental sobre la libertad que podamos decidir, personal o colectivamente, en todos los ámbitos de nuestras vidas. ¿Quién puede oponerse?

El derecho a decidir puede ser un eufemismo, una nueva versión del derecho de autodeterminación, reconocido hasta ahora para los pueblos colonizados, pero que no incluye a aquellas partes de países democráticos y regidos por Estados de derecho que pretenden separarse y convertirse en un sujeto internacional diferenciado.

Este derecho a decidir ha llegado en el caso catalán a un callejón sin salida. No tienen una mayoría suficiente los partidarios de la independencia que lo reclaman y hay a la vez una mayoría parlamentaria en España que lo rechaza taxativamente. El diálogo se revela imposible: el independentismo catalán solo quiere dialogar y pactar sobre cómo ejercerlo y el grueso de las fuerzas parlamentarias españolas puede dialogar y pactar sobre muchas cosas pero en absoluto sobre el derecho a decidir.

Para salir del atasco, quizás convendría que el derecho a decidir ampliara su significado. Puede servir la sentencia del Tribunal Constitucional que anulaba la Declaración de Soberanía del Parlamento Catalán, y lo identifica con el principio democrático, un "valor superior de nuestro ordenamiento" que "reclama la mayor identidad posible entre gobernantes y gobernados" e "impone que la formación de la voluntad se articule a través de un procedimiento en el que opera el principio mayoritario".

El punto de partida es conocido: una sentencia precisamente del TC que anuló un Estatuto, el de Cataluña, aprobado por tres cámaras parlamentarias ?Parlamento catalán, Congreso y Senado españoles? y ratificado por la ciudadanía de Cataluña en referéndum. Siguiendo la lógica del TC, el camino para resolver el atasco lleva a que las tres cámaras, más la ciudadanía catalana, e incluso la ciudadanía española, aprueben un nuevo bloque constitucional para Cataluña que restaure el consenso ahora roto entre gobierno y gobernados.

Hay algunas fórmulas a mano para tal operación. No sirve la que reclama el independentismo, pues no superaría las pruebas parlamentarias y refrendarias. Hay otra, una reforma constitucional, que podría pasarlas si consigue encontrar el equilibrio entre estabilidad y cambio capaz de convencer a todos. Hay una más, que bien puede completar y mejorar la anterior, que es la propuesta de Miguel Herrero de Miñon de añadir una disposición adicional a la Constitución en la que se reconozca la singularidad catalana dentro de España.

De momento, las dos partes no están por la labor. Ni siquiera hay acuerdo en sentarse en una comisión del Congreso para discutir abiertamente de estas y otras propuestas. El nuevo punto de partida debe ser este diálogo abierto. El de llegada, las urnas, donde deben encontrarse todos los ciudadanos en un nuevo consenso. Si se hace bien, eso será el derecho a decidir.

Leer más
profile avatar
7 de diciembre de 2016
Blogs de autor

Que sean seguros los puentes de diálogo

El verso manoseado más que citado de Espriu no pide que se extiendan los puentes de diálogo sino que sean seguros, es decir, que no se nos hundan bajo los pies. Pertenece a un poema de 'La pell de brau' en el que el poeta entona una plegaria por Sepharad, para que "viva eternamente, en el orden y en la paz, en el trabajo y en la difícil y merecida libertad".

No se trata de reanudar el diálogo, sino de hacerlo de forma cierta y segura. Que el puente sea auténtico, no un artefacto de cartón piedra. Que no se nos rompa en cuanto lo carguemos con el peso excesivo de nuestros argumentos. Hay que leer, en todo caso, los versos que siguen para entender su significado pleno: "y trata de comprender y amar las razones y las hablas diversas de tus hijos".

El consejo del poeta es conocido: el diálogo exige calzarse los zapatos del otro, comprender sus razones y luego incluso amarlas, momento en que el diálogo da sus frutos de pacto y de concordia. En el caso de Sepharad, de España quiero decir, no basta con tratar de comprender y amar las razones del otro, sino que el poeta nos aconseja que comprendamos y amemos sus formas de hablar distintas, sus lenguas.

Pero Sepharad no existe, Espriu ya no sirve, el diálogo hispánico se ha terminado, según anunció Pujol en 2009, un año antes de la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto de Cataluña. El Partido Popular llevaba mucho tiempo lejos de Sepharad, desde la mayoría absoluta de Aznar en 2000. Antes incluso de que el tripartito en el Pacte del Tinell le declarara proscrito para cualquier diálogo. Rajoy prohibió a Josep Piqué que participara en la ponencia del Estatut. Luego recogió firmas contra la iniciativa catalana. Recurrió ante el Constitucional y presionó el alto tribunal hasta llegar casi a paralizarlo para obtener la sentencia que buscaba. Era el tiempo de los puentes rotos, según afortunada expresión de Manuel Milián Mestre.

La eficacia de la estrategia está fuera de duda. Ciertamente, los populares están pagando un precio, hasta el punto de que en Cataluña son el Nasty Party (partido antipático en traducción suave) y obtienen unos resultados electorales impropios de un partido de Gobierno. Pero tienen un alto rendimiento electoral en el conjunto de España y dividen al socialismo hasta cerrarle el paso de La Moncloa. Si el PP puede gobernar sin apenas votos catalanes, el PSOE no podrá hacerlo nunca sin buenos resultados en Cataluña.

No sabemos ni podemos asegurar que el diálogo que ahora se anuncia sea verdaderamente lo que dice ser. Unos y otros quieren hablar, pero cada parte llega cargada de severas condiciones. Puigdemont está dispuesto a discutir, pero solo de la fecha, la pregunta y las circunstancias de la consulta. Rajoy llega dispuesto a discutir de todo menos de la consulta sobre la independencia. Ni una ni otra parte parecen dispuestos a "comprender y amar las razones" de la otra, en realidad, ni siquiera a escucharlas.

Son dos gobiernos enrocados. Uno en un referéndum obligatorio. El otro en el inmovilismo constitucional. El gobierno catalán puede moverse en cuanto a los plazos del calendario y poco más. El español está convencido de que puede avanzar en todo lo que sea cuantificable, es decir, traducible en términos monetarios, pero no en lo que atañe a soberanía y sentimientos. Ya se sabe, quienes se ven como romanos ven fenicios en todas partes.

El PP empieza también a moverse en la reforma de la Constitución, pero no quiere abrir el portillo sin saber el resultado final. El consenso no es para el PP un edificio construido por todos sino un acuerdo previo cerrado con el PSOE. El documento federal de Granada tiene todos los visos de servir para este consenso preliminar, entendido como punto de llegada, como el PSOE, y no de partida, como el PSC.

La novedad no es el diálogo, que en propiedad solo existe como enunciado de intenciones, sino que el PP, por primera vez desde 2004, en vez de seguir en su estrategia de los puentes rotos ?no a todo?, está dispuesto a interferir en el proceso independentista con personajes sobre el terreno de perfil más político y con ofertas de diálogo y negociación en las cuestiones que no afecten a la soberanía. A pesar de la modestia de los objetivos, es interesante observar si produce efectos en el electorado, especialmente en la zona central y moderada, y en el propio proceso soberanista.

En todo caso, toca a su fin la época de los puentes rotos, pero a la vista está que todavía no ha empezado la época de los nuevos y seguros puentes que Espriu quería para Sepharad.

Leer más
profile avatar
5 de diciembre de 2016
Blogs de autor

Mitología castrista

Mito y verdad tienen escasa relación. Sobre un fondo de verdad, un mito es esencialmente una fabulación.

Fidel es un mito, una fabulación de la que él mismo es creador y protagonista.

Es un mito su socialismo: a la vista está la ruina a la que llegó el modelo soviético.

Lo es la patria soberana: para librarla de la dependencia estadounidense la sometió y se sometió a la dependencia soviética.

Junto al mito, una realidad incuestionable: puso a Cuba en el mapa. Pasó de un estatuto semicolonial a condicionar la relación entre Estados Unidos y la Unión Soviética.

Nunca Cuba volverá a ser tan relevante. Nunca volverá a tener el mundo en vilo, al borde la guerra nuclear.

Sin Castro, la historia de la descolonización hubiera sido otra. Su aventura guerrillera en Sierra Maestra inspiró a los movimientos de liberación nacional en todo el mundo, y en África particularmente.

También en América Latina y Europa, aunque de la peor manera. Su teoría de los focos revolucionarios arruinó los horizontes reformistas y llevó a millares de jóvenes al matadero.

Este es un mito mayor, el de la revolución violenta, y el más atractivo y peligroso. Su huella alcanza hasta ahora mismo, ironía de la historia, con esas FARC que han dejado las armas bajo auspicios cubanos. Sin Fidel y sin el Che, quizás no las hubieran tomado nunca.

El destrozo es formidable y en parte irreparable, en vidas humanas sobre todo, incluida la reacción del golpismo militar y de la CIA. También en la confusión de las ideas sobre la violencia y la democracia que todavía persiste en buena parte de la izquierda.

No admite discusión que fue un gigante, un héroe de la revolución anticolonial y del socialismo de matriz soviética. Pero un gigante sanguinario, un héroe cruel y un dictador que mandó fusilar y encarcelar a millares de cubanos.

Un caudillo militar sin escrúpulos, en definitiva. También un modelo gerontocrático para personajes como Robert Mugabe o Abdelaziz Buteflika. Y sublime sarcasmo, un cacique, un oligarca, fundador de una dinastía conservadora que pugnará por perpetuarse.

De sus aventuras africanas, queda la victoria militar en Angola frente a las tropas del régimen racista blanco de Sudáfrica.

El fin del apartheid es una de las escasas batallas gloriosas en que la guerra fría se decantó por el otro lado, el gol del honor de la izquierda internacionalista y revolucionaria. Que, por cierto, pertenece entero a Mandela el anti Fidel.

De los mitos no se vive. Como gobernante fue una plaga, un desastre. Sobre todo en la gestión económica, ruinosa y absurda.

Todo lo que hizo fue para mantenerse en el poder, alejar a quienes podían quitárselo y perpetuarse más allá de lo razonable. Cuba fue su cortijo, donde nadie podía alzarle la voz ni llevarle la contraria.

Su poder personal y su huella en la historia del siglo XX han forjado el mito más persistente, que es el de la subjetividad revolucionaria, capaz de cambiar el mundo en las peores condiciones cuando hay voluntad y empeño.

Este mito explica la fascinación que todavía ejerce, aunque sea un abuso identificarle con la izquierda, la independencia y la libertad de los pueblos y sobre todo de las personas.

Leer más
profile avatar
1 de diciembre de 2016
Blogs de autor

China se asoma al vacío geopolítico generado por Trump

No hace falta esperar a los primeros cien días de Donald Trump para ponderar razonablemente las cartas con que cuenta China para salir como la gran vencedora de las elecciones presidenciales en Estados Unidos. No es la única potencia con posibilidades, pero sí la que tiene mejores expectativas. Rusia puede obtener ventajas regionales en Europa oriental y Oriente Próximo, en Ucrania principalmente, como resultado del debilitamiento del lazo transatlántico y del desinterés de Washington por el futuro de Siria. También puede sacar tajada la República Islámica de Irán, que ya aprovechó la guerra de Bush para extender su esfera de influencia en Irak, regresó a la escena internacional gracias al acuerdo nuclear con Obama y ahora puede sacar partido de la nueva estrategia de Trump para consolidar al régimen aliado de Bachar el Asad.

En el caso de China, las ventajas no son solo regionales. El proteccionismo comercial de Trump, con la denuncia del TTP (Tratado Comercial con el Pacífico) y la vía muerta para el TTIP (Tratado Trasatlántico de Comercio e Inversiones), entrega a Pekín la bandera del multilateralismo y del libre comercio, y no tan solo en Asia, donde China promueve una alternativa regional que incluye a 16 países en el denominado RCPE (Regional Comprehensive Economic Partenership), sino en la entera región del Pacífico, con la inclusión de los latinoamericanos (México, Perú y Chile). La oportunidad para Pekín a partir de ahora es liderar y apropiarse de la globalización, que Washington promovió e impulsó y ahora parece dispuesto a abandonar.

Idéntico movimiento cabe respecto a los acuerdos sobre cambio climático alcanzados en París y Marraquech en caso de confirmarse la línea negacionista de Trump y sus propósitos de inhibición en su financiación y aplicación en EEUU. Pekín tiene la oportunidad de quedarse con el liderazgo global de la reducción de emisiones, después de haberse asociado a Washington en Copenhague ya en 2009 hasta compartir la dirección del proceso en la última tanda negociadora.

Las palabras producen efectos, aunque se hayan pronunciado en campaña electoral, sobre todo cuando han salido de la boca del vencedor, por más que luego siga un expectante silencio. Los propósitos aislacionistas y unilaterales crean un vacío geopolítico solo con su enunciado. Los dos tratados de defensa denunciados por Trump antes de las elecciones, la Alianza Atlántica y el Tratado Japón-Estados Unidos, son piezas angulares del sistema de seguridad internacional y probablemente los tratados de defensa más eficaces de la historia. Es difícil que un gobernante responsable de los países afectados se inhiba ante la eventualidad de encontrarse al descubierto por la retirada en un próximo futuro del paraguas defensivo estadounidense. De ahí que objetivamente, antes incluso de que tome posesión, Trump sea en el capítulo de defensa un estímulo para la carrera armamentística y para la proliferación nuclear, así como en el comercial su victoria es un estímulo a los reflejos proteccionistas, la escalada arancelaria y las guerras comerciales.

La realidad mundial de hoy es que hay un presidente electo en Estados Unidos que ha manifestado su desinterés por la marcha del planeta y por su gobernanza multilateral y otro presidente, el de China, Xi Jinping, que tiene planes de inversión en infraestructuras y de conectividad para todo el complejo tricontinental de Asia, Europa y Africa ?bajo el nombre de Nueva Ruta de la Seda, de antiguas resonancias imperiales para China-- e iniciativas de construcción de nuevas instituciones globales a partir de su visión asiática del mundo y no de la visión de EEUU y de las antiguas potencias europeas.

Trump atacó duramente a China en la campaña electoral, acusándola de depreciación competitiva de su moneda y de inventarse la idea del cambio climático para debilitar la economía estadounidense. La debilidad de estos argumentos, propios para debates de barra de bar, acrecientan la inyección moral que significa para el Partido Comunista de China el contraste entre la eficacia de su oscurantista y lento sistema de selección de sus líderes y la escandalosa e incomprensible elección de un personaje salido de los ?reality shows? como es Trump, sin idea estratégica alguna, y además con menos votos populares que su contendiente demócrata. Es también una victoria ideológica frente a la democracia occidental, que regocija a todos los regímenes autoritarios, especialmente los más competitivos respecto a Washington, como son los de Teherán y Moscú.

Además de la ventaja estratégica global, China también se asoma a una ventaja regional, muy concretamente en su zona de expansión natural que son los mares circundantes, donde disputa la soberanía sobre islas e islotes con Japón y está utilizando arrecifes y peñascos para construir numerosos aeropuertos, puertos e instalaciones militares hasta reivindicar una extensa zona marítima en forma de que penetra en el Mar de la China Meridional hasta las costas de Filipinas, Malaysia, Indonesia y Vietnam. Pekín está aplicando allí una versión asiática de la Doctrina Monroe ?América para los americanos? que le sirve para enfrentarse al paraguas defensivo de EEUU y para soslayar incluso la vigencia del derecho internacional del mar y la jurisdicción de los tribunales internacionales.

Los planes de inversión militar de Trump, y especialmente la prevista construcción de 78 nuevos buques y submarinos, afectan directamente a la competencia militar con China en esta zona, aunque el debilitamiento de la política de alianzas y el unilateralismo de la nueva administración republicana aflojarán todavía más los lazos con los países de la región y desdibujarán el llamado pivote asiático o desplazamiento del centro geoestratégico de EE UU del Mediterráneo al Pacífico, anunciado por Hillary Clinton y Obama.

El nombramiento del secretario de Estado puede matizar algunas de estas políticas trumpistas. En caso de que el designado sea el ex gobernador de Massachussets y ex candidato republicano Mitt Romney, quedaría compensada la fuerte inclinación hacia Putin manifestada por el magnate inmobiliario. Romney considera a Rusia como la principal amenaza estratégica para Estados Unidos, algo que sin duda alguna está pesando más que los enfrentamientos con Trump en la campaña de las primarias republicanas como baza en su contra en las discusiones sobre la nominación. La incertidumbre respecto al gabinete presidencial es parte de la niebla estratégica que se ha cernido sobre el mundo desde el 9 de noviembre y bajo cuyo manto una vieja superpotencia como Rusia o una aspirante a la hegemonía mundial como China avanzan sus peones con sigilo y determinación.

Leer más
profile avatar
28 de noviembre de 2016
Blogs de autor

Trumpología

Donald Trump está en todas partes. Nada de lo que sucede en el mundo es ajeno a la incerteza que acompaña a este nombre. Hizo una campaña infame. Tiene un programa para sus primeros cien días extremadamente inquietante, que oblitera 70 años de liderazgo y responsabilidad de Estados Unidos en la marcha del planeta. Sus nombramientos dibujan lo más próximo que se haya visto a un gobierno de extrema derecha, blanco y supremacista. Su idea del poder es personalista y nepotista, sin capacidad para distinguir intereses públicos de los privados. Pero el punto más desestabilizador es su personalidad. Quienes le conocen y le han sufrido le retratan como un ser ególatra y narcisista, tan sensible al halago como susceptible ante el insulto, que todo lo juzga en función de su interés y beneficio.

Según Jeremy Shapiro, ex alto funcionario del departamento de Estado y actual director de investigación del think tank ECFR (European Center on Foreign Relations) su personalidad será determinante en la política exterior, un territorio en el que el presidente termina arbitrando entre los distintos grupos de poder que controlan los resortes de Washington. Ha sucedido con anteriores presidentes poco preparados en política exterior, como era Bush hijo, y terminará sucediendo con Trump. Para entender la política exterior estadounidense a partir de ahora habrá que convertir a su personalidad, su carácter, su temperamento y sus comportamientos en objeto de estudio.

Sabemos poco o nada de sus ideas sobre el mundo, probablemente porque son pocas o nulas, pero algo sabemos sobre su personalidad. Es muy corta su visión en tres ámbitos cruciales para el presidente de la primera potencia mundial: la historia, la globalidad y la moral. En la primera solo ve anécdota e ilustración, pero no responsabilidad ni memoria compartida; fruto de su escasa visión hacia el pasado es una idéntica miopía hacia el futuro: acompaña su enorme sentido táctico y oportunista con un nulo sentido estratégico.

La globalidad es para Trump el mapa donde se despliegan inversiones e intereses, pero en ningún caso un espacio de interdependencias donde buscar historias y valores compartidos para asentar alianzas. Y, finalmente, la moral es la regla de uno, él mismo, que se construye a su propia conveniencia por encima de la regla y la moral de todos. Esta ceguera es acorde con su personalidad, concentrada en el interés inmediato respecto a su tiempo, su ámbito y su regla particular de juego. Responde al tema de la canción de moda de Justin Bieber "Go and love your self", según Ivan Krastev en su artículo Donald Trump y la Doctrina Bieber, en The New York Times.

Este presidente es un modelo del mundo voluble, instantáneo, individualista y amoral que nos amenaza. El martes por la mañana convocaba a la prensa para denigrarla y al cabo de unas horas se reunía con la cúpula del New York Times para rectificar y elogiarla. Su actividad nocturna en twiter, cuando se dedica a vengarse de sus enemigos, es buen ejemplo de esta personalidad que determinará la política exterior de la primera superpotencia. Aunque no tiene sentido histórico, mantiene una memoria larga y rencorosa.

Leer más
profile avatar
24 de noviembre de 2016
Blogs de autor

España, puertas abiertas

Hay un torrente literario y filosófico para ayudarnos en la meditación posterior a las grandes derrotas, en pocas ocasiones tan necesaria como en una de tanta envergadura y trascendencia como la que Donald Trump ha propinado contra pronóstico a Hillary Clinton, a los demócratas, a las empresas encuestadoras, a la comunidad de periodistas, expertos y politólogos y al establishment de EE UU y Europa en su conjunto. La dimensión de la gesta es doble: por el peso de la superpotencia, con las consecuencias que acarreará en todo el planeta; pero también por su carácter de lección casi definitiva sobre las artes del poder, las elecciones y la democracia en una culminación difícilmente superable del momento populista que vivimos.

Artur Mas, el presidente emérito que quiso conducir a Cataluña hasta la independencia, ha sacado sus propias conclusiones ?mal vistas, por cierto, desde su propio campo? al considerar a Trump, probablemente con justeza, como un espejo digno para los anhelos soberanistas. Aunque a algunos les duela la proximidad, Mas es de los que piensa que también para Trump todo está por hacer y todo es posible cuando se sabe aprovechar la oportunidad impensable que depara la buena fortuna. Esto, por cierto, no es exactamente populismo, sino maquiavelismo puro.

El buen político no es el que tiene buena suerte, sino el que crea las condiciones para que ruede la ruleta del azar y caiga de su lado. Busca la suerte y la aprovecha cuando la encuentra. Para lo primero, hay que saber desestabilizar, de otra forma el azar no se despliega. Para lo segundo, hay que tener buenos reflejos. Esta vieja lección es tanto más vigente cuando las batallas electorales se juegan en márgenes estrechos y victorias y derrotas se fraguan en el filo de la navaja.

Artur Mas lo sabe. Sabe del eterno empate que reflejan las encuestas entre partidarios y adversarios de la independencia y de la pérdida de impulso del movimiento que quiso encabezar en solitario. A pesar de las hojas de ruta circulares y prorrogadas o del referéndum declarado inevitable ?sí o sí, siempre que la CUP apruebe los presupuestos?, tiene consciencia de que la actual batalla ya ha terminado y solo se puede mantener en el plano de las apariencias, de la post-verdad.

Así y todo, nada de lo que ofrezca el Gobierno de Rajoy recién instalado podrá disuadir al independentismo de sus propósitos. Todas las previsiones conducen a situarnos antes de un año en unas elecciones catalanas adelantadas, convocadas con intención y ruido constituyentes, en un nuevo escenario de confusión y de regreso al punto de partida de siempre, en el que las urnas electorales sustituyen a las consultas imposibles, antes de volver a empezar. Sin salida en Cataluña, y sin respuesta útil que llegue desde fuera.

En una tal parálisis, no exenta de peligros, caben pocos remedios. Uno es el que pueda surgir de una situación de inestabilidad extrema, como la de que los populismos aspiran a crear en Italia con Cinque Stelle y Francia con Marine Le Pen, con la pesadilla de una oleada extremista que liquide y abra en canal el proyecto europeo. La otra, por desgracia más improbable, la súbita aparición por primera vez de una oferta seria y sustancial de diálogo político por parte del Gobierno español que altere la hoja de ruta soberanista, divida a sus actuales componentes y obligue al menos a los más moderados a entrar en acuerdos eficaces y concluyentes.

Este es el remedio que sueñan y esperan los partidarios de la tercera vía entre el status quo y la independencia, catalanistas moderados a la búsqueda del independentismo desengañado ?que ya existe? constituidos desde la pasada semana en la plataforma Puertas abiertas del catalanismo, de nombre que contrasta con las puertas a cal y canto con que el mundo exterior ha acogido hasta ahora, no tan solo al independentismo, sino también cualquier demanda de respuesta política. Por más que siga el debate interior, la pelota está ahora en el otro tejado.

Dentro de Cataluña todo el pescado está vendido y es difícil que cambien las tendencias. Los resultados cosechados por Rajoy con su inmovilismo son toda una apología del status quo o como máximo de un reformismo minimalista, que encuentra la máxima comprensión en una población española tan hastiada con el proceso soberanista como lo están los propios catalanes. De ahí que sea en el conjunto de España donde se hace más perentorio el esfuerzo de persuasión.

Dejar las cosas como están, para que las arregle el paso del tiempo, es abrir espacios a la fortuna maquiavélica, esa oportunidad brindada por el azar que el príncipe sabe captar al instante cuando quiere crear el caos antes de vencer. Como Trump.

Leer más
profile avatar
21 de noviembre de 2016
Blogs de autor

Niebla y señales de alarma

Tardará en levantarse la niebla. Puede que la entera presidencia trascurra entre las nubes de la incertidumbre. El anciano Henry Kissinger, 93 años, acaba de señalarlo en una entrevista a Jeffrey Goldberg en la revista The Atlantic: Trump ni siquiera se ha planteado que pueda existir un orden mundial. Sus ideas sobre política exterior son nulas, y cuando existen, directamente nocivas. Para culminar el disparate, la formación de su equipo se está empantanando en peleas de palacio por el favor del nuevo emperador.

El centro del poder y también las disputas por las poltronas tienen un campo de batalla en la Torre Trump, en la Quinta Avenida de Nueva York, donde el magnate se reúne, recibe llamadas de todo el mundo y despide colaboradores. Algunos de los vicios más antiguos del poder llegan instalados en el carácter del personaje: el nepotismo que ha situado en el equipo de transición a sus tres hijos y a su yerno Jared Kushner; la arbitrariedad en nombramientos y decisiones, en función a veces de la última opinión escuchada o en otras de las retribuciones y venganzas personales de los miembros de la amplia familia presidencial; el conflicto de intereses, propio de un presidente constructor que se ha propuesto lanzar un plan de inversiones en infraestructuras por valor de 1.000 millones de dólares.

Las únicas voces con voluntad de limitar la incertidumbre llegan del otro lado, de los demócratas. De Hillary Clinton con su discurso de aceptación de la derrota, toda una lección democrática y de respeto de la regla de juego. Y de Obama, que hace por la cuenta de su sentido de Estado lo que Trump no ha hecho todavía como presidente electo: asegurar a los aliados que los tratados serán respetados.

Una conversación de hora y media entre ambos presidentes, saliente y entrante, bastó para convencer al novato de la conveniencia de conservar parte del sistema de salud reformado, por lo que no parece descartado que también se convenza de la necesidad de conservar el lazo transatlántico sobre el que se ha construido la paz y la estabilidad que hemos conocido en los últimos 70 años.

La expectación es a estas horas enorme e irá aumentando cuanto más se acerque la jornada del 20 de enero, el Inauguration Day o toma de posesión, sobre todo porque es dudoso que disminuyan las incertidumbres y muy probable lo contrario, algo a lo que pueden contribuir los nombramientos con proyección exterior, especialmente los de los secretarios de Estado, de Defensa, el director de la CIA y el consejero nacional de Seguridad. Algunos de los nombres que están sonando, como el del ex alcalde de Nueva York, Rudy Giuliani, solo pueden acrecentar la inquietud.

Las nueve semanas que faltan para la entrada solemne en la Casa Blanca son para colmo especialmente peligrosas. Lo son todas las transiciones y en todas las latitudes, pero más en la primera potencia y en un momento de cambio tan drástico como el relevo de Obama por Trump. Este interregno es un vacío que convoca a todas las conjuras internas y externas para que lo llenen de aventuras bélicas y desestabilizaciones. Niebla y luces de alarma es lo que se atisba en el paisaje internacional.

Leer más
profile avatar
17 de noviembre de 2016
Close Menu