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Escrito por

Lluís Bassets

Lluís Bassets (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.  

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Un mundo sin Mandela

Los males de Europa son los males del mundo. Nada de lo que nos sucede a los europeos es original. En todo caso, es peor, porque Europa era un modelo de integración y cooperación multilateral y se está convirtiendo en lo contrario. No debiera sorprender la desbandada que ha empezado en África respecto a la justicia universal. Si en Europa regresan los nacionalismos y los políticos se escudan en las decisiones soberanas para incumplir los tratados y compromisos internacionales, podemos imaginar qué sucederá en un continente tan convulso y poco integrado como Africa.

Burundi ha sido el primer país en anunciar su retirada de la Corte Penal Internacional (CPI). Tiene toda la lógica, por cuanto su presidente Pierre Nkurunziza es un firme candidato a ocupar el banquillo algún día. Burundi ha sufrido en su historia reciente dos genocidios y se halla ahora en una espiral de violencia étnica y política que ha expulsado a 300.000 personas y dejado un reguero de muertes de civiles a manos de las fuerzas de seguridad que hacen temer una repetición. El estallido actual se ha producido por la perpetuación en el poder del presidente, que venció en las elecciones por tercera vez a pesar de que la Constitución limitaba a dos los mandatos presidenciales, una circunstancia que se repite en muchos países africanos.

A continuación ha sido Sudáfrica, país pionero en los primeros pasos de la Corte Penal Internacional que ahora está en vanguardia de los que quieren abandonarla. En su caso el detonante fue la orden de detención emitida por la CPI en junio de 2015 contra el dictador de Sudán del Norte, Omar el-Bachir, acusado de crímenes de guerra y genocidio, cuando se encontraba en visita oficial en Johanesburgo con motivo de una cumbre de la Unión Africana. Aunque el tribunal supremo quiso aplicarla, el Gobierno hizo caso omiso, abriendo un enfrentamiento entre ambos poderes.

Gambia, un país que se halla en la lista negra de los derechos humanos, ha sido el tercero. Su presidente Yahya Jammeh dio un golpe de Estado hace 21 años y luego se ha perpetuado mediante elecciones amañadas en cuatro ocasiones. La aportación gambiana ha sido añadir a la lista de agravios africanos contra la CPI su pasividad ante las muertes de africanos en el Mediterráneo.

La CPI empezó a funcionar en 2002 y, hasta ahora, ha abierto diez investigaciones judiciales, nueve de ellas referidas a países africanos, y condenado a cuatro personas, todos africanos. El entusiasmo inicial africano por la CPI se ha convertido ahora en un rechazo generalizado, que amenaza con dejar impunes innumerables crímenes. El argumento de los dirigentes hostiles es que la CPI se ha convertido en un instrumento racista de los europeos y de las grandes potencias para entrometerse en su continente. La CPI solo puede perseguir a los nacionales de países firmantes del Estatuto de Roma o cuando lo solicite el Consejo de Seguridad, donde tienen asiento permanente y derecho de veto países no firmantes como Estados Unidos, Rusia y China.

En Europa, en vez de Vaclav Havel tenemos a Viktor Orban. En Africa, en vez de Nelson Mandela, está Jakob Zuma.

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26 de octubre de 2016
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Donald, el profeta siniestro

Los profetas no ven el futuro sino el presente. Lo que les hace clarividentes es la ceguera de los otros, no su capacidad para adelantarse a los acontecimientos, que es exactamente la misma que el resto de los mortales. Hay que encontrar las virtudes proféticas en la capacidad para entender las cosas tal como son en vez de adornarlas con nuestros deseos y pasiones.

A veces, la actitud profética no es ni siquiera fruto de una visión intelectual de la realidad sino de una mera expresión del carácter de un personaje público. El profeta es entonces un precursor. Se adelanta en las actitudes que prosperarán en el inmediato futuro.

Aunque parezca una paradoja, por su impresentable desvergüenza, su obscenidad misógina y su racismo apenas disimulado, Donald Trump tiene algo de profeta y de precursor con esa frase que deberá acompañar a su imagen futura como la más perfecta expresión de lo que da de sí políticamente nuestra época:"Aceptaré el resultado de las elecciones, solo si las gano".

El descarado multimillonario estadounidense dice alto y claro, como fruto de su carácter, lo que muchos políticos piensan pero no se atreven a decir, aunque en muchas ocasiones actúen con la misma idea perversa de dar por buena la regla de juego siempre que les favorezca y solo cuando les favorece. Si gano la regla es buena y si pierdo rompo la baraja.

Esta es la época en que avanza la idea de que los primeros que debieran procurar por el respeto de las leyes están autorizados a vulnerarlas o en el caso más leve a erosionarlas. Las leyes están para hacérselas cumplir a los otros, dejando caer todo su peso sobre su cabeza, y para incumplirlas uno mismo cuando no convienen.

Esta es la marca ética de Donald Trump que populistas de todo signo y rango vienen adoptando en todo el mundo y en todos los continentes, en España y en Europa, y que el magnate americano ha sabido levantar como bandera de una anarquía totalitaria, cuyo color solo puede ser negro como un pozo negro y exhibir el luto por la democracia y por la convivencia.

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26 de octubre de 2016
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Mito y consuelo de la ruptura

La idea de una ruptura con la legalidad constitucional se ha convertido en Cataluña en un marchamo de autenticidad. La sostiene la CUP, naturalmente, pero la comparten otros componentes del frente independentista e incluso de la nueva izquierda. Contiene una descalificación del status quo, despectivamente identificado como el régimen del 78, y la promesa de un momento estelar, un asalto a los cielos.

Siempre hay una teoría a mano para sostener su necesidad: desde la centralidad española jamás se cederá nada si no se fuerzan las cosas hasta el límite, de la legalidad constitucional no surgirá nunca un reconocimiento de la personalidad diferenciada de Cataluña, todo se ha probado dentro de un sistema que se ha revelado irreformable y corrupto de forma que ahora solo queda hacerlo fuera. Y no solo hay teorías a mano, también unas prácticas que las estimulan, concretamente las del Gobierno del PP, que utiliza la legalidad constitucional y sus instituciones como cachiporra.

El rupturismo es la garantía de autenticidad para el procesismo, como el quietismo lo es de la defensa del status quo. Es sospechoso un proceso independentista que no contenga una previsión de ruptura a plazo, porque fácilmente se desviará hacia una negociación en vez de un cambio de régimen. Como es sospechoso de complicidad con el independentismo un defensor de la actual legalidad con veleidades sobre el derecho a decidir o las terceras vías.

En otro tiempo los parabienes eran para el consenso. Ahora su lugar lo ocupa el disenso y a ser posible con los vidrios de la legalidad hechos añicos. Del consenso salen las complicidades y los pactos de silencio de una democracia falsa. Del disenso saldrá la democracia auténtica.

El rupturismo tiene algo de nostálgico. Permite la pervivencia de la identidad revolucionaria en los actuales tiempos pacifistas y posrevolucionarios. Es el paliativo de las insurrecciones armadas de antaño. Son habituales y lógicas las simpatías o al menos las actitudes indulgentes del rupturismo con quienes han renunciado por motivos tácticos a la violencia política.

La ruptura también sustituye al mito de la revolución. Sirve para imaginar un corte rápido y limpio con el pasado, aunque solo sea, y ya es mucho, con la legalidad constitucional. Todo lo que suceda luego es una hoja en blanco que solo tienen derecho a emborronar quienes han protagonizado el asalto. En Cataluña es la independencia, una palabra limpia y deslumbrante.

En esta idea hay también un propósito revisionista. Romper con la legalidad constitucional española es una corrección de la transición tal como se hizo. Si no hubo ruptura entonces, sino el pasteleo de la ruptura pactada entre los reformistas del régimen y la oposición democrática, hagamos ahora en diferido aquel acto definitivo que se identifica con el derrocamiento del régimen e incluso del dictador.

El rupturismo carga las tintas hasta la caricatura como si se cargara también de razones. De ahí la resurrección de Franco y del franquismo, cuya sombra impregna la entera historia democrática en la visión rupturista de hoy. La transición, la Monarquía, la Constitución, el Estado de las autonomías, todo es franquismo. El PP lo es por antonomasia, pero también el PSOE y, qué caray, el pujolismo, por corrupto y por cómplice, aunque su inventor diera con los huesos en la cárcel franquista.

No hay que extenderse sobre la dificultad e improbabilidad de la ruptura. De momento no llega, por más que se la invoque, cosa que obliga a corregir las hojas de ruta para aplazarla una y otra vez. O a esmerar la imaginación, como hace el procesismo con su rupturismo homeopático. En vez de la gran noche de la independencia, minirupturas a disposición de todos, desde los ayuntamientos hasta el parlamento, en forma de declaraciones, resoluciones, leyes de desconexión, desobediencia a las órdenes y citaciones de los jueces, e incluso vulneración del calendario laboral de las administraciones como sucedió el pasado 12 de octubre.

Sobre el papel, deberán conducir por acumulación a un salto cualitativo. Sus estrategas cuentan con la inestimable ayuda del Gobierno del PP, que acude puntualmente con personal y arsenal jurídico a neutralizarlas. Si unos blanden la independencia como objetivo final, los otros esgrimen la suspensión de la autonomía como callada amenaza.

Una y otra estrategia minimalista y gradualista sirven de paliativo y consuelo para todos, pero tienen sus riesgos y límites. Llega un momento en que se agotan. Puede surgir además el accidente de recorrido. Sobre todo si no intervienen otras estrategias más eficaces y políticas que rompan la dinámica viciada de esos dos vectores opuestos que se retroalimentan.

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24 de octubre de 2016
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Tempestad sobre Bruselas

Negros nubarrones se ciernen sobre Bruselas, la capital de los 28 que si nada ni nadie lo remedia serán pronto 27. La costumbre desde los tiempos fundacionales era avanzar de crisis en crisis. Crisis y construcción europea eran casi sinónimos. Las crisis eran el combustible con el que se alimentaba la poderosa caldera que hace funcionar la fábrica de la Unión.

Esta vez no es así. Esta vez no es una crisis, sino varias crisis. O mejor todavía, una maraña de crisis que se enredan y retroalimentan una a otra. La fiscal, bancaria y financiera todavía vigente, que se ha convertido en el paisaje sobre el que actúan todas las restantes. La de seguridad en las fronteras Este y Sur, en Ucrania y en Oriente Medio. La llegada de los refugiados a centenares de miles como consecuencia, primero por el Egeo, ahora por el Mediterráneo. Los golpes del yihadismo en el corazón de las ciudades europeas. El ascenso de los populismos que desestabilizan los sistemas de partidos. Los brotes de xenofobia y de racismo. Y para postre, la apoteosis de la insolidaridad europea que es el Brexit.

Es la policrisis, ha dicho Jean-Claude Juncker, el presidente de la Comisión, como si dar con la palabra significara dar con la solución. ¿Avanzaremos ahora de policrisis en policrisis? ¿O habrá que cambiar de método, abandonar el tradicional incrementalismo de los pequeños pasos, y cortar el nudo de la policrisis de un tajo tal como hizo Alejandro Magno?

De momento, nada de lo que se ve y se oye en Bruselas permite pensar en una novedad de tal calibre. En el fondo, nada gusta más que la inercia. Sobre todo, no resolver nada: business as usual. Sí, los 27, reunidos en Bratislava el 16 de septiembre, aunque han convocado un ejercicio de reflexión sobre su futuro para marzo próximo, 60 aniversario del Tratado de Roma, han exhibido a la vez y una vez más su incapacidad para dotar a la unión de una estrategia compartida. Nada de ambición. Nada de visiones de futuro. Cada uno de los 27 socios, sus gobiernos, sus parlamentos ?incluidos los regionales, como el de Valonia--, sus ciudadanos, todos a lo suyo, a sus vetos, sus bloqueos, sus referéndums, sin importarles mucho ni poco el destino común y las consecuencias de la ausencia de solidaridad, de espíritu de familia y de proyecto compartido. Como sonámbulos que avanzan resueltos hacia el abismo.

La dirección de la nave la marca ahora la agenda más genuinamente nacionalista de los países de Visegrad (Chequia, Eslovaquia, Hungría y Polonia), con sus argumentos contra la inmigración y los refugiados y sus prejuicios racistas y xenófobos de cristianos viejos y blancos. La talla moral de esta Europa la marcan Orban y Kascinski en vez de Walesa y Havel, en perfecta sintonía con Theresa May y Donald Trump. Y eso se nota en Bruselas, donde la desorientación y el pesimismo se han instalado en las instituciones europeas, a la defensiva ante el Brexit y propensas a los ejercicios de autoflagelación y de duelo, plañideras incluidas, por la Europa perdida que no fue y que ya no será.

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19 de octubre de 2016
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La última batalla del califato

La batalla de Mosul ya ha empezado. Unos 25.000 soldados iraquíes, peshmergas kurdos y algunos centenares de instructores estadounidenses han empezado el asalto a la mayor ciudad controlada por el autodenominado Estado Islámico de Irak y Siria (ISIS). Esta será probablemente la última gran batalla del califato terrorista, en pleno retroceso en todos los territorios que controlaba, tanto en Siria como en Irak.

Lo ha anunciado el primer ministro iraquí Haider Al Abadi, mientras decenas de tanques avanzaban ya por la llanura de Nínive y la artillería empezaba a machacar las defensas desde la primera hora de hoy lunes, según ha contado la BBC. Les esperan entre 3000 y 4000 combatientes yihadistas, que han controlado dos años la ciudad y se han enfrentado a los intentos de resistencia. Hay opiniones divididas sobre su capacidad para aguantar la embestida del Gobierno de Al Abadi, desde quienes cuentan con dos o tres meses de combates hasta quienes piensan que los yihadistas huirán hacia el desierto con los primeros enfrentamientos.

La instalación del ISIS en Mosul en el verano de 2014 significó el control de los campos de petróleo de la región, que servían para financiar los ejércitos terroristas y permitió la proclamación del califato por parte de Abu Bakr Al Bagdadi, desde el púlpito de la gran mezquita, el gesto simbólico que sirvió de gesto propagandístico para difundir el proyecto de crear un nuevo Estado regido por la más estricta sharía sobre las fronteras de Siria e Irak y en guerra abierta contra el chiismo y contra occidente.

El ISIS se halla en retroceso en todos los frentes. Ha perdido el control de la frontera con Turquía, por donde entraban la mayor parte de los combatientes extranjeros. Ha sido desalojado de numerosas ciudades como Faluja y Ramadi en Irak y ahora mismo Daqib en Siria, donde la mitología yihadista localiza la batalla final contra los infieles, aunque le queda todavía Raqqa, que declaró su capital y permanece todavía en parte de Aleppo, donde sirve de excusa para la destrucción de la ciudad por la aviación rusa.

El califato está propiamente derrotado y solo falta su desalojo de Mosul para que quede rubricada su derrota. Eso no significa ni que la guerra termine ni que sus ideas no sigan rigiendo en buena parte de la región. Esta es una guerra por procuración, en la que se enfrentan en primer término Arabia Saudí e Irán, en contra y a favor del régimen de El Asad, e incluso en segundo plano Rusia y Estados Unidos, con Turquía librando su peculiar contienda contra los kurdos.

El mito del califato, por su parte, no morirá con la próxima desaparición del ISIS como estructura de poder en las región, entre otras cosas porque buena parte de las ideas sobre las que se ha construido tienen gran popularidad en muchos países islámicos e incluso son doctrina oficial en países como Arabia Saudí. El capítulo más preocupante de la posguerra, sin embargo, será el de los ex combatientes que regresarán a sus países, y también a Europa, donde buscarán cualquier oportunidad para proseguir su guerra santa contra occidente aunque no tengan ya un territorio donde asentarse.

http://www.nytimes.com/interactive/2016/06/18/world/middleeast/isis-control-places-cities.html?_r=0

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17 de octubre de 2016
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El horrible mundo de Trump

El daño ya está hecho. Aunque Donald Trump no se convierta en el hombre más poderoso del planeta, el solo hecho de que haya conseguido la nominación como candidato de uno de los dos grandes partidos ha modificado definitivamente la política americana y la idea que el resto del mundo se hace de Estados Unidos y de su democracia. En vez de devolver a su país la supuesta grandeza perdida (Make America Great Again, como reza su lema), ya está consiguiendo con sus declaraciones disminuir su prestigio y su influencia en el mundo.

Mientras dure la campaña, Donald Trump puede seguir viviendo en la realidad paralela que denuncia su rival Hillary Clinton, en la que la idea de verdad y de mentira se diluyen y se abre paso la posverdad, esa hija de los medios de comunicación y de las redes sociales que convierte las opiniones en sagradas y los hechos en discutibles y tanto excita los instintos populistas de los votantes. Pero si obtiene la presidencia, no habrá forma de esquivar la dura realidad de un presidente fundamentalmente deshonesto en su relación con la realidad, que desconoce los problemas más fundamentales que debe tratar el primer magistrado de Estados Unidos y para colmo posee un carácter y unas ideas totalmente erráticas e imprevisibles.

Un periodista del semanario The New Yorker, Evan Osnos, ha explicado con ayuda de 12 expertos cómo serían los 100 primeros días de Trump en un reportaje estremecedor sobre el caos que podría llegar a instalarse en el mundo, empezando por el instrumento más delicado y peligroso que tiene un presidente de Estados Unidos bajo su responsabilidad. Nada inquieta más internacionalmente que la eventualidad de que el botón nuclear caiga en manos de un individuo como Trump, que ha exhibido durante los debates una ignorancia enciclopédica sobre la doctrina de la disuasión y el significado del uso del arma nuclear.

Trump se ha manifestado a favor de utilizar las armas atómicas contra el Estado Islámico en Siria e Irak, en una acción que probablemente desencadenaría una guerra de enormes dimensiones y probablemente una respuesta nuclear rusa. Abonando la realización de un disparo nuclear en Oriente Próximo sin amenaza del mismo rango, Trump ha demostrado también que no sabe exactamente lo que significa el primer disparo de un arma nuclear, una eventualidad que EE UU se reserva como uno de los elementos de la disuasión y que el agresivo y belicista candidato republicano descartó a preguntas de un periodista, a pesar de que el país que reconoce que nunca accionará el primero el arma nuclear baja un escalón en su capacidad disuasiva. En otra ocasión, y también a preguntas de un periodista, ha exhibido su desconocimiento de lo que es la tríada nuclear, piedra angular de la estrategia estadounidense, fundamentada en la acción de los bombarderos de la fuerza aérea, los lanzamisiles terrestres y los submarinos.

Pero lo peor de todo, por sus efectos inmediatos, son sus declaraciones a favor de la adquisición del arma nuclear por parte de Japón para que pueda defenderse de la amenaza de Corea del Norte, en abierta contradicción ya no con la cobertura del paraguas nuclear estadounidense sobre sus aliados asiáticos y con la Constitución japonesa, sino incluso con los principios de la no proliferación. En la lógica de Trump, que considera excesivo el gasto de Washington en la defensa de sus aliados, todos los países hasta ahora a cubierto de la disuasión estadounidense, como Alemania o Corea del Sur, deberían apañárselas por su cuenta. Estas ideas invalidan la entera lógica de la Alianza Atlántica y siembran la inquietud en los países más directamente amenazados, como son los bálticos.

Trump imagina un EE UU aislacionista en política internacional y proteccionista en migraciones y comercio, que levantaría barreras físicas en sus fronteras más frágiles, como la de México, y tarifarias y aduaneras en sustitución de los grandes tratados de libre comercio, como el Nafta, e incluso de las instituciones internacionales, como la Organización Mundial de Comercio, que abandonaría. Sus ideas conducen directamente a la recesión, como ha señalado el ex secretario del Tesoro Larry Summers. Según le ha contado el economista a Osnos, en su reportaje de The New Yorker, ?la percepción de que podemos emprender el camino de unas políticas hipernacionalistas sería muy dañina para la confianza global e incrementaría el riesgo de crisis financieras en los mercados emergentes?. Dados sus antecedentes empresariales, en los que abundan las quiebras y los impagos, Trump ha tenido que aclarar a The Wall Street Journal que considera sagrado el servicio de la deuda federal.

Trump se ha enajenado las opiniones públicas de todo el mundo, pero especialmente de los países latinoamericanos, árabes y musulmanes, señalados directamente como objeto de las limitaciones a la inmigración y de los controles que quiere imponer para entrar en EE UU. Solo despierta simpatías entre los extremistas, incluso de signo contrario: su islamofobia sintoniza con la extrema derecha en Europa y en Israel, pero a la vez cae de maravilla entre los propios yihadistas del ISIS, que le consideran ?el enemigo perfecto?, al que han utilizado al menos en tres vídeos para ilustrar la islamofobia occidental. Si vence, piensan que contribuirá a radicalizar a los musulmanes en Europa y EE UU. Incluso en Irán suscita preocupación entre los reformistas, que propiciaron el pacto de desarme nuclear, y simpatías entre los extremistas, que quieren romper el acuerdo nuclear para volver a la fabricación de la bomba y encuentran en el revisionismo de Trump la excusa perfecta.

Un apartado especial merecen sus simpatías por Putin y su alineamiento con las posiciones neoimperialistas rusas. El líder populista ruso y aliado de Putin Vladímir Zirinovski ha señalado que los estadounidenses deben elegir a Trump si quieren evitar la guerra nuclear. Trump ha avalado el papel de Rusia en Siria y la anexión de Crimea, y no ha tenido inconveniente en hacer de abogado defensor de Moscú ante las sospechas de guerra cibernética o al menos de manipulación de Wikileaks para atacar a Hillary Clinton.

Hay un daño incalculable que ya afecta a la política doméstica y se concentra en el Partido Republicano, pero hay otro daño de puertas afuera que afecta al prestigio de EE UU, de su añeja democracia e incluso de la democracia en general. A la vista de lo que puede deparar la elección presidencial estadounidense, salen ganando las descalificaciones de la democracia representativa como sistema para gobernar la complejidad del mundo actual. Aunque Trump no llegue a entrar en la Casa Blanca, la campaña presidencial ya es todo un éxito propagandístico para los sistemas autoritarios y especialmente para los más serios y previsibles, como es el caso del que monopoliza el Partido Comunista de China.

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16 de octubre de 2016
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Putin en campaña

Las cosa no pueden ir peor con Rusia. La suspensión del viaje de Putin a París es el último episodio del desencuentro, pero no hay duda de que habrá más. Moscú vetó la pasada semana una resolución sobre Siria en el Consejo de Seguridad, para frenar los bombardeos aéreos rusos sobre Aleppo. Solo tuvo la compañía bien poco recomendable de Venezuela, e incluso China se abstuvo porque no quiso asociarse a la ignominia patrocinada por Moscú.

En cuatro ocasiones anteriores el veto de China acompañó al de Rusia en resoluciones que pretendían contrariar a Washington y sus aliados, pero esta vez no ha querido asociarse a la evidencia de los crímenes de guerra que está cometiendo Vladimir Putin para salvar a Bachar el Asad. El ministro francés de Exteriores, Jean-Marc Ayrault ha evocado cuatro ciudades mártires en las que el objetivo militar era la población civil: Guernica, bombardeada por la Luftwafe por encargo de Franco en 1937; Srebrenica, donde más de 8.000 hombres fueron asesinados por las tropas serbias en 1995; Grozny, destruida por entero en el asalto de las tropas rusas en la guerra de 1999 y 2000; y ahora Aleppo, estas dos últimas bajo responsabilidad política del presidente ruso.

No hay camino viable para una denuncia por crímenes de guerra contra Putin. Ni Rusia ni Siria participan del tratado que establece la Corte Penal Internacional, a la que correspondería abrir una investigación. En su caso, solo podría decidirlo el Consejo de Seguridad, donde Rusia tiene derecho de veto.

Es velocísimo el deterioro de las relaciones entre Washington y Moscú. La cancha geopolítica donde se está produciendo el actual encontronazo es Oriente Próximo, y más específicamente Siria, territorio al que Rusia ha regresado con determinación, echando el resto de su capacidad militar para convertir la inminente derrota del Estado Islámico en una victoria del régimen de El Asad, que significará la consolidación de su presencia permanente.

Moscú ha roto las conversaciones de paz sobre Siria y suspendido dos acuerdos con EE UU, uno sobre de investigación nuclear y otro sobre reducción de arsenales de plutonio. También ha instalado misiles con capacidad nuclear en Kaliningrado, enclavados en pleno territorio OTAN, y ha enseñado los dientes a principios de octubre a la entera comunidad atlántica con un sobrevuelo de dos bombarderos Tupolev hasta las costas de Vizcaya.

La destrucción de Aleppo y la gesticulación que la acompaña se produce en un momento crítico para la seguridad como es la transición en la Casa Blanca, cuando se va el presidente y todavía no se sabe quién le sustituirá y con qué políticas. Todas las transiciones suelen ser momentos de riesgo, desde la crisis con Cuba en 1961, entre Eisenhower y Kennedy, hasta la guerra de Gaza a principios de 2009, entre Bush y Obama. Esta vez hay un agravante adicional y es que existen sospechas de interferencias de Putin en la campaña electoral mediante espionaje electrónico y uno de los dos candidatos, Donald Trump, ha mostrado su afinidad y simpatía por el sospechoso.

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13 de octubre de 2016
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El genio político de Johan Cruyff

El genio no tiene especialidad. Johan Cruyff destacó hasta lo más alto en el fútbol pero hubiera destacado también en cualquier otra cosa que hubiera hecho en la vida.

Las memorias póstumas del futbolista, que ahora acaban de ver la luz, permiten recoger abundantes pruebas de una genialidad que va más allá del fútbol. Una de las actividades, bien alejadas de su vida profesional, en la que ha demostrado su buen criterio es la política, a la que el futbolista jamás se dedicó, aunque sí la sirvió indirectamente, fundamentalmente a través del símbolo político que es el Barça.

Las ideas políticas de Cruyff son como su juego: complica lo sencillo y simplifica lo complicado. Hay de entrada una actitud, muy loable en política, como es la empatía. Cruyff tenía olfato además de cabeza, y sabía entender los sentimientos de la gente. Luego hay un rasgo de la personalidad creativa: su apertura de mente, que le conduce a aceptar ideas inesperadas o incluso proscritas y a explorar territorios desconocidos.

El genio es osado, experimenta y arriesga. Buena parte de las actitudes de Cruyff ante la política catalanista e incluso nacionalista se debe a este talento genial, a su capacidad desprejuiciada para conectar sentimentalmente y para aceptar ideas fuera del carril. Cruyff era un demócrata, de formación, como ciudadano de la Holanda de la posguerra, y de corazón y talante, por lo que es lógico que conectara muy directamente con la idea del derecho a decidir.

Pero cuando aterriza en situaciones más concretas, como el diagnóstico del proceso independentista catalán, exhibe una inteligencia natural de una exactitud y una sensatez prodigiosa si se compara con muchos analistas cegados por la pasión política. ?Igual que hace 40 años ?asegura? el debate es si separarse o no de España. La cosa está 50-50. En otras palabras, en caso de secesión, la población estaría dividida. ¿Es eso lo que desean??.

Tras el diagnóstico, la solución: ?Como holandés, claro está, estoy acostumbrado al ?poldermodel?, es decir, a llegar al consenso desde opiniones opuestas. A darles vueltas a las cosas hasta llegar a una solución para todos. Eso nunca se ha hecho en España. Nadie está dispuesto a ceder. Nadie en absoluto. Ni los que quieren separarse, ni los que quieren seguir juntos, ni los de Madrid?.

Como todos sabemos, los polder son los territorios ganados con lentitud y constancia al mar por los campesinos holandeses, que han terminado convirtiéndose en el emblema de la geografía del país, de la capacidad de la sociedad para juntar esfuerzos y de Holanda misma. El término de ?poldermodel? también se ha aplicado a la cooperación entre patronales y sindicatos, a los esfuerzos de reconstrucción después de la Segunda Guerra Mundial y a las políticas de consenso entre el paisaje fragmentado de los partidos holandeses, y ha sido atacado en los últimos años especialmente por los populistas.

Harían bien los cruyffistas que hay en todos los partidos en atender o al menos meditar sobre los pensamientos políticos de su héroe futbolístico.

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10 de octubre de 2016
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Muestrario catalán

El desafío cabalga de nuevo. Este es el titular. Gusta mucho en ciertos medios de comunicación de ambas orillas. Justifica la apisonadora que conducen los servicios jurídicos de La Moncloa para triturar, de una parte, todas las resoluciones parlamentarias y actos del Gobierno catalán que contradicen o desobedecen a la Constitución y a sus intérpretes, y de la otra, para castigar con penas de inhabilitación a los responsables políticos que las han impulsado. Pero esos titulares estridentes dan también seguridad a los conductores del Procés, respecto a su buena marcha y a su futuro. Piensan que si las cosas anduvieran tan mal, nadie tiraría de las alarmas ni pondría tantos obstáculos.

Estas son lecturas legítimas, aunque son parte indisociable de la realidad de la que se trata. Hay otra posible, más distanciada, que percibe en el desafío una oferta o, incluso mejor, la exhibición de un muestrario. Los catalanes, gracias a la figura del viajante del textil, sabemos mucho de España y de cómo hay que presentar los muestrarios. En esta ocasión es una exhibición implícita y sin desplazarse hasta la tienda donde se escogerá y se hará el pedido. Surge del parlamento en dirección a todos los españoles, que como todos sabemos están representados en el Congreso. De parlamento a parlamento, por tanto.

Al abrir la maleta nos encontramos con cuatro muestras. La primera es la más conflictiva y la que suscita directamente ese rótulo antipático: el desafío catalán. Se trata de poner fecha límite a la celebración de un referéndum, que sus promotores quieren celebrar en cualquier de los casos antes de septiembre der 2017, con una pregunta clara y una respuesta binaria. No contempla ninguna negociación previa y menos todavía un acuerdo con el Gobierno. Es unilateral, vinculante y obviamente inconstitucional. Cuenta con una mayoría de 72 votos sobre 135 escaños de la cámara catalana, los de Junts pel Sí y la CUP, aunque hubo 11 abstenciones de Catalunya Sí Que Es Pot y nadie votó en contra, puesto que PSC, PP y C's se negaron a participar en una votación que consideraban ilegal y en desobediencia del Tribunal Constitucional.

La segunda muestra es otra resolución en favor de una consulta, esta sin fecha límite ni concreción en los términos de la pregunta, en la que los catalanes ?puedan pronunciarse de forma democrática sobre el futuro de su nación y la forma de organización política más adecuada para Cataluña?. Sus promotores quieren ?el reconocimiento previo de la Unión Europea y de la comunidad internacional? para que de sus resultados se desprendan ?efectos políticos y jurídicos reales?. No da protagonismo al gobierno español, aunque concede que para facilitarla habrá que ?impulsar las iniciativa necesarias ante el Estado?. Esta resolución obtuvo la mayoría absoluta de los 73 votos de JxSí y de sus promotores CSQP, 52 en contra de PSC, C's y PP y 10 abstenciones de la CUP, que legitimaron la votación al contrario de lo sucedido con la resolución anterior.

La tercera es una resolución fracasada. Obtuvo solo los 16 votos de los socialistas que la promovían. Consiste en una reforma constitucional federal, que reconozca el carácter plurinacional del Estado, a someter también a referéndum de todos los españoles. Obtuvo una mayoría adversa de 108 votos en contra, en la que se juntaron PP y C's con CUP y JxS, y solo CSQP tuvo la deferencia de abstenerse. La propuesta no desborda la Constitución, pero sí desborda la Declaración de Granada ?el pacto socialista de reforma constitucional federal?, según se encargaron de señalar portavoces de Ferraz. Algunos incluso han querido leer esta resolución como el pacto secreto de Pedro Sánchez con Miquel Iceta para atraerse a los nacionalistas.

La cuarta muestra no es una resolución, sino una actitud, la de los grupos del PP y de C's, que se han abstenido de votar o se han opuesto a las otras resoluciones y no han presentado ninguna propuesta respecto al actual estatus de Cataluña en relación a España. Su idea es que nos quedemos exactamente igual como estamos.

Todo esto es en parte un desafío, desde luego, pero también un ejercicio de clarificación. El muestrario permite al conjunto de los españoles situar una de las cuatro opciones en el horizonte, justo en el momento en que se discute sobre la eventualidad de permitir un Gobierno de Mariano Rajoy en minoría o ir a unas terceras elecciones en las que muy probablemente el PP podría ampliar su mayoría y el PSOE, en cambio, iría dividido, dirigido por una gestora y sin ni siquiera candidato a la presidencia del Gobierno.

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9 de octubre de 2016
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El Nobel entra en el proceso colombiano

La cocina de los premios Nobel no admite improvisaciones. El trabajo de selección es minucioso y largo. Parece evidente que el comité noruego que los concede venía siguiendo con atención las conversaciones de La Habana entre las FARC y el Gobierno colombiano y ya tenía la candidatura en lo alto de su lista desde el mismo momento en que el presidente Santos y el comandante Timoschenko firmaron el prolijo documento. El resultado del referéndum del domingo, ese voto negativo mayoritario que cayó como un jarro de agua fría sobre los colombianos, fue lo que determinó la personalización del premio en Juan Manuel Santos, protagonista de la victoria que supuso el acuerdo pero también de la derrota incluso personal que cosechó en las urnas.

Los gobernantes en ejercicio, como es el caso del presidente Santos, no son habituales de los premios, normalmente frecuentados por militantes, instituciones internacionales y ong's. En muchas ocasiones, como sucedió con Barack Obama en 2009, prematuramente galardonado más por sus propósitos que por sus méritos, resultan controvertidos cuando se conceden y siguen siéndolo posteriormente. No debiera ser este el caso de Santos, el segundo presidente latinoamericano en recibirlo, después del costarricense, Oscar Arias, Nobel de 1987, que le precedió en la pacificación de los países del istmo centroamericano, y por tanto en la erradicación de la violencia política tras más de medio siglo de un incendio que ha llegado a abrasar el continente de punta a punta.

Los Nobel de la Paz reconocen una labor, pero en algunas ocasiones también pretenden actuar como incentivo para culminarla, como es ahora el caso. En esta ocasión, además, este premio interviene directamente en el proceso colombiano, en la medida en que el comité noruego ha querido echar todo el peso de su prestigio internacional en la balanza a favor del acuerdo de paz tras el resultado negativo del referéndum. El premio constituye así una especie de compensación o contrapeso que sitúa de nuevo a Santos en el centro político y le da una ventaja de reconocimiento internacional sobre quienes protagonizaron la campaña del no, empezando por el ex presidente Uribe, capitalizador de los resultados del referéndum en parte neutralizado por el galardón.

El comité "espera que el premio le dé la fuerza para culminar su tarea", que no es solo de paz, sino también "de reconciliación y de justicia" y le anima a culminar el proceso mediante el diálogo nacional en el que debe incluir a quienes se opusieron. Según su comunicado, el galardón no quiere proporcionar tan solo un estímulo para recorrer el trecho que falta hasta la paz, sino expresar el temor de la comunidad internacional a "que el proceso quede parado y regrese la guerra civil". No hay premio para la guerrilla, tampoco para quienes combatieron el acuerdo por insuficiente. El Nobel de la Paz es todo entero para quien trabajó por la paz primero y luego arriesgó más que nadie, incluso su carrera política, para implicar democráticamente a los ciudadanos en su ratificación mediante un referéndum. Un mérito que no todos le han reconocido como hace ahora el comité noruego del Nobel.

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8 de octubre de 2016
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