Lluís Bassets
Los profetas no ven el futuro sino el presente. Lo que les hace clarividentes es la ceguera de los otros, no su capacidad para adelantarse a los acontecimientos, que es exactamente la misma que el resto de los mortales. Hay que encontrar las virtudes proféticas en la capacidad para entender las cosas tal como son en vez de adornarlas con nuestros deseos y pasiones.
A veces, la actitud profética no es ni siquiera fruto de una visión intelectual de la realidad sino de una mera expresión del carácter de un personaje público. El profeta es entonces un precursor. Se adelanta en las actitudes que prosperarán en el inmediato futuro.
Aunque parezca una paradoja, por su impresentable desvergüenza, su obscenidad misógina y su racismo apenas disimulado, Donald Trump tiene algo de profeta y de precursor con esa frase que deberá acompañar a su imagen futura como la más perfecta expresión de lo que da de sí políticamente nuestra época:"Aceptaré el resultado de las elecciones, solo si las gano".
El descarado multimillonario estadounidense dice alto y claro, como fruto de su carácter, lo que muchos políticos piensan pero no se atreven a decir, aunque en muchas ocasiones actúen con la misma idea perversa de dar por buena la regla de juego siempre que les favorezca y solo cuando les favorece. Si gano la regla es buena y si pierdo rompo la baraja.
Esta es la época en que avanza la idea de que los primeros que debieran procurar por el respeto de las leyes están autorizados a vulnerarlas o en el caso más leve a erosionarlas. Las leyes están para hacérselas cumplir a los otros, dejando caer todo su peso sobre su cabeza, y para incumplirlas uno mismo cuando no convienen.
Esta es la marca ética de Donald Trump que populistas de todo signo y rango vienen adoptando en todo el mundo y en todos los continentes, en España y en Europa, y que el magnate americano ha sabido levantar como bandera de una anarquía totalitaria, cuyo color solo puede ser negro como un pozo negro y exhibir el luto por la democracia y por la convivencia.