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Viejo glorioso (1)

De mis Encuentros con Grandes Hombres de Antaño guardo un magnífico recuerdo del que me permitió conocer y simpatizar con Gonzalo Torrente Ballester. Debió de ser hacia 1990, en pleno verano parisino, y le estábamos esperando en La Closerie des Lilas, al final del Bulevar Raspail, un grupo de amigos españoles.

Uno de ellos, personaje descomunal que ahora no quiero nombrar, había citado también allí al hijo de un hermano suyo que vivía desde hacía décadas en Extremo Oriente y a quien no había vuelto a ver. Tampoco su sobrino le había visto nunca, desde una lejana visita al cumplir los tres años, cuando se despidieron de la familia antes de emprender el gran viaje al Este.

Torrente llegó muy puntual, muy contento, muy bien colocado detrás de sus enormes gafas de megamiope. Lo cierto es que en una primera impresión, a don Gonzalo, que era delgado como un alambre, sólo se le veían las gafas, dos colosales rosetones semiopacos, tras los cuales vivía el literato.

Fue muy amable con todos y procedió a contar dos anécdotas encadenadas, realmente jocosas y bien narradas, aunque no acabé de entenderlas porque me distraía verle consultar la carta, operación que duró toda la segunda anécdota. La estudiaba de lado, es decir, por el borde, como si tratara de desentrañar una anamorfosis de Holbein.

Cuando había ya decidido pedir un Negroni, llegó el sobrinito, el cual era ya un mocetón de casi treinta años, alto y apuesto, al que acompañaba la mujer más espectacular que yo haya visto en toda mi vida.
(Continuará)

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11 de abril de 2006
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EL EVANGELIO DE LA TRAICIÓN

Lo que hago es peligroso pero la tentación es tremenda. Desde el anuncio hecho por The National Geographic del descubrimiento de un manuscrito del siglo III que cuenta el Evangelio de Judas añoro el momento en que por fin se podrá leer el texto. La presentación en el sitio de la revista americana es sumamente irritante. Es un despliegue pretencioso con un fondo negro, feo, y una navegación compleja. Pero sobre todo es una presentación frustrante: solo se entregan extractos del texto, lo que, tengo que reconocerlo, estimula el interés por la revista. Por fin, otra versión de la historia de Jesús, la del apóstol malo que lo vendió a los romanos por unas monedas (el manuscrito no dice el precio exacto).

El interés es peligroso, ya lo he dicho. Ha habido tantos fraudes en relación a la historia religiosa que uno tiene que tomar cualquier noticia con sumo cuidado (el fraude más grande es el Código Da Vinci, no por ser la copia de otro libro como lo decidió un tribunal de Londres la semana pasada, sino por ser una fraude literario: una novela cuya escritura supera todo en la falta de gracia).

Parece que todas las pruebas científicas posibles demuestran que este Evangelio de Judas es un objeto de suma credibilidad: el papiro y la tinta son del siglo III. Y la prueba literaria, quiero decir la prueba a través de la lectura del texto, la confirma por el momento.  En el texto del evangelio, Jesucristo dice a Judas: "Tú superarás a todos ellos". Le dice también "serás maldito" y le propone, mejor dicho, le ordena su tarea: "Vas a sacrificar al ser humano que es mi vestido".

Claro que la entrega de estas palabras no es sencilla. Debemos imaginar que Jesús habló en arameo a Judas. El evangelio, como tantos primeros textos cristianos, fue escrito en griego clásico. El manuscrito descubierto es una traducción al copto. El National Geographic entrega otra traducción en inglés. Y, finalmente, soy un francés que lo pasa a una audiencia hispanohablante. A pesar de todo, el texto me parece válido. Quiero decir: de vivir una vida de hijo de Dios (lo que por el momento no es el caso) y tener que estimular a uno de mis discípulos para que me traicione, creo que la relación mía con este señor habría sido esta: escoger al mejor, nada menos, y tratarle como tal, pues no voy a utilizar al más blando para destrozarme.

El tema no es nuevo. Norman Mailer le ha dado un tratamiento al publicar El evangelio según el hijo. Era una novela mala que contaba el nuevo testamento según Jesucristo pero planteaba el problema del punto de vista, en el sentido que Henry James da a estas palabras: la visión de una historia desde un punto preciso, en este caso desde la mente del profeta. En la novela de Mailer, Jesucristo decía: "Amo a Judas. Lo amo incluso más de lo que amo a Pedro". Creo que no podía ser de otra manera. Jesús podía prescindir de Pedro: sobra la gente dispuesta a organizar un nuevo culto, lo podemos comprobar cada día, pero traidores, traidores de gran tamaño (hablamos de traicionar al hijo de Dios, no de robar plata en la Costa del Sol en un negocio inmobiliario) no son fáciles de encontrar.

En su edición del domingo, The New York Times le quita mérito a Judas. Escribe que por no estar disponible Judas, se habría encontrado otro malo para la película del cristianismo. Me parece que se equivoca el Times. La traición es un gran arte que requiere grandes artistas. Nada supera lo que se consigue con la falta de lealtad, por lo menos en la literatura. El novelista Graham Green lo reconoció en un discurso que para mí sigue siendo la clave de su obra. Era el 6 de junio de 1969, hablaba al recibir el Shakespeare Prize en la Universidad de Hamburgo y su conferencia se titulaba The virtue of Disloyalty  (La virtud de la deslealtad). Decía: "Loyalty confines you to accepted opinions; forbids you to comprehend sympathetically your dissident fellows. Disloyalty encourages you to roam through any human mind: it gives the novelist an extra dimension of understanding". ("La lealtad lo limita uno a las opiniones compartidas por todos; impide entender y acercarse al otro. La deslealtad lo anima a uno a pasear por la mente del otro: da al novelista una dimensión extra para entender"). Así es: por ser el que le traicionó, Judas era el apóstol que más sabía de Jesucristo. Por lo menos es mi evangelio.

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10 de abril de 2006
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El lado oscuro de la tortilla

La sociedad que aglutina a los guionistas de los Estados Unidos, llamada Writers Guild of America, eligió ciento un guiones del cine (norte)americano a los que consagró como los mejores de la historia. Los primeros diez de la lista que trascendió son bastante inapelables: Casablanca, El Padrino, Chinatown, Citizen Kane, All About Eve, Annie Hall, Sunset Boulevard, Network, Some Like It Hot y El Padrino II. Según parece Woody Allen, Coppola y Billy Wilder colaron cuatro guiones cada uno, mientras que Charlie Kaufman, William Goldman y John Huston colaron tres.

Lo primero que surge de la lista es que la ecuación mejor guión-mejor película es indestructible. ¿Quién está en condiciones de ver una película mediocre y entrever que a pesar de la torpeza de su resolución había un guión maravilloso al inicio del proceso? Necesitamos que la película nos deslumbre, para recién después recurrir al guión como una de las causas lógicas de ese deslumbramiento. Esto es una pena, en la medida que condena al anonimato a miles de guiones impecables que resultaron destrozados por una dirección ramplona, o por actuaciones chatas, o por una edición predecible; pero se trata de las reglas del juego. ¿Cuántos libros sublimes han pasado desapercibidos ante nuestros radares debido a una pobre venta, o a la falta de prensa, o a una distribución inexistente?

La consagración de Casablanca en el primer puesto apunta a destacar la misma característica del cine: su condición de arte colaborativo. Siempre se señala que fueron muchas las manos que contribuyeron al guión de Casablanca, además de las acreditadas de Julius y Philip Epstein y Howard Koch; actores y productores sumaron su inspiración a un rodaje que se inició cuando aun no se sabía cómo terminaría la película –un final que hoy nos aparece como tan perfecto, y así tan canónico, que resulta imposible imaginarle variación alguna.

Suele decirse que es posible hacer una película apenas correcta a partir de un buen guión, pero que es imposible realizar una buena película a partir de un mal guión. La calidad del guión con que se va al rodaje es el primer listón de la película: si realmente está bien construido, la película nunca será un desastre.

Me encantaría elegir cuanto menos diez guiones inolvidables de la historia del cine hispanoparlante. Pero me temo que conocemos tan mal nuestro propio cine, que cometeríamos injusticias espantosas tan sólo porque nunca oímos hablar de determinadas películas.

Algún día daremos vuelta a la tortilla.

Ese día no está tan lejos.

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10 de abril de 2006
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Un carácter

Le gustan las películas de Schwarzenegger, pero sabe que no deberían gustarle dado el tipo de gente que frecuenta. Desde luego, podrían gustarle como a millones de admiradores de Schwarzenegger, pero él no cree pertenecer a ese grupo. A él le gustan de otra manera, de un modo peculiar, inteligente, por así decirlo, y en consecuencia no tiene empacho en decir públicamente ante sus amigos que a él le gustan las películas de Schwarzenegger.

De todos modos, no lo dice así, directamente, como lo diría alguien a quien de verdad le gustaran las películas de Schwarzenegger, sino con el añadido de una casi imperceptible mueca o tonalidad de la voz que indica la abismal distancia que media entre él diciendo que le gustan las películas de Schwarzenegger y cualquier otra persona que diga exactamente lo mismo.

Si la señal casi imperceptible alcanza la inteligencia del oyente, entonces éste pasa de la estupefacción o el horror a la complicidad. El amigo puede entonces decir que a él también le gustan mucho las películas de Schwarzenegger.

Sin embargo, el interlocutor nunca sabrá si a su amigo le gustan de verdad las películas de Schwarzenegger, o si dice que le gustan, aunque en realidad le gustan y no se atreve a decirlo, de manera que se esconde diciendo que le gustan.

Los interlocutores han sido atrapados por un mecanismo tremendamente efectivo con el que se construye todo intercambio social, casi toda la información política y buena parte de la pasión amorosa.

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10 de abril de 2006
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Compre ya, compre ahora, compre lo que sea

Estás sentado frente al televisor y aparece ese comercial del reloj del Real Madrid. El narrador te cuenta cómo está hecho y cuánto pesa, y te va mostrando todas sus funciones y su resistencia al agua. Mientras tanto, el reloj gira ante tus ojos, brilla. Es importante que lleve el sello del Real Madrid, porque eso es garantía de triunfo. Llevar uno de esos es como llevar escrito en la frente: “soy un ganador”. Al final del comercial, aparece el número al que debes llamar para comprarlo. Tú no necesitas un reloj. Ni siquiera eres del Real Madrid. Pero corres al teléfono, porque no puedes seguir viviendo sin ese reloj.

La publicidad no está hecha para cubrir necesidades, sino para crearlas. Si no existiese, probablemente vivirías sin la vajilla, el juego de cuchillos, la cama inflable, el acondicionador y todas esas cosas completamente inútiles que guardas en tu desván. Y aún si necesitases esas cosas, bastaría con una marca, ya que entre los requerimientos legales, las leyes de oferta y demanda y los costos de producción, todos los productos son básicamente iguales. La publicidad no sólo hace que necesites ese producto que no te hacía ninguna falta, sino que necesites el de esa marca y ningún otro.

Eso hace apasionante 13,99 euros, la novela que consagró al francés Frederic Beigbeder y que yo sólo he podido leer ahora, cuatro años después de su aparición. Beigbeder, que es publicista, se sumerge en las cloacas de las agencias para mostrarnos el mundo de la gente que se dedica a crear ilusiones para los demás: una panda de cocainómanos consumistas hiperestresados obligados constantemente a contar chistes malos para demostrar que son ingeniosos. Un montón de millonarios racistas que sólo quieren gente blanca en sus anuncios. Un coro de deshechos espirituales, cuya única religión es la cirugía estética.

El protagonista de la novela describe todo eso para que lo despidan. Aspira a conseguir su libertad de ese mundo, pero para conseguirla necesita el seguro del desempleo. Con es meta, insulta a los clientes, produce malas ideas, tiene hemorragias nasales en la cara de su jefe y escribe con la sangre de su nariz “Cerdos” a lo largo de las paredes y los espejos de sus anunciantes. Y sin embargo, por mucho que se esfuerza, no consigue que lo echen.
Y es que el sistema fagocita todo, incluso la rebeldía. Como los relojes Swatch con la cara del Che, los actos de insubordinación del creativo protagonista son reciclajes comerciales de la combatividad, lo que corresponde a su rango de tipo excéntrico que tiene “ideas”. Todo el mundo espera que sea raro, eso es una garantía para los inversionistas, porque la gente que piensa es rara.

Richard Ford dice que la literatura está hecha de historias falsas que te dejan mejor equipado para vivir la realidad. 13,99 produce ese efecto. No puedes volver a ver los comerciales sin la sensación de que, detrás de esa aspiradora mágica, detrás de la chica que vino del futuro para venderte un detergente, detrás de Isabel Preysler ofreciendo chocolates en un cóctel, hay un cocainómano comprando sus gramos a tu costa.

Al final, Frederic Beigbeder lo consiguió: fue despedido de la agencia publicitaria en que trabajaba. Así que compra este libro, cómpralo ya, compra tres o cuatro ejemplares. No veas este blog como un comercial común y corriente. Velo como una campaña de caridad. Puedes apadrinar a un niño etíope o a un publicista francés adicto a los estimulantes en paro. Como siempre, puedes escoger qué tipo de solidaridad consumes. Para eso tienes la libertad.

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10 de abril de 2006
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Visita

“Hola mamá, buenos días”
“Mira, acabo de ver pasar a tu padre sin el tridente, ha vuelto a dejarse el tridente en el océano”
“¿Estás bien? ¿Tienes frío?”
“No sé qué va a hacer ahora sin el tridente. No debería salir sin el tridente, parece un don nadie. Y todo mojado...”
“No te asustes, sólo te estoy desenredando el pelo. Estate quieta”
“Hace una semana, cuando la boda, también se presentó sin el tridente. Fue muy comentado, claro, tu padre sin tridente es de una vulgaridad...”
“Ya lo sé, mamá. Me lo dijiste el mes pasado. Te ha dado fuerte con lo de Neptuno”
“¿Has llamado a la puerta? Tienes que llamar a la puerta. No debes entrar sin llamar. Aquí todo el mundo entra sin llamar, como si yo no existiera”
“He llamado”
“Pues para algo habrás venido. ¿Ya has tomado una decisión?”
“Pues claro que sí”
“Entonces, ¿te vas a casar conmigo, sí o no? Me gustaría conocer tus intenciones”
“No puedo casarme contigo, mamá, soy tu hija”
“Además, siempre sales sin el tridente y haces el ridículo, ¿me oyes? El-ri-dí-cu-lo”
Las conversaciones con pacientes de Alzheimer, oídas de improviso en un parque, en un hospital, en el metro (ésta la pillé en unos almacenes), son tan conmovedoras como nuestras obras de arte.
La nuestra es una civilización enferma de Alzheimer.

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7 de abril de 2006
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Y de repente, Bayly

Conocí a Jaime Bayly hace unos meses, en la feria del libro de Guadalajara. Quiero decir, claro, que esa vez lo conocí personalmente, porque soy un fan de Bayly desde antes de que publicase libros, cuando se divertía ridiculizando a los políticos peruanos en la tele. Por entonces yo tenía quince años, y nunca me perdía sus programas. Bayly acusaba a los congresistas de esnifar cocaína, les preguntaba a los artistas por su vida sexual, llamaba por teléfono de madrugada a las estrellas de la tele, besaba a los cantantes famosos. Era un circo de un solo hombre. Como el país entero era un gigantesco circo, su programa parecía ser el único realista. Así que, cuando lo vi en Guadalajara, no pude resistir la tentación de acercarme a saludarlo: 

-Hola, finalista del premio Planeta. Felicidades.
-Gracias.
-Sólo lamento lo que dijo Marsé en la premiación. Qué ganas de fastidiar ¿No?
Bayly se rió.
-No hay por qué enojarse. En realidad, Marsé me ha hecho un favor al bajar la expectativa. Porque luego la gente lee la novela, y no es tan mala.

Desde que empezó a escribir novelas, Bayly hizo con la literatura lo mismo que había hecho en televisión: fastidiar, que por cierto, es una de las más nobles aspiraciones de la novela. Sus libros describían sarcásticamente a una clase alta peruana racista, homófoba, machista y altamente estúpida. Sus personajes eran cocainómanos y homosexuales en una Lima reprimida e hipócrita, que les dejaba hacer lo que quisieran porque eran blancos. En el solemne y acartonado medio literario peruano, que se tomaba tan en serio a sí mismo, cayeron como una bomba. Su éxito era una bofetada en la cara de los intelectuales, y un alivio para los aspirantes a escritores que queríamos contar lo que veíamos en vez de hablar de manuscritos borgianos. Era como si te dijese: “¿te das cuenta de en qué país vives? ¿de lo que tú mismo eres? ¿y aún quieres refugiarte en la Biblioteca de Babel?”

-Pero bueno –continuó Bayly- me dicen de todo. Tú mismo dices que yo he escrito la misma novela ocho veces ¿No? Me parece una crítica injusta.
Yo había hecho esa crítica en una entrevista meses antes. Y Bayly tiene un aura personal tan impresionante que de inmediato te sientes pésimo por haber dicho o pensado algo malo de él alguna vez en tu vida.
-Sí, pero el resto de mis declaraciones fueron muy elogiosas ¿No leíste la entrevista entera?
-No, sólo me contaron esa parte.
Traté de demostrarle que lo admiraba.
-Me encanta Los últimos días de la prensa.
-Sí, ésa es la que le gusta a los homófobos.
Toma. Hice un esfuerzo por arreglarlo.
-También me gusta La noche es virgen
-Esta es distinta –me dijo, señalando su último libro-. Ya no me drogo, pues.

Luego nos despedimos. Y me prometí leer la nueva novela. Bayly tiene ese encanto que le permite tratarte como a una zapatilla y que tú salgas pensando “qué tipo tan simpático ¿cómo he podido criticarlo?”.

Pues bien, finalmente, he leído su última novela, Y de repente, un ángel. Y me ha sorprendido. Si sus libros de los años noventa eran ácidas críticas contra la hipocresía familiar, éste es más bien una oda al perdón, y un alegato a favor de la reconciliación con el padre. Si sus personajes solían ser bisexuales atormentados, éste hace lo posible por conservar a su novia. Si sus antiguos protagonistas eran chirriantes periodistas de televisión sobreexpuestos, éste es un escritor que vive encerrado en su casa, huyendo de la vida. La propia televisión, el lugar donde “cualquier blanquito palabrero tiene un programa”, ahora figura como un anestésico para todas las clases sociales. Las viejas de esta novela –una rica y otra pobre- están cargadas de rabia y frustración, pero en cuanto les ponen la telenovela, se vuelven dóciles, se adormecen, y se olvidan de su miseria, de su alcoholismo, de la mediocridad que las rodea. Mientras leía la novela, me parecía escuchar al niño terrible –ya no tan niño- tratando de reconciliarse con un mundo al que antes le escupía en la cara.

No sé si Bayly pueda ser juzgado con arreglo a las convenciones habituales de un escritor. Me parece más bien un personaje. Tiene una sensibilidad y un sentido del humor propios, que pone en escena en varios ámbitos: la televisión, el monólogo cómico, el cine, la literatura. Y en cada uno de ellos es muy transparente. Nunca se transforma en una voz radicalmente distinta de la suya, al punto que muchos de sus protagonistas llevan incluso sus iniciales (el de esta se llama Julián Beltrán). Bayly puede gustarte o no gustarte, en suma, pero creo que es un autor honesto consigo mismo. Y eso no es poco.

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7 de abril de 2006
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Yo no soy yo

Imagino que todos han oído una y mil veces la historia del escorpión y la rana, el cuento que describe cómo el escorpión pica a la rana en mitad del río precipitando su propia muerte, porque no puede huir de su propia naturaleza asesina. Pues bien: hay veces que el escorpión no necesita de la rana para producir su autodestrucción. Hay escorpiones que son tan asesinos, que no vacilan en picarse a sí mismos.

Este domingo, el diario Página 12 reveló que un notorio represor de la dictadura, Pascual Oscar Guerrieri, violaba sistemáticamente la prisión hogareña que se le había concedido en virtud de superar los 70 años de edad. El ex jerarca del Batallón 601 de Inteligencia y jefe del centro clandestino llamado Quinta de Funes salía de su casa cuando quería y sin permiso, por ejemplo para ir a jugar al tenis. El miércoles por la noche, el periodista Daniel Malnatti mostró durante el programa televisivo CQC imágenes obtenidas a lo largo de un mes, que probaban las múltiples excursiones de Guerrieri al mundo exterior: en remise, en colectivo, en el metro… Cuando Malnatti se aproximó al remise en que Guerrieri viajaba y le demostró que conocía su identidad, el represor fingió ser otro, llegando hasta el extremo de mostrar un documento falso. Pero al fin se traicionó a sí mismo, escupiendo una frase reveladora: “Yo no soy yo”.

Gracias a la acción de Página 12 y de CQC, el juez Ariel Lijo le quitó a Guerrieri el beneficio del arresto domiciliario, concediéndonos además una satisfacción extra: hoy el represor está preso otra vez, pero ya no en una base militar, como era lo habitual en estos casos, sino en el penal de Marcos Paz, como cualquier otro asesino que ha sido hallado culpable por la Justicia. Esta acción, y las recientes declaraciones de la Ministra de Defensa, Nilda Garré, que manifestaron la intención del Gobierno de acabar con todas las prisiones de privilegio concedidas a los jerarcas de la dictadura, me han llenado de esperanza. Mientras esperamos que la Cámara de Casación se expida y permita declarar la nulidad de las amnistías otorgadas a los ex militares, la prisión común y corriente de Guerrieri y de algunos otros serviría cuanto menos como aperitivo. Les juro que el día que Alfredo Astiz vaya preso a un penal común, como corresponde dada su probada participación en tantos crímenes (Astiz es el Judas que se hizo pasar por oveja para traicionar a algunas Madres de Plaza de Mayo, y que también provocó el secuestro y muerte de las monjas francesas), voy a hacer una fiesta.

Si esto ocurre y están por la Argentina en ese momento, considérense invitados.

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7 de abril de 2006
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MALDITO PRINCIPITO

Es lo único que faltaba a la pobre Francia. Tenemos huelgas, un presidente prejubilado que no puede mandar, un primer ministro rehén del ministro de interior que es también presidente del partido mayoritario, la economía es una tortuga que no sabe ni puede acelerar y ahora viene el Principito. Basta leer Le Figaro para entender lo que hoy se publica, se dice, se muestra: Francia celebra el sesenta aniversario de la publicación de El Principito de Antoine de Saint-Exupéry.

Como siempre en Francia hay algo callado: no es el sesenta aniversario de la publicación del cuento. El libro se publicó en Nueva York hace sesenta y tres años. Lo que celebra Francia es el desembarco de una criatura que no es lo mejor de la literatura francesa pero que sigue funcionando como producto de exportación.

No voy a esconder mi opinión: desde el capítulo dos todo va mal en el cuento; para mí, un cordero no se vincula con la idea de un dibujo. Mucho más con la idea de una carne asada. No puedo entender como Saint-Exupéry, que siempre fue tratado muy bien en Argentina, se equivocó tanto en la utilización de un cordero. Todo su libro es un error insoportable: finge escribir un cuento para los niños para entregar una verdad a los adultos. “Todas las personas mayores fueron primeros niños” dice Saint-Exupéry en su dedicatoria, pero al final, se hunde en un océano de boberías y de humanismo barato. En un país que posee una tradición del cuento filosófico desde el siglo XVIII, el Principito representa un proceso mayor de involución que hay que denunciar sin cansarse. Cada vez que veo una tienda de “Zadig & Voltaire”, la empresa francesa que vende ropa muy de moda, pienso que quizás Francia podrá reestablecer una jerarquía normal con Voltaire por encima de Saint-Exupéry. Pero, por el momento, hay que aguantar al Principito.

En el sitio oficial de Saint-Exupéry vemos hoy una muestra de lo kitsch del libro: un desfile de candelas frente a la cara del Principito para manifestar la magia de un aniversario insoportable. Vale la pena ver el sitio para entender lo que tenemos que aguantar en Francia: en todas partes hay vajillas, estatuas, papel de escribir, relojes, muñecas y no se qué más con la imagen del rubiecito con su bufanda. Por lo menos, estas baratijas ayudan a entender que no se trata de literatura, sólamente de una marca para promover productos de exportación. Ver en Internet el abanico completo de lo que se puede conseguir me puso de muy mala leche. Aún peor, descubrí un sitio canadiense con una versión mixta (en francés y en español) de la obra. ¡El Principito hablando castellano en Canadá! Qué desorden en nuestra planeta.

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6 de abril de 2006
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David(es) contra Goliat

Acabo de regresar de Puerto Rico. Me invitaron a dar una charla sobre la adaptación de novelas al cine, dado que durante el fin de semana se exhibió en San Juan Rosario Tijeras, que escribí a partir de la novela de Jorge Franco. La experiencia fue gratificante. Nunca había visitado la isla, este estado libre asociado lleno de gente maravillosa que dice cosas como: “No puedo ir a la beach, todavía no estoy en shape”, y que vive inventando neologismos. (El que más me gustó fue gufear, a partir de la palabra goof, que significa tonto en inglés: el verbo gufear implica, pues, tomar a alguien por tonto. A no ser que me hayan gufeado a mí, y que la palabra signifique otra cosa en realidad.)

La charla formó parte de la Octava Muestra de Cine y Literatura, dirigida por José Artemio Torres, que lejos de tratarme como a un invitado formal me convirtió en parte de su familia. Toda la gente que conocí por su intermediación (productores, directores, guionistas, editores y funcionarios del cine local) me pareció abocada con celo impar a la creación y difusión del cine de la isla. Su pasión no me sorprendió, como tampoco el tenor de su indefensión ante los Grandes Monstruos de la Industria Cinematográfica Internacional. (O sea Hollywood.) Esto es algo con lo que me topo en cada país latino que visito: la misma situación, los mismos problemas, las mismas quejas. Los cineastas de América Latina vivimos como si estuviésemos solos, como si nuestra problemática fuese única en el continente. Todos luchamos contra molinos de viento, a menudo ayudados por subvenciones estatales que colaboran con la realización de las películas pero no solucionan los problemas de distribución ni de exhibición. Ahogados por nuestros problemas individuales, no terminamos de percibir que al uruguayo le ocurre lo mismo, y al chileno, y al brasileño, y al colombiano, y al mexicano –y por supuesto, también a los amigos de San Juan. Las películas que se hacen en un país raramente llegan a otro, a pesar de que cuentan historias que podrían ser compartidas y comprendidas con facilidad, dado que nacen de situaciones estructurales similares. En cada uno de nuestros países nos sentimos felices cuando alguna de las majors (las grandes distribuidoras de los Estados Unidos) compra nuestra peli, porque eso ayuda a mejorar sus chances en el estreno local; pero ignoramos, o preferimos no ver, que la misma major no hará esfuerzo alguno por estrenar nuestra peli en otros territorios porque su prioridad es Spiderman 3, o Superman Returns, o cualquier otra de sus propias superproducciones.

Yo sueño con que encontremos una forma de hacer circular nuestras películas por territorio latinoamericano. Este continente es un mercado millonario en materia de público, que le regalamos a diario a productos que ya vienen amortizados desde su propio territorio, y que ha menudo recuperaron su inversión por preventas internacionales, ¡incluso antes de su estreno! No pretendo que ganemos con el cine latinoamericano lo que sería lógico y esperable, dado que está probado que cuando se la enfrenta con una película local o cuanto menos latina, el público prefiere ver una de sus películas, un film que hable de ellos y de sus vidas, antes que ver el tanque hollywoodense de turno. Pero sí aspiro a que nos encontremos a debatir ideas, a que busquemos formas de sortear las legislaciones locales para encontrar modalidades de beneficio común y a que privilegiemos la difusión de nuestras películas en nuestros territorios, aun cuando no ganemos lo que sería justo o, en fin, lo que necesitaríamos para crecer. Es una lucha de David contra Goliat, eso está claro. Lo trágico sería que no advirtiésemos que los Davides somos muchos, y que si nos uniésemos la lid sería más justa.

No estamos solos. Somos muchos. Quizás sea hora de que empecemos a actuar como si lo supiésemos.

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6 de abril de 2006
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