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Y de repente, Bayly

Por 7 de abril de 2006 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Conocí a Jaime Bayly hace unos meses, en la feria del libro de Guadalajara. Quiero decir, claro, que esa vez lo conocí personalmente, porque soy un fan de Bayly desde antes de que publicase libros, cuando se divertía ridiculizando a los políticos peruanos en la tele. Por entonces yo tenía quince años, y nunca me perdía sus programas. Bayly acusaba a los congresistas de esnifar cocaína, les preguntaba a los artistas por su vida sexual, llamaba por teléfono de madrugada a las estrellas de la tele, besaba a los cantantes famosos. Era un circo de un solo hombre. Como el país entero era un gigantesco circo, su programa parecía ser el único realista. Así que, cuando lo vi en Guadalajara, no pude resistir la tentación de acercarme a saludarlo: 

-Hola, finalista del premio Planeta. Felicidades.
-Gracias.
-Sólo lamento lo que dijo Marsé en la premiación. Qué ganas de fastidiar ¿No?
Bayly se rió.
-No hay por qué enojarse. En realidad, Marsé me ha hecho un favor al bajar la expectativa. Porque luego la gente lee la novela, y no es tan mala.

Desde que empezó a escribir novelas, Bayly hizo con la literatura lo mismo que había hecho en televisión: fastidiar, que por cierto, es una de las más nobles aspiraciones de la novela. Sus libros describían sarcásticamente a una clase alta peruana racista, homófoba, machista y altamente estúpida. Sus personajes eran cocainómanos y homosexuales en una Lima reprimida e hipócrita, que les dejaba hacer lo que quisieran porque eran blancos. En el solemne y acartonado medio literario peruano, que se tomaba tan en serio a sí mismo, cayeron como una bomba. Su éxito era una bofetada en la cara de los intelectuales, y un alivio para los aspirantes a escritores que queríamos contar lo que veíamos en vez de hablar de manuscritos borgianos. Era como si te dijese: “¿te das cuenta de en qué país vives? ¿de lo que tú mismo eres? ¿y aún quieres refugiarte en la Biblioteca de Babel?”

-Pero bueno –continuó Bayly- me dicen de todo. Tú mismo dices que yo he escrito la misma novela ocho veces ¿No? Me parece una crítica injusta.
Yo había hecho esa crítica en una entrevista meses antes. Y Bayly tiene un aura personal tan impresionante que de inmediato te sientes pésimo por haber dicho o pensado algo malo de él alguna vez en tu vida.
-Sí, pero el resto de mis declaraciones fueron muy elogiosas ¿No leíste la entrevista entera?
-No, sólo me contaron esa parte.
Traté de demostrarle que lo admiraba.
-Me encanta Los últimos días de la prensa.
-Sí, ésa es la que le gusta a los homófobos.
Toma. Hice un esfuerzo por arreglarlo.
-También me gusta La noche es virgen
-Esta es distinta –me dijo, señalando su último libro-. Ya no me drogo, pues.

Luego nos despedimos. Y me prometí leer la nueva novela. Bayly tiene ese encanto que le permite tratarte como a una zapatilla y que tú salgas pensando “qué tipo tan simpático ¿cómo he podido criticarlo?”.

Pues bien, finalmente, he leído su última novela, Y de repente, un ángel. Y me ha sorprendido. Si sus libros de los años noventa eran ácidas críticas contra la hipocresía familiar, éste es más bien una oda al perdón, y un alegato a favor de la reconciliación con el padre. Si sus personajes solían ser bisexuales atormentados, éste hace lo posible por conservar a su novia. Si sus antiguos protagonistas eran chirriantes periodistas de televisión sobreexpuestos, éste es un escritor que vive encerrado en su casa, huyendo de la vida. La propia televisión, el lugar donde “cualquier blanquito palabrero tiene un programa”, ahora figura como un anestésico para todas las clases sociales. Las viejas de esta novela –una rica y otra pobre- están cargadas de rabia y frustración, pero en cuanto les ponen la telenovela, se vuelven dóciles, se adormecen, y se olvidan de su miseria, de su alcoholismo, de la mediocridad que las rodea. Mientras leía la novela, me parecía escuchar al niño terrible –ya no tan niño- tratando de reconciliarse con un mundo al que antes le escupía en la cara.

No sé si Bayly pueda ser juzgado con arreglo a las convenciones habituales de un escritor. Me parece más bien un personaje. Tiene una sensibilidad y un sentido del humor propios, que pone en escena en varios ámbitos: la televisión, el monólogo cómico, el cine, la literatura. Y en cada uno de ellos es muy transparente. Nunca se transforma en una voz radicalmente distinta de la suya, al punto que muchos de sus protagonistas llevan incluso sus iniciales (el de esta se llama Julián Beltrán). Bayly puede gustarte o no gustarte, en suma, pero creo que es un autor honesto consigo mismo. Y eso no es poco.

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