Jean-François Fogel
Es lo único que faltaba a la pobre Francia. Tenemos huelgas, un presidente prejubilado que no puede mandar, un primer ministro rehén del ministro de interior que es también presidente del partido mayoritario, la economía es una tortuga que no sabe ni puede acelerar y ahora viene el Principito. Basta leer Le Figaro para entender lo que hoy se publica, se dice, se muestra: Francia celebra el sesenta aniversario de la publicación de El Principito de Antoine de Saint-Exupéry.
Como siempre en Francia hay algo callado: no es el sesenta aniversario de la publicación del cuento. El libro se publicó en Nueva York hace sesenta y tres años. Lo que celebra Francia es el desembarco de una criatura que no es lo mejor de la literatura francesa pero que sigue funcionando como producto de exportación.
No voy a esconder mi opinión: desde el capítulo dos todo va mal en el cuento; para mí, un cordero no se vincula con la idea de un dibujo. Mucho más con la idea de una carne asada. No puedo entender como Saint-Exupéry, que siempre fue tratado muy bien en Argentina, se equivocó tanto en la utilización de un cordero. Todo su libro es un error insoportable: finge escribir un cuento para los niños para entregar una verdad a los adultos. “Todas las personas mayores fueron primeros niños” dice Saint-Exupéry en su dedicatoria, pero al final, se hunde en un océano de boberías y de humanismo barato. En un país que posee una tradición del cuento filosófico desde el siglo XVIII, el Principito representa un proceso mayor de involución que hay que denunciar sin cansarse. Cada vez que veo una tienda de “Zadig & Voltaire”, la empresa francesa que vende ropa muy de moda, pienso que quizás Francia podrá reestablecer una jerarquía normal con Voltaire por encima de Saint-Exupéry. Pero, por el momento, hay que aguantar al Principito.
En el sitio oficial de Saint-Exupéry vemos hoy una muestra de lo kitsch del libro: un desfile de candelas frente a la cara del Principito para manifestar la magia de un aniversario insoportable. Vale la pena ver el sitio para entender lo que tenemos que aguantar en Francia: en todas partes hay vajillas, estatuas, papel de escribir, relojes, muñecas y no se qué más con la imagen del rubiecito con su bufanda. Por lo menos, estas baratijas ayudan a entender que no se trata de literatura, sólamente de una marca para promover productos de exportación. Ver en Internet el abanico completo de lo que se puede conseguir me puso de muy mala leche. Aún peor, descubrí un sitio canadiense con una versión mixta (en francés y en español) de la obra. ¡El Principito hablando castellano en Canadá! Qué desorden en nuestra planeta.