Jean-François Fogel
Lo que hago es peligroso pero la tentación es tremenda. Desde el anuncio hecho por The National Geographic del descubrimiento de un manuscrito del siglo III que cuenta el Evangelio de Judas añoro el momento en que por fin se podrá leer el texto. La presentación en el sitio de la revista americana es sumamente irritante. Es un despliegue pretencioso con un fondo negro, feo, y una navegación compleja. Pero sobre todo es una presentación frustrante: solo se entregan extractos del texto, lo que, tengo que reconocerlo, estimula el interés por la revista. Por fin, otra versión de la historia de Jesús, la del apóstol malo que lo vendió a los romanos por unas monedas (el manuscrito no dice el precio exacto).
El interés es peligroso, ya lo he dicho. Ha habido tantos fraudes en relación a la historia religiosa que uno tiene que tomar cualquier noticia con sumo cuidado (el fraude más grande es el Código Da Vinci, no por ser la copia de otro libro como lo decidió un tribunal de Londres la semana pasada, sino por ser una fraude literario: una novela cuya escritura supera todo en la falta de gracia).
Parece que todas las pruebas científicas posibles demuestran que este Evangelio de Judas es un objeto de suma credibilidad: el papiro y la tinta son del siglo III. Y la prueba literaria, quiero decir la prueba a través de la lectura del texto, la confirma por el momento. En el texto del evangelio, Jesucristo dice a Judas: "Tú superarás a todos ellos". Le dice también "serás maldito" y le propone, mejor dicho, le ordena su tarea: "Vas a sacrificar al ser humano que es mi vestido".
Claro que la entrega de estas palabras no es sencilla. Debemos imaginar que Jesús habló en arameo a Judas. El evangelio, como tantos primeros textos cristianos, fue escrito en griego clásico. El manuscrito descubierto es una traducción al copto. El National Geographic entrega otra traducción en inglés. Y, finalmente, soy un francés que lo pasa a una audiencia hispanohablante. A pesar de todo, el texto me parece válido. Quiero decir: de vivir una vida de hijo de Dios (lo que por el momento no es el caso) y tener que estimular a uno de mis discípulos para que me traicione, creo que la relación mía con este señor habría sido esta: escoger al mejor, nada menos, y tratarle como tal, pues no voy a utilizar al más blando para destrozarme.
El tema no es nuevo. Norman Mailer le ha dado un tratamiento al publicar El evangelio según el hijo. Era una novela mala que contaba el nuevo testamento según Jesucristo pero planteaba el problema del punto de vista, en el sentido que Henry James da a estas palabras: la visión de una historia desde un punto preciso, en este caso desde la mente del profeta. En la novela de Mailer, Jesucristo decía: "Amo a Judas. Lo amo incluso más de lo que amo a Pedro". Creo que no podía ser de otra manera. Jesús podía prescindir de Pedro: sobra la gente dispuesta a organizar un nuevo culto, lo podemos comprobar cada día, pero traidores, traidores de gran tamaño (hablamos de traicionar al hijo de Dios, no de robar plata en la Costa del Sol en un negocio inmobiliario) no son fáciles de encontrar.
En su edición del domingo, The New York Times le quita mérito a Judas. Escribe que por no estar disponible Judas, se habría encontrado otro malo para la película del cristianismo. Me parece que se equivoca el Times. La traición es un gran arte que requiere grandes artistas. Nada supera lo que se consigue con la falta de lealtad, por lo menos en la literatura. El novelista Graham Green lo reconoció en un discurso que para mí sigue siendo la clave de su obra. Era el 6 de junio de 1969, hablaba al recibir el Shakespeare Prize en la Universidad de Hamburgo y su conferencia se titulaba The virtue of Disloyalty (La virtud de la deslealtad). Decía: "Loyalty confines you to accepted opinions; forbids you to comprehend sympathetically your dissident fellows. Disloyalty encourages you to roam through any human mind: it gives the novelist an extra dimension of understanding". ("La lealtad lo limita uno a las opiniones compartidas por todos; impide entender y acercarse al otro. La deslealtad lo anima a uno a pasear por la mente del otro: da al novelista una dimensión extra para entender"). Así es: por ser el que le traicionó, Judas era el apóstol que más sabía de Jesucristo. Por lo menos es mi evangelio.