Skip to main content
Category

Blogs de autor

Blogs de autor

«Un bal masqué» o «Las edades de la vida»

Muchas son las veces que he evocado y trascrito aquí páginas de la Recherhe de Marcel Proust, en algunas de las cuales he intentado encontrar el embrión de una suerte de ética. Como no debo dar por supuesto que todo el mundo ha leído este libro, auténticamente de culto, voy a hacer una corta presentación, seguida de una traducción en castellano de algunos de los párrafos más tremendos.

El primer acto de la Recherche tiene como escenario la localidad ficticia de Combray en las orillas del río Loira y los paseos del Narrador en los aledaños, hasta las postrimerías de la casa de Swann, personaje emblemático de la obra. Pero en la Recherche hay un episodio cronológicamente ulterior que posee sin embargo anterioridad lógica, constituyendo el auténtico prólogo de una hipotética puesta en escena visual. El primer cuadro de este prólogo nos presenta al narrador descendiendo las escaleras que desde la biblioteca desembocan en el salón de un palacete parisino en el que su propietario, el Príncipe de Guermantes, recibe a sus invitados. El conjunto de estos constituye el núcleo protagonista del gran relato que, junto a Combray, tiene entre los múltiples horizontes la localidad atlántica de Balbec o Venecia, pero también ese París donde la fiesta fundamental transcurre.

Es necesario avanzar algo sobre el estado de ánimo del Narrador en el momento que nos ocupa. El caso es que momentos antes había vivido una singular peripecia que se halla en el origen de la gestación de la Recherche, y que parecía llamada a determinar el contenido de la obra. Pues resulta que, por entrar distraídamente en el patio del palacete, no se había percibido de la presencia de un coche que se le echaba encima. Intentando evitar el atropello, el Narrador posa el pie sobre un adoquín desnivelado con respecto a su contiguo y, prodi­giosamente, el Narrador reconoce inmediatamente un singular tipo de vivencia psicológica, en todo punto análoga a la afección que, años atrás, le había producido la degustación de una magdalena mojada en té. De inmediato se descubre una primera modalidad de razón común entre ambos episodios, a saber, una nota de repetición: reminiscencia (anamnesis) de una peripecia de su infancia en Combray en el primer caso, reminiscencia de una impresión ligada al baptisterio de San Marco en el segundo. Obviamente he de volver más adelante sobre estos episodios tan vinculados (el primero de ellos sobre todo) a la imagen digamos popularizada de Marcel Proust. Baste por el momento señalar que este episodio genera en el Narrador un poderoso sentimiento de su destino literario y del cual habría de ser el contenido de la obra a realizar. Este sentimiento queda reforzado por la evocación de precedentes de escritores (Gerard de Nerval, Chateaubriand, Baudelaire) en los que también tendrían enorme peso vivencias análogas a la suya propia:

"Iba a intentar acordarme de las piezas de Beaudelaire en base a las cuales hay también una sensación trasportada, para acabar de inscribirme en una filiación tan noble, y obtener la seguridad de que la obra que ya no tenía duda de que emprendería merecía el esfuerzo que iba a consagrarle." (920 En adelante la numeración remite a la edición francesa de la Pléiade. Salvo que esté explicito se trata del tercer tomo.)

Y, sin embargo, algo provocará un radical viraje en el proyecto, viraje que convertirá a la Recherche en una obra descriptiva, fenomenológi­ca o literaria, lo cual no significa que, de mantenerse el impulso originario, el resultado hubiera sido una reflexión filosófica sobre la temporalidad y la per­cepción (de hecho, una de las riquezas del libro es que este aspecto reflexivo no está excluido -ocupa decenas de páginas-, sino integrado en la narración como una suerte de contrapunto del pathos propio del arte). Lo que hubiera significado la fidelidad del Narrador al proyecto originario es algo que intentaré aventurar algo más adelante, avanzando desde ahora que en lugar de una narración hubiéramos tenido quizás un largo poemario, privado de anclaje representativo.

En cualquier caso, ese cambio respecto a los contenidos de la tarea a efectuar precisamente cuanto más convencido está el Narrador de su misión, es consecuencia del estupor provocado por la visión del espectáculo que ofrecía el salón de los Guermantes. Pues resulta que las personas allí reunidas han sufrido una radical modificación, hasta el extremo de que el Narrador tiene la impresión de que la anunciada matinée constituía en realidad un baile de disfraces, carácter éste del que por error no se le ha­bía informado. Sorprendentemente, sin embargo, a nadie parece chocar lo habitual de su propia vestimenta, y ello le hace sos­pechar que, inadvertidamente, él también se ha disfrazado:

"...al llegar a la base de la escalera que descendía de la biblioteca, me encontré de repente en el gran salón y en medio de una fiesta que iba a parecerme bien diferente de aquellas a las que había asistido en otros tiempos, e iba a revestir para mí un aspecto particular y tomar un sentido nuevo. En efecto, desde que entré en el gran salón, aunque siguiera manteniendo firmemente y sin alteraciones el proyecto que acababa de realizar, se produjo un efecto escénico que conllevaba la más grave objeción que pudiera hacerse a mi proyectada empresa. Objeción que, sin duda, lograría superar, pero que, mientras continuaba reflexionando interiormente sobre las condiciones de la obra de arte, iba, por el ejemplo cien veces repetido de la consideración mayormente susceptible de hacerme vacilar, a interrumpir en todo momento mi razonamiento.

"De entrada no entendía porque me costaba reconocer al señor de la casa o a los invitados, y porque todo el mundo parecía haberse ‘arreglado el rostro', por lo general empolvándolo, de una forma que los cambiaba totalmente. El príncipe de Guermantes, en los saludos de recepción, mantenía ese aire campechano de un rey de cuento de hadas que había apercibido en él la primera vez, pero en esta ocasión, pareciendo someterse él mismo a la etiqueta que hubiera impuesto a sus invitados, se había adornado con una barba blanca (sus bigotes también eran blancos, como si hubiera permanecido en ellos el hielo del bosque de Pulgarcito; parecía que ahora molestaran en aquella boca rígida, y una vez obtenido el efecto teatral deseado hubiera debido quitárselos. *El paréntesis es una nota adjunta*) y arrastrando a sus pies, lastrados por ellas, como unas suelas de plomo, parecía que representaba el papel de una de las ‘Edades de la Vida'. A decir verdad sólo lo reconocí mediante la ayuda de un razonamiento y concluyendo a la identidad de la persona a partir de la similitud de ciertos rasgos. En cuanto al bueno de Fezenac, no se lo que se había puesto en la cara, pero mientras que otros se habían limitado a blanquear o bien la mitad de la barba, o bien tan sólo los bigotes, él, indiferente a estos matices de tinte, había encontrado el modo de cubrir su piel de arrugas, sus cejas de pelos erizados; el artificio sin embargo no parecía convenirle, su rostro parecía haberse endurecido, bronceado, mostrándose más solemne, y todo ello le envejecía de tal modo que ya en absoluto cabría referirse a él como a un joven. Mayor fue aun mi extrañeza cuando oí que trataban como duque de Chatellerault a un viejecito con bigotes plateados de embajador, en quien sólo un atisbo de la mirada me permitió reconocer al joven que había encontrado una vez en que visitaba a Madame Villeparisis. Ante la primera persona que había logrado identificar, intentando hacer abstracción del disfraz y completando los rasgos que permanecían naturales mediante un esfuerzo memorístico, mi primer pensamiento hubiera debido ser, y lo fue quizás una fracción de segundo, el de felicitarla por haberse tan maravillosamente cubierto de muecas, de tal forma que, antes de reconocerla, se tenía la sensación que los grandes actores, al mostrarse en un papel que les hace diferentes de si mismos, producen en el publico que, aunque ya prevenido por el programa, permanece un instante estupefacto, antes de estallar en aplausos.

"Pero, desde este punto de vista, el más extraordinario de todos era mi personal enemigo Monsieur d'Argencourt, el verdadero descubrimiento de la matinée. No sólo, en lugar de su barba apenas adornada, se había recubierto de una extraordinaria barba de una blancura inverosímil, sino que (hasta tal punto pequeños cambios materiales pueden rebajar o agrandar un personaje, y más aún cambiar su carácter aparente, su personalidad) sólo un viejo mendigo que no inspiraba respeto alguno era ahora este hombre, cuya solemnidad y rigidez impostada estaban aun presentes en mis recuerdos, lo que confería a su personaje de viejo gagá una verdad tal que los rasgos flácidos de su imagen, generalmente altiva, no cesaban de sonreír con una estúpida beatitud. Llevado a este extremo, el arte del travestimento se convierte en algo más, en una completa transformación de la personalidad. En efecto, detalles menores me daban testimonio de que era efectivamente Argencourt quien estaba dando este espectáculo inenarrable y pintoresco, y sin embargo ¡cuántos estados sucesivos de un rostro sería necesario atravesar si quería reencontrar el del Argencourt que yo había conocido y que era tan diferente de sí mismo, aunque no tuviera a su disposición más que su propio cuerpo! Era sin duda el punto más extremo al que este cuerpo podía conducirle sin por ello reventar; el rostro más orgulloso, el torso más desafiante, eran ahora tan sólo un harapo grasiento que el viento desplazaba de aquí y de allí..." (920-923.)

Leer más
profile avatar
11 de septiembre de 2008
Blogs de autor

Una bienvenida para Bruno (3)

Lo cual nos conduce al otro aspecto en que nos diferenciamos de las demás especies. A saber: nosotros podemos hacer cosas porque sí. Por esos extraños designios del fenómeno de la vida, nos hemos convertido en la única especie capaz de practicar la gratuidad -esto es, de concebir y hacer cosas que no son estrictamente necesarias. ¿Qué otra rama del árbol vital podría producir cosas como el papel glacé, el fijador de pelo y la cera para pisos?

El resto de los seres vivos no puede actuar libremente. Todos sus actos están dirigidos a preservarse primero y después a colaborar con la prolongación de la especie. En cambio hombres y mujeres tenemos la capacidad de decidir qué hacer con nuestras vidas: si preservarlas o no, si llevarlas en esta dirección o en aquella otra o en ninguna. Podemos ir con el rebaño, o en contra del rebaño, o -mejor aún- labrar nuestro propio camino sin incurrir en violencia con los caminos ajenos.

En este sentido al menos, ser humano es maravilloso porque supone una tarea creativa. Llegamos a este mundo con una serie de elementos a nuestra disposición. (Siempre menos de los que nos gustaría tener, la insatisfacción también es una característica de nuestra especie.) De allí en más, lo que construyamos con esos elementos empleando nuestra voluntad e imaginación -que es un pálido reflejo de la imaginación con que procede la vida, por cierto-, se convierte en una responsabilidad propia de cada uno. Hay personas a las que la vida les dio migajas y sin embargo se elevaron por encima de su circunstancia, transformándose en Miguel Angeles de su propia existencia. Y hay gente a la que se le da todo y aun así lo rompe todo. Cada vida humana es una obra artística irrepetible, cada hombre y mujer es su propio autor -lo quiera o no, le guste o no, lo asuma o no.

Claro, con la libertad de que gozamos hay gente que hace lo que antes te decíamos: acopiar riquezas, declarar la guerra, cultivar la mezquindad y el desprecio por sus semejantes. Una de las formas más populares de la violencia racional (esto es, de la violencia que se justifica a sí misma como justa y necesaria) es la que convierte en enemigos a todos los que no son como uno: diferente raza o religión, sexo opuesto o sexualidad distinta, ideología, moda o tribu urbana divergente. El Otro reducido a motivo de desconfianza, adversario potencial a ser controlado, humillado -o simplemente exterminado.

El mundo está lleno de gente como ésta. No hay que deprimirse por eso, es parte del juego de la libertad. Siempre habrá personas que, puestas en la disyuntiva, prefieran ser Creso o Hitler antes que San Francisco o Rembrandt. Lo bueno, en todo caso, es que así como nuestra especie ha demostrado con creces su capacidad de hacer daño sin límite (¿qué otra especie es capaz de ponerse a sí misma en riesgo total de extinción?), también tenemos una capacidad de crear sin límite. En este sentido, y quizás sólo en éste, somos los mejores hijos de la naturaleza.

Desde que existimos sobre este planeta hemos hecho algunas cosas terribles: al inventar la guerra y la esclavitud, por ejemplo, que están tan lejos de haberse terminado. (En todo caso han adoptado otros disfraces, debajo de los cuales siguen funcionando a destajo.) Pero desde esos mismos inicios también hemos hecho maravillas, cosas que podrían no haber sido inventadas y que sin embargo inventamos y nos definen. El amor que les prodigamos a nuestros hijos, para empezar, tan distinto del cuidado elemental que se prodigan los otros animales. El lenguaje, nuestra primera ventana a la dimensión de la belleza. La música, o mejor: el arte todo. ¿Qué seríamos sin Mozart, sin Picasso, sin Visconti? En la vastedad del cosmos, en su silencio insondable, los seres humanos producimos pequeñísimos destellos de belleza, que intentan transmitir nuestro asombro y reverencia ante el misterio de la vida y la forma en que elegimos contarnos a nosotros mismos como parte de la gran saga universal; un fulgor en la noche interminable, que a la manera de las estrellas, conserva el sentido aun cuando su autor se ha extinguido.

                                                            (Continuará.)

Leer más
profile avatar
11 de septiembre de 2008
Blogs de autor

Efectos especiales y verdad

Rafael Argullol: A veces no solo la televisión sino que los diarios tienen que llenar las páginas como sea, publicando noticias supuestamente espectaculares.

Delfín Agudelo: Me recuerda una noticia que no sé qué tanto tenga que ver con aquella que estás a punto de contar, pero tiene su lado carnavalesco. Apareció hace años en El Tiempo de Bogotá, y era de un campesino que había demandado a una vecina que, bruja, en la noche se había convertido en ave negra y había logrado entrar a su cuarto robándole veinte mil pesos colombianos- unos seis euros. La noticia unía tres elementos muy ricos: la legalidad en cuestiones de folklore; la evidente pregunta de qué tanto puede ser eso una noticia; y, más importante, ¿qué hacer si se fuera el abogado? Me gusta ver los tres frentes de la noticia, pero en realidad la noticia es lo inusual, carnavalesco, que pueda suceder en cualquier pueblo de tierra fría colombiana. La noticia se convierte en tal cuando el lector, evidentemente, quiere leer algo así.

R.A.: Creo que es uno de los factores de la información que siempre ha estado presente, porque ahora en nuestros días va volviéndose más barroco y con más efectos especiales. La noticia que comentas entra de lleno en aquello que antes se llamaba realismo mágico, esta vez aplicado al periodismo nuestro. Además, acompañado siempre de un supuesto rigor informativo-científico para todas estas cosas. Porque si esa noticia del campesino a la que aludes hubiera aparecido hace cincuenta años, simplemente se hubiera reflejado sin más bases científicas. Pero ahora eso lo acompañamos de toda una serie de fundamentos científicos que nos llevan a ver el tipo de sección del cerebro que hace ver que una bruja se convierta en ave negra, o el tipo de gen que despierta en nosotros el realismo mágico o la magia. En nosotros todo tiene una base supuestamente científica, de manera que las noticias que recibimos, sobre todo a través de la televisión, acostumbran a ser impunes. Si alguien sale en la televisión y explica que una campesina se ha convertido en bruja, y después de esto en ave negra, y muestra unos efectos especiales que corroboran esto, el espectador tenderá a creer que es verdad científica; no que es ese terreno magníficamente pantanoso de la imaginación mágica, sino de la científica. Esto me hace recordar algunas noticias que han salido este verano- las que te comentaba- que son muy jugosas, y todas ellas aparecidas en los suplementos o bien de ciencia o bien de salud, o en las informaciones sobre grandes acontecimientos científicos.

Leer más
profile avatar
11 de septiembre de 2008
Blogs de autor

Flor de Lotto / XXVII

XXVII. ¡Lotería! 

Son dos los hombres duros apostados a la entrada de la clínica, con la única misión de asegurar que nadie conocido salga de ahí. Están ambos echados en un Chevrolet viejo con los respaldos a medio reclinar, dormitan arrullados por la lluvia y las baladas que escapan del radio a muy bajo volumen. Han detenido el coche con la trompa apuntando hacia el garage, de modo que ningún vehículo consiga salir sin tener que pasar literalmente por encima de ellos. Una idea que hasta ahora ninguno consideró, pese a la inclinación de la rampa que viene desde el sótano y permite que de forma eventual un vehículo conducido desde adentro a cuarenta o cincuenta kilómetros por hora pueda, en efecto, caerles encima. En concreto, una camioneta de la clínica, conducida por una enfermera.

     Se escucha un golpe seco, tras un abrupto rechinido de llantas que despertó a los dos ocupantes del Chevrolet, cuyos ojos se abrieron sólo para asistir al último momento de sus vidas. Tal como Carolina y Camilo calcularon, ante el escepticismo de Segismundo, el golpe es suficiente para lanzar los dos vehículos hasta media avenida, de modo que un segundo coche, con Camilo al volante y Segismundo atrás, sale esquivando los pedazos de Chevrolet y tuerce hacia la izquierda, mientras la mujer sale por la ventana lateral de la camioneta, con un hilo de sangre a media frente, y en un tris-tras alcanza la puerta del pequeño carro en marcha, un Peugeot 206 azul marino que el cuidador no tuvo más remedio que entregarles. Un minuto más tarde, los tres ya van que vuelan recorriendo las calles de Polanco, preguntándose aún cómo ha sido posible que un plan así de idiota llegase a funcionar.

     -Una cosa es salir vivos del hospital, y otra muy diferente del país -observa Segismundo, mientras lee uno a uno los nombres de las calles: Lope de Vega, Lamartine, Calderón de la Barca, nada que lo remita a referencia alguna.

     -Dése vuelta a la izquierda llegando a Molière -ordena Carolina, que es quien supuestamente sabe dónde están. Peñuelas obedece, o más exactamente finge obedecer, pues ya sobre Molière da vuelta a la derecha y después a la izquierda.

     -¡Por ahí no, señor! -le grita Carolina, pero el chofer persiste. Se diría que sabe adónde va.

     -¡Es sentido contrario! -se suma el alarido de Segismundo cuando por fin el coche tuerce hacia la derecha en Campos Elíseos y advierte que los autos estacionados miran todos de frente hacia ellos.

     -¿Cómo así? A esta hora no hay sentidos, mi hermano -sentencia y acelera el colombiano, de pronto poseído por una determinación tenaz.

     -¡Adónde crees que vas, imbécil! -estalla Carolina con el pánico impreso en los ojos, al tiempo que se pesca del volante.

     Pasado un forcejeo y sendos frenazos, dos ruedas del Peugeot trepan a la banqueta y la salpicadera derecha se incrusta en la salpicadera izquierda de una patrulla estacionada sobre la banqueta. Carolina no pierde ni un segundo: mete la mano a la funda-mochila de Camilo, saca de ahí el revólver Taurus .38 y aprovecha el aturdimiento del chofer para descerrajarle un plomo en plena sien. Lejos de adivinar que saldrá vivo de ésta, Segismundo sólo cierra los párpados y espera que la chica termine con él. Escucha un tiro, dos, tres, cuatro, ninguno para él, abre otra vez los ojos y advierte que los policías de la patrulla están no menos quietos que Camilo. Con frialdad presurosa, Carolina le quita la venda al cadáver y desvela la imagen de un Fidel reventado.

     -Ayúdame a bajarlo, antes que se aparezcan los refuerzos -la mujer ha empezado a empujar el cuerpo hacia afuera, ya con la puerta del chofer abierta. Segismundo no atina ni a moverse, pero ya Carolina lo encañona.

     -¿Dónde estamos? -susurra, como una súplica.

     -Lotería, muchacho -escupe la enfermera, sonriendo amargamente-, estás justo atrasito de la embajada cubana.

     -¡Me cago! -Andersón salta del asiento trasero, súbitamente mira hacia el cadáver caliente de Camilo como una ficha que es preciso sacar del tablero. Una ficha pesada que resbala hacia el charco tan lentamente que ya los dos mascullan vocablos sin sentido ni concierto, hasta que Carolina cambia de asiento, se hace con el volante, comprueba que el motor aún está en marcha, mete reversa, avanza medio metro hacia atrás, mete primera y finalmente arranca, derrapando al pasar por encima del cuerpo del Fidel de mentiras. Tump, tump.

     -Vámonos, Corazón, no es hora de cagar -Carolina da vuelta hacia la izquierda, luego inmediatamente a la derecha. Como un regalo de la Providencia, se abre una vía rápida frente al Peugeot. El aguacero arrecia, ya graniza. Con trabajos se ve de aquí a diez metros.

     De repente, la vida comienza de nuevo.

Mañana en FLOR DE LOTTO: XXVIII. Venus conoce a Vulcano.

Leer más
profile avatar
11 de septiembre de 2008
Blogs de autor

II. La guerra de las cabezas

Desde la guerra de los Cristeros, cuando campesinos católicos se enfrentaron con las armas a las tropas del gobierno, una de las últimas secuelas de la revolución, no se registraba en México una situación de violencia de semejante magnitud.

El horror diario alcanza las páginas de los periódicos, que ante la abundancia de hechos no pueden sino resumirlos. Doce personas decapitadas en Mérida, capital del estado de Yucatán; tres de los presuntos autores fueron capturados en las cercanías de Cancún, en poder de las hachas con que habían cercenado las cabezas de sus víctimas. Se mata por rivalidades entre bandas, por venganzas organizadas, por advertencia. No pocas veces, junto a los cuerpos mutilados, o junto a las cabezas, hay mensajes para las autoridades locales y para la policía.

En Durango, las cabezas de dos mujeres fueron dejadas a pocos metros de las oficinas de la Procuraduría. En Nogales apareció otra cabeza en una hielera, y otra en una bolsa de basura, al lado una nota escrita con amenazas. Y las advertencias se expresan también en las llamadas "narcomantas", que amanecen colgadas de los puentes viales, en las que los traficantes denuncian la complicidad de las autoridades con determinadas bandas.

Leer más
profile avatar
11 de septiembre de 2008
Blogs de autor

Curtido por la vida

De Joe Biden dicen todos los periódicos que, aparte de consideraciones políticas, es un hombre curtido por la vida. Este tratamiento bioquímico que la existencia procura a no pocas personas consiste fundamentalmente en bañarle en los ácidos de diferentes desgracias, alguna de las cuales especialmente cruel, lo que da a entender que se trata de alguien elegido por el ojo del destino.

A Joe Bide, que será acaso el próximo vicepresidente de Estados Unidos, la vida le proporcionó el trance de experimentar la muerte de su primera mujer y un hijo en un accidente de automóvil y, más adelante, afinando la puntería, le condujo al trance de padecer personalmente un aneurisma o dos que en varios casos llevan directamente a la muerte.

De esta supervivencia física y de aquella moral del actual candidato a la vicepresidencia, se deduce que Joe Biden puede estimarse como un ejemplar particularmente fuerte o lo que se llama curtido por la vida.

Nadie será capaz de precisar qué seña física y moral de Joe Biden nos habría indicado que tras las enunciadas adversidades este individuo hubiera salido no-curtido, pero debe suponerse que ante golpes tan fuertes cualquiera, sin excepción, sucumbe o resiste. La resistencia es la virtud que viene aparejada al curtido.

Este hombre pues resiste y ante otras eventuales encrucijadas, se supone, se verá expuesto su temple de acero. ¿Verdadero? ¿Falso? Sólo una idea mostrenca de la biografía llegaría a esta conclusión basada más en el repetido saber de los oficios artesano que en el rico conocimiento de las personas.

Una vida con tragedias surtidas ha acompañado a personajes famosos pero, simultáneamente, a millones de gentes anónimas. Lo que en este segundo caso se calificaría de penas sin más, sin fin, sin utilidad ni carácter, en los personajes famosos aparecen como heridas de guerra y como certificados o galardones de fortaleza.

Las cosas, sin embargo, son más burdas por lo general. La desgracia azota a unos u otros por obra de su descabezado azar y siempre magulla o mutila. No hay lección recibida de un golpe bajo que conduzca a una elevada instrucción. El dolor se soporta amparados por el afán de supervivencia, la desgracia va dejándose atrás de la misma manera que un animal cicatriza sus heridas sin dejar de afanarse en la selva. La idea de que los padecimientos nos perfeccionan o enaltecen forma parte de la falacia religiosa. Los golpes nos hacen daño y el sufrimiento nos perjudica más que nos beneficia. ¿Curtidos por la vida los desdichados? Los desgraciados son, sencillamente, desgraciadas víctimas del infortunio.

Leer más
profile avatar
11 de septiembre de 2008
Blogs de autor

KAPUSCINSKI ES INDIANA JONES

Por definición, la curiosidad no es la mejor consejera para la seguridad. Y en el periodismo, también por definición, eso se potencia. En los libros de Kapu, el riesgo está en cada página.

El libro "Un día más con vida" es literalmente eso. En el medio de esa guerra civil en Angola nada aseguraba el día siguiente, y varias veces solo un milagro podía hacer que el periodista amaneciera a la siguiente jornada.

Se podría hacer un catálogo de episodios donde estuvo al borde de la muerte, pero eso si, contados sin dramatismo, hasta con algo de humor.

En especial Ebano está abarrotado de situaciones que juegan con el límite, o están decididamente en el área en lo que lo más probable es no salir vivo. Cruzar una manada de búfalos es sólo una anécdota,  pero estar acostado al lado de una  cobra egipcia ya no. Estar rodeada de leonas, cambiando un  neumático en el parque Serengeti,  puede parecer una típica historia de cazador, pero hay que  salir para poder contarla.

Su inmersión en la sociedad consistió también conocer de adentro sus enfermedades, por ejemplo la malaria cerebral, que luego lo llevó a la tuberculosis.

Ese viaje interior le permitió describir esta imagen tremebunda: "Había pasado un mes de aquella existencia miserable y lacia cuando me desperté una noche porque sentí la almohada excesivamente húmeda. Encendí la la luz y me quedé de una pieza: la almohada estaba empapada en sangre. Corrí al cuarto de baño y me miré al espejo: tenía toda la cara manchada de sangre. En la boca notaba la presencia de una sustancia pegajosa que tenía un sabor salado. Me lavé pero no conseguí volver a conciliar el sueño" (p. 74).

El escape de Zanzíbar es también una película, al estilo de Indiana Jones. A la noche, en la oscuridad, se subieron con un grupo de periodistas a una lancha para cruzar el mar, que los sorprendió con un monzón que los devolvió, maltrechos, a la isla de donde estaban huyendo.

Los robos en su departamento de Lagos eran rutinarios y eso no parecía preocuparle, pero mi situación preferida es la del desierto. Allí Kapu se describe acostado durante largas horas bajo una camión descompuesto, administrando la poca agua que le queda junto a Salim, el chofer que sabía poco de motores. Estaban ya pensando seguramente en su muerte segura cuando aparecieron en la oscuridad "un par de ojos grandes y brillantes". Era otro camión que, de pura casualidad, pasaba por allí, donde el camino ya había sido borrado.

Ese par de ojos grandes y brillantes es lo que representa también Kapu para nosotros. Solo su curiosidad infinita pudo darnos semejante retrato de lo que está más allá del límite. A costa, por supuesto, de su seguridad.

FR

 

 

Leer más
profile avatar
10 de septiembre de 2008
Blogs de autor

Tropa de élite

Un amigo, Daniel, me recomendó que no fuera a ver esta película brasileña porque era "fascista"; eso avivó mi curiosidad. Al terminar de verla, coincidí con Daniel, pero no verla hubiera significado aceptar la idea de que el arte tiene que ser políticamente correcto. No lo es, por suerte para nosotros.

Tropa de élite es la historia de un escuadrón de la policía de Río de Janeiro que se especializa en la lucha contra los delincuentes -ladrones, narcotraficantes- de las setecientas (!!) favelas de la ciudad. Parte de la película tiene que ver con el entrenamiento de esta "tropa de élite"; sus personajes tienen algo estereotipado -está el policía inteligente, el noble de gran corazón--, y hay una crítica fácil de los "hijitos de papá" de la clase alta y las ONGs, con su visión idealizada de las favelas, pero la ideología de Tropa de élite es lo perversamente fascinante: los policías ven el enfrentamiento con los delincuentes de la favela como una guerra de baja intensidad, en la que todos los recursos -la tortura, la delación- valen para ganar. En un contexto más global, la película nos hace preguntarnos si, en la "guerra contra el terror", Abu Ghraib y Guantánamo se justifican. Para mí, la respuesta es clara: por supuesto que no. Tropa de élite no tiene dudas: el fin justifica los medios.

Leer más
profile avatar
10 de septiembre de 2008
Blogs de autor

El aceite en la sentina

Aludía días atrás al auténtico contrapunto de la figura de Ahab que constituye Starbuck, el segundo de a bordo. Ya hacia el final del relato ambos hombres se reúnen en la cabina. Transcribo aquí lo esencial de su diálogo.

"- ...Lo que se consigue tras veinte mil millas de navegación, vale la pena conservarlo, capitán.

- Así es, así es; si efectivamente llegamos a conseguirlo

- Hablaba del aceite en la sentina, capitán.

- Y yo no hablaba en absoluto de tal cosa ¡Fuera! Deja que se desperdicie. Yo mismo estoy haciendo aguas. ¡Sí!, pérdidas tras pérdidas; no sólo hay en mí barriles agujereados, sino que esos barriles agujereados están en un barco que también lo está; y, hombre, esa es una situación mucho peor que la de nuestro barco el Pequod. Pero no pierdo tiempo en taponar la vía de agua; pues, ¿quién puede encontrarla bajo la carga de un casco abarrotado, o como esperar taponarla, caso de encontrarla, en la galerna aullante de esta vida? ¡Starbuck¡ No voy a izar los Burtons.

- ¿Qué dirán los propietarios, capitán?

- Deja que los propietarios en la playa de Nantucket se pongan a gritar más fuerte que los tifones. ¿Qué le importa a Ahab? ¿Propietarios, Propietarios? Siempre me estás sermoneando, Starbuck, invocando a esos tacaños de propietarios, como si fueran mi conciencia. Pero mira, el único propietario verdadero de algo es su jefe; y escucha, mi conciencia está en la quilla de este barco. ¡A cubierta¡"

No, los propietarios no son la conciencia de Ahab. Si Bulkington parecía responder a una insatisfacción en la infinitud, que le llevaba a entrever un enemigo en la costa, el hogar y la sucesión previsible de los días, para Ahab el peligro se vislumbra en la disposición de ese subordinado que recuerda severamente la necesidad de asunción de la ley; la necesidad de apartar a la nave de su objetivo crepuscular y devolverla a la persecución de ballenas sin nombre, cuyo aceite ha de ser destinado a alimentar los candiles de seres reconciliados en "el amor a su patria, a la naturaleza, a su familia".

Mas aun en su locura Ahab percibe con lucidez que tal reconciliación es ilusoria y que tales seres obedecen en última instancia a un Señor confundido con ese "dinero de los armadores", que Starbuck (internamente escindido, pues acabará pidiendo a los hombres que sigan a Ahab en su destino) se siente obligado a evoca ante su capitán.

Ahab, como Bulkington parece temer más a la mentira respecto a lo inevitable que a lo inevitable mismo, y como tal mentira parece empapar tantas veces lo que es cotidianeidad y mesura, sólo en lo desmesurado ve dignidad y destino abierto. Starbuck constituye realmente el contrapunto de Ahab, pero ni el uno ni el otro (un hombre presa del desvarío por un lado y un conservador pusilánime por otro) nos dirían realmente nada si no hicieran parte de la urdimbre que el relato constituye, si Ismael no hubiera estado allí "para contarlo".

Leer más
profile avatar
10 de septiembre de 2008
Blogs de autor

'El Ebro'

/upload/fotos/blogs_entradas/el_ebro_med.jpgPedro Cases

Península

Barcelona, 2008.

Este es uno de esos libros que deberían ser de lectura obligada. Aunque bueno, tal vez exagero porque lo de la obligatoriedad quizá podría poner al autor en una posición embarazosa. En cualquier caso, merecería al menos una amplia difusión. Primero porque un tipo que decide recorrer a pie los cerca de mil kilómetros que hay entre el nacimiento y la desembocadura del Ebro se ha ganado el que le presten una cierta atención cuando pase a relatar lo que ha visto a lo largo de tan prolongado camino. Y segundo porque su lectura quizás contribuiría a mitigar esa odiosa mentalidad atrabiliaria y usurpadora que provocan los ríos, y que tanto perturba la convivencia social.

Un ejemplo expresivo de esa mentalidad a la que me refiero es la imagen de la virgen del Pilar que alguien ha tenido la ocurrencia de colocar, con su columna y todo, en el nacedero del río en Fontibre. Porque el Ebro, por si alguien tenía alguna duda, es aragonés, y qué mejor forma de afirmar su aragonesidad que plantar una imagen del Pilar en plena provincia de Santander. Que las restantes comunidades vertebradas en mayor o menor medida por el Ebro (esto es, además de Aragón, Cantabria,  La Rioja, Navarra y Cataluña)  manifiesten un similar sentimiento de propiedad, o que incluso hayamos asistido a intentos más o menos encubiertos o explícitos de nacionalizar los respectivos tramos del río son otra prueba más de esa mentalidad acaparadora e insolidaria que tan conveniente sería erradicar.  Cabe decir a este respecto que la editorial, Península, ha elegido como portada del libro una fotografía del Ebro discurriendo mansamente a los pies del Templo del Pilar. Pero tampoco es cuestión de cargar sacar conclusiones extemporáneas. A lo mejor el editor sólo deseaba rendir un pequeño homenaje al autor, Pedro Cases, que es de Zaragoza aunque radicado en Madrid.

Uno de los muchos efectos que la lectura de este libro podría tener en los lectores demasiado apegados a su terruño es la pérdida de algunos de sus tópicos más arraigados. El Ebro es uno y es múltiple. Unas veces ha sido él quien ha tallado el paisaje y otras muchas ha sido el paisaje quien lo ha conformado a él. A veces se muestra joven e impetuoso y a veces cansino y avejentado. En determinados puntos es una auténtica bendición y una fuente inagotable de riqueza, pero unos pocos kilómetros más abajo quizá puedan verse todavía los destrozos que provocó la última vez que se salió de madre. Las profundas gargantas que se han visto obligado a tallar para salir del laberíntico sistema Cantábrico contrastan casi dolorosamente con los gigantescos meandros que dibuja al atravesar la parte baja de Los Monegros, una zona tan llana que ha propiciado la creación de inmensos pantanos en los que el agua languidece mortecina entre pedruscos y secarrales. Pero por encima de todo, y dentro de su fantástica variedad, el Ebro es una entidad única y vertebradota, y que ha ejercido y ejerce todavía una influencia decisiva en la economía y la configuración social y política de las poblaciones esparcidas en los 85.362 km2 que ocupa actualmente su cuenca hidrográfica. Tratar de imponer  cualquier particularismo local sobre tan avasalladora totalidad es, además de cerril, claramente injustificable.

Pero se impone una aclaración: en modo alguno quisiera transmitir la  sensación de que el autor haya escrito su libro enfebrecido por la necesidad de emprender una cruzada contra las ideas atrabiliarias, o que avance de región en región decapitando tópicos y disparates a mandobles como si fuera un Cid justiciero. Nada más lejos de su intención. Él va a lo suyo, que es sobrevivir a las acechanzas del camino, asegurarse un techo para la noche y tratar de culminar los veinte kilómetros diarios que se ha impuesto como jornada, procurando de paso no perderse los valores paisajísticos, históricos o artísticos que van saliéndole al paso. Lo que ocurre es que acompañar a alguien que está atravesando a pie tantísimo paisajes y poblaciones da tiempo de sobra para pensar y desarrollar muchas de las  ideas y noticias reseñadas por el autor en su papel de testigo ocasional.

Al mismo tiempo, y de paso que se combaten usurpaciones fluviales sin ninguna base plausible,  también se ven confirmadas algunas ideas generalizadas pero refrendadas por la realidad. Así, por ejemplo, sería dejar atrás Miranda de Ebro y adentrarse en la Rioja resiguiendo los grandes meandros que por allí traza el Ebro y no hablar de las viñas y el vino que caracterizan ese paisaje riojano tan alabado por su buen gobierno. O, llegados a Tudela, cómo no empantanarse con esa obra magna de la Ilustración que es el Canal Imperial de Aragón, con la majestuosa presa para la toma de agua, la casa de compuertas y el reformado palacio de Carlos V. O cómo no rendir tributo al propio canal, obra de Ramón de Pignatelli y único vestigio que resta de la ambiciosa iniciativa de Santos Ochandátegui, el arquitecto vizcaíno afincado en Navarra y que pretendía unir el Cantábrico con el Mediterráneo enlazando el Ebro con los cauces de los ríos Aragón, Arga, Araquil y Araxes, al que se accedería gracias a un gigantesco túnel que permitiría llegar a Lasarte-Oria, ya en  el País Vasco. Casi da pena cuando el autor pierde de vista a tan disparatado vestigio y lo deja avanzando  por las tierras que el propio canal fertiliza hasta adentrarse en Zaragoza, donde devolverá las aguas al gran río.

Y podrá parecer que no, pues para entonces llevamos leídas más de trescientas páginas, pero desde la capital de Aragón todavía queda un largo trecho hasta la desembocadura, sobre todo para alguien que va  a pie. Y si tanto insisto en esa forma de desplazamiento es porque de ella se desprende el verdadero carácter del libro. La dificultad del camino, el cansancio, la soledad o los achaques físicos del caminante están siempre presentes, y en muchas ocasiones son tan impositivos que borran todo lo demás. Y quienes acostumbren a hacer a pie largos desplazamientos (tipo Camino de Santiago y demás) habrán vivido sin duda muchas veces ese momento en que uno cambiaría gustoso la historia, la cultura, el arte y la visión del ave o el paisaje más bello por un simple bocadillo, o por la posibilidad de sentarse a fumar un cigarrillo a la sombra y con los pies sumergidos en el agua.

Pero la poderosa presencia del río es un continuo, es el curso que impulsa el caudal de sentimientos y percepciones y estados de ánimo que constituyen todo viaje. En su día, al autor no le fue fácil descender desde Peñalabra hasta el Delta. Y tampoco al lector le resultará sencillo seguir tan laboriosa aventura desde su cómoda atalaya. Y, sin embargo, una vez avistado el mar, el autor y el lector dan por finalizado el empeño con la seguridad de haber culminado una gesta notable, en el curso de la cual tienen asimismo la seguridad de haber crecido en edad y sabiduría.  

Leer más
profile avatar
10 de septiembre de 2008
Close Menu
El Boomeran(g)
Resumen de privacidad

Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.