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Blogs de autor

Crónicas, invenciones, paseatas

Por 22 de septiembre de 2008 Sin comentarios

Javier Fernández de Castro

/upload/fotos/blogs_entradas/crnicas_invenciones_paseatas_med.jpgJuan García Hortelano

Editorial Lumen

Revisitar a Juan García Hortelano 15 años después de su muerte produce un efecto extraño. Crónicas, invenciones, paseatas es la recopilación de todas sus colaboraciones periodísticas. Por tanto, al lector que no esté familiarizado con la figura y la obra de este autor le cabe esperar unos textos más bien formales y acordes con lo que se solía decir en los periódicos españoles desde la muerte de Franco en adelante. Y en cierto modo es así, qué quieres, son unas colaboraciones de prensa como tantas y se ajustan a las reglas de juego habituales. Lo que ocurre es que, con la distancia, se advierte una ganancia respecto al momento de su aparición que resulta muy notable.

En bastantes casos, ni siquiera quienes vivimos aquellos años que él iba repasando al hilo de la actualidad de entonces  recordamos bien qué circunstancia del momento imponía atacar esto o defender aquello. O, por poner un ejemplo concreto (ver "Una visita fastidiosa") cuál era la prudencia que le aconsejaba manifestarse abiertamente contrario a la visita de "un laureado escritor ruso" pero sin decir en ningún momento que se trataba de Alexander Solzhenitsyn. Seguro que entonces ese silenciamiento no sólo tenía algún tipo de lógica sino que la supimos ver y la celebramos como un guiño cómplice, por más que ahora mismo no se me ocurra a qué estábamos jugando unos y otros.

O por decirlo de otro modo: ahora que el tiempo  ha descontextualizado muchos de aquellos escritos, lo que surge como rédito de su lectura es una especie de sabiduría sutil, nada estridente ni impositiva, y que el propio Hortelano se encargaba de desmontar cada vez que temía haberse puesto trascendente. Sin ir más lejos, cuando califica de "filosofía de calendario" algún párrafo propio que consideró demasiado pomposo. No obstante,  su rechazo más radical a tomarse en serio a sí mismo lo perpetró en el libro donde fue precipitando lo más valioso de lo aprendido por él a lo largo de su vida, y que con un quiebro muy característico lo tituló Gramática parda. Pero quien pretenda ver en ese libro, asimismo editado por Luis Izquierdo en Lumen, un relato autobiográfico se equivocará, pues se trata de una obra literaria y no de un testimonio, con el agravante de que, encima, el autor era un maestro del disfraz entendido como estrategia para quitarse de en medio.

Su curiosidad era envidiable y por lo tanto sus focos de interés fueron tantos que resultan difíciles de catalogar, aparte de que tampoco su aproximación a muchos de ellos  era convencional. Y ahí está como muestra "El viaje de San Vito", donde el punto de referencia existencial para su reflexión sobre el espacio y el tiempo es la provinciana ciudad de Segovia. En lo referente a su celebrada facilidad para aproximar su escritura a la inmediatez coloquial resulta inevitable hacer mención a la celebérrima entrevista a Juan Benet sumariada en  "El valor del singular (una tarde)".

Pero donde él se sentía más en lo suyo era cuando hablaba de literatura, y de ahí que sean tan abundantes las entradas relativas a los escritores y sus obras, sus fobias y filias o sus fantasmagorías. Sin embargo, y por hacerse caso a sí mismo en alguna de sus (con perdón) normas, su forma de hablar de literatura era hacerlo "contando una historia y no haciendo un ensayo". Y muchas veces esa pasión por la narración le lleva a que la propia escritura se le convierta en un proceso narrativo en sí misma, y pongo como  ejemplo ese momento en que, con motivo de la muerte de Sartre, él se confiesa profundamente sartriano. Varias entradas más adelante insiste en hablar del filósofo francés, pero de pronto parece pensar que a lo mejor su ídolo ya está fuera de época y que él se está poniendo pesado, de manera que hace un alto en lo que iba a decir y alega: "Claro que interesarse por Sartre a estas alturas…". Casi es posible verlo pararse de nuevo para luego resolver ese momento de duda en la actualidad del maestro con una simple acotación de perro viejo, y pongo la frase desde su inicio para que se vea mejor:"Claro que interesarse por Sartre a estas alturas (que son las de siempre…).

Narrar lo narrado. La escritura como proceso y no como resultado final. Algo más adelante ofrece otro ejemplo de lo mismo pero dicho de otro  modo: "En mis tiempos (es decir, cuado yo no tenía noción del tiempo…)". Él lo llamaba filosofía de calendario y hay que leerle con un poco de atención porque si no pasa como con las hojas del aquél, que las vas arrancando día tras día y el día menos pensado se ha terminado el mazo y no te has enterado de nada.

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Javier Fernández de Castro

Javier Fernández de Castro (Aranda de Duero, Burgos, 1942- Fontrubí, Barcelona, 2020) ejerció entre otros los oficios de corresponsal de prensa (Londres) y profesor universitario (San Sebastián), aunque mayoritariamente su actividad laboral estuvo vinculada al mundo editorial.  En paralelo a sus trabajos para unos y otros, se dedicó asiduamente a la escritura, contando en su haber con una decena de libros, en especial novelas.

Entre sus novelas se podrían destacar Laberinto de fango (1981), La novia del capitán (1986), La guerra de los trofeos (1986), Tiempo de Beleño ( 1995) y La tierra prometida (Premio Ciudad de Barcelona 1999). En el año 2000 publicó El cuento de la mucha muerte, rebautizado como Crónica por el editor, y que es la continuación de La tierra prometida. En 2008 apareció en Editorial  Bruguera,  Tres cuentos de otoño, su primera pero no última incursión en el relato corto. Póstumamente se ha publicado Una casa en el desierto (Alfaguara 2021).

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