Todos lo sabemos ya. Obama salió electo presidente.
Los debates lo ayudaron, pero, en realidad, la victoria masiva de anoche se hizo clara con el estallido de la crisis financiera.
Ganó gracias, en parte, a la disciplina electoral de los hispanos, pero no, esencialmente, gracias a ella.
En estas elecciones los hispanos no han jugado, en el plano nacional, ningún papel esencial. El tema de la inmigración, por ejemplo, no ha sido tema de campaña.
Los hispanos obedecieron la disciplina de partido, pues en su mayoría votaron por Hillary Clinton en las primarias, pero, a pesar de lo que temían muchos comentaristas, su voto se trasvasó directamente a Obama.
Los estados que decidieron la elección, como Pensilvania, Virginia, Ohio no tienen una población hispana numerosa. El voto de Florida, que ganó Obama, no fue decisivo en esta elección, pues cuando se supieron sus resultados ya la mala suerte de McCain estaba echada por los tres estados mencionados.
Con su victoria, Obama fortaleció la coalición demócrata atrayendo a las urnas más jóvenes, más negros y más hispanos, en ese orden.
El apoyo hispano a McCain fluctuó alrededor del 30%, mientras que Bush, en las elecciones de 2004, obtuvo más de 40%. Ese 10% de votos hispanos hubiera sido esencial para que ganara McCain.
Han demostrado los hispanos que, en su gran mayoría, votan por los demócratas, aunque no tanto como los negros, más de 80%, o los judíos, por encima del 75% -y ambos grupos de forma consistente-, pero sí lo suficiente como para ser considerados uno de los pilares importantes de la renovada coalición demócrata.
Obama triunfó en los estados de Colorado, Nevada y Nuevo México, en donde los hispanos jugaron, en su victoria, un papel esencial. Son estados con apenas unos 20 votos de colegio electoral y su importancia yace en que con sus nuevos legisladores se han transformado en estados demócratas y que sus votantes hispanos podrían garantizarle una larga vida al Partido Demócrata en el oeste.
Muchos hispanos repiten, desde hace semanas, que la elección de Obama es el ejemplo de que es posible que, algún día, un hispano sea presidente del país y de que su elección se ponga a formar parte del mito inmigrante de que todo es posible, incluyendo la Casa Blanca, si se trabaja y se tiene talento.
Del lado republicano, lo interesante ha sido que el maremoto demócrata aplanó a los senadores y diputados republicanos moderados. Ese maremoto había ya comenzado en las legislativas de 2006. Legisladores republicanos, a la hora tardía en que escribo, sobrevive uno sólo en los seis estados de Nueva Inglaterra. En el partido quedan mayormente conservadores y la extrema derecha del partido.
Lo que podría ser el gran trastorno de esta elección, a parte de la sacudida nacional e internacional que significa la elección de un presidente negro, sería la existencia de una altísima tasa de participación del electorado. A esta hora no conocemos las cifras.
Tradicionalmente, en las elecciones nacionales estadounidenses, vota alrededor del 50% de los votantes.
La tasa más alta en la época moderna ha sido la de 64% en las elecciones de 1960 que vieron a Kennedy enfrentarse a Nixon.
Muchos votantes y comentaristas comparan a Obama con Kennedy, por su juventud y por su carisma.
Si Obama ha logrado igualar o superar ese porcentaje, entonces, su tarea será aún más ardua para integrar y mantener activos a esos numerosos votantes. ¿Intentará hacerlo? Y si la respuesta es sí, entonces, ¿cómo lo hará?
Ya veremos, pues.