Héctor Feliciano
Por un momento, hagamos un paréntesis en el tema de los hispanos y de su voto.
Echémosle un vistazo a las probabilidades de ganar del senador McCain. Probabilidades que, por supuesto, no integran como factor al voto hispano, pues su lealtad con Obama parece no estar en juego.
Según encuesta tras encuesta, el candidato republicano perderá las elecciones. A pesar de que Obama no saca una delantera clara, casi todas las encuestas dan su victoria como un hecho inapelable.
Sin embargo, el equipo de McCain promete que el 4 de noviembre su candidato saldrá elegido presidente de Estados Unidos.
¿Por qué insisten así?
Primeramente, los asesores de McCain están convencidos de que si bien el voto popular puede favorecer a Obama, éste no acumula aún, estado por estado, los 270 colegios electorales necesarios para ganar la presidencia.
Saben que, en estas elecciones, los encuestadores se quejan de la dificultad de trazar tendencias claras de un cuerpo electoral más grande que nunca y del que no se sabe quién irá a votar o no. Además, son conscientes de que la raza de Obama puede jugar un papel desfavorable entre los electores blancos.
Creen que si McCain gana, o pierde por poco, en un estado con un importante voto obrero blanco como Pensilvania -21 colegios electorales-, seguramente saldrá victorioso en otros similares, como Ohio -20 colegios electorales- y Florida -27 colegios electorales.
Segundo, el equipo de McCain cree que, en última instancia, los electores moderados votarán por el senador de Arizona. Está convencido de que son sensibles a la idea de que Obama aumentará los impuestos. Por mencionar el alza de los impuestos Obama se está viendo acusado de ser socialistoide o de querer instaurar el socialismo, que aquí es el equivalente del comunismo. Y, además, McCain cree que la falta de experiencia de Obama dirigirá a los moderados hacia él.
Por último, McCain y los suyos saben que si bien las encuestas dicen que Obama posee una gran ventaja entre los que irán a votar por primera vez en su vida, no tiene garantía absoluta de que éstos vayan a votar el cuatro de noviembre.
Una cosa es inscribir a un elector, visitándolo en su casa, encontrándolo en la calle, camino o a las puertas de su trabajo, y otra, muy diferente, el día de la elección, hacerlo llegar hasta la urna a que deposite su voto.
Ya pronto, el 4 de noviembre, sabremos si todo, o parte de lo anterior, era cierto.