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"Cuerpo plural" antología

carátula de la antología Una antología sobre poesía latinoamericana, compilada por Gustavo Guerrero será presentada mañana en el Instituto Cervantes. La edición es de Pre-textos. La nota es de Literaturas.com

El Instituto Cervantes y la editorial Pre-Textos presentarán el próximo miércoles 3 de noviembre el libro-DVD ?Cuerpo plural. Antología de la poesía hispanoamericana contemporánea?, que reúne poemas de 58 autores de 19 países hispanohablantes, selecionados por el escritor y crítico venezolano, residente en Francia, Gustavo Guerrero. El acto, abierto al público, se celebrará a las 11:00 horas en la sede del Cervantes.Intervendrán, además del antólogo, Carmen Caffarel, directora del Instituto Cervantes; Manuel Borrás, editor de Pre-Textos; Álex Grijelmo, presidente ejecutivo de la agencia Efe, y José Manuel Moreno Alegre, subdirector general adjunto de Banco Santander y director-coordinador de la División Global Santander Universidades de la entidad bancaria.El libro, de 640 páginas, va acompañado de un DVD con entrevistas y lectura de poemas. En la presentación se proyectará un breve fragmento del vídeo con las grabaciones realizadas a tres de los autores que aparecen en la antología: la mexicana Tedi López Mills, el argentino Edgardo Dobry y el peruano Eduardo Chirinos.Presentación del libro-DVD ?Cuerpo plural. Antología de la poesía hispanoamericana contemporánea?:

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2 de noviembre de 2010
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Los malos tiempos

 

Los indicadores y las estadísticas que tímidamente reflejan los indicios de una anhelada recuperación económica producen en el ánimo de los contribuyentes una tímida euforia. Los más afectados por la epidemia del paro no tienen motivos para celebrar una posibilidad tan remota pero los que están al borde del colapso se sienten inclinados a creer que quizá puedan salvarse de lo peor.

Las informaciones contradictorias que reproduce la prensa (repuntes de la Bolsa, grandes beneficios a final del ejercicio de algunas empresas, colas de trabajadores en paro...) dejan en evidencia lo frágiles que somos y cuánto se agradece en estas circunstancias la más leve de las esperanzas.

En cualquier caso, la incertidumbre y el lúgubre anuncio de los malos tiempos rescatan reflexiones que hace una década eran imposibles: ¿en verdad queremos vivir peligrosamente? ¿Nos complace tanto el riesgo de enriquecernos junto al acantilado de la ruina? ¿No sería mejor conformarse con una vida modesta, sin sobresaltos?

Sin embargo, la simple mención de los horizontes "sostenibles" ha llegado a ser un anatema inadmisible entre los agentes sociales: el "crecimiento cero" es sinónimo de catástrofe. Para el sistema que hemos construido no hay alternativa a un trágico dilema: o se crece devorando recursos energéticos o nos hundimos en una crisis de secuelas indeseables: paro, déficit, quiebra del Estado del Bienestar...

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2 de noviembre de 2010
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Recuerdo de Chabrol

En el año 1976, Claude Chabrol se sometió a sí mismo al Cuestionario Proust, proclamando allí que su ocupación preferida era la meditación; a la siguiente cuestión, su sueño de felicidad, contestaba esto: "No tener tiempo para meditar". En la hora de su muerte, cumplidos los ochenta y con una filmografía de más de cincuenta largometrajes y muchos otros títulos cortos o televisivos, parece que aquel sueño lo pudo cumplir, pues ha sido, entre los cineastas europeos de calidad, el más prolífico.

       Chabrol sumó su nombre a la imagen de marca de la Nouvelle Vague, y ya desde el principio (siendo estupenda su segunda película, ‘Les cousins', de 1958) no tuvo más remedio que contar con la sombra proyectada en torno a él por sus más radiantes amigos Godard y Truffaut. Las parcelas o cotas de poder se delimitaron pronto; Godard era el gran reinventor del relato fílmico, y Truffaut y Chabrol, más ‘americanistas' que ningún otro director del grupo salido de la revista ‘Cahiers', se repartirían el legado de la continuidad de un cine no por personal menos sujeto a las normas de la narrativa clásica. En razón del excelente libro de entrevistas que hizo con Hitchcock en 1966, Truffaut pudo parecer (al menos hasta la aparición de Brian de Palma) el heredero formal del maestro anglo-americano. Yo creo que lo fue Chabrol, quien, más calladamente que el autor de ‘Los cuatrocientos golpes', estudió y aplicó a sus películas, sobre todo en su período cumbre de finales de los años 60 y primeros 70, la invención estilística y la sabiduría técnica de ‘Hitch'. En sus memorias, ‘Et pourtant je tourne...', Chabrol declara su filiación con un homenaje de (quizá falsa) modestia: "El padre Hitchcock decía: "I try to achieve the quality of imperfection". "Intento conseguir la extrema calidad de la imperfección". Hay que pensar siempre en ello".  

     Su segunda mujer, Stéphane Audran, ya sale como actriz en ‘Les cousins', y casi nunca falló en sus repartos a partir de entonces, pero al casarse los dos en 1964 podría decirse que ese matrimonio (disuelto en 1980) realzó extraordinariamente la carrera del director. Entre ‘Champaña por un asesino' (1966) y ‘Al anochecer (1971), se suceden las obras maestras ‘chabrolianas', en un trabajo de simbiosis o entendimiento cómplice que, como señaló el crítico Robin Wood, no incurre en el trato mimoso de Fellini con Giulietta Massina ni "se permite la intrusión de liosos elementos autobiográficos", como en el caso de Godard y Anna Karina.

   Audran, trabajando junto a actores del rango de Michel Bouquet, Jean Yanne o Anthony Perkins, da a las películas de esos años su temperatura adecuada, con una intensa turbulencia aliviada a menudo por el humor. Para muchos aficionados, ‘El carnicero' es la cima del arte de Chabrol, y, sin discutirlo, yo expongo aquí mi fijación con la que aquí se llamó, en tontísimo título, ‘Accidente sin huella' (‘Que la bête meure', 1969). Basada en ‘The Beast Must Die', la novela de Nicholas Blake homónima (y seudónima: Blake era el alter ego policiaco del gran poeta Cecil Day Lewis), este apólogo protagonizado por un padre que busca venganza del hombre que atropelló mortalmente a su hijo adquiere unas profundas resonancias morales sobre la culpa en el ambiguo tratamiento que se le da al desenlace, distinto al del libro, siendo magistral y muy propio del cineasta parisino el modo de irrupción de la tragedia en la placidez provincial. También es de resaltar el efecto estremecedor de la primera de las ‘Cuatro canciones serias' de Brahms en la banda sonora (un apartado, por cierto, siempre muy esmerado en la filmografía del autor, padre de un músico). Las palabras tomadas del Eclesiastés, en la traducción bíblica de Lutero que utilizó el compositor alemán, igualan en la muerte a la bestia y al ser humano, y la referencia resulta esclarecedora en un film que explora  -como es frecuente en la obra de Chabrol- el sustrato animal latente en el corazón de los hombres.

    Chabrol fue un hombre muy leído, el que más de la ‘Nueva Ola' junto a Rohmer, y es triste o paradójico por eso que sus adaptaciones literarias más ambiciosas, ‘Madame Bovary' (1990) o ‘Los fantasmas del sombrerero' (1982), de su admirado Simenon, no le salieran bien. Sería pertinente, y para la mayoría de espectadores no-franceses muy revelador, que se reeditasen en homenaje póstumo los excelentes programas televisivos que filmó a principios de los años 70 para la ORTF, entre los que destacan sus dos adaptaciones de Henry James (un autor que idolatraba) y la serie de ‘Historias insólitas', donde hay una, que nunca he visto, a partir de un cuento de Cortázar.

   La longevidad, en todo caso, no estropeó su talento. A falta de ver ‘Bellamy', aún no estrenada, guardo muy buen recuerdo de varias de sus últimas obras (‘Gracias por el chocolate', ‘La dama de honor', ‘Borrachera de poder'), en las que, tal vez más imperfecto que antes, el maestro no perdía mordacidad ni el don de convertir las frecuentes escenas de comida en un pequeño teatro del mundo pasional de los burgueses.

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2 de noviembre de 2010
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Del método histórico aplicado al cinema

Después de ver veinticuatro películas españolas de los últimos dos años, todas ellas dedicadas a aquella guerra civil que tuvo lugar hace setenta y cuatro (74) he llegado a una conclusión que deseo compartir con todos ustedes.

Recordarán posiblemente que, privados de romanticismo artístico, o mejor dicho, no pudiendo avanzar más que un romanticismo mimético del europeo (como los romanos con los griegos), los norteamericanos hubieron de inventar un romanticismo a su medida por pundonor nacional. Este fue el así llamado western, es decir, las películas de indios y vaqueros, coristas, predicadores bíblicos, el general Lee, el general Jackson, bisontes, etc., que todavía hoy se prolonga en el barroco Cormac McCarthy.

Pues bien, del mismo modo, pero a la inversa, los artistas españoles del celuloide, avergonzados con tanta imitación del cine francés, italiano, americano e incluso escandinavo a la que se habían entregado, decidieron en 1982 que era llegada la hora de construir un género genuinamente español e inventaron el de la guerra civil en tanto que western, con sus heroicas milicianas de saloon, sus mulas cargadas de morteros, sus vendedores de catecismos comunistas, los malvados capitanes de la Academia de Zaragoza y una moralina jesuítica.

Lo que al principio pudo tener cierto encanto burgués, a saber, que en estos westerns españolazos siempre ganaban los vaqueros, pero eran los indios quienes se llevaban el premio a la moral elevada ya que siempre los nacionales se imponían a los republicanos, aunque éstos últimos solicitaban el corazón del espectador, ha llegado, digo, esta composición, a convertirse en un peñazo peor que el de las películas de sexo a la española protagonizadas por Alfredo Landa, López Vázquez y Gracita Morales, aunque de similar altura artística.

Eso me hace suponer que no falta mucho para que algún subvencionado a quien le quede algo de agudeza artística decida, como ya hizo John Ford con el western, trastocar el género y darle la vuelta de modo que sorprendentemente sean los indios los que ganen, aunque el corazón del espectador se quede colgado de la desdicha vaquera y norteña. Será muy entretenido ver una película en la que unos honrados falangistas son raptados y torturados por cenetistas paranoicos o por tan estúpidos como malvados miembros (y miembras) del POUM, aunque sólo sea por variar. No creo que superen la calidad de los productos de don Benito Perojo, pero será un alivio.

Lo bueno, no obstante, vendrá luego, cuando ya hastiado el público de tanta guerra civil sentimental y social-conservadora, de nuevo como en la historia del cine norteamericano al western le suceda el cine de gangsters en tanto que género popular. Ahí sí que tenemos donde elegir y la cosa no ha ni siquiera comenzado a despuntar. Valencia a la manera de Chicago años treinta con falleras que ocultan metralletas en el refajo y paellas que estallan en la cara de los espías de Rubalcaba. Barcelona explotada por un ayuntamiento corrupto que utiliza los containers del puerto para entrar mercancía nuclear con destino al País Vasco. Asaltos de alta tecnología al Museo del Prado para robar un Murillo encargado por el jefe de la mafia marbellí para decorar sus prostíbulos. En fin, no quiero dar ideas, pero está todo por hacer, no entiendo cómo no se percatan. Es que ni siquiera Torrente tiene una miaja de imaginación...

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2 de noviembre de 2010
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Entre el cansancio y la catástrofe

Estamos en un mundo cambiante, pero hay cosas que nunca cambian. No hay reunión europea sin pelea. No hay acuerdo europeo en la cumbre, como sucedió la pasada semana, sin previo acuerdo entre alemanes y franceses. Tampoco hay acuerdo franco-alemán sin un malestar enorme entre todos los otros socios, sean la ristra inacabable de esa Europa de 27 socios actual o los Seis originales del Tratado de Roma: nadie quiere que un directorio de países sea el que lleve las riendas en vez de la Comisión Europea. Ni siquiera hay unión de los europeos, en lo que la memoria nos alcanza, sin una perpetua crisis que parece más combustible que obstáculo. Y no hay crisis que no termine resolviéndose con un complicado pasteleo que hace más intrincado e intransitable el laberinto de las instituciones y de las leyes.

Este es un funcionamiento fatigante, que desgasta a las opiniones públicas y alimenta los sentimientos antipolíticos, ya de por sí suficientemente excitados por la crisis económica. Recordemos que cada elección europea recorta un poco más la participación, cada reforma de los tratados suscita mayores complicaciones y cada reunión o cumbre abre un poco más la distancia entre gobernantes y gobernados. No es extraño por tanto que a los gobiernos europeos se les erice el cabello ante la eventualidad de una nueva reforma del Tratado de Lisboa cuando no se ha cumplido un año de su entrada en vigor para poder encajar la creación del fondo de rescate financiero del euro. Lisboa ha ocupado a los europeos casi la entera década, pues no hay que olvidar que a mitad del camino se halla la descarrilada Constitución Europea, de la que este Tratado es la versión aligerada. Su aprobación, llena de obstáculos hasta el último minuto, condujo a pensar que habría al menos 15 o 20 años de tregua reformista. Aunque el diseño de la Unión Europea pudiera quedar corto para las necesidades del nuevo mundo globalizado y escorado hacia Asia, a nadie se le podían ocurrir nuevas reformas que nos complicaran la vida de nuevo a todos los europeos. Íbamos a trabajar a ?tratado constante?, según feliz expresión de Javier Solana. Hasta que llegó la crisis financiera y se planteó la necesidad de convertir en permanente e institucionalizar el fondo europeo de rescate de 450.000 millones de euros. Alemania adujo inmediatamente la jurisprudencia de su Tribunal Constitucional para exigir una nueva reforma del tratado, cosa que levantó todos los temores del resto de socios, e incluso las peores suspicacias. Vista la experiencia reciente, muchos han querido interpretar cualquier propuesta de nueva reforma como una apuesta por la paralización de la UE. Por el pacto entre París y Berlín, los alemanes renuncian a las sanciones automáticas a quienes superen el 3 por ciento del déficit público establecido por el plan de estabilidad financiera, mientras que los franceses acceden a que se reforme el tratado como exige el Constitucional alemán. Se ha dicho muchas veces que Europa se ha hecho de crisis en crisis. Pero la actual es muy especial, porque coincide con otra crisis, ésta económica, considerada la mayor desde los años 30, antes del Tratado de Roma. Además de ser, por tanto, la mayor crisis económica de la UE, es también una crisis del euro, que no es tan sólo la moneda única sino el cemento político que une a 16 de los 27 socios. Pero siendo una crisis mucho mayor, nuevamente ha sido el combustible que ha obligado a los 27 a realizar este año los pasos que no habían hecho en la última década para dotar al euro de un gobierno económico y de unos mecanismos e instituciones para la vigilancia presupuestaria y el mantenimiento de la estabilidad monetaria. En pocas ocasiones como ahora Europa se ha encontrado ante un déficit de liderazgos y de dirección política. Los grandes partidos se hallan todos en dificultades e incluso decrecidos en fuerza parlamentaria, mientras ascienden fuerzas populistas y xenófobas y se fragmenta el espacio político. En casi todos los países avanzan la desafección y la antipolítica, en muchos casos a caballo de poderes mediáticos que saben explotar las más bajas pasiones. En mitad de este panorama desolador, que hermana a Europa con Estados Unidos, los europeos estamos realizando ahora, a pesar de todo, pasos importantes hacia una unión más estrecha en el capítulo de la política económica. Si estos pasos no estuvieran acompañados del éxito y el euro no consiguiera salir del agujero, podemos prepararnos los europeos porque entonces la crisis no actuará como el combustible que nos propulsa sino el líquido en el que nos ahogamos.

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2 de noviembre de 2010
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¡Viva Homero!

 

Cuando tenía quince años trabajé en la construcción de la escuela de Santesteban. Fue después del primer curso de griego, yo tenía la manía de escribir cosas en griego. El trabajo era superior a mis fuerzas. Además, con aquellos hombres tan fuertes y acostumbrados, yo me esforzaba mucho por estar a su altura, pero nada. Entonces tuve la idea de que si, por un azar, algo fundamental dependiera de leer una frase en griego, yo tendría una manera indudable de demostrar mi valía. Aquella reflexión me daba moral, aunque la probabilidad de un mundo donde algo fundamental, en griego, me estuviera esperando para que yo lo leyera, equivalía a cero. Así que al griego le tengo gratitud de cepa juvenil. ¡Viva Homero!

Hoy me da duelo Stephen Geoffrey Landesman, que escribió una tesis sobre The anonymus Certamen Homeri et Hesiodi, y murió el pasado mayo, sin saber lo de Homero. Y Anne Jeffery, siempre dedicada a las inscripciones arcaicas griegas, que murió sin saber lo de Homero. También Manuel Fernández-Galiano y Alfred Heubeck murieron sin saberlo. Cielos, ¿cuándo se sabrá lo de Homero?

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2 de noviembre de 2010
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Formas del deseo filosófico

Javier Echeverría a quien había yo enviado un mensaje desde Praga relativo a ese "círculo de los filósofos" al que me refería en estas páginas,  responde evocando sus andanzas de otro tiempo por la ciudad, sus visitas a las tabernas Monarch, y sus lecturas de El Proceso y el Castillo que habrían contribuído, me dice, a que se le desvelara la estructura objetiva del Estado (que hoy en día sería más bien la del Capital), "más allá de  intencionadas  idealizaciones" ( fueran estas ingenuamente patrióticas  o milenaristas, ). Se refiere Javier a  Kafka como ejemplo de lucidez en unos años y un mundo en el que  tantos  pugnaban por una u otra modalidad de ideario en última instancia romántico, traducido en sublimación de la naturaleza, el estado o la revolución.

Pero sobre todo (al hilo de mis consideraciones sobre "El círculo de los filósofos") Javier se refiere en su escrito al deseo filosófico  centrado en la lectura y el comentario de algunos autores clásicos. Tras recordar  que ésta fue también su  manera de vivir el deseo filosófico, sobre todo en momentos de nuestra vida común en el extranjero que confluyeron en creación de la facultad filosofía de  de Zorroaga en el País Vasco, reivindica otros muchos modos de vivir ese deseo. Reitera que la
 filosofía no se agota en un elenco de textos  sagrados, e indica que  esta sacralización podría acaso acarrear el entierro de la filosofía en el panteón de sus Facultades. De hecho Javier (matemático de primera formación) tomó la decisión de dejar de estar vinculado a una facultad de filosofía,  y casi a la filosofía como disciplina especializada. En mi opinión no lo hizo para abandonar la interrogación filosófica sino quizás para se fiel a la misma.

 

 

El escrito de Javier se cruza con otro de José Lazaro,  también compañero de aventuras filosóficas desde perspectivas ajenas a la filosofía académica. Tras citar a Ortega refiriéndose a "la barbarie del especialismo", se adentra en la cuestión de la posibilidad de superar tal alienación sea   mediante el paso a lo interdisciplinar (múltiples perspectivas) o a lo transdisciplinar (visión unitaria desde ellas). Y al respecto preccisa
 que el proyecto  implica también la dificultad de alcanzar el suficiente rigor en cada una de las disciplinas que se consideren para no caer en las "imposturas intelectuales" que denunciaron Sokal y Bricmont" en su demoledora crítica a los usos de la ciencia de ciertos pensadores franceses que habrían tenido como resultado "arbitrariedad, falta de rigor conceptual, erudición superficial y manipulación de cita variadas de sentido"
José Lazaro declara sin embargo coincidir  plenamente en mi tesis según la cual "jamás la dificultad técnica puede eximir al filósofo al menos de un esfuerzo para estar en condiciones de determinar aquello que en las discusiones de los físicos o genetistas le concierne directamente".

Así pues, huyendo de la "barbarie del especialismo" se corre serio peligro de caer en la superficialidad denunciada por Bricmont  y Sokal. Intentaré  en los próximos textos esbozar una alternativa.

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2 de noviembre de 2010
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El blanco de la sangre

El blanco, la bandera blanca connotan con la idea neta de inicio, término de hostilidades y práctica de la paz. Los bebés son, por su inocencia, consustanciales al blanco, almas sin mancha, sin vicio, sin tara.

La primera comunión, las bodas, llevan a la conclusión que unos y otros se encuentran sin mancillar o bien se han lavado tanto que han redundado en el blanco, el mismo color de la piedra con que los romanos señalaban los días afortunados.

Toda la insistencia de la publicidad de los detergentes en la obtención del blanco les lleva a proclamar que serán capaces de ofrecer un blanco más blanco que el blanco. Un blanco radical que se halla en la raíz del blanco, en el lugar correspondiente al antes que el mismo blanco haya visto la luz y en consecuencia pueda haber sido tocado por ella. Blanco impalpable pues, blanco invisible que se aproxima tangencialmente a la nada o que de la nada brota en un primer instante como su potencia presentida. Una potencia no visible a la óptica pero implícita en el núcleo del más blanco que el blanco. Blanco nuclear, blanco de ipods,  blancos de muros y exposiciones, de muebles y drogas, sociedad blanca para un tiempo de crisis cuya básica aspiración no es la abundancia de color sino, sencillamente, la desaparición de la deuda, la eliminación del déficit, el menos que cero en la rentabilidad de los bonos públicos. Blanco alusivo a la pacífica neutralidad tradicional sino blanco de subterráneos sin luz, blanco de paraíso todavía oculto o de muerte todavía en el inmediato estado de lividez. Blanco se exaspera en la propaganda contra la persistencia de la crisis negra, la deflación descolorida y deshilachada en fibras de deshechos El blanco que iguala la zona de salida, nace así desde su subsuelo para crear la ilusión de una nueva tabula rasa donde se edificarán, liberadas de culpa, las basuras morales del ocaso.  Un blanco de alba. ¿Un blanco esperanzado e inaugural?

Efectivamente, el blanco se afana en esta dimensión de principio desnudo, presto para una esperanza de estreno pero también el blanco contemplado más detenidamente, poniendo oído a su habla muda trasmite la terrible presencia de una amenaza y la inminencia del pánico. El pánico absoluto de la ausencia de color.  O como dice Herman Melville "...hay algo impalpable que se guarece en lo más interno de la idea de este color, susceptible de producir más pánico al alma que el rojo de la sangre, que aterra." ("La blancura de la ballena", capítulo 41 de Moby Dick). Lugares de copas, tiendas electrónicas, vestíbulos de hoteles o grandes corporaciones, automóviles luciendo el blanco. Luciendo la luz o luciendo la falta de toda iluminación que les hubiera brindado una identidad coloreada, una personalidad para convivir sin temor persona a persona.

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2 de noviembre de 2010
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FELICITACIONES Hoy, en unos minutos, mis amigos y alumnos del…

FELICITACIONES Hoy, en unos minutos, mis amigos y alumnos del taller de creación literaria dan un paso (para algunos un paso más) en el camino literario y presentan una antología de cuentos. Debería estar allí pero lamentablemente no puedo. Alonso Cueto, quien también fue profesor de ellos, si estará. Les mando un enorme abrazo y felicitaciones a todos los que están convencidos de que la literatura es lo que saben y lo que quieren hacer.

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1 de noviembre de 2010
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Los años dorados

 

 

Regreso de Tánger con la sensación de que allí podría pasar plácidamente el tiempo sin tener nada que hacer. Sin tener nada que me haga madrugar, nada que me cree obligaciones que no fueran para los sentidos. Estuvimos invitados por el Instituto Cervantes y el Instituto del Libro de Málaga, lo que quiere decir por los impulsos de Cecilia F. Suzón y Alfredo Taján. Tangerina y malagueño, unidos por la pasión de esa ciudad que se reinventa, que se gusta sobre todo en el recuerdo de la que un día fue internacional, abierta, permisiva, pecadora, noctámbula y de dulces amaneceres.

Tánger fue la "Casablanca" del café de Rick, de los amores perdidos, de los negocios, los negociantes, los huidos, los tapados y los pícaros. Ya no es aquella. Ya no es la que conoció el querido Pepe Carletón, el más moderno de los tangerinos de ayer y de hoy, amigo de los Bowles- sobre todo de Jane- , el único español que en compañía de Emilio Sanz de Soto tenían lugar preferente en aquella ciudad de mezcla de ricos excéntricos, artistas homosexuales, incluso artistas heterosexuales. Tánger no discriminaba.

He vuelto a esa ciudad que un día llamé en un documental, "esa vieja dama". Vieja pero vital y capaz de soportar que la vida se reconozca en sus dulces pasiones. La excusa era recordar a Paul Bowles y los años dorados. Hay una exposición y un catálogo que dan constancia de su elegancia. Hay otra Tánger, pero pervive la memoria de aquella. Ahora, al lado de los palacetes, la vida de las legaciones extranjeras, el recuerdo de la ciudad abierta e internacional, está el mundo árabe que crece, prohíbe y limita. El que cumple con sus rezos, obedece su religión y acata sus restricciones. Es otra opción. No es la mía. Tampoco la de muchos tangerinos que quieren ser occidente. Que quieren sus tradiciones pero que prefieren quitarse los velos y divertirse sin amenazas ni castigos.

Hay una vida subterránea. El espíritu del tiempo de los Bowles no está vencido. El mundo feliz y relajado que estos privilegiados habitantes de aquél islote pudieron disfrutar.

No siempre estuvieron de fiesta. Y, sin duda, Paul Bowles estuvo bien abierto a todo lo que pasaba en su mundo Y en el mundo español desde que llegó, por recomendación de Gertrud Stein, a Tánger. Antes hizo un recorrido por España, conoció la singular alegría de un tiempo que le pareció el mejor de los nuestros cuando cincuenta años después escribió sobre su primera visita. A nosotros, que tampoco conocimos aquellos años, también nos parecen los más amables de nuestra historia. Así lo cuenta Bowles en sus "memorias de un nómada":

"El comienzo de la primavera de 1932 en España fue una época de alegría colectiva a gran escala. En todos los pueblos reinaba el regocijo; la gente cantaba y bailaba en todas las plazuelas. El aire rezumaba alegría y las calles estaban llenas de adornos de palmas y flores. Pequeños carteles anunciaban en las mesas de los cafés que no se admitían propinas. Esto sin duda estaba directamente relacionado con la euforia general. Apelaba  al inflexible sentido del honor del hombre corriente, lo que nosotros llamamos "orgullo español". España estaba viva entonces; no ha vuelto ha estarlo"

Como he dicho escribió este párrafo en 1972, Franco estaba vivo y el país todavía estaba lleno de carencias formales. Mejoró, fue distinto pero nunca con ese espíritu de verbena que recuerda Bowles. Una descripción que siempre me ha parecido que debía corresponder al primer aniversario de la República, al 14 de Abril de 1932.

Uno puede seguir soñando con ciudades mejores, con tiempos más amables.

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1 de noviembre de 2010
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