Vicente Verdú
El blanco, la bandera blanca connotan con la idea neta de inicio, término de hostilidades y práctica de la paz. Los bebés son, por su inocencia, consustanciales al blanco, almas sin mancha, sin vicio, sin tara.
La primera comunión, las bodas, llevan a la conclusión que unos y otros se encuentran sin mancillar o bien se han lavado tanto que han redundado en el blanco, el mismo color de la piedra con que los romanos señalaban los días afortunados.
Toda la insistencia de la publicidad de los detergentes en la obtención del blanco les lleva a proclamar que serán capaces de ofrecer un blanco más blanco que el blanco. Un blanco radical que se halla en la raíz del blanco, en el lugar correspondiente al antes que el mismo blanco haya visto la luz y en consecuencia pueda haber sido tocado por ella. Blanco impalpable pues, blanco invisible que se aproxima tangencialmente a la nada o que de la nada brota en un primer instante como su potencia presentida. Una potencia no visible a la óptica pero implícita en el núcleo del más blanco que el blanco. Blanco nuclear, blanco de ipods, blancos de muros y exposiciones, de muebles y drogas, sociedad blanca para un tiempo de crisis cuya básica aspiración no es la abundancia de color sino, sencillamente, la desaparición de la deuda, la eliminación del déficit, el menos que cero en la rentabilidad de los bonos públicos. Blanco alusivo a la pacífica neutralidad tradicional sino blanco de subterráneos sin luz, blanco de paraíso todavía oculto o de muerte todavía en el inmediato estado de lividez. Blanco se exaspera en la propaganda contra la persistencia de la crisis negra, la deflación descolorida y deshilachada en fibras de deshechos El blanco que iguala la zona de salida, nace así desde su subsuelo para crear la ilusión de una nueva tabula rasa donde se edificarán, liberadas de culpa, las basuras morales del ocaso. Un blanco de alba. ¿Un blanco esperanzado e inaugural?
Efectivamente, el blanco se afana en esta dimensión de principio desnudo, presto para una esperanza de estreno pero también el blanco contemplado más detenidamente, poniendo oído a su habla muda trasmite la terrible presencia de una amenaza y la inminencia del pánico. El pánico absoluto de la ausencia de color. O como dice Herman Melville "…hay algo impalpable que se guarece en lo más interno de la idea de este color, susceptible de producir más pánico al alma que el rojo de la sangre, que aterra." ("La blancura de la ballena", capítulo 41 de Moby Dick). Lugares de copas, tiendas electrónicas, vestíbulos de hoteles o grandes corporaciones, automóviles luciendo el blanco. Luciendo la luz o luciendo la falta de toda iluminación que les hubiera brindado una identidad coloreada, una personalidad para convivir sin temor persona a persona.