Félix de Azúa
Después de ver veinticuatro películas españolas de los últimos dos años, todas ellas dedicadas a aquella guerra civil que tuvo lugar hace setenta y cuatro (74) he llegado a una conclusión que deseo compartir con todos ustedes.
Recordarán posiblemente que, privados de romanticismo artístico, o mejor dicho, no pudiendo avanzar más que un romanticismo mimético del europeo (como los romanos con los griegos), los norteamericanos hubieron de inventar un romanticismo a su medida por pundonor nacional. Este fue el así llamado western, es decir, las películas de indios y vaqueros, coristas, predicadores bíblicos, el general Lee, el general Jackson, bisontes, etc., que todavía hoy se prolonga en el barroco Cormac McCarthy.
Pues bien, del mismo modo, pero a la inversa, los artistas españoles del celuloide, avergonzados con tanta imitación del cine francés, italiano, americano e incluso escandinavo a la que se habían entregado, decidieron en 1982 que era llegada la hora de construir un género genuinamente español e inventaron el de la guerra civil en tanto que western, con sus heroicas milicianas de saloon, sus mulas cargadas de morteros, sus vendedores de catecismos comunistas, los malvados capitanes de la Academia de Zaragoza y una moralina jesuítica.
Lo que al principio pudo tener cierto encanto burgués, a saber, que en estos westerns españolazos siempre ganaban los vaqueros, pero eran los indios quienes se llevaban el premio a la moral elevada ya que siempre los nacionales se imponían a los republicanos, aunque éstos últimos solicitaban el corazón del espectador, ha llegado, digo, esta composición, a convertirse en un peñazo peor que el de las películas de sexo a la española protagonizadas por Alfredo Landa, López Vázquez y Gracita Morales, aunque de similar altura artística.
Eso me hace suponer que no falta mucho para que algún subvencionado a quien le quede algo de agudeza artística decida, como ya hizo John Ford con el western, trastocar el género y darle la vuelta de modo que sorprendentemente sean los indios los que ganen, aunque el corazón del espectador se quede colgado de la desdicha vaquera y norteña. Será muy entretenido ver una película en la que unos honrados falangistas son raptados y torturados por cenetistas paranoicos o por tan estúpidos como malvados miembros (y miembras) del POUM, aunque sólo sea por variar. No creo que superen la calidad de los productos de don Benito Perojo, pero será un alivio.
Lo bueno, no obstante, vendrá luego, cuando ya hastiado el público de tanta guerra civil sentimental y social-conservadora, de nuevo como en la historia del cine norteamericano al western le suceda el cine de gangsters en tanto que género popular. Ahí sí que tenemos donde elegir y la cosa no ha ni siquiera comenzado a despuntar. Valencia a la manera de Chicago años treinta con falleras que ocultan metralletas en el refajo y paellas que estallan en la cara de los espías de Rubalcaba. Barcelona explotada por un ayuntamiento corrupto que utiliza los containers del puerto para entrar mercancía nuclear con destino al País Vasco. Asaltos de alta tecnología al Museo del Prado para robar un Murillo encargado por el jefe de la mafia marbellí para decorar sus prostíbulos. En fin, no quiero dar ideas, pero está todo por hacer, no entiendo cómo no se percatan. Es que ni siquiera Torrente tiene una miaja de imaginación…