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Recuerdo de Chabrol

Por 2 de noviembre de 2010 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Vicente Molina Foix

En el año 1976, Claude Chabrol se sometió a sí mismo al Cuestionario Proust, proclamando allí que su ocupación preferida era la meditación; a la siguiente cuestión, su sueño de felicidad, contestaba esto: "No tener tiempo para meditar". En la hora de su muerte, cumplidos los ochenta y con una filmografía de más de cincuenta largometrajes y muchos otros títulos cortos o televisivos, parece que aquel sueño lo pudo cumplir, pues ha sido, entre los cineastas europeos de calidad, el más prolífico.

       Chabrol sumó su nombre a la imagen de marca de la Nouvelle Vague, y ya desde el principio (siendo estupenda su segunda película, ‘Les cousins’, de 1958) no tuvo más remedio que contar con la sombra proyectada en torno a él por sus más radiantes amigos Godard y Truffaut. Las parcelas o cotas de poder se delimitaron pronto; Godard era el gran reinventor del relato fílmico, y Truffaut y Chabrol, más ‘americanistas’ que ningún otro director del grupo salido de la revista ‘Cahiers’, se repartirían el legado de la continuidad de un cine no por personal menos sujeto a las normas de la narrativa clásica. En razón del excelente libro de entrevistas que hizo con Hitchcock en 1966, Truffaut pudo parecer (al menos hasta la aparición de Brian de Palma) el heredero formal del maestro anglo-americano. Yo creo que lo fue Chabrol, quien, más calladamente que el autor de ‘Los cuatrocientos golpes’, estudió y aplicó a sus películas, sobre todo en su período cumbre de finales de los años 60 y primeros 70, la invención estilística y la sabiduría técnica de ‘Hitch’. En sus memorias, ‘Et pourtant je tourne…’, Chabrol declara su filiación con un homenaje de (quizá falsa) modestia: "El padre Hitchcock decía: "I try to achieve the quality of imperfection". "Intento conseguir la extrema calidad de la imperfección". Hay que pensar siempre en ello".  

     Su segunda mujer, Stéphane Audran, ya sale como actriz en ‘Les cousins’, y casi nunca falló en sus repartos a partir de entonces, pero al casarse los dos en 1964 podría decirse que ese matrimonio (disuelto en 1980) realzó extraordinariamente la carrera del director. Entre ‘Champaña por un asesino’ (1966) y ‘Al anochecer (1971), se suceden las obras maestras ‘chabrolianas’, en un trabajo de simbiosis o entendimiento cómplice que, como señaló el crítico Robin Wood, no incurre en el trato mimoso de Fellini con Giulietta Massina ni "se permite la intrusión de liosos elementos autobiográficos", como en el caso de Godard y Anna Karina.

   Audran, trabajando junto a actores del rango de Michel Bouquet, Jean Yanne o Anthony Perkins, da a las películas de esos años su temperatura adecuada, con una intensa turbulencia aliviada a menudo por el humor. Para muchos aficionados, ‘El carnicero’ es la cima del arte de Chabrol, y, sin discutirlo, yo expongo aquí mi fijación con la que aquí se llamó, en tontísimo título, ‘Accidente sin huella’ (‘Que la bête meure’, 1969). Basada en ‘The Beast Must Die’, la novela de Nicholas Blake homónima (y seudónima: Blake era el alter ego policiaco del gran poeta Cecil Day Lewis), este apólogo protagonizado por un padre que busca venganza del hombre que atropelló mortalmente a su hijo adquiere unas profundas resonancias morales sobre la culpa en el ambiguo tratamiento que se le da al desenlace, distinto al del libro, siendo magistral y muy propio del cineasta parisino el modo de irrupción de la tragedia en la placidez provincial. También es de resaltar el efecto estremecedor de la primera de las ‘Cuatro canciones serias’ de Brahms en la banda sonora (un apartado, por cierto, siempre muy esmerado en la filmografía del autor, padre de un músico). Las palabras tomadas del Eclesiastés, en la traducción bíblica de Lutero que utilizó el compositor alemán, igualan en la muerte a la bestia y al ser humano, y la referencia resulta esclarecedora en un film que explora  -como es frecuente en la obra de Chabrol- el sustrato animal latente en el corazón de los hombres.

    Chabrol fue un hombre muy leído, el que más de la ‘Nueva Ola’ junto a Rohmer, y es triste o paradójico por eso que sus adaptaciones literarias más ambiciosas, ‘Madame Bovary’ (1990) o ‘Los fantasmas del sombrerero’ (1982), de su admirado Simenon, no le salieran bien. Sería pertinente, y para la mayoría de espectadores no-franceses muy revelador, que se reeditasen en homenaje póstumo los excelentes programas televisivos que filmó a principios de los años 70 para la ORTF, entre los que destacan sus dos adaptaciones de Henry James (un autor que idolatraba) y la serie de ‘Historias insólitas’, donde hay una, que nunca he visto, a partir de un cuento de Cortázar.

   La longevidad, en todo caso, no estropeó su talento. A falta de ver ‘Bellamy’, aún no estrenada, guardo muy buen recuerdo de varias de sus últimas obras (‘Gracias por el chocolate’, ‘La dama de honor’, ‘Borrachera de poder’), en las que, tal vez más imperfecto que antes, el maestro no perdía mordacidad ni el don de convertir las frecuentes escenas de comida en un pequeño teatro del mundo pasional de los burgueses.

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Vicente Molina Foix

 Vicente Molina Foix nació en Elche y estudió Filosofía en Madrid. Residió ocho años en Inglaterra, donde se graduó en Historia del Arte por la Universidad de Londres y fue tres años profesor de literatura española en la de Oxford. Autor dramático, crítico y director de cine (su primera película Sagitario se estrenó en 2001, la segunda, El dios de madera, en el verano de 2010), su labor literaria se ha desarrollado principalmente -desde su inclusión en la histórica antología de Castellet Nueve novísimos poetas españoles- en el campo de la novela. Sus principales publicaciones narrativas son: Museo provincial de los horrores, Busto (Premio Barral 1973), La comunión de los atletas, Los padres viudos (Premio Azorín 1983), La Quincena Soviética (Premio Herralde 1988), La misa de Baroja, La mujer sin cabeza, El vampiro de la calle Méjico (Premio Alfonso García Ramos 2002) y El abrecartas (Premio Salambó y Premio Nacional de Literatura [Narrativa], 2007);. en  2009 publica una colección de relatos, Con tal de no morir (Anagrama), El hombre que vendió su propia cama (Anagrama, 2011) y en 2014, junto a Luis Cremades, El invitado amargo (Anagrama), Enemigos de los real (Galaxia Gutenberg, 2016), El joven sin alma. Novela romántica (Anagrama, 2017), Kubrick en casa (Anagrama, 2019). Su más reciente libro es Las hermanas Gourmet (Anagrama 2021) . La Fundación José Manuel Lara ha publicado en 2013 su obra poética completa, que va desde 1967 a 2012, La musa furtiva.  Cabe también destacar muy especialmente sus espléndidas traducciones de las piezas de Shakespeare Hamlet, El rey Lear y El mercader de Venecia; sus dos volúmenes memorialísticos El novio del cine y El cine de las sábanas húmedas, sus reseñas de películas reunidas en El cine estilográfico y su ensayo-antología Tintoretto y los escritores (Círculo de Lectores/Galaxia Gutenberg). Foto: Asís G. Ayerbe

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