Ficha técnica
Título: Con tal de no morir | Autor: Vicente Molina Foix | Editorial: Anagrama | Colección: Narrativas hispánicas | ISBN: 978-84-7189-0-4 | Precio: 17€ | Páginas: 232| Formato: tapa blanda | Edición: 1ª marzo 2009
Con tal de no morir
Vicente Molina Foix
Escritos en su mayoría tras la publicación, a finales del 2006, de El abrecartas, los relatos, casi todos extensos e inéditos, aquí agrupados por Vicente Molina Foix reelaboran de manera diversa algunas de las preocupaciones latentes en aquella extraordinaria y aclamada novela por la que obtuvo, entre otros galardones, el Premio Nacional de Narrativa 2007. Así, el motivo del fantasma, visto como una emanación del pasado que se instala y modifica el presente de los personajes «visitados», aparece significativamente, del mismo modo que ciertos acontecimientos políticos o sucesos de la realidad más actual adquieren resonancia e influyen en la historia sentimental de varios de los protagonistas.
Con tal de no morir, el relato que da nombre al libro, es una brillante variación contemporánea de la leyenda de Fausto, en la que destaca la conmovedora presencia maternal y una sorprendente figura mefistofélica atrapada en el despiadado universo de la economía de mercado. Los espectros de la sexualidad descabezada, los padres terribles y los seres incompletos completan el registro de un libro que alterna magistralmente los tonos graves con la pincelada luminosa, la vena fantástica con el realismo estilizado, e incluye -a modo de intermedio risueño- el desvergonzado relato confesional «El peluquero de verdad».
Junto a la versatilidad en la escritura y la perseverancia en el tratamiento de unos temas que -con sus variaciones y sus ecos encadenados- no dejan de recurrir en todo el libro, Molina Foix demuestra su talento para crear personajes desarraigados, huidizos pero fortalecidos por su desamparo: la mujer que vive sujeta al destello de un cuadro, el policía apesadumbrado por su uniforme, el joven poeta que saca inspiración de los secretos de una mansión encantada. Con tal de no morir confirma la espléndida madurez literaria de su autor y la extiende a un género que, aun habiendo cultivado desde sus inicios, nunca hasta ahora había dado a conocer unitariamente en libro.
LA LUNA SIN DELITO
El coche se estropeó sin arreglo en un momento difícil, cuando Cosme estaba a un mes de casarse, y dos meses después de haber perdido su trabajo. ¿Qué hacía él sin coche? Se hacía esa pregunta a todas horas, sin importarle las otras: ¿qué hacía él en el paro, en el matrimonio? Decidió ir a ver a su padre, que tenía respuestas para todo. Pero para ir a ver a su padre en el pueblecito de la Sierra de Teruel donde vivía aislado pintando necesitaba un coche.
Su amigo Pedro tenía un amigo que vendía coches de segunda mano a muy buen precio. «No le preguntes de dónde los saca.» Era lo último que Cosme quería, hacer más preguntas. El jueves a primera hora fue en taxi a un polígono industrial de la carretera de Burgos, llamó al timbre de una nave, le respondió una voz de mujer, bajó un hombre con una raqueta en la mano que se presentó como Tino y le señaló un Opel Corsa de cinco puertas aparcado enfrente. «¿Te gusta?» Cosme esperaba un desfile de modelos de coches usados, pero como no había otro, el Opel Corsa le tuvo que gustar. El barro de las ruedas y el polvo de los cristales se irían con una limpieza. «No está mal.» Tino le dio las llaves, se dirigió al coche, abrió la puerta trasera, dejó la raqueta enfundada encima de unas bolsas de plástico vacías y ocupó el asiento del copiloto. «Arranca cuando quieras. El coche no tiene misterios.»
Cosme, acostumbrado a otras marcas, manejó sin dificultad el Opel Corsa de Tino; en veinte minutos llegaron al portal de su casa, donde su Renault Mégane, averiado pero recién lavado, no daba la impresión de coche enfermo que daba el Opel. «¿Te gusta?» Tino no dijo nada; rodeó el coche aparcado junto al bordillo, miró el interior, golpeó con los nudillos las ruedas, abrió el maletero, pero no se molestó en examinar el motor. «No me habías dicho que era un Mégane de primera generación. Los motores fueron mejores que los de la segunda, pero este coche tiene por los menos once años. Me lo quedo, aunque es carne de chatarra. Y me das mil doscientos euros por el Opel, que es un niño al lado del tuyo. Cuando lo laves no lo vas a reconocer. En carretera corre como Dios, y poco a poco vas a ir descubriendo los detallitos que tiene. Cuatro airbags. Cuatro, que se dice pronto. Dos laterales. ¿Los ves? De esos no se ven muchos. Y la porra de las marchas es un poema. Su propietario anterior, que no tienes por qué saber quién es, era un caprichoso.»