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Ficha técnica

Título: La ley de los sueños | Autor: Peter Behrens | Editorial: Anagrama  | Colección: Panorama de narrativas  | Traducción: Jaime Zulaika  | ISBN: 978-84-339-7508-9 | Precio: 22 € | Páginas: 480 | Formato: tapa blanda | Edición: 1ª abril 2009

La ley de los sueños

Peter Behrens

ANAGRAMA

 

Irlanda, 1846. Los señores de la finca donde trabajan los O’Brien necesitan más dinero. Y no es el cultivo de la tierra lo que deja ganancias, sino la carne, como afirma el representante del heredero de las tierras. No hay que engordar a la gente, sino al ganado. Son varias las familias que arriendan esas tierras, pero el encargado tiene una orden tajante: expulsarlas. Y todos, finalmente, se marchan. Todos, excepto los O’Brien, que seguirán allí por cabezonería del padre, por miseria, porque su mundo se derrumba.

Y entre la espada de la persecución del propietario y la pared de la plaga que destruirá las cosechas de patata y provocará la gran hambruna de esos años, la familia es exterminada por el tifus, el hambre y los esbirros del dueño, que incendian las cabañas con los moribundos dentro. Sólo se salva Fergus, el hijo mayor, casi un niño, que se verá obligado a crecer muy rápido.

Y así comienza el largo viaje del muchacho hacia no sabe dónde. Tras fugarse del dickensiano, terrible asilo para huérfanos y miserables donde lo depositan, dará con una banda de chicos de la calle, que roban para sobrevivir, y se unirá a ellos y a su jefe, Luke, que resulta ser una chica, y ex prostituta.

Con ella, el jovencito aprende muchas cosas, y no sólo sobre sexo. Pero no acaba aquí el periplo de Fergus, que tras una sangrienta operación de venganza en la que también muere Luke, se largará a Liverpool, y después de unos días alojado en un burdel donde le propondrán vivir de su cuerpo, se pondrá otra vez en marcha, movido por la ley de los sueños -y de la supervivencia-, que dice que hay que seguir, que siempre hay que seguir…

 

PRÓLOGO: EL GRANJERO INGLÉS, PERPLEJO

Por el camino de Scariff, rumbo a casa, al noreste, el granjero Carmichael cabalga a su vieja yegua taheña entre las ruinas de Irlanda. Las cabañas, sin tejado, han sido abandonadas. Encuentra en una encrucijada a una familia desalojada y da un penique a la mujer, que le bendice, mientras sus hijos le miran fijamente y su marido, un hombretón, se acuclilla en la orilla herbosa, con la cabeza hundida entre las rodillas.

Cruje la silla, faltan aún cuatro millas hasta la granja y Carmichael avanza por un camino recto y bien hecho, con la presión del tiempo cambiante zumbando en los oídos y la vieja yegua entre las piernas, sólida y viva.

Owen Carmichael es un hombre delgado pero bien proporcionado. Todos sus miembros encajan admirablemente. Lleva un sombrero de paja atado con una cinta debajo de la barbilla, una chaqueta negra, de un violeta desgastado, y botas que en otro tiempo pertenecieron a su padre. Su ropa de ciudad está en un pulcro atadillo detrás de la silla. Al mirar arriba ve las nubes que empañan el cielo, pero camino adelante el aire es templado, sopla una brisa ligera del oeste y no ha llovido desde que se puso en marcha esta mañana. Mira a menudo el cielo. Da una visión de limpieza, de posibilidad, de paz eterna.

Baja la mirada al percibir un balanceo en el paso de la yegua. Más allá ve un montículo de harapos en medio del camino.

La yegua es la primera que nota el hedor, empieza a bufar y a relinchar, y después Carmichael huele la muerte, agria y flagrante en el viento ligero.

Suelta la rienda y espolea con los tacones a la yegua, que inicia un medio galope regular y resuelto. La obliga a sortear ampliamente el montículo de trapos que aletean. Hay un antebrazo blanco, rígido y vertical, y un puño y en él un cuervo posado audazmente. Más pájaros brincan, furtivos, en la cuneta herbosa… Si tuviera un látigo los espantaría con un restallido…

El hedor se evapora con el viento en contra. Carmichael detiene a la yegua y descabalga. Agarrando las riendas con una mano, se agacha para coger una piedra. Apunta y se la lanza al cuervo, pero el proyectil falla el blanco y resuena contra el pavimento de grava. El pájaro vacila y después alza el vuelo, con un graznido perezoso, y traza círculos sobre el cadáver y Carmichael.

Deprimido, inquieto, Carmichael vuelve a montar y prosigue su camino a casa.

Ha estado en Ennis para ver al agente que lleva los asuntos del terrateniente, el sexto conde. Al recordar la entrevista se pone tenso. Odia todo esto: las puntillosas transacciones de las cuestiones jurídicas, los ritos del arrendamiento, el pago del alquiler, el olor muerto de la tinta.

Él es un hombre de campo, un hombre hecho para el olor de un cultivo y el cielo prometedor. Tiene las manos para la yegua taheña, un animal voluntarioso. Pagó demasiado por ella, veinticinco libras, pero fue hace mucho tiempo, y ya se ha perdonado la deuda.

Se alegra de haber abandonado Ennis, esas calles espantosas, sembradas de mendigos. Hombres feroces y mujeres apáticas guarecidas debajo de cada saliente de establo, aferrando a niños con aspecto crudo, recién pelados.

La muerte súbita del quinto conde, en Italia, de cólera, ha revelado engorros y desidia, fruto de una vida disoluta. Ahora los asuntos del heredero aún niño se están reorganizando con arreglo a principios sumamente eficientes.

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Peter Behrens

Peter Behrens nació en Montreal. Fue miembro del Fine Arts Work Center de Provincetown, Massachusetts, y obtuvo la beca Stegner de investigación en la Universidad de Stanford. Después de su libro de relatos Night Driving escribió su primera novela, La ley de los sueños, que obtuvo en 2006 el Governor General's Literary Award, el más antiguo y prestigioso premio de Canadá.

Obras asociadas
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