
Ficha técnica
Título: Adiós, Shanghai | Autor: Angel Wagenstein | Editorial: Libros del Asteroide | Traductor: Venceslav Nikólov | ISBN: 978-84-92663-00-2 | Precio: 20.95 € | Páginas: 424 | Formato: 20 x 12,5 cm | Fecha de aparición: 16 de marzo de 2009
Adiós, Shanghai
Angel Wagenstein
En los albores de la segunda guerra mundial la ciudad abierta de Shanghai era uno de los pocos lugares del mundo en el que se podían refugiar los judíos que huían de la Alemania nazi. Elisabeth y Theodor Weissberg, músicos de fama mundial; Hilde Braun, una prometedora actriz; el rabino Leo Levin y su esposa Ester; el carterista Schlomo Finkelstein, son algunos de los personajes que en Adiós, Shanghai buscan amparo en esta ciudad asiática.
El Shanghai de finales de los años treinta, bajo ocupación japonesa, era una ciudad de extremos: un centro financiero internacional con más de trescientos bancos y lujosos hoteles, pero también una ciudad portuaria plagada de prostíbulos y fumaderos de opio; una ciudad en la que los míseros barrios como el de Hongkou, que terminaría convertido en gueto judío, contrastaban con las opulentas concesiones internacionales.
Entre el relato histórico y la novela de intriga, Angel Wagenstein reconstruye en esta novela uno de los episodios menos conocidos de la segunda guerra mundial, narrando una historia de amor y muerte que es, sobre todo, un homenaje a todos aquellos hombres y mujeres que creyeron encontrar su salvación en Shanghai.
PRIMER CAPÍTULO
El edificio modernista de la Filarmónica -sin apenas ventanas, el techo y los muros de frívolas curvas- sobresalía en medio de un desierto de escombros, solitario, amarillo y feo. Estaba situado en aquella zona fronteriza de esa gran ciudad llamada Berlín Oeste. Algunos la llamaban Berlín Libre. Pero no discutamos: los nombres de las cosas nunca expresan su verdadera naturaleza.
No lejos de allí estaba el Muro. No la Gran Muralla china, la del este, sino la otra, al oeste. Este Muro, menos imponente y no precisamente construido para la eternidad, dividía las personas y los mundos, las ideas y los idea – les, los recuerdos y los juicios no sólo sobre lo que ya había sucedido sino también sobre lo que hubiese sucedido si cierto gato negro no se hubiera cruzado en el camino. Las opiniones sobre tal o cual asunto eran diferentes: a un lado del Muro las cosas se veían de una manera; al otro, de otra.
Yo estaba sentado en la tercera fila, muy a la derecha, en la penumbra de la sala completamente vacía. No había más luz que la proporcionada por la escasa iluminación de las salidas de emergencia; incluso el escenario, donde a esa hora de la mañana tenía lugar un ensayo, era lúgubre y opresivo. Ensayaban el Concierto para violín y orquesta de Tchaikovski; el director, Herbert von Karajan, parecía haberse levantado con mal pie porque, irascible y de mala uva, no dejaba de gruñir. Algo iba mal en el ensayo; ya en dos ocasiones el maestro había abandonado furioso el escenario para volver poco después cojeando: por lo visto le dolían las rodillas.